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Leonard Cohen: luces de bohemia en la isla de Hidra

La publicación de unas memorias, una novela y un documental recuerdan los años pasados en el Egeo por el cantautor

Leonard Cohen: luces de bohemia en la isla de Hidra

Leonard Cohen en Suecia. | Aftonbladet (Zuma Press)

La isla griega de Hidra fue un paraíso. O eso cuenta la leyenda. Desde finales de los años cincuenta del pasado siglo y a lo largo de los contraculturales años sesenta, allí se instaló una colonia internacional de bohemios con ansias de libertad, que exploraron la sexualidad desinhibida, las drogas y la creatividad artística. La figura de más relumbrón de entre los que pasaron por allí en aquel entonces fue el cantautor canadiense Leonard Cohen. Ahora llegan a las librerías un par de libros sobre ese mundo: las memorias de Charmian Clift Los buscadores de loto (Gatopardo Ediciones) y la novela de Polly Samson El teatro de los sueños (Plata). Además, está disponible en Netflix el excelente documental de Nick Broomfield centrado en la célebre historia de amor que Cohen vivió en la isla: Marianne y Leonard: Palabras de amor.

‘El teatro de los sueños’, de Polly Samson

Los reyes de la colonia bohemia de Hidra, los primeros en llegar y los anfitriones de Cohen cuando desembarcó allí, fueron el matrimonio formado por los periodistas y escritores australianos George Johnston y Charmian Clift. Se marcharon de su país, cansados del clima político y social, en 1951, recalaron primero en Londres y pasados unos años partieron hacia Grecia en busca de un refugio para esconderse del mundanal ruido y donde dedicarse a escribir (durante sus años griegos ambos publicaron varias novelas y libros de viajes). Primero se instalaron en la isla de Kálimnos, experiencia que ella relata en su otro libro de memorias, Cantos de sirena (también publicado por Gatopardo). Y de ahí saltaron a Hidra, donde se compraron una casa. En Los buscadores de loto Clift cuenta lo que buscaban allí: «Cada uno de nosotros, a su manera, protesta contra la febril competitividad del mercantilismo moderno, contra esa carrera de locos cada vez más rápida para cubrir una sucesión interminable de días estériles que comienzan sin esperanza y acaban sin gozo. Cada uno de nosotros se las ha apañado para librarse de la bola y los grilletes y huir de ese mundo de lucro desenfrenado, decidido a hacer su propio trabajo a su manera». Esta apuesta vital tenía sin embargo sus peajes, empezando por la precariedad en la que vivieron, siempre pendientes del barco que llegaba cada mediodía, por si el correo traía algún pago de derechos de autor que cobrar.

Portada de ‘Los buscadores de loto’

La isla era entonces un lugar poco poblado y una economía precaria. Sus habitantes vivían de la pesca de esponjas y de pastorear cabras. El medio de transporte eran los burros. Las instalaciones de agua y luz eran precarias. El lugar había vivido una época pujante en las primeras décadas del siglo XIX, cuando se convirtió en un eje comercial. Como vestigio de esos esplendores pasados quedaban las mansiones que se habían construido los comerciantes ricos. Algunas seguían en pie y otras ya no eran más que ruinas. Así describe Clift su primera impresión de Hidra: «La belleza de la ciudad te deslumbra un poco al principio y no reparas en que la mitad de las casas están deshabitadas. Tras las bonitas fachadas no hay más que patios asfixiados por las malas hierbas y las vigas caídas». Al final de Los buscadores de loto, Clift cuenta la llegada de un equipo de Hollywood para rodar una película en aquel paraje agreste. No dice cual es, pero por las fechas, tiene que ser La sirena y el delfín, con Sofia Loren y Alan Ladd. La escritora vive la llegada de la gente del cine como una invasión, pero no era más que la avanzadilla del turismo masivo que legaría más tarde y cambiaría por completo aquel entorno paradisiaco.

‘So long Marianne’

En la época de Charmian Clift la isla solo atraía a jóvenes beats, hippies y bohemios de diversas nacionalidades. Algunos iban de paso, otros se quedaban por una larga temporada y otros se instalaron allí de por vida. Leonard Cohen, entonces un joven escritor canadiense que había viajado a Europa con una beca, oyó hablar de ese lugar en una fiesta en Londres y decidió ir allí en busca de tranquilidad e inspiración para escribir. Llegó en marzo de 1960 y el matrimonio Johnston-Clift lo acogió en su residencia -conocida como la «Australia House»- hasta que encontró una casa propia. Según algunos testimonios de la época, Cohen -que era un seductor compulsivo- mantuvo un romance con su anfitriona, lo cual puede intuirse en alguna foto en la que se los ve juntos.

Fruto de los años en Hidra del canadiense, surgieron un poemario y una novela, pero sobre todo su decisión de convertirse en cantautor (entre otras cosas porque la literatura no le daba para vivir) y dos canciones míticas: So Long Marianne y Bird on a Wire. Ambas relacionadas con la historia de amor que vivió allí con la joven noruega Marianne Inhlen. Ella había llegado a la isla con su marido, el escritor Axel Jensen, al que llamaban «el Kerouac noruego», y tenían un hijo también llamado Axel. Jensen era un tipo dado a violentos ataques de ira, que engañaba a Marianne en nombre del amor libre y la acabó abandonando. Entonces entró en escena Cohen, que se convirtió en amante de Marianne y en una suerte de padre sustitutivo para el pequeño Axel.

Hasta aquí el hermoso mito de vida bohemia en Hidra, bajo el cual asoman unas cuantas realidades no tan bucólicas. Acaso fuera más aconsejable hacer lo que propuso John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, aquello de Print the legend (si no conocen la referencia, se la sintetizo: ante la duda de si contar la verdad o mantener la leyenda de una historia en apariencia heroica del salvaje oeste, un periodista dice «Cuando la leyenda se convierte en un hecho, escribe la leyenda»). Pero, si me lo permiten, desvelaremos algunas realidades.

Celos y alcohol

Por un lado, la vida de Chairmain Clift y George Johnston en su paraíso griego no fue tan idílica como ella la rememora en su libro. Hubo infidelidades y celos, ambos abusaban del alcohol y las peleas no eran infrecuentes. Tras una década en el Egeo, la pareja regresó a Sídney en 1964 y en 1969 ella se suicidó con solo 45 años. George murió poco después de la tuberculosis contraída en Hidra y agravada por su alcoholismo. En cuanto a Cohen y Marianne, la relación dejó como fruto dos extraordinarias canciones, pero él era un culo de mal asiento y el amor se fue resquebrajando una vez fuera del ámbito de la isla, hasta que, con los años, perdieron por completo el contacto. Cohen vivió una vida de estrella de manual, con todo su catálogo de excesos, hasta que decidió hacer un corte radical y se retiró a un monasterio budista en California. Después, con 70 años, tuvo que retomar las giras porque mientras él meditaba, su administradora se pulió toda su fortuna y lo dejó en la ruina. Por su parte, Marianne acabó marchándose de Hidra y regresó a Oslo, donde sentó cabeza, se casó y se buscó un trabajo. Pasó de musa a secretaria.

Pero la peor parte se la llevaron los hijos de aquellos bohemios, que crecieron asilvestrados en un entorno de adultos que no cultivaban precisamente la responsabilidad parental. Al salir de Hidra y volver al mundo real fueron incapaces de adaptarse. A los cuatro vástagos de Clift y Johnston les costó aclimatarse a Australia, porque habían crecido como griegos y hablaban entre ellos esa lengua. Una de las chicas se suicidó con 25 años y uno de los chicos murió alcoholizado a los 42. Y en cuanto al pequeño Axel, aquel encantador niño  rubio al que Leonard Cohen le hizo de padre, su madre lo metió en un internado muy progre (el famoso Summerhill, que daba total libertad a los alumnos), donde el chaval se sintió abandonado. Con el tiempo se convirtió en un adolescente desubicado y problemático, al que su padre biológico introdujo en el consumo de LSD con solo 15 años. Ha pasado la mayor parte de su vida adulta internado en psiquiátricos en Noruega. Su rostro actual impresiona. Pueden verlo en un documental desgarrador sobre él: Little Axel. Los hijos acabaron pagando acaso no los pecados, pero sí los sueños de los padres.

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