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Cultura

Un viaje de la intimidad a través del arte

Charo Crego publica ‘Dentro. La intimidad en el arte’, una construcción del concepto de lo interior en la pintura desde el Siglo de Oro holandés

Un viaje de la intimidad a través del arte

Pieter de Hooch, 'Una madre espulgando a su hijo', conocido como «Tareas maternales», Rijksmuseum, Ámsterdam1660-1661

Una mujer y un niño en el patio trasero. Una mujer despiojando a una niña. Dos mujeres y un hombre delante de una casa. Dos mujeres frente a la chimenea. Una familia en su salón. Dos hombres jugando a las cartas. Una mujer con un cubo y una escoba. El mundo del pintor holandés Pieter de Hooch (1629-1679) es tan estrecho que el tiempo se detiene en él. La criada del fondo abre un barril que nunca vuelve a cerrar. Se ve la escoba, pero no se oye barrer. Ningún zapato repiquetea, ninguna hoja cruje al viento. Detrás del patio, un pasadizo conduce a un segundo, en él se abre una puerta, una ventana a lo lejos. Pero allí tampoco se mueve nada. La calle está en silencio. La ciudad descansa en el horizonte. La historia se toma un respiro. Pinta lo que ve: gente corriente en espacios urbanos. 

Si Hooch fue quien trazó las primeras pinceladas de la cotidianidad dentro de las casas, fue el holandés Johannes Vermeer (1632-1675) quien inventó el concepto de intimidad. «Vermeer añade una dimensión nueva, la de lo íntimo. En casi todos sus cuadros es muy difícil penetrar. Aunque parece que estamos dentro del espacio, también parece que la puerta se ha cerrado detrás de nosotros. Siempre hay mesas, sillas, una cortina o una viola de gamba de por medio. Creo que Vermeer hace que no podamos movernos demasiado; hace que seamos sólo mirones. Somos los que miramos, pero no nos hace intrusos, no nos deja entrar del todo», explica la ensayista y crítica de arte, Charo Crego a THE OBJECTIVE con motivo de la publicación de su nuevo volumen Dentro. La intimidad en el arte (Abada Editores, 2023).

Portada del libro

El libro estudia la invención del concepto de la intimidad en la pintura holandesa del Siglo de Oro hasta su disolución en las producciones de arte contemporáneo. Durante el viaje trata a múltiples artistas: desde los ya mencionados Hooch y Vermeer, hasta lo íntimo casi obsesivo y frío de Hammershøi y Vallotton, pasando por la pérdida de la intimidad en los «no lugares» de Hopper, las obras de Tanning, Tracey Emin o Sophie Calle, entre otros. No es una simple explicación de obras ni una clase de historia del arte, es más bien una construcción del concepto de lo interior en el arte a partir de un tema más amplio: la intimidad, «que era la pieza que armaba el puzle entero», dice la ensayista. «No quería escribir solamente sobre los interiores, sino sobre cómo se representa por primera vez la intimidad. Esto es un interior cálido, acogedor, que te invita a entrar, a permanecer. Ese es, digamos, mi punto de partida. Cuando encontré esa pieza, dije, ‘vale la pena ir por ahí’». 

Charo Crego. | Berta Delgado

El interior surge como género en los Países Bajos, porque –como explica la ensayista– en este país se produce una situación histórica especial. Son siete las provincias independientes. «No hay monarquía, no hay una jerarquía como en los grandes estados nacionales, como en España o Francia. En los Países Bajos no hay una aristocracia. Es un estado mucho más igualitario en ese sentido. Los que marcan la organización social son los ciudadanos, que son los burgueses, y ellos, como muchos visitantes de aquel momento, dicen que aman la casa. La decoran, compran cuadros, la cuidan, pero para ellos, no para ostentación, como pasaba con las casas más aristocráticas. Creo que el punto de la organización social y política es muy importante para entender estas pinturas».

Johannes Vermeer. ‘La carta de amor’, 1669-1670, Rijksmuseum, Ámsterdam

Charo Crego es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha impartido conferencias en instituciones como Museo Thyssen-Bornemisza, Museo Reina Sofía y Círculo de Bellas Artes entre muchas otras. Ha publicado cinco ensayos sobre estética en Abada Editores: Geografía de una península. La representación del rostro en la pintura (2004), Perversa y utópica. La muñeca, el maniquí y el robot en el arte (2007), Lo que no te conté de Francis Bacon (2015), De Stijl. El espejo del orden (2020). La escritora construye sus libros a partir de una idea más amplia y desde ahí cuaja las piezas para elaborar un ensayo ameno. «Creo que lo hago en casi todos mis libros. Intento ver el arte a partir de una idea más abstracta. No solamente porque me guste un tema, o porque formalmente sea un descubrimiento, sino intentar también escribir el ensayo desde una perspectiva un poco más conceptual», explica.

Se trata de un camino cronológico que lleva a su reflexión final: «Necesitamos reinventar nuestro dentro». 

La inquietud en lo íntimo

En el siglo XIX, la velocidad y la movilidad alcanzaron proporciones inimaginables. Mientras exploradores, artistas y viajeros salían al mundo en trenes, barcos y automóviles, un hombre dejaba cerrada la puerta de su casa y se quedaba en ella. Entre sus cuatro paredes, el tiempo acelerado se ralentizó; allí, el danés Vilhelm Hammershøi (1864-1916) encontró los motivos de sus mejores cuadros. La mirada del artista se deslizaba por los resquicios de la puerta de su salón, pintaba el crepúsculo de una tarde de invierno en su dormitorio y su modelo favorita era su propia mujer. 

Lo interesante de este capítulo es que Charo Crego relaciona las obras de Hammershøi con la estética de la película Interiores de Woody Allen. «Hammershøi me parece un pintor absolutamente interesante, muy bello, y bastante desconocido. Una cosa que quería hacer en mi libro –que lo he hecho un poco a propósito–, es enmarcar el arte o la pintura con otras expresiones artísticas. Por ejemplo, en Hammershøi veía que los Interiores de Woody Allen tenían una estética y unos colores muy parecidos. Pensé que relacionarlo sería buena idea».

A la izquierda fotograma de ‘Interiores’ de Woody Allen y a la derecha V. Hammershøi, ‘Una anciana’, 1889, Colección Hirschsprung, Copenhague

Aunque Hammershøi podía pintar arrebatadoras escenas callejeras y sentía la melancolía de un paisaje desierto, su verdadero genio reside en su obsesivo compromiso con el interior. Como una capa de polvo de pintura, el color se deposita en muebles y suelos. El sonido es sordo, y el cosmos del pintor danés es igual de insonoro.

La pérdida de la intimidad

«¿Qué ha pasado con nuestro dentro?», se pregunta Charo Crego. En el ensayo repasa los ciudadanos anónimos de Edward Hopper, el interior de los sueños de Grete Stern y Dorothea Tanning y finalmente la cama, que se ha convertido un objeto muy representativo de lo íntimo en las exposiciones contemporáneas, como la obra My Bed de Tracey Emin o Elevator bed, la oportunidad de dormir en una cama-ascensor en el Centro Botín de Santander, durante la exposición monográfica del artista Carsten Höller. «Lo íntimo ya no se esconde, ni se protege, ahora se ha convertido en un espectáculo público al que se invita a participar a los espectadores», escribe Crego. 

Tracey Emin, ‘My Bed’, 1998

En los cuadros de Hopper ya empiezan a verse esos personajes solitarios, que se repliegan sobre sí mismos. Es una intimidad ante un mundo hostil, un mundo que la escritora llama «los no lugares» en el libro, «concepto muy posterior a Hopper, de Marc Augé», explica. «Los personajes de Hooper siempre están como replegados, ensimismados, pero ensimismados de una forma muy diferente a los de Vermeer. Los de Vermeer están ensimismados en su tarea, leyendo o limpiando, por ejemplo. Los de Hopper están defendiéndose de un medio hostil, adverso. Representa sin duda la cultura de masas, que poco a poco va perdiendo el sentimiento de intimidad».

E. Hopper, ‘Motel del Oeste’, 1957, Yale University Art Gallery. New Haven.

Las redes sociales y la telerrealidad –según la ensayista– son los impulsores de esta pérdida de intimidad que sufrimos la sociedad actual. «Estamos ya siempre fuera, los horizontes son tan abiertos y tan transparentes. La telerrealidad, ya en los años 50 y 60, empieza con estas cámaras ocultas, que ahora nos hacen mucha gracia. Pero entonces eran muy llamativas. Porque de repente grababan a gente que pensaba que estaba haciendo algo privado, íntimo, y ahí empieza todo. Después con las webcams hubo un montón de gente que se las puso en casa, ¡qué locura!»

Dentro. La intimidad en el arte no es un ensayo que únicamente muestra pinturas, sino que perfila una reflexión más a fondo. ¿Hemos perdido aquella intimidad del Siglo de Oro, tan cálida y hogareña como los cuadros de Vermeer? ¿La exponemos constantemente en Instagram? ¿Somos uno más de los personajes de los cuadros de Hopper? «Si no muestras tu intimidad actualmente, es como si no existieras. Habrá que buscar otro tipo de intimidad o hacernos recovecos donde, por lo menos, no entre del todo la luz de fuera», contesta Charo Crego.

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