Katie Kitamura, el drama del desarraigo
La escritora publica ‘Intimidades’, un libro que trata sobre el retrato de una mujer que busca una nueva vida en La Haya
«Un relato no se vuelve persuasivo por la complejidad sino por la convicción» escribe la narradora de Intimidades (Sexto Piso, 2023) al leer el expediente de un caso del Tribunal Penal Internacional de la Haya, donde trabaja como intérprete, en la sección de Servicios Lingüísticos. Se trata del caso de un expresidente de un país africano (cuyo nombre ni país no se nos desvelan) acusado de cinco crímenes de guerra y cuatro de lesa humanidad y cuya voz debe traducir para el tribunal. La afirmación, sin embargo, es aplicable para la novela en su conjunto: un convincente texto sobre la extrañeza de ser nuevo en un lugar, sobre el sentimiento de desubicación y sobre la búsqueda de las raíces.
En última instancia (y de ahí el título del libro), Intimidades expone de una forma a veces algo brusca (y me refiero a las situaciones y no a la prosa ni a la trama) un hecho bastante banal, pero al mismo tiempo de gran trascendencia emocional para quien se siente solo en un lugar nuevo. Pues que la cercanía no necesariamente significa ni familiaridad, ni confianza o estima y que, además, hay muchas intimidades no deseadas, y otras que se producen sobre todo en los lugares de trabajo que resultan inquietantes y perturbadoras, como la que tendrá la narradora con el criminal de guerra. Ya que, siendo su voz en otro idioma, de alguna forma, acabará siendo también un poco él e intoxicándose de la crueldad sus crímenes.
Cuenta Katie Kitamura (Sacramento, California, 1979) que para la escritura de esta novela (su cuarto libro) no se planteó una narración que fuese una suerte de búsqueda de las raíces (cosa que al final, casi de forma impremeditada, sucede), pero sí que, en un determinado punto, le acabó saliendo esta novela. La escritora, que también es profesora de escritura creativa en la Universidad de Nueva York, quería escribir una novela sobre la dislocación, pero también sobre la experiencia (y la posibilidad) de poder arraigar en un lugar nuevo (en la novela se nos dice que para arraigar de verdad en un lugar se necesitan al menos diez años). Ello le llevó, inevitablemente, a la reflexión sobre las intimidades. «Creo que la intimidad, un poco como la empatía, es una idea que se ha vuelto un poco unidimensional», opina Kitamura. Y añade: «Hay una tendencia a pensar en ella como un bien inequívoco. Pero la intimidad puede ser una incursión, una invasión de la privacidad; hay intimidades deseadas y otras indeseadas».
La protagonista de Intimidades acaba de dejar la ciudad de Nueva York por la de La Haya, debido a la reciente muerte de su padre y el hecho de que su madre hubo de refugiarse en Singapur. El problema con la ciudad es que ya no se sentía cómoda allí, no sabía cómo lidiar ahora con el arraigo creado por sus padres una vez que estos ya no estaban en la ciudad. Así, la razón para mudarse a La Haya (por un año) tenía que ver con el recuerdo de algunas ciudades europeas en las que la protagonista de la narración había vivido en su pasado. Recuerdo que, paradójicamente, contra el servir de facilitador para una más rápida adaptación, produce el efecto adverso en la narradora y provoca que esta tenga una constante sensación de desorientación. A ello se ha de sumar el hecho de que no habla neerlandés. Escribe Kitamura: «Un lugar adquiere un aire intrigante cuando se entiende a medias su idioma».
Así, lo que parece un nuevo lugar idílico donde reasentarse, pronto comienza a mostrarle a la narradora sus flecos menos hermosos y sus esperanzas, poco a poco, se van resquebrajando. Ello le provocará, indefectiblemente, una serie de reflexiones sobre su vida, sus deseos, su personalidad y carácter. Ya que, pese a tratar de entender el mundo que le rodea, éste no le devuelve más que incertidumbres, pues no acaba de entender las motivaciones de aquellos quienes le rodean (y tampoco, quizá, las suyas propias).
Repetir lo impronunciable
Se nos cuenta en Intimidades que la labor de un intérprete del Tribunal de La Haya «no era enunciar o representar, sino repetir lo impronunciable». Y es que el lenguaje es muy importante en esta novela. No solo para el acusado en el tribunal, quien debe velar para que su mensaje sea el adecuado a su causa, sino también para aquellos que han de juzgarlo. De ahí la tensión latente durante todo el proceso entre la narradora, el criminal acusado y toda una ristra de abogados y la angustiosa intimidad que se crea entre ellos. Pues una de las cosas que le sucede a un intérprete es que se concentra en los detalles «para ser lo más fiel posible a las palabras que pronuncia el sujeto y a continuación uno mismo, que no siempre captas el sentido de las frases en sí: poco menos que no sabes que estás diciendo. El lenguaje pierde su sentido» se nos dice en la novela.
Respecto al asunto del lenguaje, recuerda Katie Kitamura un hecho que le resultó impactante: fue cuando escuchó un clip de audio una vez en la radio. Era Charles Tayler, el antiguo presidente de Liberia, hablando en su juicio. Y dice que esta experiencia le turbó profundamente: «Su habilidad para utilizar la retórica para manipular el lenguaje me recordó que el lenguaje es un arma que puede ser utilizada tanto para exponer la verdad como para ofuscarla», afirma.
A este respecto, una de las reflexiones que se plantea en la novela es la diferencia entre una perspectiva moral y otra jurídica, y cómo generalmente ambas no tienden a coincidir. «Hay muchos códigos éticos, y el sistema judicial es solo uno entre ellos», nos dice Kitamura, a quien le interesa descubrir qué sucede cuando las personas quedan atrapadas entre diferentes sistemas y códigos, que es justo lo que sucede en Intimidades.
También en el amor. La ambivalencia que presenta la novela con respecto a la relación de la protagonista con un hombre casado, Adriaan, que le dice que se va a divorciar, y que conoce al poco de llegar a la ciudad, transita también por una senda que tanto a veces parece la aceptación de un compromiso realista por parte de dos personas en la mitad de sus vidas. Una visión pragmática de lo que es una relación, como una suerte de esperanzado final romántico. La propia Kitamura, consultada sobre el particular, dice: «Creo que quizá el amor se presenta en esta novela de manera mucho más racional en muchos sentidos, pero, de otro lado, aceptar el compromiso, mantener la ilusión… para mí son actos que están anclados en la emoción».
Siendo la traducción el tema central de la novela es inevitable preguntarle a Katie Kitamura sobre el asunto de la propia traducción de sus libros. «Considero la traducción como una práctica colaborativa», dice. El traductor francés de uno de sus anteriores libros, cuenta, le dijo que iba a «escribir su libro en francés» lo que, para Kitamura, suena muy adecuado a la descripción de lo que acaba siendo el proceso. «El libro le llega al lector de otra lengua solo después de haber atravesado la mente y las manos del traductor», sostiene Kitamura.
Intimidades es una novela algo fría, llena de silencios, confusiones y perplejidades. Una historia mínima que, en su nimiedad, sin embargo, revela la profunda oscuridad del corazón humano. Julie Otsuka dijo de ella en The New York Times que es «psicológicamente desconcertante» y es una definición que se ajusta bastante bien a lo que encontrará el lector de esta obra.