THE OBJECTIVE
MONKEY BUSINESS

Capítulo 5: La extraña pareja

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 5: La extraña pareja

Ilustración de Alejandra Svriz.

El presidente Sancho Pérez pertenecía al partido socialdemócrata dominante y de gran tradición, el PSDH (Partido Social Demócrata Hispano), había llegado al poder pese a perder las elecciones, aupado por los apoyos parlamentarios de los partidos independentistas y los radicales de izquierda. Su pésima gestión al frente del país, junto con la aplicación de políticas deudoras de los partidos que le auparon al poder, le habían llevado a cotas muy bajas de popularidad entre los electores. Absolutamente todas las encuestas electorales de los últimos meses le daban como el gran perdedor en las próximas elecciones generales. Como consecuencia de esto, la única obsesión de Pérez ahora era la de mantenerse en el poder a toda costa. Para conseguirlo, había decidido conceder las peticiones legislativas que le exigían a cambio de su apoyo a los partidos de la coalición radical que le sostenía en el poder. Esto había desembocado en una sociedad radicalizada por la polarización y por la rotura de las políticas de estado, en favor de las banderas culturales e ideológicas radicales. Sin consensos políticos ni acuerdos de estado, Pérez sabía que solo un milagro, o un logro de su Gobierno realmente espectacular, podía salvar sus posibilidades de reelección. El actual anuncio del acuerdo tripartito era exactamente el tipo de acción extraordinaria que podría alterar las tendencias electorales y darle la victoria definitiva en las urnas. Por eso, hoy era el gran día con el que llevaba soñando meses.

Hoy tenía que presidir el Consejo de Ministros en el Palacio de la Moncloa. El palacio era un gran edificio situado en el noroeste de Madrid, en la zona de la Ciudad Universitaria, en el barrio de Moncloa-Aravaca, entre la Casa de Campo y la Puerta de Hierro. El edificio, construido en 1954 en el mismo lugar que estaba el antiguo Real Sitio de la Moncloa, fue destruido durante la guerra civil. Hasta 1977, en tiempos de Francisco Franco, fue la residencia de personalidades que visitaban España como los presidentes norteamericanos Richard Nixon y Eisenhower, y otros de dudosa reputación como el sátrapa de Saddam Hussein. Ahora el complejo monclovita albergaba trece edificios y tenía una extensión de terreno de unas veinte hectáreas. Curiosamente, existía un búnker construido tras el fallido golpe de estado del 23F de 1981 que unía los distintos edificios y pabellones y que albergaba una sala de prensa y un estudio de radio para garantizar la comunicación del presidente en caso de cualquier eventualidad. Nadie, menos los servicios de seguridad o sus antiguos moradores, conocía con exactitud su distribución interna por motivos de seguridad. El complejo incluía también una amplia extensión de bellos jardines, añadidos a los originales del palacete histórico que fueron destruidos. Todo el recinto configuraba una de las más amplias extensiones de terreno reservados a una jefatura de Gobierno en toda Europa. 

Pérez se dirigía caminando a paso ligero hacia la sala del Consejo de Ministros desde su despacho. Ambos estaban ubicados en un edificio denominado el Pabellón del Consejo, que había sido construido en tiempos del presidente González. Eso le llenaba de orgullo al presidente Pérez, pensar que él era el heredero de una dinastía de grandes presidentes socialdemócratas como Raquel Manzanero. 

Hoy era un día muy especial para él. Por eso, a la entrada de la sala del consejo le esperaban todos los ministros en un juvenil corrillo, como si se tratase de grupo de fans esperando a su gran estrella. En cuanto los entusiastas seguidores del presidente vieron acercarse a Pérez por el pasillo irrumpieron en una explosión de aplausos de manera sincronizada, vitoreando al gran líder por los éxitos que acababa de cosechar con el histórico tratado tripartito. Mientras, las cámaras de televisión de las distintas cadenas nacionales e internacionales captaban el entusiasmo infantil de los ministros y la cara de absoluta felicidad del jefe del Gobierno. Pérez se detuvo para estrechar la mano a cada uno de ellos como si de un mitin se tratara, y se deleitó en recibir las felicitaciones afectuosas y afectadas de todos los miembros de su equipo. Pero su vista no estaba realmente centrada en ellos, sino que trascendía al grupo de ministros, como buscando a alguien más entre la multitud. Dentro de la sala le esperaba su predecesora en el cargo, la expresidenta del Gobierno Raquel Manzanero, invitada especial a esta reunión del Consejo. Manzanero estaba sentada esperándole y no se dignó ni a levantarse cuando entró Pérez en la sala del consejo. Sonreía como solo saben sonreír aquellos que acaban de lograr una importante victoria y como solo lo hacen los que están llenos de autocomplacencia, y cuya soberbia no tiene límites. Manzanero había sido presidenta del Gobierno de España durante ocho largos años. Bajo su mandato se produjo una severa recesión económica, una explosión del déficit público, y el inicio de una verdadera crisis de confianza en las finanzas del estado que dispararon las primas de riesgo de los bonos del tesoro nacional. Ante este desolador panorama, perdió las siguientes elecciones frente al partido de la oposición, pero pasó a la historia como solo consiguen hacerlo los políticos que dominan el marketing, por sus logros “sociales”. Estos logros no fueron más que mantener tranquilos a los sindicatos, llevar a cabo programas de endeudamiento masivo y gasto en programas sin impacto económico real a medio o largo plazo, y alguna que otra buena medida de cohesión social. Tras su batacazo en las urnas, Manzanero se dedicó por completo a trabajar en la sombra en oscuros programas de intermediación internacional, como el de negociadora de la paz en Venezuela para el Gobierno de Chávez y luego de Maduro. Ese papel le había convertido en la única líder internacional del mundo civilizado en el que confiaba, por ejemplo, el tiránico dictador de Venezuela, el presidente Nicolás Maduro.

Una vez sentados todos los miembros del Gobierno, y ya con las puertas cerradas, y con las cámaras fuera de alcance, Pérez dirigió unas palabras a su equipo.

—Queridos, queridas y querides compañeros, compañeras y compañeres, hoy es un día de gloria para este gobierno y tenemos que disfrutar del momento. Todos nosotros pasaremos a la historia como el equipo que recuperó la soberanía nacional sobre Gibraltar, y que se quitó el problema de las ciudades autónomas en el norte de África. España ha esperado este momento desde la firma del tratado de Utrecht en 1713. Como bien sabéis, el primer Gobierno de la democracia intentó abrir las negociaciones con el Reino Unido para la recuperación del territorio una vez desaparecida la excusa de la dictadura como obstáculo para la devolución del Peñón. Pero desgraciadamente, fue toreado por los británicos y no se llegó a ninguna conclusión. Luego, más adelante, tanto nuestro querido presidente González, como el propio Ansar, entre otros —dijo con cierta ironía haciendo referencia a la metedura de pata de George W Bush durante la cumbre de las Azores, donde el presidente americano pronunció mal el apellido de Aznar—, también se empeñaron en lograr la recuperación de este territorio, y también fueron ninguneados por los ingleses. Pero con nosotros ha sido distinto. Nosotros hemos vencido a la Pérfida Albión. Nuestra firmeza, compañeros, nuestra capacidad de liderazgo, nuestro implacable esfuerzo en mantener el diálogo que caracteriza a los gobiernos de izquierda progresista, y nuestra inteligente apuesta por una negociación a tres bandas, ha dado sus frutos. Gracias a todos por vuestro incondicional apoyo.

El Consejo volvió a romper en un estruendo de larguísimos aplausos, como si fuera el congreso del partido comunista chino.

—Con este éxito estoy convencido de que remontaremos en las encuestas y conseguiremos vencer en las próximas elecciones el año que viene. Los primeros sondeos realizados apuntan en esa dirección ya. Os aseguro que este éxito nos catapultará a una mayoría suficiente para volver a gobernar, pese a la difícil situación económica, y así mantener las políticas sociales, afianzar los derechos de las minorías, obtener una más justa redistribución de la riqueza, mantener una eficiente sanidad pública y apuntalar el estado del bienestar. Os aseguro que vamos a ganar las elecciones y vamos a mantenernos en el poder por muchos años más.

El discurso de Pérez se parecía más al que daría un presidente de un partido político en un mitin de delegados del partido que a una sesión del Consejo de Ministros de la cuarta economía de la Unión Europea.

Mientras, la expresidenta Manzanero escuchaba con atención las palabras de Pérez, quizás esperando su momento de gloria. No era la primera vez que acudía invitada como observadora al Consejo, pero sí la ocasión más relevante.

—Pero, sobre todo, quiero dar las gracias a mi socia en esta aventura, nuestra querida amiga y compañera la expresidenta Raquel Manzanero, por haber llevado a cabo las negociaciones bajo mis instrucciones y supervisión para conseguir este éxito sin precedentes. Ella fue la que inició la senda progresista y reformista en España y ella ha sido en esta ocasión la que ha negociado con todas las partes, con la mayor discreción y sin absolutamente ninguna fisura informativa, algo verdaderamente increíble en este mundo donde todo se filtra. Me llena de alegría haberle dado plenos poderes para negociar fuera de los canales habituales diplomáticos. ¡Quiero que deis un fuerte aplauso a Raquel!

El Consejo de Ministros volvió a estallar en un clamor de aplausos y hurras a la expresidenta Manzanero. Cuando la euforia fue disminuyendo y el presidente se disponía a recomenzar su alegoría, una mano decidida se elevó en el aire pidiendo la palabra. Sin esperar a recibir la aprobación para hablar, la persona en cuestión conectó su micrófono:

—Presidente, con todos mis respetos, no entiendo cómo un tema de tanta trascendencia no ha sido discutido y aprobado en el seno del Consejo de Ministros como se requiere. Quiero que conste en acta que yo me opongo firmemente a este proceder y a esta decisión. Me parece algo inaudito que este Gobierno aparentemente democrático haya procedido a trabajar al margen del circuito oficial diplomático, y lo haya hecho todo financiado por los fondos reservados. Porque ni el Ministerio de Defensa ni el CNI ni ningún órgano de consulta ha sido convocado para elaborar informes o dar su opinión al respecto. Este proceder es absolutamente presidencialista y no encaja con nuestras costumbres democráticas. Por otro lado, aún no ha dado ninguna explicación de los trámites legales ni legislativos necesarios para apuntalar estas decisiones. No se puede saltar uno la Constitución a la torera de esta manera, presidente.

La sala del Consejo enmudeció completamente. Los ministros, cabizbajos, se miraron unos a otros en busca de apoyo moral, pues indirectamente la persona que acababa de expresarse con frustración les había afeado a ellos mismos su enorme entusiasmo y apoyo al acuerdo tripartito.

La cara del presidente mutó inmediatamente y mostró un rictus mezcla de desprecio, malestar y soberbia. Hablaba la famosa ministra de Defensa, Manuela Montoya, a la que había incluido en el Gobierno exclusivamente por interés táctico, por su relevancia política en Andalucía en donde su liderazgo moral era incontestable. Manuela era considerada una baronesa del partido, una lideresa indiscutible, intocable en el Gobierno, no solo por su papel en Andalucía, sino por su origen étnico gitano y totalmente humilde. La ministra Montoya fue la primera mujer gitana en aprobar la carrera diplomática, y que luego coronó con unas oposiciones a Abogado del Estado. Labrada en las élites del estado y luego forjada en la política autonómica, Manuela era una fuerza de la naturaleza. Mujer con carácter, independiente y con fuertes convicciones, una verdadera máquina de trabajar que dejaba en ridículo a sus homólogos en el Gobierno. Allí todos la consideraban una rarita por su dedicación, independencia y entrega a la nación.

—Insisto, presidente. Quiero dejar constancia de que mi ministerio ha estado al margen de todo esto, y que me opongo con toda rotundidad al acuerdo y al procedimiento que se ha utilizado para lograrlo. En mi mente, por cierto, no cabe la menor duda que Ceuta y Melilla son parte integral de España, y no puede entrar en estos absurdos cambalaches diplomáticos sin una reforma de la Constitución. Además, las ciudades autónomas son pieza fundamental de nuestra defensa nacional. La recuperación de Gibraltar es un gran éxito, pero nunca a costa de mutilar nuestra integridad territorial. Por otro lado, con este acuerdo hemos condenado a miles de españoles a una migración forzosa, a convertirse en súbditos de un régimen fuerte, por no decir dictatorial, y con una terrible merma de derechos constitucionales, sociales y económicos. Los hemos vendido por nuestro interés de pasar a las páginas de los libros de historia y para ganar unas simples elecciones. Presidente Pérez, el problema es que sabemos cómo ha empezado todo esto, pero no sabremos como va a acabar. Yo quisiera lavarme las manos como Pilatos, pero no puedo. Como gitana y como mujer sé muy bien lo que es vivir en la discriminación, conozco lo que es la merma de derechos y sé lo que es vivir en los márgenes de la sociedad. A eso hemos condenado a ceutíes y melillenses. Por lo tanto, y por congruencia con mis ideales, quiero poner sobre la mesa mi dimisión inmediata y sin marcha atrás de todos mis cargos en el Gobierno y en el partido.

El grupo cayó en un silencio absoluto. Todos mudaron su actitud. Nunca imaginaron que alguno de ellos iba a convertirse en el judas del grupo, e iba a aguar las celebraciones y, sobre todo, la campaña de propaganda que tenían diseñada para acompañar a este acuerdo tripartito.

Pero Pérez, un experto en resiliencia y los regates en corto, no entró al envite y decidió entrar a negociar el órdago de la ministra.

—Manuela, entiendo tu postura, pero antes de anunciar nada, tengamos una charla en privado ahora mismo para ver cómo encauzamos este delicado tema —dijo Pérez haciendo un gesto con el brazo para que la acompañara Manuela en dirección hacia su despacho presidencial.

—Mientras yo charlo con nuestra querida Manuela, compañeros, por favor, seguid con el orden del día.

Los dos avanzaron por los pasillos que conducen al despacho presidencial, lo hicieron en silencio, incómodos. Manuela no había previsto este gesto negociador del presidente y no sabía a qué atenerse. Entraron en el despacho y el presidente se sentó y le ofreció hacer lo mismo, justo enfrente de su mesa de despacho.

—Manuela, quiero que sepas que entiendo perfectamente tu postura, y que además admiro tu gallardía —dijo Pérez en tono conciliador mientras levantaba el estoque para entrar a matar—, pero te sugiero con todo cariño que reconsideres tu postura. Tienes la responsabilidad de ser la primera ministra gitana de España, y con tu liderazgo eres un ejemplo para todo tu pueblo. Si abandonas ahora transmitirás el mensaje de fracaso, de aislamiento del pueblo gitano, un pueblo condenado a la marginación y al choque frontal con la sociedad.

Manuela no podía creer lo que estaba escuchando. El malnacido del presidente del Gobierno la estaba chantajeando sin ningún disimulo. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.

—Además, si renuncias, ¿quién apoyará los programas especiales que hemos aprobado para la integración de la comunidad gitana en la sociedad? ¿Te crees tú que la tramitación de esas asignaciones presupuestarias será una prioridad para nosotros si tú nos dejas en la estacada ahora mismo? Sinceramente, querida Manuela, creo que tu dimisión pondrá en compromiso todo lo que hemos logrado juntos en ese campo. Solo te pido que aguantes unos meses en el cargo, que te tapes la nariz discretamente, y a cambio me comprometo a sacar adelante los presupuestos para tu gente, doblándolos y añadiendo un programa de becas de acceso a la universidad para absolutamente todos los gitanos de España. Esa es la oferta que pongo encima de la mesa.

El presidente se detuvo un minuto para escudriñar a su contrincante.

—Todo esto está en tu mano si aceptas. Si lo haces, pasarás a la historia de tu pueblo como la persona que les cambió el destino —al presidente se le iluminó la cara.

Mientras escuchaba este chantaje, Manuela había ido procesando todas las alternativas y consecuencias que tenía. Su ágil cerebro había recorrido todos los caminos que planteaba cada alternativa. Había analizado las diferentes consecuencias y se había convencido ya de que solo existía un camino para lograr sus renovados objetivos que, por supuesto, no eran los que el presidente había puesto sobre la mesa. Su cara se llenó de una radiante tranquilidad.

—Presidente, acepto tu propuesta, no dimitiré hasta dentro de unos meses.

La cara de alivio del presidente, un verdadero superviviente de la política, sin ningún tipo de escrúpulos, y cuyo único propósito era mantenerse en el poder, reflejaba su alegría por haber doblegado a una rival tan potente como Manuela Montoya. Su ego estaba disparado, había vuelto a ganar. Pero su mente resiliente y geocéntrica era mucho menos inteligente que la de Manuela. Ella no se había rendido ante sus patrañas de encantador de serpientes, sino que había tomado una rápida decisión que tenía varias derivadas. Para llegar a alcanzar los objetivos que se acababa de trazar necesitaba seguir en el cargo de ministra de Defensa y con una serie de recursos a su alcance. Sin poder no había capacidad de acción, y, sin capacidad de acción, sus metas no se podían cumplir. El instrumento para alcanzar su objetivo tenía un nombre: Agartha.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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