Scorsese lidera la generación de octogenarios hiperactivos
El cineasta se une a Clint Eastwood, Woody Allen o Polanski con la ambiciosa película ‘Killers of the Flower Moon’
Este 4 de julio proponemos una figura eminentemente estadounidense. Pocas cosas tan americanas como Martin Scorsese. A pesar de (o precisamente por) la adjetivación étnica de su circunstancia nacional: Scorsese es, antes que nada, pura esencia italoamericana, o sea, uno de los ejemplos más claros de la mezcla que ha construido la identidad made in USA.
Su nacimiento para el gran cine llegó desde el costado más turbio del imaginario de esa identidad hace casi medio siglo, con Taxi Driver (1976). Buena parte de aquel éxito inicial lo tuvo la interpretación de otro italoamericano, Robert de Niro, que lo acompañó también en la confirmación de su carrera, con títulos como New York, New York (1977), Toro salvaje (1980)… Leonardo DiCaprio le tomó a De Niro el relevo con películas tan mayúsculas como Gangs of New York (2002) o El aviador (2004). Entre medias, Scorsese se metió en algún berenjenal, como el de Kundun (1997), que no le hizo ninguna gracia al gobierno comunista chino, o, sobre todo, el de La última tentación de Cristo (1988), que no se la hizo a la ortodoxia católica.
El año pasado, el señor Scorsese cumplió 80 años. Buena edad para la jubilación. Sin embargo, antes bien al contrario, parece haberse unido a una interesante nómina de octogenarios irreductibles del cine estadounidense. Roman Polanski (89 años) estrena en septiembre El Palacio, que coincidirá con lo último de Woody Allen (87), Coup de Chance.
Mientras, Clint Eastwood (¡93!) dio el triple salto mortal hace solo un lustro protagonizando una escena de irónico (y un poco patético, la verdad) erotismo en La mula, y acaba de anunciar que dirigirá y producirá una nueva película, Juror No. 2. Bastante antes, con solo 70 años, había abierto el siglo XXI con la que quizá sea la mejor encarnación del arquetipo del anciano estadounidense que se niega a rendir su esencia épica: Space Cowboys (2000).
Scorsese no se ha unido a esta tropa. Amenaza con reventarla. Para empezar, no le asustó la irrupción de las series de televisión, usurpadoras de los grandes proyectos cinematográficos que lo hicieron famoso. La década pasada se marcó cuatro temporadas de la excepcional Boardwalk Empire (2010) para HBO, para permitirse a continuación el olímpico fracaso de Vinyl (2016). Con HBO también probó el documental, con Public Speaking (2010), y hace un par de años repitió con Pretend. Es una ciudad, pero esta vez para Netflix.
Estaba preparando, se ve, una entrada gloriosa en la revigorizante cualidad octogenaria.
La primavera pasada dio lo que podría interpretarse como una pista falsa con el lanzamiento en versión 4K de su clásico Toro salvaje. En una interesantísima entrevista de la CBS, explicó con ejemplos muy ilustrativos la importancia de la restauración cinematográfica. Los puñetazos de Robert de Niro volvieron a la gran pantalla con una nitidez sorprendente. ¿Había decidido Scorsese consagrar sus últimos años a sacarle lustre a lo mejor de su ya finiquitada carrera?
La respuesta fue Killers of the Flower Moon. Scorsese llevó al pasado festival de Cannes un western con un par. De hecho, su par de cowboys de cámara: a Robert de Niro (que cumple los 80 en agosto, por cierto) se le une un Leornardo DiCaprio quizá demasiado verde (apenas 48 añitos): resulta de lo más simpática la crítica de la película por Nicholas Barber para la BBC, afeándole que sacara la mandíbula y estirara el labio inferior, «como imitando el estilo de comedia de De Niro». Ya aprenderá.
La película, sin embargo, narra una historia tremebunda. Se basa en el libro de no ficción del mismo titulo escrito por David Grann, periodista de The New Yorker, que cuenta el genocidio de la tribu Osage en la Oklahoma de la década los 20… del siglo XX. Hace poco más de un siglo. Los Osage tuvieron la mala suerte de vivir en una tierra rica en petróleo.
En ella Scorsese no solo ha unido a los dos actores que marcaron sus épocas de mayor gloria. También ha conectado su conocimiento de las industrias audiovisuales del pasado y el presente: la distribución de la película la comparten una major clásica, la Paramount, y un fruto techie tan sofisticado como Apple.
Después del preestreno en Cannes, con críticas mixtas, los mortales tendrán que esperar a octubre para verla. A muchos de los críticos no les ha gustado su duración desmesurada: casi tres horas y media. En Variety, por ejemplo, aseguran que, aunque efectivamente se pasa con el metraje, no se hace lenta. Los Angeles Times, cerca de la cuna del cine, tituló que había decepcionado.
En cualquier caso, el viejo Scorsese le echó valor. Richard Brody se lo agradeció en The New Yorker: «En las manos adecuadas, una película de más de tres horas amplía los límites de las posibilidades cinematográficas». No podía ser de otra manera, también, con un neoyorquino de pro como Scorsese.
Un órdago, en cualquier caso, a la altura del autohomenaje que supone reunir a De Niro y DiCaprio.
Y la ecuación promete (¿amenaza?) con repetirse con otro de los elementos clave de la carrera de Scorsese. El peso de la tradición católica en su imaginario ya levantó sarpullidos con La última tentación de Cristo (1988). La noticia de que está preparando otra película sobre el mismo personaje ha creado expectación… como poco.
Aunque los tiempos han cambiado. Cuando indagó en aquella hipotética tentación lujuriosa de Jesucristo, las llaves de San Pedro estaban en manos de Juan Pablo II. Ahora las tiene Francisco.
Precisamente la noticia del proyecto surgió tras una visita al Vaticano, reunión con Francisco incluida, poco después de presentar Killers of the Flower Moon en el festival de Cannes. Soltó la liebre Antonio Spadaro, editor de la publicación jesuita La Civiltà Cattolica, que coorganizó la conferencia «La Estética Global de la Imaginación Católica», a la que asistió Scorsese con su mujer, Helen Morris.
Spadaro publicó que, durante la conferencia, Scorsese había mezclado referencias a sus películas con anécdotas personales, además de explicar hasta qué punto el llamamiento del Santo Padre «para que veamos a Jesús» lo había conmovido. «He respondido de la única manera que sé: imaginando y escribiendo un guion para una película sobre Jesús», dijo el cineasta.
Desde entonces, las pesquisas al respecto no han dado mucho resultado. En The Guardian, por ejemplo, subrayan que «se cree que Scorsese reiteró su pasión por El Evangelio según San Mateo (1964) de Pier Paolo Pasolini durante la conferencia, además de discutir sus propias obras, incluida La última tentación de Cristo, así como Silencio (2016) sobre la persecución de los cristianos jesuitas en el siglo XVII en Japón».
Recuerda el rotativo británico que la proyección de esta última en 2016 en Roma propició un primer encuentro de Scorsese con el Papa Francisco, «que se unió a los jesuitas con la esperanza de convertirse en misionero en Japón», y «marcó un deshielo en las relaciones entre el Vaticano y quizás el director católico más aclamado del cine, que consideró el sacerdocio cuando era niño».
Muchos vieron en Cry Macho (2021) o la descomunal Gran Torino (2018) una especie de penitencia cinematográfica de Clint Eastwood por algunos excesos de sus carreras. ¿Está buscando otro cowboy octogenario su propio desagravio en versión italoamericana?
Una excelente entrevista en Deadline culmina con esta reflexión: «Soy viejo. Leo cosas. Veo cosas. Quiero contar historias, y ya no hay tiempo. Kurosawa, cuando recibió su Oscar, cuando George [Lucas] y Steven [Spielberg] se lo dieron, dijo: ‘Sólo ahora estoy empezando a ver la posibilidad de lo que el cine podría ser, y es demasiado tarde’. Tenía 83 años. En aquel momento dije: ‘¿Qué quiere decir?’. Ahora sé lo que quiere decir».
Pero nunca es tarde para los Space Cowboys.