Eva Baltasar o cómo asaltar el mercado anglosajón desde el catalán
La autora de ‘Boulder’ explica sus sensaciones por la nominación de la novela al prestigioso premio Booker Internacional, que se falla en mayo
El mercado anglosajón es lo más parecido al Vellocino de Oro en cualquier sector económico. Por ejemplo, el literario. Por supuesto, la literatura es mucho más que una industria orientada al consumo, pero para desplegar todas sus potencias intelectuales y espirituales necesita al lector… y su dinero. En Estados Unidos, Gran Bretaña y demás países angloparlantes hay muchos lectores con dinero suficiente como para gastarse en algo que no se come ni protege de los elementos. Para alcanzarlos, los escritores españoles necesitan una buena traducción al inglés y un buen golpe de márketing. Eva Baltasar (Barcelona, 1978) consiguió lo primero con la novela Boulder, que escribió originalmente en catalán, y está a punto de culminar lo segundo gracias al premio Booker Internacional.
Las 50.000 libras esterlinas del Booker no constituyen ninguna fortuna. Además, el autor las comparte con el traductor. Pero eso es lo de menos: su enorme prestigio catapulta la obra ganadora a una nueva dimensión. De momento, Boulder solo ha sido nominada. Como ya explicamos aquí, la lista corta de seis libros se anunciará el martes que viene y el título ganador será anunciado en una ceremonia en el Sky Garden de Londres el 23 de mayo de 2023. Incluso quedando fuera de la carrera el martes que viene, Boulder ya ha ganado. El peso del Booker es tal, que su editorial en castellano, Literatura Random House, incluye la nominación en la portada de Boulder como gran argumento de venta.
Hábil aprovechamiento de un golpe de suerte en el que ha tenido mucho que ver, primero, el descubrimiento de Eva Baltasar, una poeta que acababa de empezar su producción narrativa (Boulder es solo su segunda novela, aunque ya Permafrost se había ganado a la crítica) y, además, escribía en catalán, publicada por Club Editor. El siguiente gran acierto fue la elección para la versión inglesa de la joven editorial independiente británica And Other Stories, fundada hace 14 años con un modelo de negocio innovador que incluye el uso de grupos de lectura en lenguas extranjeras para elegir libros. La brillante traducción al inglés de Julia Sanches culminó la operación y una elogiosa crítica en la sección de libros de The New York Times, la rampa de lanzamiento de cualquier best seller, mostró los primeros resultados en agosto.
Anna María Iglesia ya charló ampliamente aquí sobre Boulder con su autora hace un par de años, recién publicada la versión en castellano. Ahora volvemos a hablar con ella al calor de su nominación al Booker y con las perspectivas que ello supone. Eva Baltasar, acostumbrada al escaso ruido de la poesía, experimenta el proceso con una especie de irónica curiosidad, sin grandes aspavientos: «He recibido la nominación con alegría y gratitud. Lo bueno es que no hace falta hacer nada, sigo escribiendo, atiendo alguna entrevista, y los días se encargan de pasar solos. Traigan lo que traigan, va a estar bien».
No niega que le halaga el reconocimiento: «Me gusta pensar que se valora tanto el argumento de la novela como el trabajo que hago con el lenguaje, que es algo a lo que presto una atención especial». Pero no encuentra una razón particular para la atención de un nuevo tipo de lector: «No conozco especialmente el público anglosajón, así que no sabría decir. Creo que la protagonista de Boulder tiene algo de outsider que sí que conecta fácilmente con espíritus afines, más allá de nacionalidades».
Su relación con el mundo anglosajón «se reduce a su literatura. Valoro especialmente a los grandes narradores norteamericanos de mitad del siglo XX: James Salter, Carson McCullers, Lucia Berlin, John Cheever, Philip Roth. Releo a menudo a Katherine Mansfield y a Virginia Woolf. Y amo la poesía de Walt Whitman, Anne Sexton, R.S. Thomas y Sylvia Plath». Algo de esa tradición puede resonar en Boulder. Tal vez incluso la mujer de alma irreductible que da el título a la novela, siempre anhelando ese «lugar inhóspito» del que dice formar parte, haya pulsado algún arquetipo más afín a la cultura anglosajona, especialmente la norteamericana. «Puede ser. A su manera, Boulder, al igual que las protagonistas del resto del tríptico [Boulder se publicó tras Permafrost y antes de Mamut], tiene algo de llanera solitaria, que podría ser algo ya arquetípico de aquel territorio».
En cualquier caso, asegura no ocuparse de «estar al tanto de la recepción» de sus libros «por parte del público», aunque sí ha «trabajado con los traductores en los momentos puntuales en que surgían dudas», y ha «acompañado a las traducciones al extranjero cuando se me ha invitado a hacerlo». La traducción adquiere una dimensión especial en una novela cuyo estilo y tono vienen marcados por una indisimulada influencia de la poesía, en una fusión delicada y efectiva entre intimidad, intensidad y fluidez narrativa. ¿No le preocupa a Baltasar que esa esencia tan especial pueda diluirse en la traducción a idiomas tan alejados del suyo como el inglés? «Confío en que las editoriales que han apostado por comprar los derechos de mis libros habrán sabido valorar este aspecto, que no es baladí, y que por ello también serán delicados al escoger al traductor indicado para mi obra».
Dice la protagonista de Boulder: «El lenguaje es y será siempre un territorio ocupado. Tengo la impresión de que me estancaron en él nada más nacer. Solo el lenguaje puede lograr que pertenezcas a un lugar, que no te extravíes. Es un sustrato que nutre». Sin embargo, Baltasar no siente las traducciones de su obra como una especie de liberación, de salida a ese estancamiento: «Encuentro mucha libertad en el hecho de expresarme a través del lenguaje en mi lengua materna, es un sustrato infinito. La traducción da libertad a la obra y a los lectores, creo yo».
Para su lengua materna, el catalán, la nominación al Booker supone también un interesante altavoz. «Si sirve para hacer llegar la literatura catalana a lugares donde no era conocida, lo celebro», dice Baltasar, aunque tampoco está «muy segura» de hasta qué punto se puede hablar de un hito. De hecho, prefiere no meterse en aguas pantanosas. Por ejemplo, ante la decisión de la escritora catalana Júlia Bacardit de prohibir su traducción al castellano, se limita a recordar que lleva «una vida bastante aislada, en mi pueblo, sin televisión, sin consultar prensa de ningún tipo ni estar presente en las redes sociales, y veo que funciona porque no tenía ni idea de esta noticia. Aun así, creo que cada cual es libre de tomar sus decisiones y de hacer con su obra y con el producto de su trabajo lo que más le plazca».
Baltasar asume el bilingüismo sin aparente tensión: «Considero un idioma un gran patrimonio y me considero afortunada de ser bilingüe. Ojalá fuera trilingüe o cuatrilingüe. El catalán es mi lengua materna, es mi morada y se me abre para que cultive amorosamente en ella. El español es una lengua aprendida y muy querida gracias a la lectura de clásicos maravillosos que tengo la fortuna de poder leer en su versión original».
Con el premio Booker a las puertas, Baltasar anda ahora escribiendo su cuarta novela, «la que seguirá al tríptico que cerré con Mamut». ¿Significa eso una orientación más o menos definitiva hacia la narrativa? «Tengo la suerte de no sentir que abandono la poesía al escribir narrativa, porque mi relación con el lenguaje es parecida en ambos casos. El ejercicio constante de trabajar y retrabajar el texto buscando ritmo, musicalidad, crear imágenes, es algo poético que no entiende de géneros».
La lectura de Boulder da fe de ese milagro anfibio. Una afortunada gestión de los procesos industriales que necesariamente acompañan a la literatura (por mucho que algunos exquisitos pretendan no verlo) puede acercar el libro a una cantidad hasta ahora impensable de lectores.