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Olga Tokarczuk, otra manera de hacer historia de Europa

La escritora y premio Nobel polaca, de visita en Barcelona, invita a repensar el pasado del viejo continente

Olga Tokarczuk, otra manera de hacer historia de Europa

Olga Tokarczuk. | EFE

Poco propensa a conceder entrevistas desde que en 2019 le otorgaron el Nobel de Literatura de 2018 –en estos 5 años sólo en una ocasión ha sido entrevistada por un medio español–, Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962) se desmarca un poco del estereotipo de los condecorados. Aunque proviene de una sólida tradición de escritores polacos premiados por la Academia sueca –Henryk Sienkiewicz, Władysław Reymont, Isaac Bashevis Singer, Czesław Miłosz y Wisława Szymborska lo fueron antes que ella–, de los 115 galardones concedidos, solo 17 han recaído en mujeres, la última, la más reciente, Annie Ernaux. Autora de best sellers, popular entre los lectores de su país, su prosa se caracteriza por una peculiar voz narrativa muy personal, su uso de metáforas y su ingenio, y aunque sus novelas no son precisamente fáciles, ello no le ha impedido conectar con miles de lectores.

Antes que escritora fue psicóloga en una clínica de salud mental. Mucho antes del Nobel trabajó también como niñera, camarera y Kelly en un hotel de lujo. Cuando en 2018 se convirtió en la primera autora polaca en recibir el Premio Booker Internacional,  por su novela Los errantes, subió al escenario con los mismos pendientes que durante un tiempo había llevado cada día mientras trabajaba como empleada del servicio de la limpieza.

Olga Tokarczuk. | Karpati & Zarewicz ZAiKS

A simple vista, de carácter jovial, no hay gesto pequeño para Tokarczuk, que afronta cualquier adversidad con una sonrisa y cierto optimismo. También con un gran sentido del humor. Cuando en 2020 el periodista de La Vanguardia Xavi Ayén le preguntó si era cierto que tenía un coeficiente intelectual de 121, le respondió que en realidad era más alto, pero se sentía incómoda exhibiéndolo. Activista feminista y ecologista, crítica con la política cada vez más derechista de Polonia, sus opiniones han indignado en ocasiones a algunos de sus conciudadanos, hasta provocar algún altercado.

Otra perspectiva del pasado

Presente en Barcelona, para participar en el ciclo de debates ¡Europa! que organiza el CCCB, donde también intervendrá otro Nobel, el sudafricano J. M. Coetzee, su paso por nuestro país le sirve de promoción para su última novela traducida al castellano y publicada hace unos meses por Anagrama, Los libros de Jacob, un ingente artefacto narrativo de más de mil páginas en el que nos invita a repensar la historia y las fronteras del viejo continente a partir de la historia de un personaje real, Jacob Frank, que la propia autora descubrió casi por casualidad un día en una pequeña librería del norte de Polonia. 

Trataba aquella de la leyenda de un joven judío que, durante la segunda mitad del siglo XVIII, fue capaz de reinventarse en varias ocasiones, recorrió varios imperios, profesó tres religiones y se autoproclamó Mesías. Bajo su influjo, reunió discípulos y creó una secta que abogaba por romper tabúes, cuestionando el orden establecido, hasta que fue perseguido y acusado de hereje.

«Era una historia que habían borrada de nuestro imaginario colectivo –cuenta la escritora en la única rueda de prensa que dará para los medios hispanos–, así que desde el principio pensé que había material para escribir». La idea, comparte, surgió como un breve ensayo que se le fue de las manos ante la inmensidad de aquella historia, a la que dedicó ocho años de su vida, documentándose, escarbando en archivos y siguiendo el rastro que su personaje había dejado por Europa. «Después de dos o tres años investigando me obsesioné con la historia y dediqué gran parte de mi vida a escribir este libro. La obsesión es uno de los mejores motivos que llevan a una autora a escribir».

Los libros de Jacob terminó siendo una novela de algo más de mil páginas. «Fue un reto para mí –reconoce–. Fue un pacto con la literatura polaca. Desde el principio supe que era un libro que debía ser escrito, por mis compatriotas y por mi país, porque cambiaba la percepción de nuestra historia nacional. Si conocéis la literatura polaca, sabréis que tenemos a Henryk Sienkiewicz, también Premio Nobel. Autor e historiador  escribió  un monumento de obra para entender la Historia de Polonia, muy al estilo del siglo XIX, de una manera muy nacionalista, heroica, patriarcal e incluso feudal. Los libros de Jacob se escribió un poco para contrarrestar esa percepción de la historia», relata.

Y si algo demuestra esta inmensa novela, como ella misma puntualiza, es que la situación de Europa de hace 200 años se parece bastante a la Europa de hoy. «El problema de personas nuevas, no voy a hablar de migrantes ni de inmigrantes, sino de personas que vienen de otra parte, que intentan estabilizar sus vidas en una sociedad, siempre ha existido. Es la relación entre el recién llegado y el que siempre ha estado ahí. Y creí que sería fantástico mostrar el punto de vista de las personas que llegan y tienen que negociar su propia tradición, sus propios idiomas y costumbres, puesto que se ven en una nueva situación. Eso está pasando todavía a día de hoy en Europa».

De fondo, además, flotaba la cuestión del judaísmo en el viejo continente. «A veces me da la sensación de que cuando se estudia Historia en la escuela, la idea de los judíos se queda estancada en el Holocausto y en ese punto tan, tan oscuro de la Historia y nadie se pregunta cómo puede ser que una población tan grande se encontrara en esos territorios de Europa, sobre todo en Polonia». 

Autocensura

Autora de tres libros de relatos y nueve novelas –de las que en España se han traducido, además de Los libros de Jacob, Los errantes y Un lugar llamado antaño, ambas por Anagrama, y Sobre los huesos de los muertos, esta última publicada por Siruela–, Tokarczuk  abandonó su trabajo como psicoterapeuta cuando sus novelas se empezaron a popularizar para dedicarse por completo a la escritura.

Olga Tokarczuk | Karpati & Zarewicz ZAiKS

Aunque confiesa que  el paso del tiempo, le ha hecho volverse cauta con sus opiniones, es reconocida feminista y ha participado activamente en campañas por el medio ambiente y los derechos de los animales. En 2019, la televisión polaca se negó a retransmitir su discurso del Nobel en directo por temor a que fuera crítica con su Gobierno. Fue emitido un día después y en diferido. Antes, en 2017, Agnieszka Holland y Kasia Adamik habían adaptado al cine una de sus novelas, Sobre los huesos de los muertos, bajo el título de Pokot (El rastro), que chocó de pleno con el rechazo de las clases más conservadoras e incluso le hizo vivir algún episodio violento.

«Pero después de algunos años la situación se ha repetido –tercia ahora–. Holland ha hecho otra película fantástica, The green border. Desde el punto de vista artístico es una cinta muy profunda, repleta de empatía, muy contemporánea porque explica y describe exactamente lo que está pasando hoy en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. Y una vez más se la han cargado. La han atacado de un modo muy bestia, hasta el punto de que ahora Holland lleva protección para ir por Polonia. Yo le he aconsejado que se vaya del país, al menos durante un tiempo», advierte. 

«Es curioso que una obra de arte pueda ser utilizada como una herramienta en una lucha política –reflexiona–. Cuando escribí Sobre los huesos de los muertos nunca me esperé que se pudiera ver desde el prisma político. Era una historia muy oscura, sobre algo bastante más metafísico, cómo las personas de manera individual dicen no a las normas del mundo y a una manera de gobernar. Y ahora, en retrospectiva, puedo decir que desde que salió la película hasta ahora, ya casi no prestamos atención a estos ataques y a este odio.  Sigo viviendo en Polonia, pero decidí que las cosas ahora son así y que es lo que hay. También opino que internet tiene mucho que ver en este tipo de debates y en su trascendencia. La gente se olvida de hay que ser responsable de lo que uno escribe y publica», denuncia. 

Quizás, en parte por eso, Tokarczuk se haya vuelto más reacia a conceder entrevistas y suela medir más sus intervenciones ante la prensa. Sin embargo, reconoce que siempre ha tenido libertad de expresión. «Mis primeros libros se publicaron justo en el momento en que la censura había desaparecido en la vida social en Polonia –recuerda cuando le preguntan al respecto–, de tal modo que la mayoría de las editoriales eran libres e independientes. Nunca he tenido la sensación de que me censuraran nada, pero sí de que algo que he escrito de manera espontánea habría que reescribirlo para no provocar a ciertas personas. Ahora me he convertido en una escritora mucho más cautelosa y soy consciente de algunas expresiones o palabras que podrían malinterpretarse. El malentendido es el gran problema que tenemos hoy. Utilizar fragmentos de una frase sacados de contexto es una actividad que está de moda en internet. Ahora voy con mucho cuidado con lo que escribo. ¿Eso es autocensura? Pues no lo sé». 

A favor de Europa

Y, sin embargo, calculado o no, lo cierto es que Tokarczuk opina sin problema sobre todo lo que le preguntan e incluso va más allá. «Yo pienso que Europa es la mejor idea que se ha inventado en el último siglo y estoy muy orgullosa de que siga existiendo y aún en bastante buena forma, a pesar de todos los problemas que tenemos con migración y cambio climático »–afirma–. «Tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para proteger esa unión. Y esto lo digo desde mi perspectiva de ciudadana polaca, mientras que mi Gobierno está intentando marcar una distancia mayor con la Unión Europea». Ahora bien, añade, «también creo en la Europa de las regiones y no de las naciones, no sé cómo sonará esto que acabo de decir en Cataluña, porque una región es más fácil de experimentar que una idea más abstracta como es la nación». 

Optimista, no obstante, la escritora no pierde su rumbo por muy oscuro que vea el mapa del viejo continente. «Estamos inmersos en una crisis, eso está claro. Pero la crisis te permite desarrollarte. En psicología esa es la sabiduría, es el pensamiento que se traslada. A nivel personal, no hay desarrollo sin crisis. Una crisis es el lugar donde se arraigarán nuevas ideas y de ahí evolucionaremos. En Polonia, por ejemplo, estamos muy implicados emocionalmente en la cuestión de la guerra entre Rusia y Ucrania, puesto que está muy próxima a nosotros, y se repite la historia. La gente de mi edad nunca se hubiera podido imaginar que eso volvería a pasar, que el ejército ruso/soviético estuviera con tanques acercándose a la frontera, parece una auténtica pesadilla, pero eso demuestra que esas antiguas maneras de pensar y resolver los problemas a la antigua usanza todavía perviven. Nosotros tenemos todavía muy presentes en nuestras mentes la Segunda Guerra Mundial y parece que estamos viviendo de nuevo la misma situación», cuenta. 

Presente en España unos días, estar lejos de su país a apenas unas semanas de las elecciones dice que, en cierto modo, le da una tregua por la tensión que se ha vivido en Polonia en las últimas semanas. «Siempre intento ser muy positiva. Lo intento, cuando leo la prensa y veo que muchos ciudadanos europeos, sobre todo las generaciones más jóvenes, sufren esta depresión climática en sí mismos, no ven futuro posible . Hay que intentar encontrar algo bueno, porque también hay esperanzas nuevas, que nos llevarán a nuevos filósofos y antropólogos. A través de ellos veremos que la humanidad es muy antigua, viene de lejos y siempre hemos podido encontrar soluciones en las peores situaciones. Tenemos un tesoro en el sótano, por usar una metáfora, la oportunidad de pensar en el mundo de otra manera y no limitarnos a dividirlo en blanco o negro».

La palabra al servicio de la imagen

Pero, ¿y qué papel juegan los libros en todo esto? «A mí me parece que la literatura es una herramienta muy potente. Es una manera muy sofisticada y profunda de ejercer la comunicación entre pueblos y personas. Yo no creo realmente en literaturas nacionales, a mí me da la sensación de que uno escribe libros en distintos idiomas, pero a fin de cuentas, el contenido y el tema es el mismo, es algo más profundo que va más allá de los localismos, las culturas, los idiomas y las lenguas». 

En este sentido, sostiene, «es muy atractivo poner en la literatura ideas antiguas y nuevas juntas e intentar comunicarlas de manera profunda. La literatura nos vuelve más abiertos, permite que haya más empatía con otros seres, para que podamos aprender, percibir y sentir al otro y encontrar el modo de comunicarse de manera no verbal. Parece una paradoja porque justamente trabajamos con palabras, pero los textos a menudo son simplemente una herramienta para trasladar algo más profundo. Estoy bastante convencida de que lo que es importante en la literatura no es justamente la lengua, sino las imágenes que estamos difundiendo. Claro que para ello la lengua ha de ser inteligente, inmensa, robusta y fuerte, pero solo para mostrar esa fortaleza subyacente de la imagen que es lo que vamos a proyectar».

Desde que en 1993 publicó su primer libro, El viaje de los hombres del Libro, hasta hoy, ha cultivado el relato, la poesía y la novela. Tampoco hay género que se le resista, ha cultivado la novela histórica, policíaca o de fantasía. Entre el misticismo y el realismo mágico, sus obras se han ido haciendo hueco en más de 45 idiomas. Innovadora,  le gusta trabajar con el tiempo como si se tratara una herramienta más. «Toda historia necesita un tiempo, pero tampoco es lo más importante, lo que pesa más es la propia historia», reflexiona. ¿Y cómo se puede contar una historia ignorando el tiempo?, se plantea. «En Los errantes intenté demostrar que se puede recrear el mundo real utilizando el tiempo como algo que es necesario solo para mostrar los cambios en los personajes o si hay un desplazamiento o un viaje. Pero es un problema bastante profundo. No confío en la narrativa lineal, como lectora me aburre. No me gustan las sagas, una historia que siempre está muy imbricada en el tiempo, donde el tiempo tiene mucho peso y es algo que va hacia adelante y que nos lleva a alguna parte. Ese pasar por la historia de manera lineal no me resulta suficiente. Para mí el buen narrador queda liberado, salta de un momento de la historia a otro, prescinde del tiempo, puede ralentizarlo o puede acelerarlo, puede jugar con él».

Inmersa en la escritura de su próximo libro, del que adelanta será también una novela histórica compleja que abordará muchas tramas, motivos y personajes, anuncia que tal vez esta sea la última de ese estilo que escriba. «Estoy cansada, es la verdad. Me voy haciendo mayor, me doy cuenta y no es nada fácil escribir una novela así. Pero me fascina el tema, ir recopilando historias, es un auténtico placer dedicarme a un libro de estas características. Pienso que, como ya me sucedió con Los libros de Jacob era una novela que hacía falta escribir en Polonia y en polaco. Miré a mi alrededor y parece que nadie estaba por la labor. Solo quedo yo, así que no me queda otro remedio. En ello estoy», bromea.

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