Gabriel Zaid y la «constelación» de los libros
Debate publica una nueva edición ampliada de los ensayos sobre la lectura y el mercado editorial del intelectual mexicano
Una obra mítica. Un autor enigmático, o cuando menos escurridizo. Hablamos de Los demasiados libros del mexicano Gabriel Zaid. Debate publica una nueva edición con motivo del cincuentenario de su primera publicación, que incorpora además tres textos nuevos.
El volumen, que reúne una serie de breves y sagaces ensayos sobre la lectura, los libros y el mercado editorial, vio la luz por primera vez en 1972 en Buenos Aires, de la mano de Carlos Lohlé. A España no llegó hasta que lo editó Anagrama en 1996. A lo largo de estos 50 años de existencia, ha sido objeto de sucesivas reediciones que se iban enriqueciendo con la incorporación de nuevos escritos. Y su relevancia lo ha impulsado más allá del mercado en lengua española, con una decena de traducciones.
Si esta obra de Zaid sigue vigente cinco décadas después de su aparición no se debe solo a la incorporación de ensayos recientes que abordan los cambios tecnológicos relacionados con la producción y comercialización de libros. Los textos más antiguos no han perdido un ápice de actualidad. Sus reflexiones siguen siendo certeras, porque la industria editorial, que en apariencia ha sufrido grandes transformaciones desde la aparición del universo digital, en realidad se rige por unos patrones que no han mutado tanto desde la invención de los tipos móviles y los primeros volúmenes impresos por Gutenberg.
Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) estudió ingeniería y llegó por tanto al mundo de la cultura con un bagaje poco habitual. Esto tal vez ayude a entender su mirada heterodoxa y libre de prejuicios sobre lectores, editores y escritores. Una mirada que se enriquece gracias a la mordiente ironía del autor y a su encomiable gusto por la concisión y la claridad. Además de ensayista, Zaid es también poeta, y entre 1976 y 1992 formó parte del consejo de redacción de Vuelta (la revista fundada por Octavio Paz, una de las grandes aventuras intelectuales latinoamericanas). Si buscan por internet alguna entrevista con él, no la encontrarán. Jamás ha concedido una. Y si tratan de ponerle cara rastreando alguna fotografía, verán que hay poquísimas, porque se niega a ser fotografiado. Él lo que quiere es que lo lean y que sus textos provoquen preguntas y reflexiones.
Lectores cómplices
Zaid concibe la lectura como una «conversación» y los libros como una «constelación». Cada lector debe construir su propia biblioteca y forjar su comunidad de lectores cómplices. El problema es que nuestra capacidad de digestión libresca no es infinita y por lo tanto es importantísimo saber elegir qué leemos y qué no leemos. Y esto nos lleva a la gran paradoja contemporánea: la lectura no parece estar en peligro, porque cada vez se publican más libros. Pero resulta que tal vez son demasiados. Cada vez resulta más difícil desbrozar y dar con lo verdaderamente interesante entre el imparable alud de novedades (desde estas páginas uno, modestamente, intenta echar una mano en esta búsqueda oceánica, seleccionado aquellos títulos que le parecen relevantes, estimulantes). Sin embargo, Zaid no es un ingenuo y tiene muy claro que la edición de libros no es una mera labor altruista, sino que tiene una vertiente industrial y de negocio, sin la que no hay cultura que se sostenga.
Por tanto, aborda la permanente tensión entre aventura cultural y negocio rentable que es toda editorial intelectualmente ambiciosa y al mismo tiempo económicamente viable. Explora la creciente concentración en grandes grupos empresariales del negocio y la supervivencia de los pequeños editores: la labor selectiva de los libreros; los costes y el precio de los libros; las ventajas e inconvenientes de los cambios tecnológicos; los peligros de la irrelevancia y la obsolescencia de muchos títulos en un mercado que devora novedades cada vez con más rapidez…
Dedica un capítulo a la Wikipedia, tan vilipendiada como utilizada, en la que él ve muchas virtudes pese a sus errores (y nos recuerda que errores también los hay —da algunos ejemplos bochornosos— en templos del saber como la Enciclopedia Británica). Da algunos útiles consejos sobre cómo deshacerse de ese libro que algún autor amigo nos ha dedicado y que no nos interesa lo más mínimo. Y ofrece datos curiosos, como que Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell fue en 1936 el primer bestseller moderno, la primera novela que vendió un millón de ejemplares en un año.
Diez reflexiones
Los demasiados libros es muy recomendable para editores, libreros y escritores, pero también para amantes de la lectura en general. Está repleto de reflexiones agudas y provocadoras. Para concluir, les selecciono una decena de ellas a modo de decálogo:
La humanidad escribe más de lo que puede leer.
Ante la disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optado por tener cosas.
El problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir.
¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa después de leer. Si la calle, las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales.
¿Cuál es la ventaja de consumir novedades insignificantes, en vez de volver con otros ojos a lo mismo? Paradójicamente, lo limitado puede enriquecer más que lo ilimitado. Volver una y otra vez a lo mismo (que no es lo mismo) es una experiencia sorprendente, cuando se trata de obras que resisten la repetición: que tienen algo que decir la segunda vez y la centésima.
Los buenos editores y libreros ven los libros en ambas perspectivas: la del texto (organizar una conversación, crear una constelación atractiva para el lector) y la comercial.
El Quijote fue un bestseller antes de volverse un clásico.
Los conglomerados editoriales y las cadenas de librerías no han eliminado a las editoriales, librerías y autores independientes. ¿Sucederá en el futuro? No es de creerse. El desarrollo de la tecnología farmacéutica ha ido subiendo la inversión mínima para entrar al mercado. Las nuevas tecnologías del libro la han bajado.
Cuando Mark Twain supo de un obituario que le dedicaron, mandó al periódico un cable que decía: «Las noticias de mi muerte son un tanto exageradas». Cabe decir lo mismo de la muerte del libro. Algunos piensan que no tiene futuro, pero la producción sigue creciendo, y cada vez más.
Leer no sirve para nada: es un vicio, una felicidad.