El milagro de Scorsese
El cine del director norteamericano sigue vigente porque indaga sobre algo permanente: la complejidad del ser humano
¿Qué tiene Scorsese que con cada nueva película nos cautiva? Se podrían citar muchos factores. Su maestría en la dirección, no deja un solo plano al azar. Su espectacularidad y grandiosidad a la hora de exponer las historias. Su capacidad para ir de lo individual a lo general y viceversa, abriendo el foco hasta ponernos un individuo en su contexto o, al revés, cerrando los planos generales hasta centrarnos en el rostro de un personajes.
Todo eso es así. Le pueden salir unas películas mejor y otras peor, pero ninguna defrauda. La respuesta a esa capacidad de conectar con el espectador está en su obsesión con determinados temas eternos que apelan a los más íntimos dilemas del público. Unos temas que, en la sociedad de la dispersión y el picoteo, son capaces de mantenernos sentados en las butacas de un cine, por incómodas que sean, durante tres horas y media, como ha ocurrido con su último estreno, Los asesinos de la luna, aún en cartelera.
Da igual que nos cuente los excesos del capitalismo contemporáneo (El lobo de Wall Street), el martirio de unos jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII (Silencio) o las sanguinarias bandas sobre las que se construyeron los Estados Unidos (Gangs of New York), los temas siempre son los mismos. La ambición desmedida, la influencia de la religión, el peso de la familia, el dilema entre el bien y el mal.
Da igual que la acción transcurra en el siglo XVII, que en el XIX, que en el XX, lo esencial siempre está ahí: el drama moral. Da igual que nos muestre a un excombatiente de Vietnam obsesionado con la violencia y degradación en el Nueva York de los setenta (Taxi Driver). Da igual que el asunto sea la historia de un hombre que pelea contra sí mismo a mediados del siglo pasado (Toro Salvaje). Da igual que nos cuente la historia de Jesucristo, debatiéndose entre sus propios deseos y los designios de Dios (La última tentación de Cristo). Siempre es la misma historia.
Una historia que está tan vigente hoy como cuando sucedió o como cuando se rodó. Porque trata de la propia historia del ser humano. Vimos en su momento Malas calles, sobre la amistad de dos jóvenes marcada por la violencia de los suburbios de Nueva York, por citar una de sus primeras películas. La volvemos a ver hoy, 50 años después, y el dilema moral de los personajes de Harvey Keitel y Robert DeNiro sigue impactándonos de la misma manera.
«Su cine difícilmente encaja en ningún género, a no ser que lo consideremos un género en sí mismo»
En un mundo en el que las modas cambian a velocidad vertiginosa, en que la revolución tecnológica convierte en obsoleto lo que ayer era un invento revolucionario, el cine de Scorsese sigue vigente porque indaga siempre sobre algo permanente: la complejidad del ser humano. Esto distingue precisamente la obra pasajera de la obra permanente. En suma, el mero divertimento de lo que llamamos un clásico.
Con frecuencia se habla equivocadamente de que Scorsese da otra vuelta de tuerca al género de gángsters (El irlandés), al género del wéstern (Los asesinos de la luna), o al género de terror (Shutter Island). Como si el director pretendiera mejorar o actualizar una película anterior. Pero no es así. Su cine difícilmente encaja en ningún género, a no ser que consideremos el cine de Scorsese un género en sí mismo.
En Scorsese no hay películas de juventud ni películas de madurez. Tan madura es la primera, ¿Quién llama a mi puerta?, en la que a los 26 años explora el sentimiento de culpa, como la última, en la que, a los 80, nos enfrenta a la contradicción de un hombre que es capaz de demostrar el amor por su mujer mientras, llevado por la ambición, intenta matarla lentamente.
Tampoco se puede acusar a Scorsese de estancarse en su clasicismo. En Los asesinos de la luna es capaz de sorprender al espectador con una panoplia de destellos creativos, que culminan en un antológico final, en el que sustituye los tópicos rótulos que explican qué fue de los personajes por una espectacular recreación de un estudio de radio, donde se graba un serial sobre la historia que acabamos de ver.
En esos tiempos, en los que las salas sólo se llenan con los fuegos de artificio del universo Marvel, donde resulta tan difícil despegar a los espectadores de las plataformas, que cada estreno de Scorsese constituya un acontecimiento, después de cinco décadas de carrera, es un auténtico milagro.