Capítulo 4: Urruti
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El aula magna de la facultad de Historia de la Universidad Complutense de Madrid estaba a rebosar. Había estudiantes sentados hasta en las escaleras laterales de acceso de la inmensa sala. Los alumnos estaban atentos y absortos escuchando al profesor Ricardo Urruticoechea, un mito de la docencia universitaria y de la lucha política. Había un ambiente casi reverencial instalado en el auditorio.
—Para empezar, desde el punto de vista del derecho internacional y político, Gibraltar, también llamada como El Peñón, la Roca —The Rock— por los ingleses, fue incluida en 1963 en la lista de la Organización de Naciones Unidas de territorios pendientes por descolonizar en el mundo. Por lo tanto, los organismos internacionales reconocen, sin ningún tipo de duda, la soberanía española sobre este territorio. Por el contrario, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, pese a estar localizadas geográficamente en África, son realmente reconocidas como ciudades autónomas españolas, y nunca como colonias. Por lo tanto, no pueden compararse las dos situaciones desde ninguna perspectiva. Ceuta y Melilla forman parte de España mucho antes de que existiera Marruecos como pueblo, como nación, como símbolo o como concepto político.
Ante las noticias de los medios, la Cátedra de Historia había convocado una clase magistral de Urruticoechea y la expectación era enorme. El profesor Urruti, como era comúnmente conocido, era una referencia indiscutible en este tema. Esta conferencia extraordinaria estaba abierta al público en general, y también se podían observar entre los asistentes algunos externos y medios de comunicación.
—En concreto, sobre Gibraltar habría que responder a la siguiente pregunta: ¿El artículo X del Tratado de Utrecht que fija el devenir del Peñón en manos británicas les concede la soberanía del mismo? Ricardo Urruticoechea tenía setenta años y conservaba una gran agilidad mental y física. Tenía muy buena planta, era elegante con un estilo inglés, pues le encantaba llevar complementos como sombreros de ala ancha, pañuelos de seda al cuello y zapatos italianos de los muy caros. Era doctor en Historia y también en Arte, y era autor de muchos ensayos sobre temas que tocaban ambos espacios. Escribía para el diario de mayor tirada del país, y era un asiduo conferenciante internacional. Tenía un recorrido intelectual y político muy curioso, puesto que en sus años jóvenes en el País Vasco formó parte de los ideólogos de la banda terrorista ETA. La participación de Urruti en la banda se remontaba a los tiempos de Francisco Franco, y fue más como intelectual e ideólogo y jamás como terrorista armado. Tras renunciar a la lucha armada y a la violencia, Urruti se integró con éxito en la sociedad transfigurada por la transición a la democracia. Corrían la mitad de los años setenta, y Urruti se unió al efervescente mundo universitario e intelectual de los primeros años de la jovencísima democracia española.
—Si estudiamos el pasado con interés, podremos observar las diferencias más que notorias entre las ciudades autónomas españolas sitas en África y la colonia británica de Gibraltar. ¿Alguien sabe decirme cuales son estas diferencias? —preguntó Urruti sin esperar respuesta. Y continuó hablando —Ceuta tiene más de cuatrocientos veinte años de historia completamente unida al devenir histórico y político de España, más otros 84 años anteriores de soberanía portuguesa. Por otro lado, Melilla cuenta con más de 500 años de españolidad. ¿Cuándo se independizó Marruecos de Francia?
Una mujer, algo mayor para estar estudiando Historia en la facultad, levantó la mano y respondió sin titubear.
—Fue en 1956.
Era Gracia Pul la que preguntaba.
—Así es —observó Ricardo algo confundido al darse cuenta de quién estaba respondiendo su pregunta—. Bien, eso lo dice todo —y carraspeó antes de lanzarse a continuar su clase—. Hablemos de las ciudades autónomas, Históricamente su nexo con la península fue tal que, incluso durante la época del Al-Ándalus, Ceuta y Melilla permanecieron bajo jurisdicción peninsular, principalmente bajo tutela del califato de Córdoba. Más adelante, Ceuta fue conquistada por nuestros vecinos de Portugal en 1415, y no se la conquistó a Marruecos, por cierto –que era en esos momentos una entelequia- sino que se la arrebató a una colección de pueblos beréberes sin sentido de unión social, política o cultural. Posteriormente la conquistó el pequeño reino beréber de los Mérinides, que estuvieron presentes en Ronda y Granada durante la época islámica de la Península. Melilla fue conquistada por Castilla en 1497 cuando estaba en tierra de nadie, entre los Reinos de Fez y Tremecen. Es decir, ambas ciudades o estuvieron unidas al resto de la península, o formaron temporalmente parte de pequeños reinos independientes del norte de África.
—¿Entonces, por qué Gibraltar es denominada una colonia y no lo son las ciudades autónomas? —volvió a intervenir Gracia con una potente voz y armada con una maliciosa sonrisa latente en sus labios.
—Como he comentado antes, a diferencia de las ciudades españolas del norte de África, el Peñón fue considerada en 1946 por la ONU un ‘territorio no autónomo’. Y en 1963 Gibraltar es añadida al catálogo de territorios pendientes de descolonizar de Naciones Unidas. La explicación que dio el organismo internacional es que la ocupación de Gibraltar acababa con el concepto de unidad nacional de España y su integridad territorial, lo que obviamente es contrario a las resoluciones de la ONU al respecto. Lo pueden confirmar en la resolución mil quinientos catorce de 1960 en el párrafo sexto. Por otro lado, las ciudades autónomas, así como el peñón de Vélez de la Gomera, nunca fueron parte del protectorado español de Marruecos, por lo que no pueden ser considerados colonias. Son tan españolas como el territorio peninsular. Pero déjenme que les ofrezca una rápida introducción a la historia de Ceuta. Ya en la mitología griega la ciudad de Ceuta tenía una relevancia especial. Y empezaremos por las famosas columnas de Hércules. ¿Alguien sabe por qué? —Ricardo prosiguió sin ni siquiera esperar que nadie levantara la mano—. Para la cultura clásica de Grecia ambos continentes, Europa y África, se consideraban unidos por una cadena de montañas, hasta que el legendario Hércules cogió su maza y dio un brutal golpe sobre esta cordillera, creando una brecha que se convertiría en el estrecho de Gibraltar. Así, tanto Gibraltar como Ceuta —las míticas Calpe y Abila— se convirtieron en símbolo de nuestra patria. Las columnas de Hércules son parte de nuestro escudo nacional y símbolo expresamente representativo de España desde tiempos antiguos. ¿Queda claro?
El auditorio, en silencio absoluto, pareció asentir con el pensamiento al unísono.
—Pero volviendo a la historia de Ceuta, ya desde el siglo VIII, cuando los musulmanes conquistaron la península, los califas españoles siempre consideraron a Ceuta parte íntegra del territorio de Al-Ándalus, estando bajo jurisdicción peninsular. Para ser claros y concretos, repasemos la cronología: en el siglo X la ciudad fue gobernada por el califato de Córdoba, en el XI por la taifa de Málaga, en el XIII por la taifa de Murcia y en los últimos años de Al-Ándalus, en el siglo XIV pasó al reino nazarí de Granada. La conquista cristiana se produjo a manos de los portugueses en 1415. Mas adelante, la ciudad pasaría a la corona española con la Unión Ibérica, cuando Felipe II se convirtió en rey de Portugal gracias a las maniobras matrimoniales de los Reyes Católicos. Cuando Portugal se independizó de España, la población ceutí se opuso a volver a tener soberanía portuguesa, permaneciendo leal a la corona española, recibiendo entonces los títulos honoríficos de Siempre Noble y Leal.
Ricardo hizo una breve pausa para beber un poco de agua y coger fuerzas para continuar con su apasionada explicación.
—Siempre Noble y Leal —repitió para volver a agarrar el hilo de su pensamiento—, la situación de Melilla es muy parecida pero distinta a la vez. Fundada por el pueblo fenicio bajo el nombre de Rusadir, fue ocupada por todos los pueblos comerciantes y guerreros de la antigüedad. Fue cartaginesa, romana, bizantina, vándala, visigoda y árabe. Pero ojo —dijo el profesor levantando un dedo al cielo y al mismo tiempo llamando la atención de los alumnos que pudieran estar despistados—, fueron los Omeyas los árabes que controlaron Melilla en ese punto de la historia, pero estos no tienen nada que ver con la identidad nacional marroquí. Melilia, así se llamaba entonces, fue luego controlada por los almorávides y finalmente por los almohades. La ciudad siempre fue independiente de los reinos de su entorno, acosada por los Benimerines los reinos de Fez o el de Tremecen. Los melillenses defendieron su territorio siempre con orgullo, atacados continuamente por los reinos beréberes cercanos. A finales del siglo XIV, agotados del acoso bélico de los reinos musulmanes, quemaron su propia ciudad. En 1399, Castilla conquista Tetuán y con ese logro controla el Estrecho y consigue acabar con la piratería existente en la época. Ya en el siglo XV España y Portugal, reinos que dominaban los mares, terminaron de controlar la zona repartiéndose territorios mediante el Tratado de Alcaçovas, en el año 1479, donde se fija la zona atlántica marroquí para los portugueses, excepto Canarias, y dejando el área mediterránea al Reino de Castilla. Finalmente, el duque de Medina Sidonia, en nombre de los Reyes Católicos, conquista la ciudad de Melilla y en 1556 la cede al Reino de Castilla. Así se convierte en territorio de la monarquía y, por tanto, de España. Creo que esto lo dice todo.
En ese preciso instante, un par de alborotadores radicales, camuflados entre los estudiantes, se pusieron en pie y empezaron proferir gritos y corear eslóganes:
—¡Facha, acabemos con las colonias! ¡No a los opresores!
A nadie le sorprendió el escrache al profesor Urruti, puesto que la universidad había caído en manos de la extrema izquierda. Ricardo estaba acostumbrado a estas situaciones desde hacía años, y le hacía sonreír que unos “mierdas sin cultura” -así los llamaba él- le llamaran facha precisamente a él que había formado parte en sus inicios de la organización terrorista marxista leninista ETA, y que había hecho la revolución, al menos en teoría. Urruti sonrió con firmeza con una inmensa paciencia y con tono de concordia afirmó:
—Queridos y encolerizados estudiantes, quizá quieran escuchar mi clase y saber lo que digo antes de juzgarme. Hay que aprender, contrastar y reflexionar antes de manifestarse.
Mientras decía esto, un grupo de estudiantes desalojó sin contemplaciones a los alborotadores que no ofrecieron ninguna resistencia, más allá de vociferar insultos y consignas incomprensibles. El inmenso respeto que inspiraba el profesor entre los alumnos hacía que absolutamente nadie siguiera los dictados de los extremistas. Una vez expulsados los alborotadores, se volvió a instalar en el aula un silencio absoluto.
—Como decíamos ayer —retomó el profesor con sorna recordando la mítica frase atribuida a Miguel de Unamuno—, ahora pasaremos a tratar el tema de Gibraltar, que es algo totalmente distinto. Su historia ha estado unida siempre a la de la península hasta 1704, cuando una coalición de ingleses y holandeses tomó el deseado enclave estratégico en medio de la Guerra de Sucesión española, que fue su coartada. Recordemos que Carlos II de Austria, muere sin descendencia y nombra su heredero en el trono al francés Felipe de Anjou, primer rey Borbón de España y nieto de Luis XIV. Felipe de Anjou subió al trono como Felipe V. Pero Europa no estaba dispuesta a permitir la unión de dos superpotencias como España y Francia, por lo que Inglaterra y Holanda tomaron partido por otro aspirante al trono, Carlos de Habsburgo, que poseía derechos dinásticos. Se inició así una guerra a nivel europeo centrada en España, donde todas las superpotencias tomaron partido por un bando u otro. A nivel nacional, a Felipe V le apoyaba Castilla, y a Carlos de Habsburgo, la Corona de Aragón, especialmente Cataluña, porque pensaba que el tipo de administración foral de los Habsburgo le venía como anillo al dedo. Por lo tanto, luchaban por su España y no eran secesionistas, como quiere hacer creer torpemente el nacionalismo catalán. En ese contexto, el 4 de agosto de 1704, un contingente anglo-holandés toma el Peñón. Los gibraltareños huyeron, instalándose en el vecino San Roque, ciudad que sigue llamándose Ayuntamiento de la Ciudad de Gibraltar en San Roque. Poco después, Carlos heredó el imperio alemán y su interés en España desapareció. Gran Bretaña pactó con el Rey Luis XIV de Francia el fin de la Guerra de Sucesión mediante el Tratado de Utrecht en 1713. Este tratado, en resumen, reconocía a Felipe V como Rey de España, otorgaba al imperio austriaco Nápoles, Cerdeña, y el Flandes español, entregaba al Reino de Saboya Sicilia, y, para desgracia nuestra, otorgó a Inglaterra el derecho limitado a comerciar con las Indias españolas, y se anexionó Menorca y Gibraltar, aunque de este último con condiciones: fue una cesión que le daría derecho al uso, pero no a su enajenación.
Ricardo estaba llegando a la parte más compleja de la conferencia, la relativa al Peñón, en la que mezclaba un análisis histórico de los acontecimientos y unos juicios de corte legal en torno al tratado de Utrecht, que ayudarían a valorar el derecho de España sobre la Roca. El catedrático, consciente del interés que esta última parte suscitaba, hizo una larga pausa que se hizo eterna, y con la que intentaba reavivar aún más la curiosidad que sus palabras despertaban.
—Entonces, ya sabemos cómo el Reino Unido terminó ocupando Gibraltar indefinidamente, pero lo que no sabemos es si ha cumplido el tratado. Porque si el tratado se incumple por una de las partes, la propiedad de Gibraltar debería revertir a España: esa es la clave. Veamos, la cesión de Gibraltar se hizo bajo tres condiciones. La primera es la que delimita el territorio objeto de la cesión y que se circunscribe exclusivamente a la gran roca. Eso sí, esta cesión es sin plazo de tiempo, pero lo que es muy importante, se realiza ‘sin cesión jurisdiccional alguna’. La segunda es que no se permite el contacto por tierra entre el Peñón y España, salvo en casos de extrema necesidad. La tercera, es que España tiene el derecho a redimir la ciudad de Gibraltar, es decir, recuperar su soberanía, en caso de que Gran Bretaña quiera “dar, vender o enajenar de cualquier modo” su propiedad. Pues queridos alumnos, la realidad es que la Pérfida Albión ha incumplido gravemente el tratado al ocupar el istmo donde ha construido el aeropuerto. Finalmente, con relación a la tercera condición, al afirmar el Reino Unido que el pueblo de Gibraltar tiene la decisión sobre la retrocesión a España, afirmación incompatible con el Tratado de Utrecht, y al dictar un sistema constitucional para Gibraltar de autogobierno en 2006, el Reino Unido ha realizado actos jurídicos que pueden entenderse incluidos dentro de la lista abierta de supuestos que hacen terminar la cesión española de 1713.
Gracia seguía muy atenta las explicaciones de Ricardo, pese a estar en la última fila donde podía pasar desapercibida. Estaba claro que ella no encajaba en el típico perfil de alumna de la Facultad de Historia de la Universidad Complutense.
—Así, señores y señoras, podemos concluir que Gibraltar era territorio español, solamente cedido a Inglaterra con unas condiciones que esta ha incumplido gravemente, por lo que España tenía toda la legitimidad legal y moral de recuperarlo. Sin embargo, los casos de Ceuta y Melilla no tienen nada que ver, porque son españoles, casi desde el inicio de nuestra nación como unión de Castilla y Aragón. En ese momento no existía Marruecos, que fue una invención territorial colonial del siglo XX, no existía una unión de pueblos que se le pareciese, sino que todo eran colecciones de reinos sin nexo, y pueblos beréberes unidos nada más que por una religión y unas costumbres, pero sin organización política u organizativa conjunta.
Dichas estas últimas palabras, el viejo profesor calló, esperando el juicio sumarísimo de su público que irrumpió en una lluvia de aplausos. Los estudiantes tenían ahora muy claro que las justificaciones expresadas por el gobierno con respecto a la descolonización de las ciudades españolas del norte de África no tenían ningún sentido, y no eran más que una patulea de propaganda política, inconcebible para cualquier persona que se hubiese tomado la molestia de estudiar el tema un poco en profundidad. Urruti había puesto en manos de sus alumnos las dos armas más peligrosas de la que puede disponer un ciudadano: información y capacidad de análisis.
—“La verdad te hará libre”—musitó entre dientes mientras recogía sus papeles y los guardaba en su viejo maletín de cuero.
Mientras Urruti se disponía a abandonar el estrado, Gracia se levantó lentamente de su silla y le dirigió al catedrático una intensa mirada. Ricardo captó inmediatamente las intenciones de Gracia, como si ambos pudieran hablarse simplemente con ese contacto visual, como hacen aquellos amigos que se conocen de toda la vida, y se dirigió directamente a su despacho. Al llegar se sentó y se dispuso a esperar unos instantes. Estaba convencido de que enseguida llamarían a la puerta. A los pocos segundos, Gracia irrumpía sin llamar.
—Urruti, eres un sabio. Me ha encantado tu conferencia de hoy. Y ahora, sabiendo aún más de lo que sabía del tema, estoy absolutamente convencida de que algo extraño se está cociendo en las entrañas del gobierno. No me equivoco si te digo que algo raro está ocurriendo, y que se ha gestado a espaldas de la opinión pública y de las instituciones. Nosotros, en el Centro Nacional de Inteligencia no estábamos al tanto de que este plan, tan importante para los intereses de España a nivel internacional, se estaba urdiendo. Si no nos han hecho partícipes es que no querían que interviniésemos. Ricardo, aquí hay algo que huele a podrido.
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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.