THE OBJECTIVE
Cultura

Antonio y Manuel Machado: amor fraterno a prueba de trincheras

El escritor Joaquín Pérez Azaústre reflexiona sobre el cainismo español en la emocionante novela ‘El querido hermano’

Antonio y Manuel Machado: amor fraterno a prueba de trincheras

Los hermanos Machado.

El querido hermano (Galaxia Gutenberg) es un libro necesario. También es una novela magníficamente escrita, emocionante y de un lirismo tan contenido como efectivo para la fluidez de la trama. Pero, sobre todo, es un libro necesario. La marca de Caín lleva demasiado tiempo latiendo demasiado fuerte en la frente de España. Sin embargo, ya hemos comprado hasta la náusea que no basta con reconocerlo y quejarnos. Podríamos, probar algo más. Por ejemplo, contarnos historias como la de los hermanos Machado: dos hermanos que antepusieron su amor a las demandas cainitas de quienes llevaron nuestro país a su peor pesadilla. Podríamos probar a queremos por mucho que algunos no quieran. 

Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) se consolidó hace tiempo como poeta (ha ganado los premios Adonais y Loewe) e iba por el mismo camino en la narrativa hasta que dio con este El querido hermano, que le ha valido el Premio Málaga de Novela, lo confirma y, en justicia, debería crearles a la crítica y los lectores nuevas expectativas sobre su obra, tanto pasada como futura. También cultiva el ensayo, la divulgación oral de los clásicos de la literatura española en el podcast de RTVE No eran Molinos y la columna de en varios diarios.

Joaquín Pérez Azaústre | Ricardo Martín

Todos esos perfiles confluyen en El querido hermano. Una novela protagonizada por un poeta y construida sobre un vasto trabajo de documentación histórica (bien integrada, sin lastrar la trama) para irradiar un haz de mensajes tan matizados como contundentes sobre el alma de España. Mensajes que atraviesan el pasado para mostrarnos en el espejo rasgos inquietantes, dolorosos incluso, pero muy nuestros. Mensajes necesarios.   

El propio autor resume la trama: «Ya casi al final de la Guerra Civil, Manuel Machado recibe en el Burgos franquista la noticia de que su hermano Antonio acaba de morir. Toma la decisión de ir a su encuentro una última vez. Sabe que no va a llegar a tiempo del entierro, porque se ha enterado tarde, cuando la noticia aparece en la prensa española, y no está seguro de dónde ha fallecido. De hecho, al principio cree que debe haber sido en París, y hacia allá parte, porque siente la necesidad física y emocional de despedirse de su hermano». 

Cuando la novela arranca, los Machado viven en Madrid, pero Manuel viaja a Burgos con su mujer unos días antes de que la cordura española termine de estallar y el país se divida en dos mitades irreconciliables. Intenta regresar, pero en la estación se encuentra con que el tren ha salido con media hora de antelación. Su destino queda sellado en el bando franquista, mientras que su querido hermano y compañero de fatigas y juergas y hasta coautor queda aislado en el otro bando.  

Complicidad entre hermanos

La guerra se va decantando hacia la España de Manuel cuando Antonio muere en Collioure, cerca de la frontera francesa, extenuado en el exilio y vilipendiado por quienes ahora mandan en su país. Manuel se niega a comulgar con ese juicio sumarísimo de la memoria cainita. Emprende un penoso viaje en carretera, y Pérez Azaústre enlaza con el destino francés para imaginar la evocación por Manuel «de los momentos vividos con su hermano en el París finisecular de 40 años antes, que acaba de asistir a la muerte de Paul Verlaine y en el que el último Oscar Wilde apura su majestad caída en el bar Calisaya». Esos fragmentos luminosos recuperados al pasado se simultanean con «un presente en blanco y negro, duro, angustioso».

En ambos tiempos, el motivo nuclear del «amor sin trinchera de dos hermanos» bombea constantemente el sentido de la trama. Dos hermanos geniales «que habían escrito muchas obras de teatro juntos, a cuatro manos». La absoluta sintonía entre ambos la expresa de forma inapelable la escena en la que el periodista Miguel Pérez Ferrero le dice a Antonio que quiere escribir su biografía. Antonio solo le pone una condición: que la biografía sea también de Manuel. «¿Qué escritor comparte la gloria de una biografía? Da una medida del nivel de complicidad». 

Pérez Azaústre comulga con ese amor que se demostró inquebrantable pese a la presión del cainismo. De hecho, su narrativa ha acabado orientándose en la lucha contra ese mal patrio con el que algunos insisten en emponzoñar el pasado para prosperar en un presente trucado. El querido hermano se suma a La larga noche, Premio Jaén, y Atocha 55, premio Albert Jovell, que describen momentos trascendentales de la historia española reciente, en un esfuerzo por que la literatura «contribuya a crear debates de encuentro, reflexión y concordia».

También «de oposición, si es necesario», respondiendo a quienes quieren que comulguemos con ruedas de molino, pero con ecuanimidad: «Lo que no podemos hacer es trasladar la confrontación política a las páginas de la literatura». Porque eso, por ejemplo, y volviendo a la novela que nos ocupa, «casi le cuesta la posteridad a Manuel Machado». Frente a esa actitud «de confrontación, de extremismo, de polarización», Pérez Azaústre recuerda que «la vida y la literatura están hechas de matices».

«¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela», escribió Antonio Machado. La ideología hoy, como ayer, niega ese empeño: «Para algunos es un mantra, como una religión. Les impide ver más allá», advierte Pérez Azaústre, que pone un ejemplo muy claro: «He visto muy pocos escritores progresistas manifestarse sobre el tema de Cataluña. El mantra ideológico considera fascista cualquier crítica al actual Gobierno, cuando si le quitas la palabra España a Blas de Otero, a Gabriel Celaya, a Antonio Machado, a Manuel de Azaña, a Miguel de Unamuno… se quedan en nada. A García Lorca le quitas la palabra España y se queda en nada. ¿Dónde está escrito que un escritor progresista no pueda defender España y los derechos de sus ciudadanos?»

Franco y Líster

Esa España que no se atreve a serlo tampoco puede comprender la esencia de lo que unía a Antonio y Manuel Machado. Para contarlo, Pérez Azaústre encara la historia «desde un punto de vista humano, el de dos hermanos que se querían muchísimo, que nunca tuvieron un enfrentamiento». En una de las escenas más dramáticas de El querido hermano, un periodista aborda a Manuel Machado en San Sebastián para pedirle una entrevista en la que deje claro la traición de su hermano Antonio a la verdadera España. No lo consigue. «Yo he visto una obra de teatro que representaba un enfrentamiento entre los hermanos. De acuerdo que se trata de una licencia dramática, pero de ahí a atreverte a poner en boca de un personaje real una crítica moral a su hermano cuando todos los testimonios muestran justamente la actitud contraria…»

Igual que el franquismo quiso enfangar la imagen de Antonio, ciertas instancias (bastante parecidas en el fondo, según se mire) intentaron hacer lo mismo con Manuel. ¿O, más bien, intentan? «En los últimos años ha habido una cierta recuperación de Manuel Machado. Se ha publicado su poesía completa y cada vez somos más los poetas que lo reivindicamos. La generación anterior a la mía ya lo hacía; Felipe Benítez Reyes, por ejemplo, tiene una antología preciosa en Renacimiento», reconoce Pérez Azaústre, que tampoco quiere perder la objetividad, pasándose a otro extremo en una inercia que no haría sino cronificar la tendencia denunciada: «Manuel es un poeta mucho más irregular que Antonio», matiza.

Al césar lo que es del césar. Pero de ahí a la desaparición de nuestra historia de la literatura… El problema de fondo estriba en el cómo y el porqué del encarnizamiento. «Es muy fácil ponerle a alguien una etiqueta. Ya no hace falta preguntar más. A Manuel le pusieron una etiqueta porque escribió ese poema a Franco, al ‘sable del caudillo’, que además lo escribe después de ser arrestado en Burgos, cuando teme por su vida». En el otro lado, Antonio escribe su famoso verso «si mi pluma valiera tu pistola» a Líster, jefe en los ejércitos del Ebro. «¿Te imaginas que Manuel hubiera escrito un verso a cualquier carnicero del bando nacional diciéndole si mi pluma valiera tu pistola..? Tu pistola. Pistola». 

Sin embargo, «nadie se ha preocupado de investigar su discurso de ingreso de la Red Academia Española franquista. Y está en internet, no es que suponga una gran labor de investigación». Con la guerra aún en marcha, «delante de un montón de obispos y altos mandos militares, menciona a su hermano Antonio y reivindica toda su época golfa de París. Al día siguiente, la prensa del movimiento nacional lo puso a parir». Pero a cierto discurso bien abrigado de etiquetas eso no lo interesa.  

Tampoco otro evento muy significativo que queda fuera del arco temporal de El querido hermano: en 1946, Manuel Machado firma en el Abc un artículo El quinto no matar, en el que pide el fin de las ejecuciones: «Habría que ver quién de nosotros sería capaz de escribir eso en la España de los años 40. A él le costó el ostracismo final [murió el año siguiente]. El único que aún le hacía un poco de caso era Pemán, director entonces de la Real Academia». 

Etiquetas y matices

Pemán, otro etiquetado. «Otro buen escritor», dice Pérez Azaústre. «Lo siento, pero era un buen escritor». Esa disculpa que surge casi automática se antoja muy sintomática del papel transgresor que parece hay que asumir en ciertos ambientes y/o temas para decir una obviedad. Además de buen escritor, Pemán aparece en más de una ocasión al rescate de escritores etiquetados por el otro lado. «Pilar Paz Pasamar, de la revista Platero, me contó que hizo de puente con Juan Ramón Jiménez en el exilio y consiguió que se publicaran unos poemas suyos en España», por ejemplo. 

Pero tampoco nos confundamos aquí: Pemán era el «poeta alférez», completamente comprometido con el bando franquista, y ayudó a Manuel Machado por humanidad, pero también porque quería incorporar un poeta importante a su causa. «Yo creo que se dieron ambas cosas. Un hombre con esa mirada… Hubo mucha gente dentro del franquismo que no celebró el asesinato de Lorca; y no creo que él lo hiciera». 

De nuevo los matices: «El franquismo es un conglomerado de gente. Podemos pensar que todos eran demonios, asesinos nazis encubiertos en la caspa española, y quedarnos tranquilos. Pero no es verdad. Muchos eran conservadores con miedo de lo que entonces llamaban ‘el terror rojo‘. El comunismo acojonaba a mucha gente que en la democracia de hoy en día… bueno, o en la de hace 20 años, más bien, habría votado al PP o al PSOE, dependiendo del candidato. España es más moderada de lo que parece». Sin embargo, las etiquetas han propiciado una amnesia selectiva: «Hemos asimilado que el comunismo es bueno y nos hemos olvidado de Stalin [en el poder en la URSS en los tiempos en que se desarrolla El querido hermano]».

En la novela también aparece el sector más fanático del franquismo, especialmente encarnado en un falangista que siente un rencor incurable hacia Manuel Machado. «Se mueve por el odio. Benjamín Prado, que hizo una recomendación muy elogiosa de la novela en La ventana de la Ser, se fijó especialmente en ese personaje y en el detalle de que el origen de su rencor termina desvelándose más allá de lo ideológico: el personaje quiso ser poeta e incluso intentó, en vano, enseñar sus poemas al grupo que frecuentaba Manuel Machado». 

¿Tan visceral puede llegar a ser el mundo literario? «Cualquier mundo… en una guerra civil. Ahí tu peor enemigo es tu vecino, con el que discutiste un día si había que pintar el portal de azul o de amarillo. Tu enemigo es alguien que ha trabajado para ti o al que has prestado dinero o al que has hecho sentir humillado de alguna manera y no te lo perdona. Es alguien enamorado de una muchacha que terminaste ligándote tú. En cuanto puede te va a denunciar. Porque tú eres o un republicano y un masonazo encubierto, como le dijeron a Manuel Machado, o un puto facha, en el otro lado. Es el factor humano, sin el que la literatura no existe. Ni la vida». Solo hay propaganda: etiquetas.

Este falangista de la novela, al que el autor da el paradójico nombre de Abel, «representa la maldad, que existe. Puede estar motivada por algo, sí, pero Dostoievski nos enseñó en Crimen y castigo que existe: un tipo puede matar de un hachazo a su casera solo para saber qué se siente». Como Raskólnikov, el personaje de Abel Cubero abre esa herida y muestra el pus de la maldad; en su caso, además, brota de una herida muy profunda: «En los tres años que dura el conflicto entre hermanos que fue la Guerra Civil sale todo ese ser terrible que forma parte del alma española». 

¿No hay una solución? Los pocos párrafos de El querido hermano en los que se filtra esta opinión que el autor desarrolla ahora en la entrevista concluyen: «Y si nos detenemos demasiado en ello, estaremos contribuyendo a reafirmar esa mirada tosca, injusta y sin matices». Y, sin embargo… 

Contra la polarización

«A veces también hay que salir un poco y respirar, porque nos podemos enquistar, como sociedad, en ciertas cosas. Si escuchas las noticias, parece que estamos a punto de liarnos a tiros. Hemos vivido episodios muy gordos. A la gente de Ciudadanos los han echado del Orgullo Gay tirándole meadas y la gente de Podemos lo justificó diciendo que habían venido a provocar, el típico argumento para justificar las violaciones. Yo me los imagino la noche anterior meando en botellas para echárselo a los de Ciudadanos… Y cuando Vox organizó un mitin en Vallecas los echaron a pedrada limpia, un acto absolutamente fascista. Y lo mismo: porque habían ido allí a provocar. Vox tiene derecho a convocar un acto donde quiera; aunque después se equivoquen en lo que digan, que no lo sé, no entro en eso, lo fundamental es que tienen derecho a decir lo que quieran». 

Pero España no es solo eso. «En la Guerra Civil hubo gente que no se dejó llevar por las consignas ideológicas. También fue la guerra en la que el hermano salvaba al hermano y lo seguía queriendo aunque estuvieran en bandos distintos». Y algunos narradores insisten en sacarlo a la luz. Pérez Azaústre cita el ejemplo de Fernando Berlín, «un tipo nada sospechoso de tener un pensamiento conservador, que cuando salió la Ley de Memoria Histórica del Zapatero publicó un libro [Héroes de los dos bandos] con historias reales de quienes habían ayudado a personas del bando contrario». También la película Mientras dure la guerra, de Amenábar.

Miradas difíciles de sostener. «Una verdadera obra de arte te crea conflictos, y mucha gente solo quiere ver ganar a su equipo. Los discursos más sectarios son más fáciles de identificar. Pero, pese a todo, también hay gente deseosa de algo más». La película de Amenábar tuvo una buena acogida. Y El querido hermano tiene ya, recién publicada, una segunda edición. ¿Algo está cambiando? «Hay gente que no se identifica con la polarización. Gente que sabe que la vida está hecha de matices».

Portada de El querido hermano

En Al este del Edén, John Steinbeck cierra un acercamiento rabiosamente estadounidense mito de Caín con una idea genial. A principios de siglo XX, un inopinado equipo de investigación californiano formado por rabinos y sabios confucianos (cosas que pasan por aquellos lares, otras veces se juntan un iraní y un polaco e inventan el iphone, por ejemplo) analizan el pasaje bíblico original y detectan un fallo en las traducciones canónicas al inglés del verbo hebreo timshel, que describe la reacción de Dios al descubrir el pecado de Caín. La American Standard establece que le dijo «Do thou rule over him», con lo que, explican los expertos en la novela, «ordena a los hombres triunfar sobre el pecado (y se puede llamar ignorancia al pecado)». La King James, en cambio utiliza la expresión «thou shalt rule over him», lo que «significa que los hombres seguramente triunfarán sobre el pecado». Pero la palabra hebrea timshel en realidad significa «Thou mayest»: «Da una opción. Porque si ‘puedes’, también es cierto que ‘no puedes’. Eso engrandece al hombre y le da estatura ante los dioses, porque en su debilidad y su suciedad y su asesinato de su hermano, tiene todavía la gran elección. Puede elegir su camino, luchar y vencer».

Antonio y Manuel Machado quisieron luchar contra el pecado. Así se construye un país: con un español que quiere vivir y a vivir empieza.

El querido hermano
Joaquín Pérez Azaústre Comprar
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D