Diego del Alcázar: «La educación es clave para navegar las complejidades del futuro»
El CEO de IE University se estrena en la ficción con una novela que bucea en los desafíos que plantea la edición genética
Eliminar enfermedades, retrasar el envejecimiento o incluso mejorar nuestra capacidad física. Esas son tan solo algunas posibilidades de la edición genética, una tecnología revolucionaria que tiene el potencial de transformar la humanidad. Aunque todavía estemos en una fase muy temprana de su desarrollo, en los últimos años se han producido varios avances clave que evidencian hasta qué punto empezamos a ser capaces de modificar el ADN para lograr lo que antes parecía imposible: desde retocar un corazón de cerdo para hacerlo compatible con un trasplante humano hasta cambiar el código genético de un mosquito para hacerlo resistente al dengue. Milagros científicos que nos hacen soñar con la posibilidad de curar enfermedades genéticas que actualmente son auténticas condenas para los que la sufren, como la fibrosis quística, la distrofia muscular o la enfermedad de Huntington.
Sin embargo, la edición genética plantea también una serie de cuestiones éticas y morales complejas. ¿Es ético editar los genes de los seres humanos? ¿Hasta qué punto? ¿Quién debería tener acceso a esta tecnología? ¿Cómo se puede garantizar que se utilice de forma responsable? Esas son precisamente algunas de las preguntas que se hizo Diego del Alcázar cuando empezó a escribir su primera novela, La genética del tiempo (Espasa). Y, aunque el libro deja ante todo espacio para que sea el lector el que saque sus propias conclusiones, el CEO de IE University parece tener una cosa clara: incluso si llegamos a aprender cómo modificar genéticamente a los seres humanos para que sean más inteligentes, lo más importante seguirá siendo cómo los formemos.
«La educación es clave para navegar las complejidades de las próximas décadas. Especialmente las humanidades, porque al final la filosofía, la historia o la literatura son las que nos ayudan a que seamos nosotros mismos y a que las sociedades en las que vivimos florezcan. Es decir, no solamente tiene una utilidad concreta sino que además nos hacen sentirnos humanos», asegura Del Alcázar a THE OBJECTIVE, dejando entrever los motivos que le han llevado a lanzarse al, para él, desconocido mundo de la ficción. Y es que, a pesar de que el CEO de IE University tiene una exitosa carrera como empresario y experto en cuestiones educativas, el nacimiento de sus hijas y la llegada de la pandemia de covid —además de su perenne pasión por la literatura— hizo que le picase el gusanillo de la escritura, estrenándose en este mundo con una obra de ciencia ficción que no deja a nadie indiferente por las cuestiones que plantea, claves en el devenir de las próximas décadas.
De hecho, en su libro Del Alcázar parece caminar siempre sobre una delgada línea entre el entretenimiento y la divulgación que parece ser intrínseca a su vinculación con el mundo de la educación. «A mí siempre me ha encantado leer, por todo lo que significa, pero la escritura casi también ha acabado convirtiéndose en una adicción para mí. Aunque haya cierta divulgación y unos cuantos debates o conversaciones entre los personajes que puedan ser un poquito más divulgativos o que traten sobre dilemas éticos, mi objetivo con la novela era ante todo entretener y entretenerme, incluso», explica, apuntando que una de las principales inspiraciones para el libro fue la biografía de la genetista Jennifer Doudna, titulada El código de la vida. «En ese libro hay muchos conceptos muy complejos que consigue transmitir de una forma sencilla y que yo, obviamente, he trasladado en mis palabras dentro de la novela», apunta, recordando la importancia de que el gran público sea consciente de lo que significan estos avances científicos que están a la vuelta de la esquina.
«Una de las herramientas clave para poder regular esta situación es que empecemos a pensar en ella. Primero tenemos que ser conscientes de la existencia de esta biotecnología, y para eso hay que hacer un esfuerzo divulgativo importante», explica Del Alcázar, asegurando que solo una vez seamos conscientes de lo que está pasando podremos como sociedad analizar «qué tiene cabida y qué no». «Los blancos y los negros, todos estamos de acuerdo. No queremos crear superhombres, pero sí queremos curar enfermedades. Pero es que entre medias hay un montón de grises en donde, por ejemplo, vamos a tener que renunciar a curar enfermedades que están en el límite», argumenta, dejando también claro que, en su opinión «ni las personas un poquito mejoradas son superhéroes, ni las que no curemos del todo las estamos matando».
Precisamente, en La genética del tiempo hay esa intención de enseñar los límites de dilemas éticos que a priori parecen muy complicados. Para ello, se crea una trama que funciona en dos momentos temporales distintos: por un lado, tenemos una historia que transcurre en el año 2072 y en la que Sofía, una joven genéticamente editada, dirige un colegio para adolescentes como ella. Al mismo tiempo, acompañamos en la actualidad a su abuela, Mercedes de Grijalba, una de las pioneras de la modificación de ADN, cuya historia puede ayudar a su nieta a encontrar respuestas a los retos que plantea esta tecnología.
De esta manera, Del Alcázar entreteje un argumento a dos velocidades en los hay un importante protagonismo femenino que tiene una explicación personal: «Me inspiré en dos bebés en ese momento que eran mis hijas. Me apetecía tener una mirada a cómo iba a ser su mundo y a los problemas que se iban a encontrar», asegura, apuntando también a la curiosidad que le produce «la psicología femenina y su sensibilidad a la hora de tratar ciertas áreas».
Del imperativo tecnológico al humanista
A pesar de dejar claro en todo momento que él no tiene respuestas que alivien la complejidad de los dilemas éticos que rodean la edición genética, Del Alcázar sí parece tener claras algunas de las recetas a aplicar para evitar algunas de las consecuencias negativas que pueda producir. «Es importante que pasemos de un imperativo tecnológico —y por imperativo tecnológico me refiero a que una vez que existe una tecnología, esta se vaya a aplicar— a uno humanista. Si nosotros entendemos de qué va esto, pensaremos críticamente sobre sus consecuencias sobre nuestra sociedad y, por lo tanto, pues lo regularemos, llegaremos a una serie de consensos sobre su uso», asegura. De lo contrario, considera, nos acercaremos más a la famosa cita de Goya —«El sueño de la razón produce monstruos— que a una sociedad utópica donde no existan muchas enfermedades gracias a nuestra capacidad para tocar el ADN.
Y es que, en cualquier caso, los peligros de jugar a ser Dios están siempre ahí. «Hay que ser cautelosos. No tienen las mismas consecuencias los avances digitales que los avances biológicos, porque estamos probando en nosotros mismos cosas que afectan a nuestra salud, con consecuencias imposibles de prever», advierte Del Alcázar, que recuerda que «ahora tenemos una herramienta que nos permite literalmente editar la naturaleza humana» y, por lo tanto, «prácticamente podemos jugar a ser Dios», aunque con importantes límites.
«Por muy avanzados que estemos, por mucho que nos creamos que hemos adoptado el rol de los dioses o que asignamos a los dioses, realmente todavía seguimos a años luz de responder a las grandes preguntas de la humanidad y entender siquiera quiénes somos, de dónde venimos o cuál es nuestro propósito», resume. Aunque, desde luego, entender nuestro propio código genético sea un primer paso para poder intuir una respuesta a estas perennes cuestiones.