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Cultura

 La geografía mítica de Pedro García Cuartango

El periodista publica su nuevo libro ‘España mágica’, una invitación a conocer los lugares que fueron objeto de adoración, miedo y culto de nuestros antepasados

 La geografía mítica de Pedro García Cuartango

Pedro García Cuartango. | Foto cedida por el periodista

Pedro García Cuartango transmite respeto y calidez. Su gesto es como el del druida que viene a narrarte los delirios del pasado para que aprendas a respetar el presente y tengas fe en el futuro. En el Vips de Plaza República Dominicana, sentados uno enfrente del otro, pide agua con gas y unas patatas que pican como el demonio. Él parece  inmune. Tal vez este periodista con 40 años de profesión haya puesto en práctica alguno de los viejos ritos que relata en su obra España Mágica (Ediciones B), un recorrido por los vestigios territoriales de las fantasías que han edificado nuestro país.

Lo primero que me suscita interés es el proceso de documentación, pues no es un producto hecho deprisa y corriendo, precisamente, con el que nos topamos en esta España Mágica. «En el libro –dice Cuartango con su característica voz– hay una parte de indagación, de investigación, puesto que no es fácil encontrar información sobre estos restos arqueológicos. Por ejemplo, la ermita de San Pantaleón de Losa, en Burgos, que parece que va a despegar hacia el cielo y tiene una simbología interna de lo más singular e  indescifrable, es poco conocida. Las fuentes han sido periodísticas, de páginas web, archivísticas y hay también muchas fuentes orales».

Portada del libro

Con este libro Cuartango se convierte en un agricultor de la historia. La planta en los campos labrados de sus páginas para que el lector recoja el fruto; maduro y dulce -sin provocar diabetes- de su prosa. «El 90% de estos lugares son prácticamente desconocidos salvo para los habitantes de la zona. Y eso que se trata de sitios muy fácilmente identificables. A una hora, más o menos, de localidades como Córdoba, Madrid o Zaragoza. De ahí que, a fin de motivar para acudir a ellos, hayamos puesto un mapa en las primeras páginas. Conocer el pasado es comprender gran parte del presente. Sin la aportación de Roma durante los siglos que estuvo en la Península no tendríamos ni la lengua, el derecho o la organización social en la que ahora nos basamos».

Suele ser costumbre de quienes vienen después minusvalorar, bajo los nuevos tiempos, los valores del pasado. Pretenderse, en la modernidad, superiores a lo viejo por antonomasia. «Hay un mito contra el que me rebelo», afirma el columnista al respecto. «Se piensa que somos mucho más inteligentes que los hombres del paleolítico, y no es cierto. Porque tú y yo genéticamente somos iguales a los hombres de hace 50.000 años, y tenían sociedades altamente complejas. Si se lee a Lévi-Strauss se puede entender rápidamente por sus estudios de las tribus amazónicas que poseían organizaciones sociales muy desarrolladas, salvo que con menor carga tecnológica. No caigamos en el error de creer que los hombres del neolítico eran salvajes, lo que ocurre es que se trataba de configuraciones sociales basadas en la artesanía. El progreso tecnológico se ha acelerado en los últimos milenios, no digamos décadas, de una forma demencial. Eso es lo que nos ha colocado en modelos urbanos más avanzados. Pero no es una cuestión de capacidades».

Ocurre que, cada vez con mayor apremio, que se descalifican las tradiciones bajo la institucionalización del progreso como mejor resultado, dejando marchitar por el camino lo que esperanzó a los antiguos. La globalización derrumba los mausoleos del pasado erigiendo imponentes torres transparentes de las que extraer beneficio. La España mágica, la de los duendes, los diablos, los ritos, la imaginativa ignorancia y la oscuridad, no es rentable porque es auténtica. Y eso, seguramente, sea lo mejor que tiene. Conocerla es una carrera por la curiosidad y el regalo de los relatos, no un pastiche plastificado ideado para ser digerido hasta la narcotización de la memoria. «Sin duda la globalización ha traído una paradoja», afirma el autor. «Podemos saber lo que está ocurriendo ahora mismo en Nueva York o en Tokio, pero a 40 kilómetros de Madrid hay pueblos viven en condiciones que nada tienen que ver con las grandes ciudades. Suena raro decirlo pero estamos más cerca de Nueva York, y esa sociedad hipertecnificada, que de un pueblo de la Sierra de Guadarrama, que está más cerca geográficamente pero más lejos en el tiempo».

Leyendo España Mágica es difícil no recordar a Fernando Sánchez Dragó y su obra Gárgoris y Habidis, uno de los ensayos que más y mejor profundiza en la trastienda esotérica española y, de hecho, al leer la introducción de Cuartango, aparece debidamente citado. «La muerte de Sánchez Dragó ha sido una inesperadísima tragedia. Por supuesto es una referencia para esta obra, aunque él se dedicó más en la suya a las leyendas y yo me centro más en los restos arqueológicos, me ciño al terreno, a lo empírico, no a la especulación. El libro de Dragó es valiosísimo pero, efectivamente, cae a menudo en la subjetividad interpretativa. En mi caso no he hecho más que presentar un testimonio de esas leyendas que he ido desenterrando». ¿Tuvo Dragó ocasión de leer su libro o sabía de su existencia? «Efectivamente se lo dije y lo hablé con él. Tenía que llevárselo, pero justo la obra salió de imprenta y murió. De manera de lo más repentina. Como te digo, en todos los sentidos, una tragedia inesperada».

Volvemos a los mitos. Hay algo  insólito en el hecho de que pueblos que jamás se conocieron compartan, casi punto por punto, mitos comunes. «Es sorprendente, sí. Un ejemplo genial es el hombre pez de Liérganes. Un hombre que desaparece ahogado en un río, reaparece en el Atlántico, que lo llevan a su pueblo los frailes recubierto de escamas, en el siglo XVII. Esto lo cuenta el padre Benito Feijóo. Pues bien, hay una leyenda idéntica y exacta en Italia. Los mitos y las leyendas obedecen a arquetipos y esos arquetipos se repiten en las culturas. Mira la figura del toro, que vendría a adorarse desde los tartesios en la península, pero luego vas al otro lado del Mediterráneo y tienes la cultura minoica, que también comparte ese culto. Son, como digo, arquetipos que se comparten desde el principio humano como el hombre contra la bestia, la salvación de una princesa, etc.»  

Me tienta creer que existe un submundo de fantasía que nos es premeditadamente oculto y que trae lo imposible a nuestro tiempo pragmático. «La magia no es una superstición. Existe, es real», asegura Cuartango. «Pero yo soy cartesiano. Cuando digo que la magia existe es porque las civilizaciones del pasado así lo creían y se configuraron en torno a ella. Mi pensamiento y el libro a este respecto será divulgativo, pero no cae en el esoterismo».

Aunque el autor podría pasar horas hablando de brujas, ermitas románicas y perlas denostadas del territorio que, sin embargo, son de altísima riqueza cultural, me interesa preguntarle por los libros, en general. ¿Por qué en este proceso de homogeneización consumista, donde los libros son algo anacrónico y prescindible, merece la pena escribir uno? «No entiendo la vida sin libros», afirma. «Desde la infancia han sido mi refugio. Y luego en parte en mi profesión». Y entiendo por qué lo dice porque se nota que Cuartango escribe como respira. «A veces me preguntan si me cuesta escribir y, sinceramente, tengo que decir que no. Soy periodista, punto. Es lo que mejor hago y no me supone un esfuerzo». La España Mágica es un vistazo divulgativo a mitos, vestigios y leyendas de un país que pasamos demasiado por alto para ser el nuestro. Pero también es una proposición. Un reto lanzado por Pedro García Cuartango. Una llamada a recorrer los lugares de la geografía nacional que fueron objeto de adoración, miedo y culto de nuestros antepasados. Altares que han sellado su pasaporte a la eternidad resistiendo las tormentas de arena de los siglos. Ahí están, más mellados, con cicatrices faciales, pero vivos. «España tiene una recuperación de la memoria pendiente con estos lugares», concluye el autor. «Ese es el objetivo del libro, invitar a la curiosidad y su conocimiento».

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