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Cultura

Renée Ballard

Lo que late en toda la obra de Connely, es la repulsa constante de los crímenes de odio y, en especial, la persecución de los afroamericanos

Renée Ballard

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Connely, Ellroy y Winslow representan el terceto de la novela negra americana, de los vivos y en activo. Despachan en las librerías un montón de libros, rompiendo una de las mentiras del mundo literario, que los buenos autores no venden. 

Estrella del desierto es la tercera novela de la detective Renée Ballard como protagónica. Se lee: No era la primera vez que Ballard se encontraba ese problema en casos sin responder, y no podía entenderlo: anteponer el orgullo de un detective a la justicia hacia una víctima y una familia que había perdido algo precioso: También creía que tenía que ver algo con el sexo. A algunos de esos viejos toros no les hacía gracia la idea de que una mujer detective retomara su investigación fallida y resolviera el caso.

Han pasado más de cien páginas hasta que el autor se refiere a un problema de género, y cuando lo hace se pronuncia sin alarmismos. Renee Ballard ha sufrido acoso por parte de un superior y ha acabado en galeras. Se acuesta con un socorrista y viste traje de chaqueta. No se maquilla con denuedo ni se le parte una costilla por amor. Sabemos que es menuda, que tiene buen tipo y poco más. Connely no usa ni dos líneas en la descripción física del personaje, pero sus actos y sus iras desprenden aroma de mujer. Michael Connely es de los pocos escritores capaces de decapar la psicología de un personaje a través de la acción sin rollos que obligan a perder el tiempo. Connely entra en el debate de género no porque le guste, sino porque es la excusa perfecta para recrearse en un personaje femenino. Así que los autores, los grandes, no dan vueltas que no llevan a ningún sitio sobre temas candentes; se limitan a exponerlos desnudos de prejuicios y lograr de esta guisa centrar el discurso en el ojo del huracán.

Renée Ballard también es una ávida surfista, algo que le otorga una ventaja en su trabajo de detective, la preparación física. Su vínculo con el océano le brinda una perspectiva meditativa y la habilidad de detectar pistas sutiles que otros podrían pasar por alto, y aquí, solo aquí, en la contemplación de las olas, es cuando el autor se permite una pizca de prosa lírica, aunque ruda y espinosa. Renee Ballard debe ser de las pocas detectives de la historia de la literatura que no se ahoga en alcohol. Engarza a Ballard con los otros detectives la nostalgia de un pasado inventado y proyectado en un futuro que no sucederá, toda una sarta de buenas intenciones quebradas en la violencia. 

Ballard tiene el potencial de liderar su propia serie de larga duración, similar a Harry Bosch, el ya potente detective de Connely que aparece en Estrella del desierto de pareja de baile de Ballard. Los dos llegan, al finalizar la novela, a sus propias conclusiones, que coinciden en la muerte del malo. Los dos están arraigados en Los Ángeles y muestran la ciudad desde lo multidimensional, criticando a sus élites, que son corruptas por definición. No se pierdan la fauna del paisanaje angelino, incluyendo las razas de lo más variopinto, con la exaltación medida, como corresponde, de su legado cultural. Y el paisaje donde se pasa de la opulencia a la miseria. 

Lo que respira Ballard, lo que late en toda la obra de Connely, es la repulsa constante de los crímenes de odio y, en especial, la persecución de los afroamericanos, una moneda de cambio en la estadística policial, la blanca, la que pone a los números por encima de las personas. 

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