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El adiós de Indiana Jones: aventura y nostalgia

‘Indiana Jones y el dial del destino’, la quinta y última entrega, con Harrison Ford como protagonista, se estrena hoy

El adiós de Indiana Jones: aventura y nostalgia

Fotograma. Indiana Jones (Harrison Ford). | © Lucasfilm Ltd. & TM. All Rights Reserved

Llega una de las películas más esperadas del año: Indiana Jones y el dial del destino, la quinta y última entrega (al menos con Harrison Ford como protagonista) de las andanzas del arqueólogo aventurero. Hay en ella unas gotas de nostalgia y muchas ganas de cerrar el ciclo a lo grande, con una aventura a la altura de un personaje ya icónico del cine contemporáneo. ¿Qué se encontrará el espectador? Pues los ingredientes esperables servidos con gran eficacia: persecuciones por tierra, mar y aire; la búsqueda de un objeto con poderes mágicos como es preceptivo en la saga; ruinas misteriosas con mecanismos de entrada secretos; unos nazis chifladísimos como malos de la función; exotismo de postal (en esta entrega partiendo de Nueva York, viajamos por Marruecos, las profundidades del mar Egeo y Sicilia); el reencuentro con algunos viejos conocidos (Sallah, Marion) para tocar la fibra sensibles de los fans; …Y en esta ocasión no aparecen serpientes, pero son sustituidas por anguilas en una resultona escena subacuática. 

Han pasado cuarenta y dos años desde la llegada a las pantallas del personaje con En busca del arca perdida. Harrison Ford tiene ya ochenta años y estaba a punto de cumplirlos cuando rodó esta nueva entrega. El asunto de la edad tiene su relevancia en la realidad –¿un héroe de acción octogenario?, ¿urge una renovación generacional de estrellas?– y se aplica también en la trama de la película. Retomamos a Indiana Jones en 1969: los astronautas americanos han pisado la Luna, en las calles hay protestas contra la guerra del Vietnam, los vecinos del viejo arqueólogo son unos hippies que ponen la música a todo trapo… El profesor Jones, que está a punto de jubilarse, es un dinosaurio, un hombre de otra época, desconectado del mundo actual, y empina el codo. Al tema del paso del tiempo se le podría haber sacado muchísimo partido, tanto por la vía dramática como por la cómica, pero en cuanto el protagonista se pone el sombrero y agarra el látigo, se arranca a repartir mamporros como si hubiera ingerido el elixir de la eterna juventud. 

Cartel de la película

En esta nueva entrega se incorpora como personaje destacado Helena, la ahijada de Indi, hija de su colega británico Basil Shaw (Toby Jones). La interpreta una genial Phoebe Waller-Bridge -la autora y protagonista de Fleabag y creadora de Killing Eve-, que aporta un toque de humor y un eficaz choque de personalidades antitéticas con el arqueólogo (en la línea de Sean Connery como el padre en la tercera entrega de la serie). Otro personaje nuevo, bastante menos interesante, es Teddy Kumar (Ethann Isidore), un niño ladronzuelo tirando a insoportable, que resulta útil a los guionistas para resolver algunas situaciones. Como antagonista, el doctor Voller (el estupendo actor danés Mads Mikkelsen), un científico nazi que trabajaba para el gobierno americano en la carrera espacial. Y de propina, sale Antonio Banderas en un breve papel de buzo español en el mar Egeo. 

En el arranque de la película, tal vez algún espectador se lleve un susto: el largo y espectacular prólogo está ambientado en el pasado, en plena Segunda Guerra Mundial. Como resulta que Harrison Ford está muy mayor, han recurrido a la técnica de rejuvenecimiento digital, que funciona más o menos bien, aunque en algunos momentos genera un efecto un poco raro. Si las productoras se aficionan a estos retoques, vamos a acabar como en el inquietante episodio de la nueva temporada de Black Mirror en el que Salma Hayek ha cedido su imagen digital a un trasunto de Netflix, que la moldea y utiliza a conveniencia. 

Si el prólogo es potente, las escenas de acción posteriores mantienen el nivel y destaca sobre todo una: la persecución a caballo y en moto durante el desfile de la bienvenida a los astronautas del Apolo XI en Nueva York, que acaba con una delirante cabalgada por las vías del metro.  

Fotograma. Indiana Jones (Harrison Ford). © Lucasfilm Ltd. & TM. All Rights Reserved.

Si en anteriores entregas el objeto esotérico codiciado era el Arca de la Alianza, el Santo Grial o un cráneo de cristal de origen extraterrestre, aquí todos buscan el dial del destino, fragmentado en dos partes. Está inspirado en un hallazgo arqueológico real, el llamado Mecanismo de Anticitera, una suerte de computadora analógica cuya invención se atribuye a Arquímedes. Era un conjunto de engranajes para la predicción astronómica, al que en la película se atribuye la capacidad de posibilitar los viajes en el tiempo y por tanto de cambiar el curso de la historia. Esto da pie a una situación en el tramo final que no les desvelo para no incurrir en espóiler, pero que sí les adelanto que es la ida de olla más alucinante que se ha visto jamás en la saga de Indiana Jones… Habrá quien la considere too much, pero si se entra en el juego que se nos propone, es muy disfrutable y hasta un cierre bellísimo para el personaje. 

Un personaje que nació sobre el papel en el lejano 1973. Un joven George Lucas, que en aquel entonces acababa de dirigir su segunda cinta, American Graffiti, pensó que había un prometedor futuro en reciclar viejos materiales populares de género como películas de serie B, seriales televisivos, cómics y novelas baratas. Así nacieron las ideas para La guerra de las galaxias y para las andanzas de un arqueólogo con querencia por la aventura llamado al principio Indiana Smith, aunque acabaría cambiando su apellido por Jones. En los primeros esbozos participó el guionista y director Philip Kaufman, que abandonó el proyecto cuando Clint Eastwood lo contrató para que le escribiera el guion del western El fuera de la ley. Lucas aparcó la idea y entre tanto optó por desarrollar su saga galáctica. Años después, coincidió en unas vacaciones en Hawái con Steven Spielberg, que andaba con ganas de hacerse cargo de una entrega de James Bond. Lucas, que ya no estaba interesado en dirigir, desempolvó para su colega la vieja idea de del héroe del látigo y el sombrero Fedora. Spielberg se pondría detrás de las cámaras y Lucas ejercería de productor. El personaje se materializó en 1981 en En busca del arca perdida, arrasó en taquilla y se convirtió en un fenómeno cultural. Le dio el empujoncito final el encanto de Harrison Ford, al que el papel le facilitó el salto definitivo estrellato, que poco después confirmaría con Blade Runner. En realidad, él no era el actor previsto en un principio, fue el sustituto de Tom Selleck, cuando este renunció porque había empezado a rodar la serie televisiva Magnum. 

También contribuyó a fijar al personaje en la memoria del público la música del infalible John Williams, que ya había ayudado a consagrar La guerra de las galaxias y el Tiburón de Spielberg, los dos títulos que forjaron el concepto de blockbuster y reinventaron el cine de Hollywood en los años 70. 

Fotograma. Helena (Phoebe Waller-Bridge) y Indiana Jones (Harrison Ford). | Lucasfilm Ltd. & TM. All Rights Reserved.

Indiana Jones reinó en los ochenta del siglo pasado con otros dos títulos que completan la trilogía inicial: Indiana Jones y el templo maldito (con el niño Ke Huy Quan, renacido para el cine ya como adulto en Todo a la vez en todas partes, por la que ha ganado el Oscar al mejor secundario) e Indiana Jones y la última cruzada (que incorporaba a un divertidísimo Sean Connery en el papel del padre del aventurero). Las tres primeras películas estaban ambientadas entre mediados de los años treinta y principios de los cuarenta, con la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el mundo colonial como trasfondo, y jugaban la carta del glamour retro. La cuarta entrega, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, tardó veinte años en llegar. Se estrenó en 2008 y fue la última que dirigió Spielberg. Daba un salto en el tiempo y retomaba al personaje en los años cincuenta, en plena Guerra Fría. Los soviéticos sustituían a los nazis en el papel de malos y se añadían dos obsesiones propias de la época: la amenaza nuclear y los extraterrestres. Esta película está considerada de forma bastante unánime como la peor de la serie, aunque me permito reivindicarla, no es tan mala como se dice y tiene varias escenas espectaculares. 

En Indiana Jones y el dial del destino Spielberg ha cedido la batuta de director a James Mangold, que tiene en su haber un gran thriller –Copland-, una de las mejores propuestas de superhéroes de la historia –Logan– y la estupenda Le Mans 66. El cineasta cumple con sobrada eficacia la misión que se le ha encomendado. Si nos ponemos a comparar esta entrega final con la trilogía inicial -o con el recuerdo mitificado que tenemos de la trilogía inicial quienes la vimos en su momento siendo muy jóvenes-, siempre saldrá perdiendo. Pero qué quieren que les diga, yo me he pasado las dos horas y medias que dura clavado en la butaca, me he reído, me he emocionado y me lo he pasado pipa. ¿Qué más se le puede pedir a una película de Indiana Jones? 

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