THE OBJECTIVE
Cultura

'El Conde', Larraín ajusta cuentas con Pinochet

El director chileno convierte al dictador en un vampiro en su última película, una comedia tan osada como negra

‘El Conde’, Larraín ajusta cuentas con Pinochet

'El Conde'. | Netflix

A lo largo del siglo XX Latinoamérica padeció una epidemia de golpes militares. Uno de los rastros culturales que dejó este desastre político es lo que se denominó «novela de dictador», un subgénero que ha dado unas cuantas obras maestras: El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos, El recurso del método, de Alejo Carpentier y La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Valle Inclán hizo una aproximación temprana al tema desde España con Tirano Banderas. Bien, pues ahora el chileno Pablo Larraín ha estrenado en Netflix su particular «película de dictador», protagonizada por Augusto Pinochet. La coincidencia del estreno con el aniversario del golpe de este contra Allende no parece casual, sino más bien la particular y malvada contribución a la efeméride del cineasta, que retrata al general nada menos que como un vampiro, de los que chupan sangre y vuelan.

Jaime Vadell es el conde en ‘El Conde’ | Diego Araya Corvalán

La carrera de Larraín (Santiago, 1976) se puede dividir grosso modo en dos etapas. En la primera plantea una mirada realista sobre el Chile marcado por la dictadura militar: las demoledoras y sórdidas Tony Manero y Post Mortem y la más liviana y optimista No, sobre el plebiscito de 1988. La película de tránsito hacia una nueva fase es El club, claustrofóbica historia de un grupo de sacerdotes acusados de pederastia que conviven en un remoto pueblo costero bajo la tutela de una monja. En ella hay todavía un tono realista, pero empieza a asomar la deriva hacia otra estética. La segunda etapa, ya internacional, está dedicada sobre todo a los biopics muy alejados de las convenciones. El director aborda personajes históricos mediante retratos intimistas, más interesado en los estados de ánimo que en los hechos. Así en Jackie retrata a una Jackie Kennedy (Natalie Portman) desgarrada en el momento del duelo por su marido asesinado, y en Spencer a una Lady Di (Kristen Stewart) depresiva y bulímica aplastada por el opresivo entorno. Aplica fórmulas similares, aunque el tono en este caso vira del drama a la comedia sibilina. En Neruda, ya proponía una visión nada complaciente y con mucha sorna del poeta y mito de la izquierda.

Expresionismo

Si atreverse con Pablo Neruda requería agallas, también son necesarias para llevar adelante la demolición de otra figura relevante de la historia de Chile, aunque en las antípodas del poeta comunista. En El Conde convierte a Pinochet en un vampiro que simuló su muerte y vive en un remoto paraje, acompañado de su mujer y de un sirviente (su Renfield particular) que es un ruso blanco, también vampiro, que se vino a Latinoamérica para matar bolcheviques. En su recóndito retiro recibirá la visita de sus hijos, ávidos de hacerse con la fortuna que amasó de forma no muy legal. Y también aparece por allí una monja exorcista camuflada de contable que va a ayudarles a ordenar los documentos del expolio para repartir el dinero.

‘El Conde’ | Netflix

¿Suena a chifladura? Pues sí, lo es, pero la premisa funciona. Es una combinación muy arriesgada de cinta gótica de vampiros y de comedia negrísima. Lo primero funciona de maravilla gracias a la fotografía en blanco y negro de Edward Lachman, muy apreciado por sus colaboraciones con Todd Haynes. Lachman es el responsable de la exquisitez visual de Lejos del cielo, Mildred Pierce, Carol… En El Conde logra unos planos de aires expresionistas tan deslumbrantes que solo por eso la película merece verse.

La vertiente de comedia negra tiene dos niveles: por un lado las escenas vampíricas con trituración de corazones en una batidora y por otro unos diálogos tremebundos, como cuando el criado ruso le dice al general «A mí me gustaba matar, a usted le gustaba robar», a lo que este contesta, contrariado: «No, a mí también me gustaba matar». Teniendo en cuenta que las heridas de la represión de la dictadura no están todavía cerradas, es osado, mucho más osado que el retrato de las consecuencias de la dictadura del país vecino en Argentina, 1985, una buena película que se mueve por el sendero mucho más seguro de un modelo dramático canónico. Si a algo se parece lo que plantea Larraín es a Madregilda de Francisco Regueiro, uno de los retratos de Franco menos previsibles, también por la vía de la comedia esperpéntica.

Osadía

La comedia negra funciona en El Conde mientras se maneja con cierta contención y gracias al excelente trabajo de los actores, sobre todo del veterano Jaime Vadell como un Pinochet vampiro ya cansado de vivir tantos siglos. Cuando el tono bascula hacia la brocha gorda, se pierde el equilibrio. Esto sucede con una sorpresa disparatadísima, que no les voy a desvelar por evitar spoilers, pero que les apunto: una voz en off va narrando la historia en inglés y, llegado un punto, el espectador descubre a quién pertenece. Les confieso que yo lo intuí muy rápido, estén atentos al acento delator. El otro problema que tiene la película es que la idea de partida es ingeniosa, pero mantenerla durante un par de horas no es tan fácil, y conforme avanza el metraje se tiende a estirar y reiterar innecesariamente ciertas situaciones, como las ansias de rapiña de los grotescos hijos del exdictador.

Con todo, El Conde es más que notable por su osadía, por su cuidadísima estética y por algunos diálogos de un humor que juega en el límite de lo tolerable. Eso sí, no se esperen un profundo análisis de la figura de Pinochet y sus claroscuros; para esto léanse el estupendo artículo de Carlos Granés Los 50 años del golpe chileno publicado en THE OBJECTIVE, uno de los pocos análisis sin tópicos trillados que van a encontrar sobre el asunto.

‘El Conde’ | Pablo Larrain

Lo que hace Larraín es ajustar cuentas con Pinochet dándole donde más le dolía, las acusaciones de que él y su familia robaron dinero a espuertas. Hay un momento en que el personaje se lamenta: «Me trataron de ladrón, a un soldado se le puede decir que es un asesino, pero un ladrón no». Y en otro, la esposa proclama: «Todos los generales que ganan guerras tienen derecho a saquear».

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D