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'Paradise': el mundo no es para los viejos

La película alemana, que ya se encuentra entre lo más visto de Netflix, transcurre entre la distopía y el ‘thriller’

‘Paradise’: el mundo no es para los viejos

Imagen promocional de 'Paradise'. | Netflix

A medida que me acerco a los 50 años, mis reuniones fuera de casa son cada vez más esporádicas y casi siempre con gente mayor. Atrás quedaron los tiempos en los que reventaba mis tímpanos en medio de una pista de baile. El ruido ha cedido al placer de comentar el partido de la jornada y a escuchar las quejas de mis acompañantes: la tensión que sin ton ni son se eleva; un nuevo dolor descubierto al sacar al perro o la bendita ceguera que no encuentra solución con ninguna fórmula oftalmológica porque además de la miopía, con la edad vienen otros males.

¿Qué pasaría si hubiera un remedio para frenar el paso de los años y sus consecuencias? ¿Qué pasaría si se pudiera recobrar, literalmente, 40 años de vida, es decir, recuperar tu cuerpo de veinteañero? En Paradise, la película que se puede ver en Netflix, esto es posible gracias a una intervención que requiere de dos personas: el que desea rejuvenecer y el «donante».

Por supuesto, en el intercambio, hay consecuencias. Si eres compatible con un individuo mayor, puedes recibir una gran cantidad de dinero para pagar deudas o sacar a tu familia de la pobreza. A cambio, vas a entregar años de vida. Así, si cediste dos décadas, despiertas con un cuerpo menos ágil y con arrugas donde antes había lozanía. Mientras, el receptor transita el camino contrario.

Para que el procedimiento sea aceptado, la corporación que lidera este intercambio tiene vendedores. Personas que se encargan de convencer a los más jóvenes —pobres siempre— de que les queda mucho tiempo de vida y que esos años que «regalan» no son nada en comparación con las oportunidades que se le abrirán cuando facturen por ceder parte de su existencia. Uno de los más exitosos en este proceso de convencimiento es Max (Kostja Ullmann).

Max recibe bonos jugosos y reconocimientos como el mejor vendedor de tiempo. No obstante, un incidente relacionado con su pareja, Elena (Marlene Tanczik), le llevará a replantearse todo lo que ha conseguido en su brillante carrera y sobre todo en la naturaleza de su trabajo. A continuación puedes ver el tráiler:

Paradise tiene la curiosidad de ser una película colectiva, dirigida por tres personas (Boris Kunz, Tomas Jonsgården, Indre Juskute) y escrita por otras tres (Simon Amberger, Peter Kocyla, Boris Kunz). Es probable que de allí nazca su irregular metraje, aunque lo contrario —que lo firme una sola— tampoco garantiza la calidad de un proyecto. Sin embargo, sí es cierto que Paradise tiene cambios muy abruptos en su desarrollo.

De una interesante reflexión a una alocada persecución

La cinta alemana, que ya se encuentra entre lo más visto de Netflix, transcurre primero por la distopía. Es su punto más alto. Guardando las obvias distancias, la pulcritud en las imágenes que rodean a la empresa encargada de los procedimientos de rejuvenecimiento recuerdan a Gattaca (Andrew Niccol), pero la acción después de ciertos hechos la acerca a Total Recall (Paul Verhoeven). Y este cambio, además, no es nada sutil.

Cuando Paradise invita a la reflexión, es inteligente. Podría haberse convertido en una referencia para discutir sobre las diferencias entre las clases sociales y lo que eso conlleva en el futuro. De alguna forma, comprar tiempo de vida no es más que acercar al otro a la muerte. Si lo aplicamos al día de hoy, está claro que hay una población que puede alargar su juventud (¿ya vieron a Tom Cruise en la nueva Misión Imposible?) y otra que termina con el cuerpo machacado porque no tiene un ejército de dietistas a su lado.

Por supuesto que el ejercicio y la comida sana pueden ayudar a todos. Eso en teoría. ¿Cuánto cuesta un mercado con alimentos que solo nutren? Es más: ¿qué porcentaje de la población se puede dar el lujo de comer en una mesa? Incluso, obviemos esto. ¿Cómo el ser humano promedio evita la avalancha de publicidad de productos azucarados que están asociados a enfermedades crónicas e incluso a la depresión?

Creo que queda establecido el punto. No hay que ver Paradise para saber que hoy los ingresos económicos establecen diferencias en las maneras cómo nos vemos, interna y externamente. Es por ello que la película conecta rápidamente con el espectador. Sin embargo, la reflexión sobre los privilegios y la naturaleza ética de los procedimientos planteados en el filme ceden a un thriller más bien convencional, que apaga ese cuestionamiento inicial.

El largometraje pasa entonces a una persecución poco creíble, en la que se devela cierta precariedad del presupuesto para hacerla al menos atractiva. Cuando todo parece decaer, una escena retoma la cuestión inicial: ¿qué estás dispuesto a hacer para recobrar tu juventud? Al final, como es de esperar, la naturaleza de los protagonistas cambia por este viaje. Lo que les motivó a actuar de una manera al inicio de la película se difumina al cierre y revela lo que les hace humanos: los miedos, deseos e ideales. Es una lástima que ese viaje se concentre en los fuegos artificiales —peleas, explosiones, persecuciones— y no en lo interno: ¿por qué nos cuesta aceptar el paso del tiempo? ¿Por qué le tememos tanto a la vejez?

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