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Cultura

¿Un mundo sin lectores?

Lo paradójico es que vivimos en un mundo, el digital, en el que nos pasamos el día leyendo y escribiendo

¿Un mundo sin lectores?

Fotograma de la adaptación cinematográfica de "Fahrenheit 451".

Ray Bradbury presenta en Fahrenheit 451 un mundo sin libros. Un mundo en el que algunos resistentes memorizaban el contenido de los volúmenes para salvarlos de la hoguera. Sin embargo, según se desprende de las preocupaciones de algunos escritores -no hay entrevista en la que no se le pregunte al autor por las consecuencias de la inteligencia artificial-, a lo que vamos es a un mundo sin lectores.

En el último número de El Cultural, el editor y crítico Ignacio Echevarría escribe que «la lectura va dejando atrás el espacio de la Galaxia Gutemberg y se realiza hoy en condiciones, circunstancias, soportes que dibujan un nuevo orden de experiencia, todavía en plena configuración». Concluye que el desarrollo de ese orden «será tan decisivo para la especie -y no sólo para la cultura- como lo fue, hace más de cinco siglos, el nacimiento de la imprenta».

Echevarría trae a colación en su artículo una cita de El último lector (2005), obra de Ricardo Piglia (1941-2017), en la que el autor argentino reflexiona sobre la figura de «el lector ante el infinito y la proliferación; no el lector que lee un libro, sino el lector perdido en una red de signos». Piglia ya veía venir las consecuencias de la revolución digital sobre la cultura.

De la proliferación de textos escritos no hay duda. Sólo en el último año se publicaron en España un total de 92.000 títulos, de los cuales 23.000 fueron de ficción. Si a eso sumamos el bombardeo de las redes y todo tipo de publicaciones en internet, llegamos a la conclusión no sólo de que el lector se encuentre perdido, sino, abrumado.

Concentración

De ahí que no sean pocos los autores que sostienen que el gran problema de nuestro mundo es la concentración, según asegura la catedrática catalana Victoria Cirlot en una entrevista publicada por Jot Down. ¿Cómo concentrarse con semejante ruido? La medievalista está convencida de que lo que se trata es de comprender. Y pone el ejemplo de cómo vemos hoy en día las imágenes, «saltando de una a otra todo el rato».  En cambio, «una imagen exige contemplarla, interiorizarla y meditarla, del mismo modo que hacemos con un texto». Y animaba a «detenerse en las cosas», porque «esa aceleración que nos conduce a la imposibilidad de concentrarnos sí me parece preocupante». 

Quien también tiene serias dudas sobre el futuro de la lectura, «esa idealización romántica, ese ritual que nunca desaparecerá», es Juan Esteban Constaín. «Dudo mucho que siempre haya lectores», asegura en la web literaria Zenda.  El escritor colombiano, que acaba de publicar Cartas abiertas (Random House), achaca esa falta de futuro a la «fuerte competencia de otros tipos de relatos» y a que el libro, «que llegó a ser parte central de la industria del entretenimiento, ya no lo es». Constaín, no obstante, asegura que seguirá escribiendo, «aunque mi trabajo acabe siendo una actividad marginal y clandestina, lo que, por otra parte, tiene su encanto». Como también lo tiene el de los memorizadores de Bradbury.

Lo paradójico del asunto es que vivimos en un mundo -el digital- en el que nos pasamos el día leyendo y escribiendo. Basta hacer la prueba de pegar en un documento Word todos los whatsapps, tuits, posts, alertas, titulares que leemos en un día y comprobar cuántas páginas nos salen. Si lo multiplicamos por 30, descubriremos que en un mes hemos leído el equivalente a Guerra y paz El problema es que todos esos mensajes, quisiera equivocarme, no pasarán a la historia de la literatura. Seguiremos leyendo y escribiendo. Lo que no está tan claro es que la revolución digital sirva, como sirvió la revolución de la imprenta, para enriquecer y expandir la cultura.

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