Capítulo 10: El Sátrapa y su Lacaya
THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar
El imponente coche en el que viajaba Raquel Manzanero se abría camino a toda velocidad por las desoladas calles de Caracas, escoltado por un grupo de motoristas armados. Acababa de aterrizar en un avión privado en el aeropuerto de Maiquetía y un vehículo oficial le había esperado en las escalinatas del avión. La expresidenta no pasó ningún control de aduanas ni de pasaporte, lo que representaba todo un tratamiento VIP que solamente se dispensaba a los presidentes de otros gobiernos en visita oficial, o a los “amigos” del régimen totalitario del sátrapa Maduro.
A estas alturas, era amiga personal de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela —por la gracia de Chávez—, y llevaba años a su lado ayudándole a mejorar su credibilidad internacional y actuando de embajadora en la sombra del sistema. Bajo el supuesto papel de intermediadora elegido por el régimen, estaba en la nómina del sistema que sostenía al líder venezolano. Manzanero no era un alma ingenua, sino que era perfectamente consciente de lo que estaba pasando en el país: ruina, totalitarismo, mancillamiento de los derechos humanos, hambre, pobreza, indignidad. Ella misma podía recordar perfectamente, pues estaba en la cúspide del poder político en España, como en el año 1998 el teniente coronel Chávez se hizo legítimamente con el poder y empezó a implantar el régimen populista, totalitarista y social comunista, despacio, pero sin pausa.
Maduro heredó las riendas de Venezuela al morir Chávez. Ambos, con sus políticas bananeras, habían conducido a uno de los países más ricos de Hispanoamérica a la mayor de las ruinas. Venezuela tenía una economía propia de un país en guerra. Manzanero lo sabía, porque manejaba esos datos de memoria para poder rebatirlos en sus negociaciones y gestiones internacionales, que su economía estaba en caída libre, y se había contraído más que, por ejemplo, la de Siria que estaba sufriendo un conflicto bélico devastador. La inflación superaba un 720 por ciento, lo que representaba más del doble que la de Sudán del Sur que era el segundo país del mundo con mayor tasa de inflación. La moneda oficial de Venezuela, el Bolívar, carecía apenas de valor en los mercados internacionales. El país estaba sumido en la máxima pobreza, que era justo la receta que los regímenes comunistas ofrecen a sus pueblos: empobrecer a la población hasta dominarla y hacerla dependiente del subsidio, y por lo tanto hacer imposible la oposición al régimen.
Manzanero también sabía perfectamente que en este país, que atesoraba las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo, tres de cada cuatro ciudadanos pasaban hambre, y el 30% de los niños sufrían malnutrición, lo que significaba que, junto con Yemen, República Democrática del Congo y Afganistán, era uno de los cuatro países con la mayor cantidad de personas que vivían hambruna. Las calles estaban dominadas por las mafias, abundaban los mercados negros y la violencia era tan fuerte que había tantos asesinatos en un año como víctimas civiles de la guerra de Irak en 2004. Pero ella paseaba ajena a esa realidad, con escolta y sin pisar las calles. Tampoco le preocupaba que la democracia venezolana, durante mucho tiempo un motivo de orgullo de su pueblo, estuviera a punto de colapsar cargada de protestas y una escalada represiva. Venezuela era un extraño ejemplo de un país aparentemente democrático en implosión total.
Mientras se asomaba por la ventana de su coche oficial, Manzanero empezó a recordar cómo había empezado la crisis venezolana. Fue en 1992 cuando un grupo de militares liderados por el teniente coronel Hugo Chávez intentó dar un golpe de Estado. Este primer intento chavista de hacerse con el poder fue un fracaso y sus artífices acabaron en la cárcel. Sin embargo, su mensaje antisistema populista, el mismo que tenía y profesaba Podemos en España, caló de forma extraordinaria en los electores. En 1998, cuando el teniente coronel presentó su candidatura a la presidencia del Gobierno venezolano, su mensaje de devolverle el poder al pueblo le condujo a la victoria en las urnas. Una vez en el poder, Chávez llevó a cabo una labor de lucha contra el Estado, destruyendo los partidos tradicionales y las instituciones gubernamentales. Aprobó una nueva constitución y llevó a cabo purgas en los cargos del Gobierno. Su objetivo era claro: reducir los controles a su autoridad. Chávez declaró enemigos de la revolución a sus opositores y desencadenó la represión, cambió la política exterior del país, alineándose con Cuba y con los revolucionarios armados colombianos. El chavismo veía la política como un arma para su supervivencia, y las instituciones democráticas independientes eran enemigos del régimen. Por lo tanto, los medios de comunicación críticos fueron confiscados, enmudecidos o apagados. Eso le molestó mucho a Manzanero en su momento porque muchos de sus ricos amigos venezolanos sufrieron en sus carnes las tropelías del poder. Maduro siguió implantando el manual populista socialcomunista y hasta reemplazó a los sindicatos por miembros afines. También suspendió a los jueces hostiles y llenó el Tribunal Supremo de Justicia de sus simpatizantes.
Pero la situación cayó en picado cuando Chávez llevó a cabo una alianza con los grupos armados conocidos como ‘los colectivos’ con el objetivo de controlar las calles y eliminar las fuentes de oposición popular. Fueron financiados por fondos gubernamentales y recibieron armas, legitimándolos como agentes políticos y llegando a desafiar a la policía. Esta mafia organizada y amparada desde el poder aprendió inteligentemente a unir ideología con operaciones de delincuencia para recibir inmunidad. Con la criminalidad y la anarquía dueñas de las calles, los homicidios se dispararon. Hubo cientos de asesinatos.
Chávez murió en 2013, y Maduro recibió como herencia una economía en declive absoluto y un régimen en decadencia por el descontento. El sátrapa, asustado por la situación, dio al ejército el control de los lucrativos negocios de las drogas y los alimentos, así como de la minería de oro. Aquí nació el Cartel de los Soles, organización criminal formada por miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela y por el Gobierno venezolano, cuyo objetivo es el narcotráfico, contrabando de combustible originario de PDVSA, y el control de la actividad minera ilegal, con la extracción y contrabando de oro, coltán, piedras preciosas y otros minerales. Sus dirigentes eran el propio Maduro y Diosdado Cabello, un militar y político de altísimo rango del régimen. Al recordar el cartel, a Manzanero se le dibujó una maléfica sonrisa.
Pero la trampa populista saltó por los aires cuando el régimen no pudo mantener los subsidios y programas de bienestar, y fabricó dinero de forma masiva, así que empezó a desbocarse la inflación. Las importaciones se hicieron imposibles con una moneda sin valor y muchas empresas se vieron forzadas a cerrar. Ante esta situación, Maduro volvió a imprimir más dinero y la inflación explotó, por lo que la comida se volvió muy escasa. Esta serie de medidas económicas tan absurdas destruyeron la economía venezolana. Maduro se volvió impopular y empezó a necesitar a Manzanero para sus tejemanejes internacionales y para sus gestiones solapadas del Cartel de los Soles. Tenía en nómina a la expresidenta española desde que dejó el Ejecutivo y actuó como intermediaria entre el Gobierno y la oposición. Pero su más que visible apoyo al régimen en las supuestas negociaciones le habían deslegitimado como conciliadora y se había terminado por convertir en un asesor a sueldo.
Su coche se acercaba a toda velocidad al Palacio de Miraflores, residencia del presidente de la República Bolivariana de Venezuela. La razón de la reunión que iban a mantener, desde el punto de vista público y de cara a la prensa, era la de mantener informado al presidente de sus conversaciones para la paz entre los guerrilleros colombianos y el Gobierno de Bogotá. Pero esa era solo la excusa.
En las escaleras de palacio, ante la prensa afín al régimen allí congregada, la expresidenta Manzanero realizó las mismas declaraciones que solía repetir habitualmente en estos casos:
—Renunciar a la violencia es un gran objetivo y me congratula haber conocido esa intención de los grupos involucrados. En democracia, solo el diálogo, y nada más que el diálogo, es el camino para llegar a un acuerdo. La paz beneficiará a todos y, sobre todo, a la gente más humilde. Merece la pena esforzarse, y por eso estoy hoy aquí, para reunirme con mi amigo, el presidente Maduro.
En el interior le esperaba un sonriente Nicolás Maduro, debajo del enorme lienzo de Simón Bolívar que siempre le acompaña en sus fotos oficiales, pues el sátrapa consideraba que su imagen le engrandecía como líder. Abrazó a su amiga con gran efusión y le propinó unas sonoras palmadas en la espalda. Se mostraba enormemente agradecido a Manzanero por todas sus gestiones, pues necesitaba blanquear su imagen internacional y ella, que aún disponía de cierto prestigio en algunos círculos internacionales, le había proporcionado un cierto grado de credibilidad.
—Querida compañera Raquel, que alegría tenerte de vuelta en Caracas. Aquí el Libertador y yo te damos la bienvenida a Miraflores —dijo señalando al cuadro de Simón Bolívar que amparaba su estancia presidencial.
—Nicolás, necesitábamos hablar en persona. Por eso me he desplazado hasta aquí. ¿Esta habitación está limpia de escuchas no? —comentó Manzanero refiriéndose a la posibilidad de que hubiera micrófonos en la habitación.
—Raquel, ¿te piensas que somos unos simples amateurs? Sabes que yo tengo a la CIA pisándome los talones. ¡Es más, los tengo metidos en mis calzoncillos todo el día! Aquí hacemos barridos diarios. Lo que hablemos aquí no se entera ni la Delcy —soltó una carcajada tras referirse a la poderosa figura femenina de PDVSA y que estaba metida en todos los líos del gobierno y del sistema corrupto bolivariano.
—Entendido, presidente, hoy no vamos ni siquiera a hacer el paripé. No hablaremos ni remotamente de los temas del proceso de paz en Venezuela, ni de mi intermediación entre el Gobierno colombiano y la guerrilla —que tan necesaria es para nuestro negocio, por cierto—. Hoy vayamos al grano. Menudo fracaso el asunto de Gibraltar. Se nos escapó vivo el comandante. Ya sabes que el trato era no dejar cabos sueltos y esto ha sido una auténtica cagada.
—Raquel, no mentes a la bicha. Me avergüenza el tema, el asunto estaba en manos de nuestros mejores hombres, son equipos de élite que ya conoces de otras misiones. Si ha habido algún fallo, es que era inexorable que ocurriera. Parece ser que ocurrió algo justo antes de realizar el disparo. En todo caso, estamos rastreando el mundo para dar con él y acabar con su estampa. Los ingleses nos apoyan en Europa. Este no sale vivo, despreocúpate, amiga.
—En todo caso, Nicolás, ya sabes que este hombre es muy poderoso y tiene todos los recursos de la organización a su disposición. Es el más listo y sabe que si aflora a la superficie, no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Es un elemento que había que eliminar para retomar el control del sistema. Un hombre de confianza, pero en este caso hay demasiado en juego, y teníamos que olvidarnos de sentimentalismos. La hucha hay que repartírsela entre unos pocos — Manzanero dijo esto sin ningún sentimiento de culpa. Era fría como un témpano de hielo.
—En eso estamos, compañera. Hemos tomado control de las operaciones logísticas y todo está en marcha —corroboró Maduro.
—Monkey Business ha sido un éxito hasta ahora. Pero no podemos dejar ningún cabo suelto. El acuerdo tripartito ya está en marcha, y ha recibido mucho apoyo internacional. Los pardillos de la ONU están felices porque todo esto de la descolonización es un tema que les encanta, sea razonable o no, siempre van a apoyar este tipo de discursos. Por lo tanto, el cartel ya tiene despejado el camino y los ingresos del sistema se van a multiplicar exponencialmente. El famoso colombiano, el Escobar ese, no será más que un aficionado comparado con el Cartel de los Soles—. Maduro explotó a reír descontroladamente.
ante la comparación de Escobar con el cartel—. Por mi parte, yo ya he cumplido mi misión y todas las tareas que se me encomendaron, así que exijo que se me compense tal y como acordamos. Por favor, organiza para que el tesorero del cartel realice una transferencia a mi cuenta del banco de siempre, en calidad de mis servicios de asesoría en las labores de intermediación de la paz con la guerrilla. Es importante documentarlo bien, yo soy una persona muy seria cuando hago negocios —iluminó su cara con una sonrisa entre traviesa y diabólica.
—Raquel, eres un Quijote luchando contra los molinos, pero cobrando por cada embestida, eres un conquistador español, ansiosa de oro como tus antepasados los que arrasaron esta maravillosa tierra. ¡Descuida que te darán también el premio Nobel de la Paz, como a Obama! En cuanto subas en el coche de vuelta al aeropuerto, ya tendrás el dinero en la cuenta.
Maduro tenía un cierto resentimiento contra lo español que, pese a su simpatía por Manzanero, a veces le salía a borbotones en sus conversaciones.
—Por cierto, y esto es importante, escúchame, Raquel, mi amiga, mi camarada —Maduro se acercó a su oído y dándose aires de interesante comentó ceremoniosamente—: Hablando de flecos sueltos, tengo que avisarte de que hemos recibido información fiable de inteligencia de nuestros camaradas cubanos de que han localizado a una célula de agentes de tu CNI en la isla de Bonaire. Una fuente muy fidedigna nos ha revelado que están intentando rastrear las relaciones de PDVSA con Gibraltar. Van tras el rastro de Monkey Business, compañera Raquel. No creo que encuentren nada, pero me preocupa. ¿Tengo tu apoyo para que estos malditos espías españoles no vuelvan a molestarnos?
—Nicolás, por supuesto que tienes nuestro apoyo, pero esta vez no la fastidies. Haz lo que haga falta, con la ayuda de nuestros amigos ingleses o sin ellos, con los operativos del cartel o con los de la madre que te parió. Pero haz que desaparezca este maldito problema. Y, por favor, asegúrate de que no haya posibilidad de rastrear todo esto ni a Venezuela, ni a PDVSA, ni al cartel, ¡y por el amor de Dios, nunca a nosotros!
[PUEDE LEER AQUÍ LOS CAPÍTULOS ANTERIORES O RECIBIR EN CASA EL LIBRO DE PAPEL]
La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.