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'Passages': un triángulo amoroso tóxico contra los estereotipos

Su director, Ira Sachs, es un consumado especialista en trabajar las emociones y los vínculos afectivos

‘Passages’: un triángulo amoroso tóxico contra los estereotipos

Escena de 'Passages'. | UniFrance

La premisa: un cineasta gay, casado con un impresor, se prenda de una joven profesora e inicia una relación con ella. Triángulo a la vista, con la particularidad de que aquí no se trata -como sería lo más previsible- de un hombre casado con una mujer que de pronto descubre sus deseos reprimidos, sino justamente de lo contrario. Primera transgresión de las varias que contiene la película, casi todas las cuales se explican porque el director, Ira Sachs (Memphis, 1965), es homosexual.

Este detalle es relevante para la segunda transgresión o cuando menos el detalle más llamativo de la propuesta: el protagonista, el cineasta enamoradizo, es un personaje gay detestable. Un manipulador y destructor consumado, al que solo mueve el impulso de satisfacer sus deseos con un narcisismo enfermizo, sin pararse a pensar en las consecuencias e incapaz de cualquier atisbo de verdadera empatía. Y esto es relevante porque, si trazamos un recorrido por la representación de la homosexualidad en el cine, veremos cómo -con contadas y honrosas excepciones- se ha pasado de la ocultación o la demonización (los arquetipos negativos, los perfiles psicóticos que aparecen por ejemplo en el ama de llaves de Rebeca o los dos estudiantes criminales de La soga, por citar dos títulos magistrales de Hitchcock) a la construcción de todo lo contrario. Al cliché del «amigo gay de la protagonista» de tantas comedias tontorronas y a la sacrosanta regla no escrita de presentar siempre a los personajes gays como los seres seráficos, sin mácula alguna. Cosas de la corrección política, que no entiende de complejidades ni matices, solo de dogmas de fe y estereotipos.

Pues bien, como Sachs es gay y no tiene que andar con pies de plomo ante el tribunal de lo políticamente correcto, se puede permitir, sin que nadie lo señale con el dedo acusatorio, construir un personaje gay que es un impresentable. Además, el director no lo ampara con un argumento muy habitual: el de «justificar» su comportamiento por la condición de artista, por un carácter complejo y atormentado (la genialidad sí era, en cambio, parte esencial de la personalidad del protagonista de El hilo fantasma de Paul Thomas Anderson, acaso la más extraordinaria plasmación en pantalla de una relación tóxica y destructiva).

La construcción del personaje central de Passages y de sus dos «víctimas» es brillante porque Sachs es un consumado especialista en trabajar las emociones y los vínculos afectivos de diverso tipo. Lo demostró en Verano en Brooklyn (sobre la complicada amistad de dos niños de orígenes muy diferentes que viven con sus familias en el mismo edificio) y en El amor es extraño (sobre la relación de una pareja de gays maduros interpretados por Alfred Molina y John Lithgow).

Imagen de la película

Varios elementos contribuyen al estimulante resultado de Passages. En primer lugar: el director y su coguionista habitual -el brasileño Mauricio Zacharias– complejizan a todos los personajes. También muestra a las dos «víctimas» del narcisista cineasta en otras relaciones en que son ellos quienes rompen un vínculo afectivo de manera abrupta, aunque sin llegar a su grado de mezquindad y manipulación. En segundo lugar: la película -de producción francesa, aunque hablada en inglés- está ambientada en un París muy creíble; frente a la postal que les sale a otros directores americanos que ruedan allí -por ejemplo, Woody Allen-, Sachs muestra una ciudad mucho más real.

En tercer lugar: en vez de dejarse arrastrar por la celebración de la pasión desaforada y sin ataduras como simplón paradigma de libertad -algo muy habitual en la literatura y el cine-, pone los pies en el suelo y muestra situaciones muy realistas y matizadas. Por ejemplo, es extraordinaria la escena en la que la joven profesora organiza una comida en su casa para que sus padres conozcan a su nueva pareja, que entre tanto la ha dejado embarazada. Los padres están horrorizados, porque detectan a la legua la falta de compromiso y madurez del amante, la actitud volátil de ese tipo que intuyen que dejará plantada a su hija en cualquier momento. Otro director los hubiera mostrado como convencionales, mojigatos, rancios, reaccionarios; Sachs evita en todo momento cualquier atisbo de caricatura y esta decisión da una fuerza y una verdad arrolladoras a la escena.

En cuarto lugar: la sabia combinación de arrebato y contención. Arrebato: se muestra la carnalidad del deseo en escenas muy directas (hay una larga y muy explícita secuencia rodada en un plano continuo de sexo gay, nada habitual en el cine mainstream; lo apunto como aviso a almas impresionables). Contención: escenas como la de la reunión en un café de las dos «víctimas», un prodigio de manejo del subtexto (aquello que el espectador puede leer entre líneas sin necesidad de que sea explicitado, verbalizado).

Imagen de la película

Y en quinto y último lugar: el trabajo de los actores. El alemán Franz Rogowski tiende al exceso porque su papel de geniecillo caprichoso lo requiere. En cambio, sus dos amantes, el británico Ben Whishaw y la francesa Adèle Exarchopoulos (que saltó a la fama con La vida de Adèle, otra obra sobre deseo y toxicidad con escenas eróticas de alto voltaje) están muy contenidos. Nada de sobreactuación melodramática y lagrimones, el dolor se expresa con mínimos gestos.

En resumen: para los tiempos que corren, Passages es una película sorprendentemente adulta que apela a un espectador adulto. En lugar de dar masticado el mensaje que todos los biempensantes quieren oír (ejemplo palmario de este verano: Barbie), toma riesgos y saca al espectador de su zona de confort para abordar la complejidad de unos personajes repletos de flaquezas.

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