Virginia Woolf y el arte de escribir con libertad
Reunidos por primera vez en español los más célebres ensayos literarios de la escritora británica
En 1928, la Universidad de Cambridge le encargó a una ya consolidada Virginia Woolf que pronunciara un discurso en el centro universitario para mujeres, dedicado a la educación y la escritura femenina: «Mujeres y ficción». En aquella conferencia, la primera de las dos que impartió en la Arts Society del Newnham College en octubre de ese año, la escritora plantó el germen de lo que un año después se convertiría en su más conocido ensayo Una habitación propia.
Traducido por primera vez al español, este discurso forma parte de la amplia colección de textos que Woolf dedicó a lo largo de su vida a propósito del arte de la ficción, y que, reunidos ahora en un hermoso volumen por Páginas de Espuma, recorren el pensamiento de una las figuras más destacadas del modernismo vanguardista anglosajón. En estas piezas la escritora se cuestiona asuntos aún hoy de candente actualidad como si es necesario separar la vida del autor de su obra, la pertinencia de la crítica literaria, la exigencia de una renovación literaria o el por qué las mujeres publicaban tan poco en el pasado.
«A partir de estos textos», puntualiza su traductor Rafael Accorinti, «Woolf se plantea, además, el devenir de la literatura». En un momento en el que se están empezando a traducir al inglés las obras de autores fundamentales como Proust, Dostoievski o Chéjov, e Inglaterra se cuestiona cuál es su verdadera identidad, «Woolf trata de ver de una nueva forma la literatura y abrazar ese nuevo concepto a partir de esos autores de otros países».
El estrecho puente del arte, título de uno de los ensayos del que toma nombre también el volumen, es usado aquí además como metáfora de la travesía que han de hacer los escritores hasta llegar a la obra. «Cuando se leen los ensayos se ve un desarrollo en el criterio lector y escritor de Woolf, pues muchos de ellos son de cuando ni si quiera había publicado una sola novela. Las semillas de ese jardín literario que escoge Virginia para ir hacia el otro lado del arte son Henry James, Dostoievski y Proust». Traducidos por decisión del propio Accorinti con el genérico femenino, ya que la mayoría iban dirigidos a las mujeres, en ellos «las insta a seguir desarrollando el criterio lector que se había iniciado a principios del siglo XX y también a que empiecen a poblar los anaqueles de Inglaterra».
Escribir lo que te plazca
«Sea como fuere» –escribe Woolf– «el problema al que se enfrenta la novelista en la actualidad, como suponemos que así ha sido en el pasado, es ingeniárselas para ser libre de escribir lo que le plazca. Ha de tener el valor de decir que lo que le interesa ya no es esto, sino aquello, y solo de ese aquello debe construir su obra». No parece que este fuera el caso de la autora de La señora Dalloway, que a lo largo de estos ensayos expresa su opinión sin paliativos. Así lo hace, por ejemplo, cuando sale en defensa de la creadora de Orgullo y prejuicio. «Es sumamente frustrante –dice– no escuchar a Jane Austen tomar la palabra con su propia voz cuando la crítica debate sobre si se comportaba como una dama, si era sincera, si sabía leer o si tenía experiencia cazando zorros. De Austen hemos de recordar que escribió novelas. Valdría la pena que sus críticos literarios las leyeran alguna vez».
Y es que Woolf tiene opinión para todo. También para nuestro Miguel de Cervantes. «Si Cervantes hubiera sentido la tragedia y la sátira como la sentimos nosotras, ¿se hubiera abstenido, como bien hace, de subrayarlas? ¿Hubiera sido tan insensible como bien parece? No olvidemos, de todas formas, que Shakespeare rechazó a Falstaff con bastante insensibilidad».
«Nada de esto, aun así, menoscaba el placer de leer este alegre, este agradable libro que es Don Quijote» –añade–, «que habla con franqueza, con decoro, girando alrededor el maravilloso concepto de un caballero y su mundo que, por mucho que cambie la gente, debe seguir siendo para siempre una declaración inexpugnable de una persona y su mundo. Aquello siempre será así. Y en cuanto a saber lo que hacía en realidad, tal vez los grandes escritores nunca lo sepan. Quizá por eso las épocas posteriores encuentran lo que buscan».
Crítica y biógrafa
Poca amiga de la crítica, de la que rechaza su capacidad para condicionar nuestras lecturas, advierte a los navegantes: «En cuanto a quienes se dedican a ella, cuya tarea es opinar sobre libros de hoy, cuya labor –admitámoslo– es difícil, peligrosa y a menudo ingrata, pidámosles que sean generosos con la valentía, pero austeros con las coronas y ribetes que son tan propensas a torcerse y a gastarse, y hacer que quien las porte al cabo de seis meses parezcan un poco ridículas».
Crítica literaria ella misma, y editora junto a su marido Leonard Woolf de la célebre Hogarth Press, sello que publicó a Katherine Mansfield, T. S. Elliot o Sigmund Freud, la sombra de no haber querido editar imperdonablemente el Ulises de James Joyce le persiguió muchos años. Pero más allá de eso, en estas páginas Woolf se revela además como una brillante biógrafa de autores como Henry David Thoreau, Henry James o Joseph Conrad, además de sus apreciadas Jane Austen o George Eliot.
De esta última escribe que «tenía una inteligencia demasiado fuerte para manipular datos y un humor demasiado amplio para mitigar la verdad solo porque fuera dura. Salvo por el valor supremo de su labor, para sus heroínas la lucha termina en tragedia o en un compromiso aún más melancólico. Sin embargo, su historia es la versión inconclusa de la propia Eliot. Para ella, la carga y la complejidad de ser mujer tampoco bastaban; debía ir más allá del santuario y recoger por sí misma los extraños y centelleantes frutos del arte y el conocimiento».
Censura y autocensura
De vuelta a la actualidad en los últimos meses, tristemente por la censura de Orlando en Valdemorillo (Madrid) el pasado verano, poseedora de un pensamiento crítico y analítico, las palabras de Woolf, sin embargo, continúan hoy, casi cien años después, más vigentes que nunca. «Es increíble que algunos de estos textos fueran escritos en ese momento» –apunta el editor Juan Casamayor– . «Cuando llegó la noticia de la censura, lo primero que hice fue buscar las citas que había dentro de los ensayos, y aquello fue un fenómeno que le cruzó la vida a ella. En varios de los textos cita casos ajenos o propios del paradigma de la censura, sobre todo dentro de las escritoras. Es algo que tenía asumido como una causa sobre la que reflexionar y a la que enfrentarse, porque la vivía día a día».
«¿Por qué, nos preguntamos sin pensarlo dos veces, no hubo una escritura regular por parte de las mujeres antes del siglo XVIII? ¿Por qué, desde entonces, escribieron casi tan de seguido como los hombres, y durante tal producción escritora se obraron, una tras otras, algunas de las piezas más celebradas de la ficción inglesa?», se planteaba en aquel famoso discurso que pronunció en 1928. «Hay algo peor que la censura y que ella también explora, que es la autocensura» –afirma Casamayor–, «no llegar a esos anaqueles por su condición de X. Sabemos que esto ha sido una lacra en la historia de la literatura. Virginia Woolf es una de las escritoras que mejor dialoga con el discurso actual de autoras y lectoras. Cuando me preguntan si hay un boom de escritoras digo siempre que no, las escritoras escribieron toda su vida, hay un boom de su lectura, ahora se las tienen en cuenta. En ese ecosistema entran de lleno las textos de Woolf».