Síndrome Houellebecq: el libro de las patologías occidentales
Anagrama publica ‘Más intervenciones’, una nueva recopilación de los textos y pensamientos controvertidos de la estrella de la literatura francesa
Michel Houellebecq es una gallina. Concretando, una gallina clueca. Una gallina clueca con complejo de Midas. Cada vez que empolla, el huevo resulta ser de oro. Cuesta saber si lo que va a escribir o decir merece la pena, porque hay una grave contaminación. Puedes leer una frase que escribió tu sobrino, y decir: «Menuda mamarrachada». A la semana siguiente, hacer la misma prueba, pero esta vez te dicen que la ha escrito Michel Houellebecq y en un santiamén estarás tuiteándola como si fuese la Bocca della Verità universal. Hay un síndrome, no sé si tiene nombre, y si no se lo pongo yo ahora mismo, que nos invita a idolatrar todo cuanto venga, por muy mediocre que sea, de quien interiorizamos como un sujeto exitoso, profundo o genial. Aquí lo llamaremos Síndrome Houellebecq.
Más intervenciones, recientemente publicado por Anagrama para hispanoparlantes, es el resultado positivo de cara a las pruebas psicológicas que le han hecho a la literatura. Efectivamente, está contaminada del Síndrome Houellebecq. Porque Más intervenciones es, básicamente, una ampliación de aquellas Intervenciones, que ya se publicaron en España allá por 2011. Debe de ser gratificante estar en la mente del escritor de Plataforma, siendo consciente de que no tiene más que echarse un rato simpático frente al teclado, parir unos cuantos pensamientos/poemas/relatos, y patearlos a la editorial que, sin duda, se dejará meter el gol con mucho gusto. Ahora bien, qué narices, ¡por algo será!
Amantes y detractores del enfant terrible más mediático de las letras francesas en este siglo, han de coincidir en que su capacidad para desentrañar los escollos más discretos de nuestra psique cultural es irrefutable. Quizás no tenga la trascendencia ni el valor que se le da, pero son apreciaciones originales y lúcidas de nuestro presente. Así, Más Intervenciones, nos pone de frente a los patinazos que su autor huele en la conciencia occidental: «Minados por la obsesión cobarde de lo politically correct, pasmados por una marea de seudoinformación que les proporciona la ilusión de una modificación permanente de las categorías de la existencia, los occidentales contemporáneos ya no consiguen ser lectores; ya no logran satisfacer la humilde petición de un libro abierto: que sean simplemente seres humanos, que piensen y sientan por sí mismos». Una elocuente forma de ligar la decadencia social con la lectura. Algo muy Houellebecq.
Lo más interesante de este libro es su diversidad. Sí, por una vez sin trampa, la diversidad, el eclecticismo de temas abordados, la pisa bien. Produce un marco amplio y muy digno. Por ejemplo, ¿qué opina Houellebecq a nivel artístico?: «Yo estaba muy incómodo. Esa atmósfera de descomposición, de fracaso triste que acompaña al arte moderno, acaba por hacerle a uno un nudo en la garganta; y se echa de menos a Joseph Beuys con sus propuestas llenas de generosidad». Joseph Beuys… genial maravilla performativa, ahora densamente olvidada, y que Michel, en su bondad, vuelve a traer al presente. Esos son los puntazos del libro.
Pero, atención, Más intervenciones incluye cosas nuevas, pero también los grandes hits del pensamiento houellebecquiano. Esos platos fuertes que ya cumplen casi treinta años y que el Houellebecq de hoy, parecido a un cartón de tabaco olvidado en la acera durante un día de lluvia, al que después le ha dado mucho el sol, ya difícilmente escribiría: «El objetivo de la fiesta es hacernos olvidar que somos seres solitarios, miserables y condenados a morir; en otras palabras, evitar que nos convirtamos en animales. Por eso el hombre primitivo tenía un sentido festivo muy desarrollado. Un buen sahumerio de plantas alucinógenas, tres tamboriles y ya está: cualquier tontería lo divierte. Por el contrario, el occidental medio solo llega a un éxtasis insuficiente después de interminables fiestas techno de las que sale sordo y drogado: no tiene sentido festivo alguno».
Michel, me permito tutearlo debido a nuestra cercana relación, ha hablado mucho de muchas cosas, de muchas cosas chungas, de muchas cosas de las que, por lo general, nadie quiere hablar. Una de ellas; la pedofilia. Sí, así es, son famosas sus tesis sobre la paradoja que aleja al menor del acto sexual cada vez más acusadamente hasta su mayoría de edad (teniendo en cuenta que, en Occidente, no hace demasiadas décadas los catorce años era una edad de lo más propicia para arrimarse a una señorita, aunque su pareja fuera un señoro de cuarenta palos), al tiempo que se reivindica como una cualidad ineludible la juventud. La juventud física. La carne tersa. «Siento cierta sensación de ridículo hablando de ‘pedofilia’ a propósito de chicas de dieciséis o diecisiete años. Por otra parte, el cuestionario alimenta esta ambigüedad al utilizar alternativamente los términos ‘menor’ y ‘niño’; entre la condición de niño y la condición de adulto hay un etapa esencial que es la adolescencia. La adolescencia es un estado secundario y pasajero; por el contrario, es un estado en que hoy y prácticamente hasta el día de nuestra muerte estamos condenados a vivir». Cada cual sus conclusiones, aunque no creo que haya pocos que puedan entender en sus palabras que, vista nuestra interminable adolescencia, incluso en la madurez, un adolescente está capacitado para el placer al más puro estilo Lolita.
Más intervenciones no olvida tampoco un recurso en el que Houellebecq se ha desenvuelto menos de lo esperado: la entrevista. Hay varias a lo largo de las 361 páginas del libro, pero cabe destacar una muy sonada que tuvo con su amigo Frédéric Beigbeder, donde despacha ideas originales y enriquecedoras, por ejemplo, al hablar de sus viajes a lugares donde no se habla francés: «Necesito ser el único que habla mi idioma. Durante todo el día, no lo uso. El francés está reservado a la escritura, eso me ayuda a concentrarme». Un plan cojonudo, si se tiene la liquidez para viajar a un lugar que cumpla con el requisito.
La colección de pensamientos termina, ¿cómo no? con sus alegaciones respecto al acontecimiento más desestabilizador que ha sufrido Occidente en los últimos siglos: la pandemia del coronavirus. Houellebecq, como siempre, tiene su propia teoría al respecto: «Un virus corriente, emparentado de forma muy poco prestigiosa con oscuros virus gripales, con características confusas, a veces benigno a veces mortal, y ni siquiera transmisible por vía sexual: en resumen, un virus sin atributos. Por mucho que la pandemia matase a miles de personas al día en todo el mundo, no dejaba de producir la curiosa impresión de ser un acontecimiento insignificante».
En definitiva, esta nueva remesa de ideas gustará a quienes ya están intoxicados con el Síndrome Houellebecq y, tal vez, a quienes todavía no saben que lo estarán, pero tienen materia mental para ello. Café para cafeteros, se podría decir. Para abrir boca, un material densito, pero goloso si se tiene que calmar el mono antes del próximo partido.
Un encuentro entre el escritor y sus lectores que, de hecho, vio la luz hace pocos días en Francia, bajo el título Quelques moi dans ma vie, y que Anagrama está traduciendo de cara al final del verano. No destriparé demasiado, pero hablamos del primer Houellebecq totalmente sincero respecto a su propia vida, totalmente autobiográfico, después de que al tipo lo convencieran para hacer una peli porno de la mano de los creadores KIRAC; performers audiovisuales del mundo artístico. Pero para saber más, al menos en español, habrá que esperar unos meses. Aunque tranquilos, Houellebecq llegará…