Ettore Majorana, el genio que renunció a la bomba atómica
El físico siciliano desapareció sin dejar rastro en 1938 tras vislumbrar el poder destructor de la energía nuclear
Sin Galileo es inconcebible Newton; sin Newton no hubiera existido Einstein, aunque sólo fuera para meterle las cabras en el corral. La ciencia es un logro colectivo de individuos concretos. Algo así como un mosaico. A eso se refería el descubridor de la ley de la gravedad cuando afirmaba haberse aupado a hombros de gigantes para ver más lejos que sus predecesores.
En ese sentido, sería injusto hablar de Robert Oppenheimer como «padre de la bomba atómica». El controvertido científico estadounidense, director del Proyecto Manhattan -de quien se estrena hoy una esperadísima película de Christopher Nolan-, es sin duda la cabeza visible de esta conquista de la humanidad que, a la postre, supone su capacidad para autodestruirse.
Pero la bomba, es decir, la energía atómica, tiene una infinidad de padres y fueron muchos desde principios de siglo quienes, desde la física teórica, la ciencia nuclear o la cuántica, añadieron una baldosa a esta consecución. Nombres como Pauli, Fermi, Oppenheimer, Heisenberg, Bohr, Dirac, Einstein; genios que coincidieron sorprendentemente en el tiempo y, por mor de la Segunda Guerra Mundial, se vieron obligados a militar en bandos distintos, siendo todos del mismo bando: la Ciencia.
Entre ellos, el más oscuro y acaso el más genial fue un siciliano que, poco antes de que estallara la guerra y las potencias se lanzaran a la obtención de la bomba atómica, decidió desaparecer. Sus colegas, varios de ellos ganadores del Nobel, se nutrieron de su intuición. El más cercano, el gran Enrico Fermi, tal vez el científico italiano más importante desde Galileo, no dudaba ni un ápice de su excepcionalidad: «En el mundo hay varias categorías de científicos: aquellos que dan lo mejor de sí y aquellos que, desde un estrato superior, realizan grandes descubrimientos, fundamentales para el desarrollo de la ciencia. Y, por último, están los genios, como Galileo o Newton. Ettore Majorana pertenecía a estos últimos». Pero si algo fascina de la vida de Majorana es que renunciara a su genialidad.
Alumno de Enrico Fermi
A este siciliano venido de una tierra sin tradición científica se le quedó corta la isla bien pronto. Nacido en Catania en 1906, niño prodigio y de personalidad esquiva, a los 20 años ya estaba en Roma bajo la tutela de Enrico Fermi. Junto a él y otros jóvenes prodigios como Emilio Segrè (posteriormente Nobel al igual que Fermi), figuró en la nómina del Instituto de Física de Roma, un centro puntero en los años 30 del que saldrían aportaciones definitivas al estudio del neutrón y que llevarían al primer reactor nuclear de Oppenheimer. Se los conoció como los chicos de la via Panisperna, lugar donde se ubicaba el instituto. Eran jóvenes, geniales y estaban devolviendo a Italia su lugar histórico en la ciencia.
Todos los ragazzi de Panisperna coincidían en una cosa: Majorana era el más genial de todos. «Una vez un problema ha sido formulado, nadie como Majorana para resolverlo», decía Fermi. Lo sorprendente era que el siciliano era capaz de lanzar una solución al aire, como de pasada en una conversación, y abstenerse de desarrollarlo. Sus teorías alimentaron la de quienes estuvieron en torno: Fermi obtuvo el Nobel en 1938 por su trabajo con los neutrones lentos, campo en que contó con la ayuda de Majorana, quien además describió el fermión, la partícula que acabo llevando el nombre de su tutor. Majorana descubrió el neutrino, pero se negó a publicar sus teorías a pesar de las quejas de sus compañeros; meses después, James Chadwick lo descubrió. Algo parecido sucedió con Werner Heisenberg. Todos ellos acabaron ganando el Nobel. En cambio, el siciliano parecía tomar la física como un mero hobby y renunciaba a figurar.
En 1933 viajó a Alemania, a Leipzig, para trabajar junto a Werner Heisenberg. Los nazis acababan de llegar al poder y Majorana, judío, asistió a las primeras medidas racistas del Reich. Por entonces, los nazis aún no habían articulado su propio programa atómico, del cual formaría parte como cabeza visible el propio Heisenberg, de quien se supone que retrasó alevosamente la bomba nazi por miedo a su uso por parte de Hitler.
La versión de Sciascia
Majorana dejó una honda huella como científico en Alemania, pero a su regreso a Italia, presa de una crisis nerviosa, pasó tres años prácticamente encerrado. Era el único colaborador de Fermi autorizado a trabajar por libre. De esa época data una de sus frases más enigmáticas: «La física va por un camino equivocado». En 1938 se consuma la desaparición de Ettore Majorana. El físico deja dos cartas, a su familia y a un amigo, toma un ferry desde Palermo a Nápoles y se le pierde la pista. La tesis del suicidio resultó poco convincente incluso en su época: Majorana llevaba el pasaporte, había sacado su dinero y había escrito misteriosas palabras a su amigo que daban a entender que no se quitaría la vida. La desaparición voluntaria parece la hipótesis más factible y la madre de Ettore escribe incluso a Mussolini para que busquen a su hijo.
Leonardo Sciascia dedicó un libro, La desaparición de Majorana, entre la investigación y la especulación a este caso. Según Sciascia, el siciliano «vio» la bomba atómica años antes de su fabricación, entendió el potencial terrible de la energía nuclear y, como Bartleby, prefirió no hacerlo. «Es historia ahora ya por todos conocida que Fermi y sus colaboradores obtuvieron, sin darse cuenta, la fisión (en aquel entonces escisión) del núcleo de uranio en 1934» –escribe Sciascia-. «Lo sospechaba Ida Noddack; pero ni Fermi ni otros físicos tomaron en serio sus afirmaciones hasta cuatro años después, a finales de 1938. Majorana podía muy bien haberla tomado en serio, haber visto lo que los físicos del Instituto romano no alcanzaban a ver. Y tanto es así que Segré habla de ceguera. La razón de nuestra ceguera no está clara ni tan siquiera hoy», dice. Y está posiblemente dispuesto a considerarla providencial, «si esa ceguera suya fue lo que impidió que Hitler y Mussolini obtuvieran la bomba atómica».
Así pues, Majorana, el más genial pero también el más antisocial de todos, se bajó del carro, tomó sus cosas y se refugió no se sabe dónde para no acabar participando de la bomba. Según algunos, se retiró a un monasterio, según otros se escondió en Venezuela o en Argentina. Existen fotografías del viejo Majorana, teorías de todo tipo, algunas descabelladas, otras convincentes. Mientras tanto, Fermi logró romper con Mussolini y ponerse a recaudo en Estados Unidos, donde sería crucial para el Proyecto Manhattan de Oppenheimer. Heisenberg, en el otro lado del tablero, lanzaba desde Alemania extraños guiños a la competencia para que entendieran que él no fabricaría la bomba para Hitler. Oppenheimer, sin embargo, sí logró dar forma a una tecnología que venía gestándose con la aportación de muchos durante varios años. Majorana no quiso estar para verlo.