El neopunk español: un festín de mala leche y humor
Bandas como La Élite, Sandré, Nerve Agent o Biznaga se abren paso en el panorama revisando géneros musicales
Son unos jovencitos incendiarios y poco indulgentes. Algunos todavía cargan la resaca de las hormonas púber, y otros parecen estar pagando la pensión a un par de exparejas. Pero hablemos de entrepiernas canosas o lampiñas, la mayoría de sus canciones están empapadas en acelerante. Despachan la energía de un chucho rabioso. Y eso se hace carne en sus directos. Cero shoegazing. Hervida cualquier proyección blandita. Lejos toda moñada que dulcifique primaveralmente los altavoces de las salas que reciben a estas pequeñas sectas del sonido vigoroso. El cortejo con el público es violento y agradecido. Son españoles y son neopunks.
Es un poco fangoso definir esto del neopunk. Las bandas que están dando garrotazos en la industria bajo la categoría quizás tengan mucho de punk, pero poco de neo. El sonido es, por norma, bastante homologable a movidas vetustas. Riffs agresivos, bajos pedregosos, baterías reventonas. Quizás lo más neo sea el uso de sintetizadores y música electrónica, pero es que, oye, recién descorchado el segundo milenio ya teníamos a Le Tigre partiendo escenario con su ordenado zoológico en el que sólo había un teclado con mesa de mezclas, y a la riot girl de Kathleen Hanna berreando. Por eso; neo, lo que se dice neo… Blof.
Desde hace nada en el panorama internacional, grupos jóvenes como los irlandeses Fontaines D.C., son tildados de neopunk, aunque lo suyo sea más postpunk. Punk revival. Un enfoque antes conectado con la new wave de Joy Division, que con el berrido de los Dead Boys mientras Stiv Bators se raja el pecho con un cristal roto. Que esto sirve de recordatoria sobre cómo la hibridación en música es tan grande que, en ocasiones, la categoría tendría más nombres que apellidos un noble de telenovela mejicana.
Nuevos grupos en el neopunk español
Yendo ahora al escenario patrio, podemos echar un vistazo a sangre nueva, como la banda Sandré. Barcelona ha dado mucha y muy buena música, y estos «ceniceros» que se rebotan contra la capitalización de la existencia suenan más punk que neo. Rosa Pagés, la cantante, se marca la de la verdulera iracunda mientras el resto de los miembros acunan la marcianada sobre un sonido fino, organizado vista la fuerza descontrolada de los temas. Otros, como Biznaga, entonan mejor, sin perder el griterío. Son la versión aguda -menos Miguel Bosé y más Hombres G-, de Carolina Durante.
Banda, dicho sea, que comparte una lírica gamberra y un contenido provocador con las anteriores dos citadas. Suyo es el verso: «Ese chico de la esquina es un molón de categoría/ Una chica mira de reojo, esta noche seguro que pilla/ Pilla un gramo de farlopa porque habrá que invitar». Aunque, sin duda, los padres del ya instalado término en el imaginario de Cayetano (2018) se encaman más con el pop que con el punk. Por lo tanto, salvando las similitudes, ellos ni punk, ni neo… ¡Aunque bien podrían ser pop punk! Cojones, ¿no se venía advirtiendo de un eclecticismo muy cenizo en todo esto?
Dicho esto, si centramos el tiro en algunos que sí bailotean desinhibidos con lo «neo», nos cruzamos con Nerve Agent. Estos jóvenes manchegos -rozando el adjetivo «críos»- se han fumado los registros y han hecho un ponche algo lisérgico, algo espídico, algo de meterse 4 rulas en un parking tras una manifestación. Porque sí Sandré era punk tirando a lo tradicional, Nerve Agent es un maquineo tirando a lo punk.
La canción viral: La caza del pijo
Su canción viral La caza del pijo (2022) da fe de ello. También gozan de cierta variedad, pasando a veces incluso por un synthpop como el de su canción Overdrived, sin que eso los despiste de su discurso barriopajero… digo, barriogolfero. Digamos que, gracias a eso, tienen un poco más de compromiso con los tímpanos flojos que músicas como la de Parkineos, un productor que tampoco es punk, ni neo… ¡Aunque bien podría ser hardcore punk! Otra vez el mismo rollo.
Pero si hay una banda que aglutina, casi a la perfección, el concepto neopunk, es La Élite. Young Prado; un tipo bien asentado en el panorama de la música electrónica, se une a su compadre de pueblo, David Burgués, y dan a luz a esta banda con influencias que van desde Parálisis Permanente hasta Arpaviejas, o los ya citados Joy Division, a los que rindieron homenaje en su primer álbum, 12 latas, con Ella perdió el control (2016).
La fusión es un dúo de desabridos -ya no tan jovencitos, desde luego- que saben lo que inspiran: «Nena, soy malo, malo de verdad/ Tomo pastillas, también un kebab/ Te traigo flores y algo de fumar», para acabar reconociendo que: «Escuchando los Nastys me miran mal/ Escuchando La Zowi me miran mal/ Escuchando Eskorbuto me miran mal/ Escuchando El Fary me miran mal».
Concierto en la sala But de Madrid
Los ritmos creados por Prado en la mesa de mezclas, y Burgués, a lo C. Tangana, sin cantar, ni afinar, gritando como un poseso, alcanzan una armonía agresiva y tóxica. Tóxica, en el mejor sentido, porque el gas pimienta de sus letras cargadas de ironía y los compases dopados de las bases se vuelven tremendamente adictivos.
Tamaño es el vicio que su concierto del viernes 24 de noviembre en la sala But de Madrid tuvo overbooking. Un sold out repleto de jóvenes que eran, a todas luces, parroquianos del punk. Pero también otros que, digamos, se veían menos asiduos al estilo. Quizás modernetes desubicados, aunque no por ello renunciaron a los empujones pogueros que a cada tema estallaron sin remedio. La energía desprendida, además, conocía una paridad entre géneros poco usual en el estilo musical. Por lo general el punk, sea o no «neo», es mucho más testosterónico.
El neopunk está al alza en nuestras costas. Salas llenas. Muchos fans hambrientos de potencia inseminando sus listas de reproducción con estos grupos que, no sólo florecen polinizados por las ganas de hacer música nueva y enrabietada, sino también motivados con el cumplimiento de los rezos de la canción Bailando (2022), de La Elite. Porque: «Bailando/ con mis amigos/ pierdo/ el control». Y, en fin, ¿para qué está el control si no es para perderlo?