Anna Starobinets y el inquietante horror del futuro posible
La escritora rusa se confirma como una de las autoras de ciencia ficción más interesantes con ‘La glándula de Ícaro’
El futuro nos aterra. Casi desde que la ciencia ficción se confirmó como género literario, ha sido mucha más la tinta derramada en explorar los giros trágicos o grotescos que nos podría deparar la evolución de las sociedades humanas que la preocupación por dibujar mañanas en los que la revolución tecnológica ha materializado una utopía. Autores anglosajones como George Orwell, Aldous Huxley o Philip K. Dick son quizás los mayores exponentes de esta tendencia, pero ha sido sin duda este último el que mejor dominó el arte de crear distopías que rozaban peligrosamente lo real. Especialmente a través de sus relatos cortos, en los que era habitual encontrar atmósferas kafkianas que envolvían situaciones cotidianas hasta hacerlas casi irrespirables, Dick invocaba un futuro cercano siempre al borde del abismo, en el que cualquier pesadilla tecnológica parecía no solo realista sino imposible de evitar.
Aunque Anna Starobinets (Moscú, 1978) asegura no haber conocido a Dick ni a ninguno de los grandes de la ciencia ficción distópica —aunque sí a Kafka— hasta un tiempo después de empezar a escribir, pues estos autores difícilmente traspasaban el telón de acero, su literatura bebe directamente de la angustia futurista que atravesaba las páginas de sus predecesores y su capacidad para crear mañanas plausiblemente escalofriantes no tiene nada que envidiarles. Así lo demuestra en su última obra publicada en España, La glándula de Ícaro: El libro de las metamorfosis (Impedimenta), en la que a lo largo de siete relatos cortos se confirma como una de las autoras de ciencia ficción y horror —también hay algo de Shirley Jackson o Stephen King en sus historias— más recomendables de los últimos años.
Su forma de escribir los relatos es precisamente lo más interesante de Starobinets. Los siete historias que componen el libro recién publicados tienen, sino un esquema, al menos si no una evolución similar: en todos ellas se parte de una situación cotidiana en la que se va introduciendo progresivamente lo extraño, lo inexplicable e incompresible, de tal manera que el mundo se va alejando progresivamente de los protagonistas a medida que avanzan las páginas. Poco a poco, la narración de Starobinets crea una atmósfera opresiva que envuelve a sus personajes y los asfixia poco a poco hasta convertirlos en meros muñecos de trapo zarandeados sin piedad por sociedades que no comprenden.
Eso sí, en cualquier caso, estamos hablando de un libro de relatos de ciencia ficción, por lo que lo extraño y opresivo no es abstracto ni inconcreto, aunque impregne todas las líneas con el mismo halo de fatalismo, sino que viene dado por nuevos inventos o avances, enmarcados siempre dentro de sociedades lo suficientemente similares a la nuestra como para hacerlos plausibles. Es decir, Starobinets no apuesta por grandes distopías que han transformado por completo las relaciones humanas, sino que crea pequeños mundos en los que una pequeña revolución tecnológica o médica ha cambiado una parte de nuestra forma de funcionar.
De esta manera, en el relato que da título al libro, tenemos una sociedad en la que se ha vuelto habitual extirpar a los hombres una glándula recién descubierta que no existe en las mujeres y es la responsable de los habituales impulsos masculinos, como la infidelidad. O, en el relato El parásito, nos encontramos con que otro descubrimiento médico ha sido capaz de neutralizar un organismo parasitario que evitaba que el ser humano alcanzara el último estadío de su metamorfosis, como si el cuerpo al que estamos acostumbrados fuera solo una oruga que algún día deberá convertirse en mariposa. Sinopsis que tan solo sirven de punto de partida para crear relatos en los que la ciencia ficción se entremezcla con el horror pero también con la sátira: en cada historia Starobinets no solo crea mundos nuevos, sino que pone el dedo en la llaga de algunas de nuestras peores pulsiones evolutivas.
También hay por supuesto espacio para la reflexión tecnológica. En el cuento La frontera, uno de los puntos álgidos de la antología, el ser humano ha desarrollado los viajes en el tiempo, aunque solo los aprovecha por su potencial turístico, viajando al futuro en avión y al pasado en tren. Sin embargo, las reglas de estos desplazamientos son estrictas y quien las incumpla podrá sufrir en sus carnes las consecuencias de jugar a ser Dios con las líneas temporales, un planteamiento clásico de la ciencia ficción al que Starobinets es capaz de darle un giro personal. Algo similar ocurre en Delicados pastos, que juega con la idea del transhumanismo y la posibilidad de lograr la inmortalidad digitalizando nuestras conciencias e implantándolas en otros cuerpos, aunque siempre con inesperadas condiciones y consecuencias.
¿Es que nadie piensa en los niños?
Una constante en los relatos de Starobinets parecen ser los niños o, mejor dicho, la maternidad. Algo que no debe sorprender si conocemos la obra de la rusa, que consiguió relevancia internacional con el ensayo Tienes que mirar (Impedimenta), en el que narra en primera persona la odisea que supone abortar en Rusia y que motivó en parte su posterior exilio voluntario a Georgia. En casi todos los relatos —con la notable excepción de El lazarillo y en menor medida Siti— los protagonistas son padres o madres cuya progenie es motivo directo o indirecto de sus peores temores, o incluso niños con figuras paternales más que dudosas. La conexión no es casual y parece entroncar con la mayor preocupación de Starobinets: el mundo que estamos creando para nuestros hijos y los defectos de la familia contemporánea.
Esta preferencia temática es especialmente palpable en el relato que cierra la antología, Spoki. En él se presenta el escenario a priori quizás más plausible para nuestras sociedades modernas: una nueva consola, la Spoki, es diseñada para cuidar de los hijos y es enseguida abrazada por casi todo el mundo. Como si fuera esa tablet que casi todo padre deja a su niño para que no moleste durante la cena, pero yendo un paso más allá: Spoki enseña y divierte, todo parece ir bien, en realidad demasiado bien. Sin embargo, cuando una madre intente desconectar a su hija de su simbiótica videoconsola, todo cambiará. Un relato que establece demasiados paralelismos con la inmersión tecnológica que parece ser condición indispensable de cualquier infancia contemporánea.
Starobinets no esconde que lo que pretende al escribir ciencia ficción, al igual que muchos otros antes que ella, es lanzar una advertencia: «La literatura de este tipo solo llega a una pequeña parte de la población. Pero es importanque exista esa gente porque cuando nuestra realidad se aproxima a lo descrito en la distopía y el mundo empieza a parecerse a lo descrito en Rebelión en la granja o 1984, o que hay otros síntomas de esa realidad distópica, esos lectores reconocen esos síntomas. Esto es importante, porque si esos libros no hubieran sido escritos ni siquiera alcanzaríamos a darnos cuenta de lo que nos pasa», explica Starobinets en una entrevista con CCCB.
«Estos libros no pueden evitar que las cosas sucedan, pero pueden avisarnos con tiempo de lo que está por llegar. E incluso podemos compartir conceptos clave extraídos de esos libros. Por eso creo que la función del autor de literatura fantástica o de ciencia ficción es la del canario en la mina y que el escritor que piensa distopías delega también esa función en sus lectores. Cuando el escritor muere el libro permanece y los lectores, como en el libro de Bradbury, son una especie de depositarios», remata. Con La glándula de Ícaro, tenemos entonces siete futuros terroríficos a identificar y evitar desde ya.