'El nadador como héroe', entre la realidad y el mito
Siruela publica por primera vez en España la obra de Charles Sprawson, una historia cultural de la natación escrita con «erudición, humor y pasión»
En 1933, en el desierto egipcio, cerca de la frontera con Libia, el explorador, aviador, militar y espía húngaro László Almásy descubrió la llamada Cueva de los Nadadores, que contiene pinturas neolíticas en las que aparecen unas siluetas nadando. Si han leído El paciente inglés de Michael Ondaatje o han visto su adaptación al cine recordarán que este escenario tiene una presencia muy relevante en la trama. Décadas después, en 1968 el arqueólogo italiano Mario Napoli descubrió en una necrópolis cerca de la antigua Paestum la llamada Tumba del Nadador. En la losa frontal aparece pintado un joven que se lanza desde unas columnas para zambullirse en el mar. Su silueta está suspendida en el aire, en pleno vuelo hacia el agua. Esta bellísima imagen ha dado pie a diversas interpretaciones: hay quien la lee como una alegoría del tránsito entre la vida y la muerte y hay quien -como el arqueólogo Tonio Hölscher en El nadador de Paestum– asegura que se trata de una escena completamente realista.
Aunque estas dos representaciones de nadadores procedentes de la antigüedad no figuran en El nadador como héroe (Siruela) de Charles Sprawson, me sirven para introducir el tema de esta fascinante obra. El autor nos propone un recorrido por la historia de la natación y de algunas de sus leyendas, pero sobre todo se centra en la figura del nadador como símbolo en la literatura, el arte y el cine. El libro se publicó por primera vez en 1992 en Londres y con el tiempo se ha convertido en un clásico, aunque hasta ahora permanecía inédito en España.
Su autor, Charles Sprawson (1941-2020), nació en Karachi, donde su padre era director de un colegio cuando la ciudad formaba parte de la India colonial británica. Más adelante fue profesor de cultura clásica en la Universidad de Riad y en la etapa final de su vida, ya de regreso en Inglaterra, se dedicó al negocio de las antigüedades. El origen de este libro está en un artículo sobre natación y literatura que publicó en 1987 en el London Magazine. David Godwin, editor de Jonathan Cape, lo leyó y le encargó un libro sobre el tema. Fue el único que publicó, porque cuando empezó a escribir el siguiente, una biografía del mítico nadador de fondo esloveno Martin Strel, empezó a tener problemas neurovasculares y tuvo que abandonar el proyecto.
Lord Byron, «el pez inglés»
El nadador como héroe es una deliciosa historia cultural de la natación, con algunos apuntes autobiográficos de la relación del autor con el agua, todo escrito con una mezcla de erudición, humor y pasión por el tema abordado. El libro, que recorre la presencia cultural de los nadadores desde la Antigüedad hasta el presente, está repleto de jugosas anécdotas y curiosidades. Por ejemplo, ¿sabían ustedes que fue el equipo olímpico australiano en los años 50 el que introdujo la costumbre de depilarse todo el cuerpo para reducir la resistencia al agua?
Sprawson cuenta la historia de algunas figuras legendarias, como Matthew Webb, el primer hombre que cruzó el Canal de la Mancha a nado y después, necesitado de dinero para mantener a su familia, afrontó el reto de atravesar los rápidos y remolinos bajo las cataratas del Niágara. Murió en el intento y su cuerpo despedazado por las rocas se recuperó días después. También aparece Annette Kellermann, la primera nadadora que coronó con éxito la travesía del Canal, después de una larga carrera interpretando ballets acuáticos con los que maravillaba a Londres y a toda Europa.
El libro presta especial atención a la relación de grandes escritores con la natación. Un ejemplo es Lord Byron, al que en Venecia llamaban «el pez inglés». Solía cruzar a nado la laguna, enfilaba el Gran Canal y llegaba desde el agua hasta la escalinata de su Palazzo. También era un gran nadador su amigo Edward Trelawny, que sí consiguió cruzar a nado la base de las cataratas del Niágara, donde murió Webb. En cambio, Percy B. Shelley no sabía nadar y pereció ahogado cuando una tormenta volcó el barco en el que navegaba por el golfo de Livorno. Durante la incineración de su cadáver en la playa, un desolado y rabioso Byron desafió al mar que había devorado a su amigo y se adentró en sus aguas retándolo en un gesto muy romántico. Sprawson también repasa el vínculo con el agua de otros escritores como Goethe, Mishima o Thomas Mann, para quien «el nadador era una personificación de la salud y la belleza».
De Johnny Weissmüller a Burt Lancaster
Dedica además atención a los pintores que han retratado a nadadores, como el norteamericano Thomas Eakins y sus jóvenes bañistas cargados de homoerotismo. En el caso del cine, destaca al genial cineasta francés Jean Vigo, que falleció demasiado pronto, en 1934, con solo 29 años, víctima de la tuberculosis. Antes pudo terminar su obra maestra, L’Atalante, que contiene la extraordinaria escena -entre onírica y surreal- en la que el enamorado evoca a su amada desaparecida, se lanza al agua y la imagina cual sirena sumergida en las aguas. Pero antes de esta película, Vigo ya había rodado un cortometraje documental con toques vanguardistas sobre un célebre campeón de natación francés, Jean Taris, roi de l’eau, que muestra, con gran inventiva visual, la fuerza del atleta en el agua y la sensación de vencer a la gravedad en el mundo acuático. Unos años más tarde, Leni Riefenstahl, la superdotada cineasta nazi, plasmó la plenitud física de saltadores de trampolín en Olimpia, la película sobre las olimpiadas de Hitler en el Berlín de 1936.
El recorrido por el cine lleva al autor a Johnny Weissmüller, nadador olímpico que acabó interpretando a Tarzán, y a Esther Williams y sus ballets acuáticos. De ahí a las piscinas de Hollywood, desde los ostentosos delirios de William Randolph Hearst en su fastuosa mansión a la piscina de El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder en la que al principio de la película flota boca abajo el cadáver del protagonista. Su reverso sería al emblemático cuadro de David Hockney A Bigger Splash, celebración vitalista y colorista de las piscinas californianas, pintado en 1967.
Unos años antes, en 1964, John Cheever publicó El nadador, una de las cumbres del cuento norteamericano del siglo XX. Su protagonista, habitante de una lujosa zona suburbana, decide una mañana dominical regresar a casa cruzando a nado las piscinas de sus vecinos. El relato es mucho más complejo de lo que parece a primera vista, porque se mueve entre la realidad y la proyección subjetiva de la realidad del personaje. El resultado es una portentosa exploración del paso del tiempo y la pérdida de la juventud y los sueños; una reflexión sobre el mundo en crisis del varón americano, atrapado por el empeño de conquistar a toda costa el reconocimiento social y la felicidad. Unos años después, en 1968, Frank Perry rodó una versión cinematográfica, escrita su entonces esposa, Eleanor Perry. Poco valorada, ella fue una guionista excelsa, como demuestra esta adaptación de un cuento casi imposible de trasladar a la pantalla de forma cabal. Al protagonista lo encarna un Burt Lancaster idóneo, porque ya entrado en la cincuentena, había dejado atrás su atlética juventud y se asomaba al declive. Desde la Antigüedad hasta nuestros días, la figura del nadador ha encarnado en la literatura, la pintura y el cine la etérea gracilidad de quien parece ajeno a las leyes de la gravedad, el vigor juvenil y también la fugacidad de esa plenitud.