THE OBJECTIVE
Cultura

Gutiérrez Caba: esplendor y miseria del cine español

El actor repasa en sus memorias las luces y sombras de 60 años de carrera como intérprete de toda clase de películas

Gutiérrez Caba: esplendor y miseria del cine español

Emilio Gutiérrez Caba. | Europa Press

¿Qué lleva a un hombre ya maduro a meterse varias veces en el mar en pleno mes de noviembre, con el cuerpo embadurnado de grasa para combatir el frío y provisto de un peluquín que al nadar le tapa los ojos? ¿Un reto absurdo? ¿Una promesa a algún santo? ¿Una retorcida fantasía masoquista? No. Le lleva a hacer eso lo que llaman «exigencias del guion», en concreto el de Haz conmigo lo que quieras, dirigida por Ramón de España. La situación la evoca Emilio Gutiérrez Caba en Memorias de cine (Cátedra), donde repasa su extensa carrera en este medio desde los años sesenta hasta hoy.

El libro contiene un amplio anecdotario de rodajes durante 60 largos años de profesión de un actor que ha participado en todo tipo de producciones: desde hitos del cine patrio -de La caza, de Saura a La comunidad, de Alex de la Iglesia, pasando por Qué he hecho yo para merecer esto, de Almodóvar – hasta éxitos comerciales al servicio de cantantes como las gemelas Pili y Mili, Marisol, Rocío Dúrcal, Serrat y Julio Iglesias. Y también en películas de directores debutantes con presupuestos precarios, producciones de género de serie B y unas cuantas chapuzas colosales. Todo un recorrido por los esplendores y miserias del cine español de la mano de un actor que se maneja bien en esto de evocar batallitas y contar historias.

Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942) ya había mostrado afición a escribir con El tiempo heredado, donde repasaba la historia de su familia, una de las grandes sagas del teatro español. En su nuevo libro deja de lado la faceta teatral y se centra en las películas en las que ha intervenido, como protagonista o en papeles secundarios. Ofrece de refilón algunas pinceladas íntimas, como su amor por la Costa Brava -donde se instaló en 1975 y residió durante 11 años-, la relación con sus hermanas y algunos vaivenes sentimentales.

Lo que sí las aborda con más detalle son las relaciones amorosas vinculadas con rodajes, aunque siempre con caballerosa elegancia, que también aplica, en general, a los comentarios sobre los actores y directores con los que ha trabajado. Memorias de cine no es un libro ni amargado ni ácido, pero sí proporciona una mirada veraz sobre las vicisitudes de la vida de actor y las situaciones en ocasiones grotescas y en otras mágicas que se viven durante la filmación de una película.

Censura y libertad

Cuenta, por ejemplo, el mal trago que pasó en su debut como protagonista: La llamada, de Javier Setó, una cinta estrambótica de 1965 sobre unos jóvenes amantes que se juran un amor eterno que deviene amor de ultratumba. Arrancaron el primer día con una escena en la que intervenían él y la coprotagonista, la guapísima Dyanik Zurakoswska, nacida en el Congo belga, que debutaba en el cine y después hizo carrera en España rodando un montón de producciones de género hasta mediados de los setenta. La escena consistía en ellos dos semidesnudos y metidos en la cama, cubiertos por la sábana y el actor notó una inconveniente erección. Volvieron a cruzarse tres años después en un festival de San Sebastián, ya más relajados, «y el Hotel María Cristina fue el lugar perfecto para vivir una noche especial, inesperada e inolvidable». El otro aspecto destacable de ese rodaje fue que el director se quedó sin fondos antes de finalizarlo y Gutiérrez Caba se vio empujado a convertirse en improvisado coproductor para poder acabar la película. En su día fue un fracaso, pero con el tiempo se ha convertido en pieza de culto por su trama fantástica con fantasmas.

Otra rareza que rodó en aquellos años -con Vicente Parra como protagonista- fue la chapucera Sábado en la playa, la única película que dirigió el periodista catalán Esteban Farré. La peculiaridad en este caso es que se trataba de una obra criptogay que, para pasmo de todos, en 1967, en pleno franquismo, pasó la censura. Los censores no supieron detectar sus evidentes guiños homoeróticos. No es un caso único, una de las hermanas del actor, Julia, había participado en otro llamativo título de temática gay que también logró esquivar la censura contra todo pronóstico: Diferente, dirigida en 1961 por Luis María Delgado.

Emilio Gutiérrez Caba rodó también en estos años cintas rancias del tardofranquismo, varias de ellas a las órdenes del eficaz Pedro Lazaga: ¿Qué hacemos con los hijos?, Los guardamarinas y Los chicos del Preu, de la que recuerda que «aquella sociedad reflejada en la película tenía muy poco que ver con la España real». También actuó en churros insalvables como El misterioso señor Van Eyck, producida y protagnizada por el playboy venezolano Espartaco Santoni, en cuyo barco fondeado en Mallorca se filmó. Como Santoni era incapaz de memorizar los diálogos y no se utilizaba el sonido directo, en sus escenas se limitaba a recitar el padre nuestro, confiando en que ya arreglarían el desaguisado en el estudio. Con todo, el rodaje le sirvió al autor del libro para descubrir Palma: «Me encaminaba casi todas las noches, recién cenado, para tomar un gin-tonic en uno de los bares cercanos y tratar de conocer a aquellas inglesas, suecas, francesas y danesas que convirtieron las noches de aquellos años sesenta de la isla en referente de libertad en las costumbres, en el trato entre mujeres y hombres, que te alejaban de aquella atmósfera que se respiraba en el interior peninsular que resultaba asfixiante, de aquella España cuajada de prohibiciones a cual más ridícula e inútil. En Palma se respiraba otro ambiente, se olían otros perfumes, se oían otros idiomas, se acariciaban otras pieles e incluso la policía y la guardia civil se mostraban más permisivas tanto con los turistas como con los indígenas».

Gutiérrez Caba también participó en los sesenta en dos títulos muy relevantes del cine español: Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patino (con romance incluido con su coprotagonista, la actriz y cantante cubana Elsa Baeza) y La caza de Carlos Saura, que ya les anticipó a los actores: «Creo que va a ser un rodaje muy duro». Y lo fue, porque se filmó en un yermo coto en pleno verano y el autor explica que «no recuerdo una obra teatral, ni una película, ni un programa o serie de televisión en que haya pasado más calor ni haya experimentado más sensación de riesgo, de peligro, que durante el rodaje de esa asombrosa película». Y es que, entre otras cosas, disparaban con munición real, fulminando a conejos que habían traído de una granja: «Les disparábamos a quemarropa. Era terrible: saltaban reventados por el aire, destrozados. Aquellas secuencias dejaron una huella imborrable en mí (…). Tardé muchos meses en desterrar aquellas imágenes de mi cabeza».

La película, por cierto, se titulaba inicialmente La caza del conejo, pero la censura prohibió la mención al animal, no fuera a tratarse de alguna encriptada referencia a Franco. Es uno de esos casos en que el pejiguero censor de turno acabó haciendo un favor a la cultura, porque La caza a secas es un título mil veces mejor que el inicial.

Día a día del actor

Memorias de cine permite vislumbrar la realidad del día a día de un actor, más allá del glamur de la alfombra roja. Rodajes incómodos, problemas que hay que ir solventando sobre la marcha, mala comida, trayectos inacabables hasta la localización o frío extremo (como el que pasó con Victoria Abril en la escena de cama, durante el rodaje de La colmena en pleno enero en un caserón de la calle Hortaleza donde se ambientó la casa de citas). Vivió también situaciones singulares (como cuando rodaron una parte de Palmeras en la nieve protegidos por el Ejército en Colombia, donde recrearon Guinea Ecuatorial) e incluso de riesgo (estuvo a punto de morir ahogado en una escena de Una chica y un señor, de Pedro Masó, en la que se lanzaba al mar desde un velero; lo rescató el hijo del director).

La estrella femenina de esta película de 1974 era Ornella Muti, que entonces tenía solo 19 años. Para proteger a la jovencísima actriz de los moscones, la acompañaba siempre su mamma, también presente en la otra cinta en la que participaron los dos ese mismo año, Cebo para una adolescente: «Ornella lucía un biquini amarillo, que te dejaba boquiabierto. Claro que si en aquellas secuencias de piscina que rodábamos juntos yo hubiera sucumbido a la tentación de tener un gesto amoroso, una caricia, un beso fuera de alguno de los planos que rodábamos, su madre, vigilante perpetua, pese a hacer punto de cruz como una posesa, me hubiera sacado los ojos. ¡Menuda era la señora!»

En los años sesenta y setenta eran muy habituales las coproducciones europeas y en ocasiones a los actores españoles les tocaba rodar en Italia. Gutiérrez Caba cuenta sus dos experiencias allí, la primera nefasta. Llegó a Roma con varios compatriotas para una película que se vino abajo antes de empezar por problemas económicos de la productora. Se quedaron tirados, sin dinero, y lograron pagarse los pasajes de vuelta gracias a la ayuda de la embajada y a la generosidad del actor Pepe Calvo, que triunfaba entonces en los spaguetti wésterns y estaba rodando uno en la ciudad. El segundo proyecto sí se llevó a cabo, era un giallo (género italiano de terror con altas dosis de erotismo) titulado Las endemoniadas. La estrella femenina era Pier Angeli, que en aquel entonces tenía 38 años. De joven había hecho una corta carrera en Hollywood, donde protagonizó un sonado romance con James Dean. La diva italiana se prendó de Gutiérrez Caba, diez años más joven, e iniciaron un romance. Pero ella tenía serios problemas mentales y cuando se fue con el actor a Madrid, sufrió una crisis aguda que obligó a repatriarla de urgencia a Roma. Un año después moría por una sobredosis de barbitúricos con solo 39 años.

Acabo con una anécdota impagable sobre la relación entre la realidad y la ficción del cine. En el rodaje de la muy polémica El sacerdote, de Eloy de la Iglesia, varios actores, entre ellos Gutiérrez Caba, esperaban en la calle durante una pausa, ataviados con sus sotanas. Cerca había una iglesia en la que se acaba de celebrar un funeral y una mujer -la madre del difunto, un albañil que se había caído del andamio- se acercó a ellos tomándolos por curas de verdad y les pidió que le explicaran por qué Dios se había llevado a su hijo. Ninguno se atrevió a decirle que no eran curas sino actores, y optaron por consolarla. Cuando la señora se alejó, se les acercó uno de los hijos, que había observado la escena, y les dijo: «Ya sé que están rodando por aquí una película y supongo que son ustedes actores, pero muchas gracias por lo que han hecho, de corazón».

Memorias de cine
Emilio Gutiérrez Caba Comprar
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D