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¿Y si el café creó el mundo moderno?

Michael Pollan analiza en ‘Tu mente bajo los efectos de las plantas’ la importancia del café y el té en la irrupción de la Ilustración y la revolución industrial

¿Y si el café creó el mundo moderno?

Michael Pollan. 2020 | Wikimedia Commons

No son las 10 de la mañana y ya he tomado dos tazas de café. La primera ha pasado a ser un aperitivo; por sí sola no me ‘sienta’ a trabajar. Me pregunto si, de hecho, podría escribir este texto sin un solo centilitro de café. Es la misma pregunta que se hizo Michael Pollan mientras investigaba hasta qué punto esta sustancia tan extendida que damos por descontada condiciona nuestra vida y conforma el mundo que nos rodea

Durante el proceso de redacción de Tu mente bajo los efectos de las plantas (Debate), Pollan, periodista científico y catedrático en Berkeley, decidió aparcar unos meses el café y experimentar en su propia carne los efectos de esta abstinencia. «Pocos de nosotros pensamos en el café como una droga y mucho menos en nuestro consumo diario como una adicción», señala. 

Sin embargo, aunque aceptada y popularizada, la cafeína altera nuestro estado natural y cortar el chorro rutinario puede acarrear síntomas semejantes a una gripe. En medio de su abstinencia, Pollan asegura que se sintió como una amiga que en su infancia no tenía televisor: «Se había perdido tantas referencias, bromas y alusiones que a veces nos parecía vagamente ajena, y nosotros a ella. Faltaba esa sutil pero inconfundible conexión mental. En estos días, lo siento un poco así». 

Portada del libro

Siendo así en una sola persona, ¿qué no habría supuesto la llegada del café a Occidente? «No es una exageración decir que la llegada de la cafeína a Europa cambió… todo», afirma. Hasta el punto de considerar que, sin el aporte de esta imperceptible molécula, el mundo no sería el que es o el que ha sido, empezando por la Ilustración y el capitalismo.  

El café se descubrió, según las hipótesis, en torno a al año 850 en Etiopía; para entonces el té le llevaba un milenio de ventaja, pero no había salido de los círculos monacales de China. Hasta el siglo XVII, Occidente no supo nada de estos alcaloides. Pero, una vez conocidos, el romance fue inmediato y ya en el XVIII el café y el té eran las bebidas más populares en Inglaterra y Francia y se había forjado alrededor de ellas toda una cultura que habría favorecido, según Pollan, la eclosión de ideas democráticas y científicas y el asentamiento de la Ilustración.

«Los cambios provocados por el café y el té ocurrieron en un nivel fundamental: al nivel de la mente humana», señala el autor. Hasta entonces, el alcohol, «que alimenta nuestras tendencias dionisíacas», era de uso corriente y diario. El café facilitaba en cambio la concentración. «El café, la bebida sobria, el poderoso alimento del cerebro, que a diferencia de otros espíritus aumenta la pureza y la lucidez», celebraba Michelet. Voltaire tomaba 62 tazas al día y Diderot no se quedaba corto. Dice Pollan que «es bastante probable que la Encyclopédie nunca se hubiera terminado en una taberna». En cambio fue fundamental el aporte de las cafeterías, que poco después acogerían a los conjurados de la Revolución. Según Wolfgang Schivelbusch (Historia de los estimulantes), «con el café el principio de racionalidad entró en la fisiología humana». «Bebida velada y civil», la llamó James Howell ya en 1660.

Poco después, el té sustituyó a la cerveza entre los obreros británicos, lo que, mantiene Pollan, habría ayudado a la revolución industrial. La cafeína sería una sustancia clave en la conformación del capitalismo moderno, «liberando a las personas de los ritmos naturales del cuerpo determinados por el ciclo solar, haciendo así posibles tipos de trabajos nuevos, y por qué no, también nuevos tipos de pensamientos. Tras llevar a Europa lo que equivalía a una nueva forma de conciencia, la cafeína pasó a influir en todo, desde el comercio mundial hasta el imperialismo, la trata de esclavos, el lugar de trabajo, las ciencias, la política, las relaciones sociales, e incluso tal vez los ritmos de la prosa inglesa». 

Michael Pollan se detiene a analizar el enorme y traumático espaldarazo del café y el té a la forja del comercio internacional y el sistema colonial. Fue un comerciante holandés en 1616 quien rompió el monopolio árabe sobre la Coffea arabica. Logró sacar una planta de contrabando de Mocha, Etiopía, y la plantó en Ámsterdam. De ahí, la Compañía de las Indias Orientales la llevó a Java y la cultivó de manera masiva. Los franceses hicieron lo propio en Martinica. De este modo, los europeos comenzaron a abastecerse. «Occidente tomó el control del café y este a su vez el de Occidente», apunta Pollan.

Michael Pollan. | Wikimedia Commons

Con el té sucedió algo parecido. El botánico Robert Fortune, disfrazado de mandarín, se hizo con los secretos de su producción en China, que hasta entonces suministraba esta planta en auge a Inglaterra. Los británicos decidieron cultivarla en India, donde ya cultivaban opio. El té viajaba a Inglaterra y el opio se vendía a China, hasta que el emperador dijo basta, lo que supuso el estallido de la guerra colonial en 1839.

Para el autor de Tu mente bajo los efectos de las plantas no hay duda de la importancia de la cafeína en la conformación del mundo en que vivimos. Schivelbusch considera que esta bebida burguesa por antonomasia, «se esparció por el cuerpo y logró química y farmacológicamente lo que el racionalismo y la ética protestante buscaban cumplir de manera espiritual e ideológica». La cuestión que se plantea Pollan es la siguiente: «¿Ha sido el descubrimiento de la cafeína por parte de los humanos una bendición o una ruina para nuestra civilización?». El investigador de las drogas Roland Griffiths añade que «ya no podemos simplemente responder a nuestros ritmos biológicos naturales, así que en la medida en que la cafeína nos ayude a sincronizarnos con los requisitos de la civilización, la cafeína es útil. Si eso es útil para nuestra especie es otra cuestión».

Sea como sea, no podemos pasar sin cafeína en la actualidad. Nos ayuda a rendir al tiempo en que nos hurta el sueño; el resultado es que a la mañana siguiente lo necesitamos para paliar el cansancio. Pollan lanza la cuestión pero deja al lector extraer sus propias conclusiones y añade que éstas dependerán de «cuál sea tu posición sobre las ventajas y desventajas de la vida moderna, especialmente las del capitalismo». 

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