Capítulo 9: El rastro del dinero
THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar
«Gracia, la corrupción siempre deja rastro. La corrupción es dinero. El Petróleo es corrupción. Sigue el rastro y llegarás al origen de todo esto».
Las palabras que le había transmitido la ministra antes de salir de su despacho la última vez se repetían en su cabeza. Manuela era su jefa directa, una mujer muy inteligente hecha a sí misma, que había roto con las ataduras propias de su cultura y había decidido ser tanto o más que cualquier otro. Gracia la admiraba y respetaba. La ministra era una hija de la meritocracia, las becas, el esfuerzo y las oposiciones. Como le gustaba a Gracia. Aunque era consciente de que su éxito venía ayudado por los privilegios que le otorgaba su extracto social, había luchado sin descanso para lograr sus objetivos y estaba orgullosa de sí misma. Para ella era obvio que el éxito era hijo en gran parte del esfuerzo, pero también lo era de muchos otros factores como la inteligencia, el buen juicio, el apoyo familiar, el no ser parte de una minoría marginada, o el haber nacido en el mundo desarrollado.
Como especialista en mercados de capitales, y una de las directoras generales más jóvenes del banco de inversión en el que trabajaba, Gracia tenía a mano todos los instrumentos necesarios para detectar grandes movimientos internacionales de capital, operaciones de materias primas fuera de contexto, u operaciones de derivados injustificados por inversores. Si había blanqueo de capitales, ella podía detectarlo con muchos recursos.
No era fácil la tarea que tenía entre manos, pues era como encontrar una aguja en un pajar. Pero sabía que el primer paso era identificar operaciones extraordinarias entre partes que tuvieran relación con empresas, instituciones o fondos relacionados con Venezuela, Gibraltar, España, el Reino Unido o Marruecos. Si conseguía encontrar alguna pista, entonces se pondría a tirar del hilo.
Lo primero que hizo fue hablar con todas sus contrapartidas de mercados financieros en los grandes bancos de inversión globales para ver si habían observado alguna operación de divisas o petróleo fuera de lo normal, aunque no tuvieran nada que ver con los países objeto de sospecha, porque siempre se suelen encontrar intermediarios que ejercen de pantalla en estos casos. Estuvo toda la mañana al teléfono sin obtener nada relevante. Luego convocó a su equipo de analistas y les pidió -sin que pudieran imaginarse el porqué- que rastrearan a través de las terminales electrónicas en busca de trazas de información relevante sobre operaciones sospechosas. Una vez realizada esta labor exhaustiva, les pidió que leyeran blogs online para ver si algún daytrader estaba comentando alguna tendencia relacionada con estos temas. Pero no tuvo suerte, el día avanzaba y se estaba quedando sin opciones. Finalmente, cuando ya empezaba a desesperar, decidió pescar en los caladeros de la CIA. Ella hubiera preferido lograrlo con su equipo y no tener que recurrir a los americanos, pero no había podido y los americanos debían tener información a raudales y disponibles.
—Debería de haber comenzado por allí, maldita sea —se dijo a sí misma con frustración, consciente de que a veces su individualismo le perdía.
Gracia se había dado cuenta de que los de la CIA debían tener mucha más información de la que les habían compartido en esa llamada en el despacho de la ministra, y decidió contactar con el agente que John Lodge les había cedido: Miguel Leviatán. Ella dejó su orgullo de lado. Extrajo su iPad del bolso y realizó una videollamada encriptada utilizando el software que le proporcionaba el CNI y que hacía este tipo de comunicaciones casi totalmente inaccesibles para cualquier jáquer. Cuando al otro lado de la pantalla Miguel activó su cámara, a Gracia le pasó una potente corriente eléctrica por su sistema nervioso. Miguel no era el típico agente de la CIA que ella tenía en mente, sino que se encontraba cara a cara con todo un Adonis. Su extraordinario atractivo físico la había cogido con la guardia baja, pero se rehízo inmediatamente.
—Hola, Miguel, soy Gracia del CNI en Madrid. John Lodge te habrá puesto sobre la pista de quién soy y en qué estamos trabajando —dijo con una ligera inseguridad que no la caracterizaba.
Inmediatamente se arrepintió de este comienzo tan aburrido y directo y, sobre todo, de no haber verificado su propio aspecto físico para la llamada. Debería de haberse atusado un poco. Gracia era muy consciente de su imagen y de su poderoso atractivo físico, y esta situación le había pillado un poco fuera de juego.
—Claro que sí, Gracia. John me ha contado todo y estoy a vuestra completa disposición, un gusto conocerte.
Miguel tenía unas facciones nórdicas muy sorprendentes para un ‘cubano nacido en La Habana’, como le había descrito John. Tenía una cara angulosa muy atractiva, con unos pómulos firmes que enmarcaban unos inteligentes ojos felinos de color azul. Su sonrisa era desafiante.
—Miguel, quería que me pusieras sobre la pista de lo que habéis descubierto en relación con los vínculos económicos y financieros entre Venezuela y Gibraltar. No he visto nada extraño. He llegado a un callejón sin salida, y solo me quedas tú como recurso.
—No me extraña —dijo Miguel con su suave acento que denotaba una cadencia latina no identificable. Hablaba un español impecable—. Nosotros hemos identificado una súbita explosión de actividad comercial entre ambos territorios, algo que no se recoge en ningún registro electrónico y que es solamente observable sobre el campo de trabajo —prosiguió el agente Leviatán—. Me explico. Gibraltar es un pueblecito en realidad, y la inmensa mayoría de sus intercambios comerciales son con Inglaterra o España. Es muy raro que una pequeña colonia británica empiece de repente, Gracia, a hacer negocios con un país del Caribe y hemos detectado que esos movimientos ya han empezado. Y, ¿cómo nos hemos enterado? Pues pillando retales de conversaciones de diversas fuentes de inteligencia.
—Gracias, Miguel, ¿pero de qué cantidades estamos hablando? Si hubiera un incremento notable de volúmenes lo hubiéramos identificado y no hemos visto nada.
Mientras Gracia hablaba, intentaba parecer inteligente y seguir la conversación sin distraerse del fondo de la cuestión, pero estaba atontada con la mirada de Miguel. Ella no paraba de repetirse a sí misma en sus pensamientos: «Dios mío, qué guapo es este tío».
—Gracia, esa es parte de la singularidad de lo que hemos encontrado. En nuestras labores rutinarias de control al Gobierno de Venezuela hemos visto una inusual actividad de compra de petróleo a Petróleos de Venezuela, la empresa nacional venezolana, por parte de la empresa estatal gibraltareña Gib Oil. Se ha detectado una abundancia de contratos, cómo diría yo…—Miguel se atascó y buscaba una palabra mejor en su inventario de palabras—. ¡Eso! De partidas grandes del pago de enormes cantidades de petróleo que han acabado en el paraíso fiscal de Gibraltar, pero sorprendentemente, a cambio de reducidas cantidades de dinero. Es decir, que Gib Oil está comprando ingentes cantidades de petróleo y pagando por él precios bajísimos. No sabemos si la diferencia entre el precio real y el que se ha pagado se debe a un extraordinario descuento, a un acuerdo de pago fraccionado o a operaciones de derivados. Lo que sí parece es que es demasiada actividad comercial para tan pocos chavos. Ah, Gracia, y se me olvidaba, este dinero llega a Bonaire desde un banco local en el que Petróleos de Venezuela S.A. -la llamada PDVSA- la corrupta empresa pública de petróleos controlada por el Gobierno de Venezuela y especialmente por Delcy Rodríguez, vicepresidenta del gobierno de Nicolás Maduro, tiene muchas de sus cuentas para pagar en el exterior. Te recuerdo que Delcy, además, está relacionada con el famoso Cartel de los Soles. Claramente, se está cociendo algo extraordinario. Este intercambio comercial causa mucho interés en las conversaciones telefónicas que identificamos. Hay un boom de la palabra ‘Gibraltar’ en las conversaciones que interceptan nuestros softwares espía. Esto es algo inusual.
—Gracias, Miguel, parece que vosotros también utilizáis el maldito Pegasus muy a menudo —comentó Gracia riéndose y recordando el ridículo del presidente Pérez con este software—. La información que me transmites tiene todo el sentido del mundo. Lo que empezamos a tener claro es que hay intereses ocultos sospechosos entre Venezuela y Gibraltar, y las compras de petróleo que dices podrían apuntar a operaciones de lavado de dinero. Nadie vende barato lo que puede vender caro. Bonaire parece ser el centro financiero de PDVSA, que es la fuente de divisas del narcoestado caribeño. Y… —de repente pareció encendérsele una brillante luz en su cabecita— y en Bonaire es donde se sospecha que reside la trama financiera del Cartel de los Soles, ¿no es así Miguel?
—Podría ser, pero yo lo dudo —dijo Miguel intentado llevar la conversación por otros derroteros—. El cartel tiene operaciones de blanqueo de dinero en múltiples puntos del Caribe.
—Miguel, puede ser, pero a mí me da la sensación de que Bonaire es clave en todo esto. Tenemos que viajar a la isla y ver lo que está pasando. Quiero que me acompañes. Organízate para estar allí en un par de días. Yo acudiré con mi jefe Ricardo Urruticoechea. ¿Ok?
Gracia había tomado el control de la conversación como era habitual en ella, pero lo consiguió a trancas y barrancas, una vez se repuso de su apuro adolescente derivado del increíble atractivo físico de Miguel.
Cuando llegó al restaurante, observó que Paulo ya estaba sentado esperándola. Eso fue una mala premonición. Nada más observar sus gestos desde lejos se percató de que los casi cuarenta y cinco minutos que había hecho esperar a Paulo le iban a pasar factura. Él era increíblemente puntual y detestaba esperar. Por eso, para combatir esa cuesta arriba emocional, Gracia decidió desplegar todo su encanto con la intención de desarmarle. Nada más llegar le regaló un cariñoso y húmedo beso en sus labios.
—Hola. ¡Llevo esperando casi una hora, joder! Me parece de mala educación que me dejes aquí tirado. Estoy seguro de que esa reunión podría haber terminado antes —comentó con un tono irritado que ponía de manifiesto que no iba a ser tan fácil embrujarle y disipar su enfado con un simple beso.
Gracia sabía que Paulo había entrado en una espiral difícilmente desactivable. Sabía que tenía que dejarle desahogarse un buen rato.
–Lo sé, Paulo, perdona. Por cierto, te he visto hoy en la televisión, has estado increíble —dijo Gracia intentando otra de sus tácticas disuasorias que ella sabía eran infalibles con un hombre: masajearle el ego. Esa era una receta perfecta para que hablara de sí mismo y se olvidase de su enfado.
Paulo había sido entrevistado desde la redacción de THE OBJECTIVE, puesto que era uno de los periodistas más relevantes de la actualidad.
—¿Sí? ¿De verdad te parece eso? —preguntó cambiando la expresión de la cara instantáneamente—. Creo que he estado muy comedido, podría haber contado más cosas y haber hecho algo de sangre, pero por ahora todo son sospechas y aún estamos investigando. No he querido meterme en un lío. Este tema tiene mucha enjundia.
—¿Cuéntame, Paulo, qué me estás ocultando?
—Mira, Gracia, lo que te voy a comentar es muy confidencial —dijo mientras bajaba la voz y acercaba su boca al oído de ella, haciéndose el interesante—. Creemos que alguien está chantajeando a Pérez con la información extraída de su teléfono móvil. No sabemos si tiene alguna relación con el anuncio de hoy, y no sé si podremos demostrar nada, puesto que es difícil recabar pruebas a menos que cante algún miembro del CNI o del servicio de inteligencia extranjero que jaquearon su móvil. Además, quizás hayan jaqueado también el de su mujer y el de algún ministro. Lo que está claro es que el anuncio tripartito tiene muchos agujeros, incongruencias y deja en el aire varias preguntas—. Paulo hizo una breve pausa buscando picar más aún la curiosidad de Gracia, que le miraba con ternura, pues ella sabía mucho más sobre el tema de lo que sabía el propio Paulo—. La primera pregunta a la que hay que buscar respuesta es: ¿por qué sale ganando Marruecos en esta ecuación? Y la segunda es: ¿qué moneda de cambio ha habido entre el Reino Unido y España, y por qué no es información pública? En eso, querida Gracia, nos tenemos que centrar los medios de comunicación, en encontrar respuestas a esas preguntas. Y, además, Gracia, yo conozco muy bien el CNI y tengo buenas fuentes en inteligencia.
Gracia no pudo dejar escapar una sonora carcajada burlona. ¡El ingenuo de Paulo no sabía que se acostaba con una agente del CNI, y él estaba fardando de sus contactos!
—¿Por qué te ríes, Gracia? —Paulo pareció molestarse mucho con la actitud de Gracia y daba la sensación de que había malinterpretado su carcajada —. Estoy hasta las narices de que te des esos aires de banquera rica que está por encima del bien y del mal.
Gracia estaba dispuesta a aguantar la bronca por haber llegado tarde y por haber sido patosa en su reacción al comentario de Paulo. El ego de Ricardo en este sentido era muy picajoso y había que tener cuidado. Esto era una de las cosas que le restaban atractivo a los ojos de Gracia.
—Perdona, cariño, no malinterpretes nada de lo que hago. Ha sido una reacción tonta. Ya sabes cómo soy. Perdóname, por favor. Además, me voy de viaje mañana a Hispanoamérica para cerrar unas operaciones financieras muy importantes, y no sé cuántos días voy a estar fuera. ¡No quiero tener una bronca antes de despedirnos!
—Mira, Gracia, te vayas a donde te vayas, sabes perfectamente que detesto tus aires de superioridad. Porque estés forrada y seas una niña pija no tienes que ser condescendiente conmigo. Además de pija eres el máximo exponente de la incongruencia de la izquierda caviar, llenos de privilegios que, ungidos por el poder de la verdad, siempre hablando desde vuestro pedestal de autoridad moral.
Paulo estaba perdiendo los papeles y estaban aflorando todos sus complejos en relación con el mayor éxito de su pareja. La cosa no podía acabar bien.
—Eres un imbécil, Paulo, no me toques las narices, que he tenido un día muy largo y no estoy dispuesta a aguantar tus complejos de inferioridad masculina. Esta noche duermes en el salón, no se te ocurra acercarte a mí.
Gracia lanzó la servilleta sobre la mesa, se levantó, y sin mirar atrás dejó a Paulo plantado en su sitio. Él, amante despechado, se quedó con la boca abierta. Mientras Gracia abandonaba el restaurante, ya se empezaba a arrepentir de sus desagradables palabras. Pero el adjetivo final que le había lanzado Gracia era un insulto a su masculinidad y por ahí no podrá pasar. Vio cómo el escultural cuerpo de Gracia se alejaba con paso firme hacia la puerta de salida, y se dio cuenta de lo sexy y atractiva que era, y de lo muy enamorado que estaba de ella. Sufrió una fuerte punzada en el estómago, un tremendo ataque de inseguridad, pues sabía que la podría perder. Era totalmente consciente de que hoy había cavado una profunda trinchera sentimental entre Gracia y él, y que iba a ser muy difícil llegar a un cese de hostilidades de manera rápida. Meditabundo, se dio cuenta de todas sus debilidades y comprendió que para una mujer no había nada menos atractivo que un tipo que reaccionase así a una situación tan irrelevante. Además, no había manera de deshacer este entuerto, porque ella se iba de viaje mañana a primera hora, y no se atrevería a despertarla al llegar a casa para pedirle perdón. Si la despertase podría entrar en cólera y tener consecuencias aún peores. Así que decidió lamerse sus heridas y esperar a una mejor oportunidad para enmendar su error. Pidió un vodka martini y ahogó sus penas en el alcohol.
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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.