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Paul Schrader busca de nuevo la redención

El guionista de ‘Taxi Driver’ y director de ‘American Gigoló’ estrena este viernes ‘El maestro jardinero’, una película con la que cierra su trilogía de hombres heridos

Paul Schrader busca de nuevo la redención

Joel Edgerton y Sigourney Weaver. | Fotograma

Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946) ocuparía un lugar destacado en la historia del cine contemporáneo aunque su aportación se hubiera limitado a ser el autor del guion de Taxi Driver. La película de Scorsese es, me atrevo a decir, el retrato definitivo de las turbulencias culturales y la paranoia social de los convulsos años setenta del pasado siglo, escenificadas en las sórdidas calles de una Nueva York en pleno naufragio.  Con el personaje del psicótico veterano del Vietnam reconvertido en taxista nocturno Travis Bickle (el papel más emblemático de Robert de Niro), Schrader creó uno de los iconos del cine de la segunda mitad del siglo XX. El tipo era, y esto es muy relevante, un solitario que buscaba la redención mediante un acto purificador de violencia catártica. 

Las obsesiones del taxista neoyorquino surgen de la rigorista educación religiosa que recibió Schrader, criado en una familia calvinista y que no vio su primera película hasta haber cumplido los dieciocho años, porque el cine era para sus progenitores pecaminoso. La culpa y la expiación tienen una presencia constante en su obra como guionista y como director. Este sustrato religioso es central en su segunda película tras las cámaras, Hardcore, un mundo oculto, en la que un padre puritano de un pueblo remoto, interpretado por George C. Scott, viajaba a Los Ángeles para rescatar a su hija del submundo de la pornografía. 

Cartel de la película

Schrader siguió colaborando como guionista con Scorsese –Toro salvaje, La última tentación de Cristo– y en paralelo desarrolló una carrera como director que en los años ochenta tuvo algunos éxitos comerciales sonados: American Gigoló, con Richard Gere en pleno ascenso a sex-symbol, y el remake de La mujer pantera con Nastassja Kinski. Después dio un triple salto mortal con Mishima: una vida en cuatro capítulos, una propuesta radicalmente experimental, producida por Francis Ford Coppola, que rompía los esquemas del biopic tradicional y proponía un retrato simbólico y fragmentado en cuatro episodios del complejo y controvertido escritor japonés. A partir de ahí, su carrera como director fue dando tumbos, con alguna que otra película interesante como Posibilidad de escape, con Willem Dafoe en el papel de un traficante que trata de reconducir su vida, y Desenfocado, que planteaba una hipótesis sobre el nunca resuelto asesinato del actor Bob Crane, uno de los protagonistas de la serie Los héroes de Hogan

Sin embargo, en 2017, el cineasta dio una muy grata sorpresa con El reverendo, protagonizada por Ethan Hawke. Con ella inició una suerte de trilogía sobre la redención que continuó con El contador de cartas y ahora culmina con El maestro jardinero. Las tres tienen la misma sobria paleta de colores, porque el director de fotografía de todas es Alexander Dynan. Y en las tres rige un estilo austero y pausado -son formalmente thrillers, pero no se esperen acción trepidante-, que Schrader aprendió del francés Robert Bresson. No hay que olvidar que, además de guionista y director, fue también un notable crítico, discípulo de la legendaria y atrabiliaria Pauline Kael, de la que llegó a decir que fue para él como «una segunda madre». En su faceta de crítico, escribió un libro en su día muy influyente, que es toda una declaración de intenciones: El estilo trascendental en el cine. Ozu, Bresson, Dreyer. Es lo que ahora los modernetes llaman Slow Cinema, quizá porque les parece que en inglés queda más cool. 

Joel Edgerton. | Fotograma

Las tres obras de esta suerte de trilogía reflejan las preocupaciones de Paul Schrader que ya estaban plenamente desarrolladas en Taxi Driver. Sus protagonistas son hombres de mediana edad, solitarios y atormentados, que buscan redimir culpas del pasado mediante un acto de sacrificio. Hay en la violencia que ejercen -para salvar a alguien o impartir justicia- un elemento de purificación y transfiguración, una búsqueda de la gracia de carácter casi religioso (no olvidemos los orígenes familiares del cineasta). Los tres personajes coinciden también en que llevan un diario y en cada una de las películas los vemos en algunas escenas de espaldas, escribiendo en una habitación de aspecto tirando a monacal. Y oímos sus voces en off reflexionando (¿recuerdan la del desquiciado Travis expresando su infinito asco ante la putrefacción moral de la nocturna Nueva York que recorría con su taxi?).

Planteado así, puede parecer que Schrader se repite como el ajo, pero no es exactamente así. Cada una de estas historias aporta sus propios matices y cada personaje tiene sus singularidades: el primero era un sacerdote que se vinculaba con unos activistas ecológicos violentos; el segundo, un jugador de cartas profesional con un pasado como guardián en la prisión de Abu Ghraib. Y el tercero es un meticuloso jardinero, que lleva las culpas de su turbio pasado literalmente tatuadas en el cuerpo. 

Sigourney Weaver. | Fotograma

Estos tres hombres silenciosos -con alma entre monje y samurái- llevan una vida metódicamente ordenada y discreta hasta que algo inesperado irrumpe en su existencia casi monacal, los confronta con sus demonios interiores y los aboca a un acto de redención que implica el uso de la violencia. Son primos hermanos del Travis de Taxi Driver, pero sin su componente psicótico. En el caso de El maestro jardinero, el taciturno protagonista (Joel Edgerton) está a cargo de los exuberantes jardines de una mansión sureña y mantiene una relación algo más que profesional con la propietaria (Sigourney Weaver). Un día esta le pide que se encargue de formar a una sobrina nieta (Quintessa Swindell) que es «mixed blood», es decir mulata, pero dicho con un inconfundible y racista toque sureño. Las cosas se complican porque la chica también tiene un pasado turbulento y el mundo exterior acaba penetrando de forma violenta en el paradisiaco vergel. La película no es perfecta y algunos giros de guion son discutibles, pero merece la pena dejarse seducir por la contenida fuerza del conjunto y por la capacidad para crear una extraña atmósfera de creciente tensión con detalles extravagantes como el papel pintado con medusas de la mansión. En comparación con los dos títulos anteriores, el final de El maestro jardinero es sorprendentemente esperanzador. El pesimista Schrader parece decirnos que, más allá de la violencia, también el amor puede ser una fuerza redentora.

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