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El autor relata: la seducción de Char

Mario Jaramillo, autor de ‘El mar de Camus’, reseña su libro

El autor relata: la seducción de Char

Imagen del mar. | Unsplash

Camus me buscó. Fueron varias décadas de persecución persuasiva. Durante los últimos años, decidió dejarme pistas: el nombre de un antepasado suyo en una tumba que me topaba en un pequeño cementerio de Sant Lluís, un libro viejo y arrumado en
los puestos de las orillas del Sena en París
, un cartel en el centro de Mahón que invitaba a las primeras jornadas camusianas.

Todo comenzó el día en que, a los dieciséis años, terminé la lectura de El extranjero. Había leído mi primera novela seria, escrita por un novelista serio. Me sedujo. No era para menos: Camus era un seductor de la palabra.

El novelista francés puede ser tan conocido como el Pato Donald. Por eso no escribiré sobre él. Puedo contar, sin embargo, que la vida me llevó a Menorca hace veinticinco años. ¿La vida o Camus? Su persecución no cesaba. Era la isla de sus ancestros españoles y me lo dijo en todas las formas posibles. Y, cómo no, atendí su incesante inquietud y me dediqué a rastrear su pasado. Trepé por su árbol genealógico. Encontré sus apellidos menorquines. Los cementerios donde reposan los restos de los Sintes, los Cardona, los Cursach, los Fedelich. Descubrí su lado español y capté la memoria genética que impregna su obra literaria.

Su madre y su abuela le habían enseñado a querer la tierra de sus orígenes españoles, tanto como a Francia. En el verano de 1935, Camus viajó a las Baleares. Estuvo en Mallorca e Ibiza, pero sus trastornos pulmonares lo obligaron a regresar a Argelia sin haber alcanzado a visitar Menorca. En la primavera de 1958, ya galardonado con el Premio Nobel de Literatura, viajó clandestinamente a la isla. Recorrió sus calles, conoció personajes singulares, se enamoró de Char e investigó un crimen. Nada de lo que humanamente le interesaba quedó por fuera de los diálogos con un nuevo amigo local: Mario, que tenía una tienda en Mahón y una cultura en forma de abarrotes.

No sé por qué Char, esa mujer que volaba como los vientos de la Tramontana, enamoró a varios lectores del manuscrito de El mar de Camus. Una mañana, en Madrid, recibí un generoso mensaje de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, a quien yo no conocía. Sabía, eso sí, que era seguidor de la vida, obra y milagros de Albert Camus. Entre sus elogiosos comentarios a la novela, me escribió: «El personaje de Char es muy divertido y parece la encarnación misma de la isla. El lector espera con impaciencia que ella aparezca, porque pone una nota siempre simpática y muy alegre en todo lo que hace y dice». Vargas Llosa había sido seducido por la novia menorquina del novelista seductor.

Días después el traductor de la novela al francés recibió un mensaje de Pierre-Louis Rey, profesor emérito de literatura francesa de la Sorbona, considerado como una de las mayores autoridades mundiales en la obra de Camus. Confesó: «Si aún juzgamos a los novelistas por su talento para crear personajes, les diré que me he enamorado de Char».

Con Char y Mario, el Nobel argelino recorrió la isla de sus antepasados durante unos días que intenté reflejar en El mar de Camus. En los diálogos, traté de establecer el tira y afloja de dos amigos que discuten sobre los temas esenciales del alma, del pensamiento, de la vida. Pretendí desvestir ante el lector sus inquietudes y la emoción de los descubrimientos. Emprendí este viaje con ellos y abrí la puerta a los lectores para que nos acompañaran.

No había vuelta de hoja. Junto a Char y los demás personajes de la novela, el viaje de Albert Camus a la isla de su mar lo devolvió a sí mismo. Sí: Camus me buscó y nos encontramos.

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