THE OBJECTIVE
El purgatorio

Pablo Carbonell: «Tengo miedo al puritanismo progre»

Cree que en los 80 había muchas más posibilidades para cualquiera: «No había tanta gente que se enfadara por todo»

Viste pantalones cortos, a pesar del frío mañanero. El pelo gris, alborotado, algo anarquista, le cubre su cabeza. Viene agitado y comenta el motivo de su agitación. Pero respetaremos el off the record. De algo nos sirvieron los cuatro años en la cafetería de la facultad. Pablo Carbonell (Cádiz, 1961) es un tipo poliédrico.

Su cara es la misma siempre, pero algo cambia en él cuando toca la guitarra, hace una broma, suelta una digresión a mitad de respuesta u opina de manera seria y reposada. Es un artista, o como él prefiere decir, «hace todo lo que no sea trabajar». Afilado, surrealista, tierno e ingenioso, Carbonell nos habla de la relación con su padre: «Lo secuestró el Opus Dei».

Confiesa su miedo ante el puritanismo de izquierdas. Cree que en los 80 había muchas más posibilidades para cualquiera: «No había tanta gente que se enfadara por todo». Disfruta de la soledad que le da vivir en la sierra madrileña, y su única droga actual es el caminar. Aunque se sale. De caminar, hay que decirlo, que si quiere y se puede, se sale.

PREGUNTA.- Venía pensando en qué define a un hombre, si lo define su trabajo, lo define el país de nacimiento, lo define su orientación sexual, su gusto musical, su tipo de humor favorito, su edad. ¿Para Pablo Carbonell qué es lo que más define a un hombre?

RESPUESTA.- Su capacidad para ser feliz y su independencia. Sobre todo, lo que marca a una persona es su capacidad de poder vivir consigo mismo. Aguantarse a sí mismo. Yo me aguanto bastante bien conmigo mismo, mejor que con muchas personas.

P.- Es difícil llevarse bien con uno mismo.

R.- Sí, lo que pasa es que yo me distraigo mucho con mi cerebro. Hay gente que le da patadas a un balón. Yo se lo doy a mi cerebro.  Habitualmente siempre tengo pensamientos e ilusiones en hacer cosas, ya sea una novela o una obra de teatro. Tengo una gran curiosidad que también creo que es un gran motor. Es el motor de la humanidad. Todas las preguntas que hemos intentado resolver. Y me distraigo bastante bien, en silencio, con la oscuridad, conduciendo. La verdad es que me distraigo bastante.

P.- ¿Pero ha habido épocas en las que Pablo Carbonell se ha planteado, por ejemplo, el divorcio consigo mismo? 

R.- Sí, sí. He tenido etapas realmente suicidas, muy oscuras. Sí, soñaba que se me caían los dientes. Coincide con una época en la que me acabo de separar de la madre de mi primera hija y entro en una vorágine politoxicómana importante. El principio de los años 90. Además de un miedo terrible al SIDA y de estar enfermo. Vamos, a un nivel que incluso tenía diarreas diarias y manchas en la piel. Psicosomáticamente, yo me enfermé de SIDA. Es más, estaba muy delgado. Pues eso sí, ahí ha habido una época que me he querido destruir, pero chico yo qué sé, soy muy duro.  Ahora estoy bien, dentro de los problemas diarios de mi relación con algunos seres humanos que hay en el mundo.

P.- Antes vivía en Madrid centro, y después se compró una casa en la sierra madrileña y se fue a vivir allí. ¿Eso responde aún a un poco de misantropía?

R.- Tenía que amortizar que me había sacado el carné de conducir con 45 años. Porque en Madrid conducir es muy difícil. Pero bueno, mira, durante seis años había estado trabajando con un compañero cámara con el que había recorrido el mundo haciendo reportajes semanales con el Caiga quien caiga. Entonces ese tío se fue a la sierra y yo pensé: se ha vuelto loco. Se ha vuelto el loco de la colina. Pero con lo divertida que es Madrid… Bueno, el caso que me enteré que se vendía una casa cerca de donde él vivía. Y dije: «Me voy a ir allí a ver qué es esto del campo». Y la verdad es que le cogí el gusto al campo. 

P.- ¿Es una droga el campo?

R.- Caminar es una droga, pero se sale. Empecé a andar en la pandemia, pero dentro de mi casa. Porque no quería que me pillaran fuera. Yo soy un referente, no como Rajoy, que le pillan por ahí haciendo footing

P.- ¿Es usted el Pablo Carbonell de 60 años que con veintipocos se imaginaba ser? 

R.- Estoy mucho mejor. Yo iba para ceramista, para dibujante. Me planteaba una vida en la que tener cosas y tener una casa no estaba dentro de mis posibilidades. Decidí que iba a ser ceramista, que iba a vivir en el campo vendiendo botijos. De hecho, esto fue lo primero que yo les planteé a mis padres: «Mira, yo no puedo estudiar, voy a estudiar cerámica», y empecé a estudiar cerámica. No conseguí centrar la pella. Dejé la cerámica y me dediqué a pintar. Y bueno, conocí a Pedro Reyes y dije: «Voy a ser payaso». Y no me fue mal, la verdad. Ni a Pedro Reyes le fue mal. Nos fue bastante bien a los dos.

P.- Clásica pregunta en El purgatorio: ¿cómo es su relación con Dios? 

R.- Yo vivo en Dios. No creo, pero vivo como si creyera. O sea, tengo una concepción muy espiritual de la vida. Creo en el retorno del bien y del mal. Sé que la meditación me hace trascender. Creo que perseguir el bien es un buen camino para conseguir la felicidad. Durante mucho tiempo creí, incluso no creí a mis amigos que eran ateos. Fui mucho a misa, me sé los evangelios. Me encantó que me dijeran: «Tú estás en la tierra para hacer algo». 

Y me dije: «Voy a intentar no hacerla para no morirme». Desde hace mucho tiempo, estuve vagueando, haciendo cualquier cosa menos mi misión, que era hacer canciones, divertir a la gente, solidarizarme con todos los descerebrados. Porque esa también ha sido la misión que yo he acometido. Convertir en descerebrados a casi todos los personajes. Y todas las canciones que he interpretado están en manos de alguien que no está muy a los mandos.

P.- Pablo Carbonell es un artista porque canta, presenta y actúa, lee y escribe, ríe y hace reír. 

R.- Cualquier cosa menos trabajar.

P.- Como dijo el gran Fernando Fernán Gómez: «Es usted muy gracioso, es usted muy ingenioso. Dígaselo a su mamá y que le dé dos besos. Pero a mí déjeme en paz».

R.- Sí, esa frase es la idea de mi última novela, El nombre de los tontos está escrito en todas partes, que es una especie de relato negro sobre el mundo del estrellato. Esa frase describe bien el entorno de todo. La fama es muy incómoda y Fernando Fernán Gómez dijo: «Yo mi aspecto ogro lo trabajo para evitar pesados y no, yo tengo un carácter apacible. He tenido algún problema con un cómico que yo no sabía que era cómico, como Pablo Carbonell» [Imitando la voz de Fernán Gómez].

Lo cierto es que, después de aquella frase que yo iba buscando, y además me arrepentiré porque cabrear a este hombre igual le sentó mal… Pero cuando terminó terminamos de hacer aquella intervención, alguien le advirtió: «Este tío trabaja en un programa de humor». «Ah, es un cómico».

Vino a mí y me dio la mano y me dijo: «Si hubiera sabido que usted era un cómico, le habría tratado de otra manera». Tal y cual. «Le agradezco que haya leído mi libro», porque de toda la gente que estaba en la presentación, el único que se había leído el libro era yo. Bueno, en fin, nos hicimos una foto, nos dimos la mano y estuvimos charlando amigablemente. Una cosa que la gente ignora y que hoy he descubierto. 

P.- Padre del Opus y hermano de la Falange. ¿Salió de izquierdas por joder o por convicción? 

R.- Yo no soy de izquierdas. Es que no sé si los anarquistas votan a la izquierda. Tolero mal las imposiciones y las directrices. Por eso soy el director de mí mismo, más o menos.  

«Soy anarquista, tolero mal las imposiciones»

P.- ¿Pero un anarquista va a votar?

R.- Bueno, a veces vota, pero en contra de algo. No vota nunca a favor de algo. 

P.- ¿Qué le debe Pablo Carbonell a su padre?

R.- A mi padre lo secuestró el Opus Dei, lo secuestro Dios. Él vivía en los mundos celestes. Estaba siempre orando. Su conversación, las largas parrafadas que he tenido con mi padre, eran rezando el rosario. De vez en cuando sí que hablábamos. Decía: «Hijo mío, ¿cuántos días vas a estar con nosotros?». «Depende como me trates, papá». Papá se partía de risa y se iba y me decía: «Me voy a la cama, no estoy enfermo, pero es que estoy, estoy muy cansado».

Mi padre siempre estaba muy cansado y se iba y se metía a su biblioteca, que la he heredado.  Desapareció hace seis años. Yo nunca cuestioné a mi padre y esto creo que me ha hecho, por supuesto, mucho mejor persona, mucho más eficaz en lo que quiero hacer. Nunca he cuestionado a mis padres. Yo cuando veo a alguien que dice: «Es que mi padre, es que mi madre», pobre chaval.

Yo nunca los cuestioné. Ahora a los dos ya fallecieron y me doy cuenta de que mi padre, bueno, mi padre se parecía un poco a mí en el hecho de que su él encontraba la fuga en Dios y yo la encuentro en el arte. Digamos que el arte podía ser mi Dios. 

P.- ¿Pero tiene alguna opinión sobre el Opus?

R.- No, no tengo ninguna opinión. Sé que se come muy bien. Mi padre iba a unos encuentros que había en una finca en Jerez. Allí se codeaba con Ruiz-Mateos y tal y cual. Es un sitio donde sacaron recetas, recetas de Pozoalbero.

Pablo Carbonell, en primer plano. | Foto: Carmen Suárez

P.- Pablo Carbonell vivió especialmente los años 80. Hay mucha gente, muchos artistas, a quienes les he escuchado decir que en los 80 había más libertad. ¿Compra eso de que en los 80 había más libertad que ahora?

R.- La capacidad de decidir y la capacidad de las posibilidades que teníamos nosotros eran mucho más grandes. Primero, los jóvenes que nacimos en los años 60, hijos del baby boom, dominaban la calle. Teníamos mucho peso, peso social, salíamos a la calle y además éramos muy solidarios. Teníamos muy pocas cosas, pero eso nos evitaba a no ponernos puertas en nuestras relaciones y en nuestras casas. Las casas estaban abiertas.

Yo iba a casas de repente porque escuchaba música y decía: «Oye, ¿qué telefonillo es?». Te subías a esa casa, conocías a alguien y te metías en el primer dormitorio que veías vacío a bombear y nadie venía. No sé qué pasaba, había una libertad de movimientos y eso era bueno también. Por supuesto, no había tanta gente que se enfada por todo.

Esto es una reflexión del hijo de Lolo Rico: la gente celebraba la opinión de los demás sin meterse con ella, porque todo el mundo estábamos de celebración de la libertad de expresión y nos importaba un bledo lo que dijeras. O sea, podía salir un grupo en el Rock-Ola, decir: «Hola, somos no sé qué y somos fascistas», todo el mundo se descojonaba y nos la pelaba. Nadie iba a decirle: «Perdona, tú sabías que Hitler no sé qué», nos la pelaba. Éramos muy libres en ese sentido. Ahora hay que cogérsela con papel de fumar. Y se paga un precio en el mundo artístico. 

P.- ¿Qué precio?

R.- Ahora estoy presentando una obra que se llama El crédito, en la que mi personaje va a pedir un crédito a un banco bien y el otro me dice que no, que no tengo nada que pueda considerarse una garantía, un aval, que uno si quiere recibir euros tiene que poner él del otro plato de la balanza, algo que se pueda traducir en euros.  Pues el tío le amenaza al otro que le va a romper el matrimonio y que lo va a dejar en la calle.

Y que la mayoría de los divorciados van a comer a comedores sociales y tal y cual, y que se va a ligar a su mujer. Esa es la única herramienta que tiene mi personaje para enfrentarse al del banco. Es una verdadera burrada. Pero yo analizo esto y desde unos ojos, digamos, una perspectiva feminista o judicial, y digo: este hombre se ha aprovechado de un desequilibrio social con respecto a las separaciones de las que, pues bueno, si hay niño por medio ya ni te cuento, pero en general, hostias, me estoy metiendo en un buen fregado. Pero el autor desde luego ha reflejado una posibilidad que tiene un hombre de romperle la vida a una persona consiguiendo que se tenga que divorciar.

P.- ¿Y cuál es el precio?

R.- Bueno, Boadella hizo Teledeum, que era una cosa donde había un cónclave de religiones y hubo amenazas de bomba [en el teatro]. Pero ahora mismo uno piensa en hacer algo sobre las distintas percepciones que tiene la gente sobre la humanización de los animales. «No, se te van a echar los animalistas encima porque van a pensar que estás limitando los derechos de los animales». Ah, vale, vale. Bueno, voy a hacer una sobre distintas concepciones sobre el feminismo de distintas mujeres. «Ni se te ocurra meterte ahí». Oye, ¿y el calentamiento global? «No hables de eso». Coarta la libertad. Los artistas somos gente volátil. No tenemos la cintura para aguantar los puñetazos que te pueden llegar a dar porque digas lo que piensas o incites a la reflexión. 

P.- ¿Ha tenido miedo a esto de la cultura de la cancelación o nunca tiene miedo a que le cancelen?

R.- Sí, claro. Pero creo que la gente me tiene mucho cariño. Me dolería mucho más perder el cariño de la gente que me saluda por la calle a que me cancelaran un concierto, o a que me cancelaran por alguna declaración. 

P.- ¿Ha sufrido Pablo Carbonell, entonces, la cultura de la cancelación? 

R.- Sí, pero yo es que me enfrenté contra la industria musical, la radiofórmula y contra la lista de éxitos. Contra las editoriales musicales. Me pegué un petardazo. Ahí saqué mi lado reivindicativo de que nadie comprendía por qué estaba el tema así y la mayoría de la gente tragaba porque compensaba. Pero yo, pues como lo mismo hacía una película que hacía esto, que hacía lo otro. Los discos en realidad no, los discos han sido la posibilidad de hacer bolos y tal. Y yo era muy bueno haciendo directos y lo sigo siendo. 

«En los 80 un músico decía que era fascista y nos la pelaba»

P.- ¿Cómo se lleva Pablo Carbonell con la autocensura?

R.- Soy cuidadoso con las palabras en el hecho de que, por ejemplo, un taco, una palabrota, tiene un peso muy gordo y dentro de un texto una palabrota es como si se destacase en negrita dentro de la hoja. Ayer escuché la canción «El amor» de Massiel.  Y cuando dice «y te deja hecho mierda», de repente sale esa palabra, que es una palabra muy fea. De repente, para mí la canción se devalúa. Ya no tiene tanta belleza. 

P.- Tiene autocensura, pero con las palabrotas.

R.- Sí, procuro no utilizarlas. Pero la autocensura y yo, afortunadamente, con mis nuevas canciones y contenidos, no me ha hecho falta. No, porque mira, mis balas van dirigidas, digamos a, y no sé por qué, pero siempre son burlas a la pomposidad y a la importancia que se dan mucha gente de mi sector. Yo tengo una personalidad muy ecléctica, no sé muy bien. A veces me sorprende que la gente me salude por la calle, si no soy el mismo que ayer: ¿cómo es posible? Entonces juego y todo me interesa. Y ese eclecticismo lo aprendí de los Beatles, que eran muy eclécticos, y también de Kubrick.

«Mis burlas siempre van a la importancia que se da mucha gente de mi sector»

P.- ¿Y cree que el puritanismo que antes estaba más asociado a la derecha se ha pasado a la izquierda? 

R.- ¿Hay un puritanismo progre? Sí, desde luego que sí. 

P.- ¿Es más fuerte que el de la derecha?

R.- Puede ser. Y a esto sí que le tengo miedo, porque es que no hay manera de dejarlos contentos.  Y es que a mí la infelicidad me afecta mucho. A mí me afecta mucho cuando alguien me ataca y digo: «Pobrecito, no tiene otra cosa que hacer. No, no es feliz. Pobrecito, tiene una vida y puede ser feliz, pero se fija en lo que hacen los demás y crítica, qué pena. Este hombre debe estar fatal. Me encantaría ir a darle un abrazo».

P.- Es decir, le da pena el puritanismo progre porque nunca se les puede dejar contentos.

R.- Igual es la esencia y está en sus estatutos estar siempre descontentos.  Pero yo qué sé. 

P.- ¿Cómo ha sido la relación de Pablo Carbonell con las adicciones? Porque le he escuchado decir que era adicto al trabajo, que tuvo una época adicto al sexo. ¿Es una persona con tendencia a las adicciones?

R.- Seguramente sí. Seguramente tengo ese componente. Ahora me estoy quitando de la adicción a la comida, porque ciertamente me encanta comer. Soy un depredador y de las cosas que más me gusta hacer con mi grupo, es sentarnos todos a comer en la mesa. Las conversaciones comiendo son mucho más relajadas.

P.- ¿Hay una relación entre el consumo de drogas y la actuación? Por ejemplo, yo se lo preguntaba a Ernesto Sevilla, que vino aquí y decía él: «Yo antes de actuar necesito tomarme unas cuantas copas, porque si no, no salgo». ¿Para Pablo Carbonell hay una relación entre los escenarios y las drogas para calmar a la bestia, para calmar los nervios?

R.- En el año 84 empecé a subirme en el mismo escenario donde había tocado con Pedro Reyes, y me subía a improvisar. Y recuerdo a un tío de los que improvisaba en aquella época, que tenía un grupo ya consolidado, ponerse un whisky para salir al escenario. Estoy hablando de una época en la que yo desayunaba cerveza y digo: «¿Te tomas un whisky antes? Yo nunca me tomaría un whisky antes de una actuación».

Y me dijo: «Pues yo no podría salir a actuar si no me tomo un whisky». Yo comprendí, afortunadamente muy joven, que no podía mezclar, porque me gustaba mucho trabajar y me iban a gustar mucho las drogas. Entonces una cosa bien diferente es que yo esté medio pedo en un bar y me guste lo que esté tocando o no me guste el cantante y vaya a por él. Y me pongo a cantar y le quito el micro, que eso lo he hecho muchas veces.

Carbonell, con una guitarra a punto de ser tocada. | Foto: Carmen Suárez

P.- Ha muerto hace muy poco María Jiménez, mujer libérrima y ejemplo de hacer lo que le daba la gana. Y pensé, cuando se murió, que ahora ya no hay tantos famosos como ella. Ahora los famosos se parecen más entre sí.

R.-  Sí, sí, tengo esa sensación. Hay una tendencia a la homogeneidad del artista. El individuo está en detrimento.

P.- ¿Pero por miedo?

R.- Sí puede ser. Por eso es verdad que toda la gente suena bastante parecida y ya con el reggaetón ni te cuento.

P.- Se recuerda mucho a Pablo Carbonell por su etapa en el Caiga quien caiga. Un programa que tiene su vinculación con los políticos. El caso paradigmático es el de Esperanza Aguirre en Caiga quien caiga. Que dijo aquello de que le habían ahorrado millones de euros de promoción de la figura de su persona. ¿Se siente responsable en parte de que Esperanza Aguirre llegase a ser una de las personas más influyentes de este país?

R.- La verdad es que no puedo ocultar mi responsabilidad, no la puedo ocultar. Es más, alguna vez me he encontrado gente que me ha increpado por la calle. Bueno, Esperanza Aguirre fue una persona que escupía titulares, que mostraba una desinhibición delante de la cámara. Yo estaba editando algún reportaje y alguien me dijo: «Esperanza Aguirre te mira con ojos de cordera». Me pasaba también con Saramago, me quería mucho, me tocaba mucho.

Bueno, el caso es que dije: «Ah, pues voy a inventarme una especie de relación romántica con ella, vale, pero más que nada para asegurarme mis habichuelas». «Hola, ¿qué tal? Me he cortado el pelo y no me has dicho nada». O sea, gilipolleces de estas. Y los besos a Esperanza y todo aquello que ella debía decir: «¿Cómo gestiono yo que hay un periodista que me hace esto?» Pero ella lo recibió muy bien, tuvo una gran capacidad de encaje y aprovechó la ola.

P.- ¿Cómo ve Pablo Carbonell la televisión actual? Sé que me va a decir que no ve mucha televisión, por eso me adelanto.

R.- El problema está en que hay que consumir toneladas de televisión para un gramo de información. O sea, hoy estaba viendo el televisor, estaba solo en casa. Cuando hay gente, no me gusta que esté la tele puesta. Y entonces estaba informaban sobre lo del terremoto de Marruecos e informaban sobre lo del fútbol no sé qué, no sé cuánto. Y en realidad, patinan. La televisión patina. En la radio es mejor. En la radio no repiten tanto las cosas. Es más, incluso las campanadas por la radio son mejores que las de la tele.

P.- Por cerrar su visita a El purgatorio, aquí van unas preguntas breves. Dígame un consejo para quien quiera hacer reír.

R.- Haga el bien. 

P.- ¿El amigo más famoso que tiene es el Gran Wyoming?

R.- El Gran Wyoming es un gran amigo mío. Pero yo conozco a una persona que se llama Chechu, que es excepcional. José Miguel Monzón es un gran amigo mío, el Gran Wyoming lo conozco. Cuando actuaba con el Reverendo, lo vi mil veces. Es un gran maestro, además. Y un gran amigo.

P.- Como profesional de ambas cosas, ¿es más difícil hacer un buen chiste o hacer una buena canción?

R.- A mí me cuesta mucho hacer un chiste, hacer un gag. Hacer una canción es relativamente fácil.

P.- ¿Duele más hacer un gag y que la gente no se ría o cantar una canción y que la gente no aplauda?

R.- Siempre, cuando un gag no te sale bien, dices: «Me habían asegurado que diciendo esta parida la gente se iba a partir de risa. Me han vuelto a engañar». Y la gente se identifica con las víctimas.

«Hay que consumir toneladas de televisión para un gramo de información»

P.- ¿La vergüenza es un defecto o una virtud?

R.- La vergüenza es un defecto. Pero también es una fuente de crecimiento. 

P.- ¿Cuánto tiempo tardó Pablo Carbonell en descubrir de qué iba el mundo del espectáculo? Si es que lo ha descubierto.

R.- Hace ya tiempo que tengo una opinión bastante general sobre esto. Y es que el mundo del espectáculo es lo más parecido a un cohete para escapar de la Tierra. 

P.- ¿Se arrepiente de haber hecho algo en toda su carrera?

R.- A veces, pienso que me podía haber comprado esto o aquello. No me he podido comprar una casita en la playa. Pero me daban miedo los maremotos [Ríe]. Es que estaba en primera línea.

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