Capítulo 17: Boom
THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar
Los dos excursionistas aparcaron un pequeño camión de transportes alquilado junto a la primera rotonda de la carretera de El Pardo, aquella en la que frenaban todos los vehículos, porque era justo la incorporación a la M30. La pareja abandonó el vehículo con mucha celeridad. Muy bien coordinados los dos, se dirigieron rápidamente hacia el monte. Ambos parecían adentrarse en las quince mil ochocientas hectáreas del Monte de El Pardo con un destino preciso en mente, como si tuvieran un plan determinado y conocieran bien esos accesos. No tendrían más de treinta años y eran de complexión fuerte y atlética. Se movían con agilidad y destreza. Calzaban unas sólidas botas militares de media caña muy desgastadas. Portaban unos gorros de lana tipo marinero y gafas de sol, lo cual difuminaba su fisionomía. Tenían toda la pinta de deportistas, aunque no llevaran la ropa de deporte pertinente. Ambos vestían unas sudaderas con el nombre de la ‘Sociedad Ornitológica Vallecana’. Tenían abundante barba, uno de ellos de color rubio y el otro totalmente pelirroja. Estaba claro que querían que, si alguien se cruzase con ellos por el camino, se les confundiese con unos paseantes aficionados a la ornitología. Portaban unos dispositivos de transmisión transparentes incrustados en los oídos y unos prismáticos verdes de calidad profesional tipo militar que cargaban en sus morrales. Iban ascendiendo por el monte evitando el contacto con cualquier otro excursionista y no transitaban por los caminos habituales. No cruzaron una sola palabra durante el largo recorrido. Iban monte a través, hasta que recalaron en un alto desde donde se dominaba la carretera que unía El Pardo con Madrid. Allí se detuvieron a observar con detenimiento el tráfico de coches entre el pueblo y la ciudad. Parecían tener demasiado interés en la carretera y sobre todo en el tráfico de coches, y muy poco en las aves que les sobrevolaban por la cabeza y que debieran ser el foco de su actividad.
—El águila está en el nido —dijo el individuo de la barba rubia en un perfecto inglés, dirigiéndose al microdispositivo de transmisión que portaba en la manga de su camisa.
—Roger that —escuchó como replica en su oreja—, las rapaces se dirigen al nido. Son dos. Ojo que la que nos interesa vuela en la primera línea. Detrás va la segunda. Cuando lleguen al nido, el águila tiene que salir a su encuentro.
El paseante de la barba pelirroja extrajo un pequeño artilugio del bolsillo de la chaqueta, lo conectó y comunicó por radio:
—El águila espera a su presa, y ha desplegado sus alas que bate con normalidad. Todo está en orden.
Mientras parecían intercambiar mensajes ornitológicos en pleno Monte de El Pardo, más allá, en el pueblo, a tan solo a unos escasos kilómetros de distancia, la ministra Montoya, Gracia, Ricardo y Badía concluían su reunión.
El cónclave originado en el piso franco de El Pardo había finalizado sin despejar la última y esencial incógnita a la que se enfrentaba esta unidad de inteligencia: quedaba entender el papel que jugaba el reino alauí en todo este asunto y también el de las ciudades autónomas. Afortunadamente, las revelaciones de Badía eran lo suficientemente concluyentes y contundentes como para concederle el prometido traslado al programa de High Value Assets de la CIA. El acuerdo estaba sellado y solo faltaba organizar la logística de su entrega al comando de la CIA que lo transportaría.
Todos abandonaron juntos la casa del Pardo ocupando un mismo vehículo, una lujosa Mercedes Vito de color oscuro. Detrás, el coche oficial de Manuela Montoya con dos escoltas armados, que ejercían de guardaespaldas de la furgoneta Mercedes y se mantenían a una distancia respetable. La idea era terminar de comentar las recientes revelaciones y hacer lo que los técnicos llaman un debriefing en grupo.
En cuanto al comandante, decidieron entregarlo a la CIA en territorio español inmediatamente, pues así evitaban el riesgo operativo de tenerle bajo custodia durante mucho tiempo en El Pardo. En todo caso, lo más seguro era mantener al detenido en continuo movimiento. La CIA se encargaría de sacarle del país en un vuelo militar americano desde la base de Rota, y de allí al anonimato hasta que todo este asunto se hiciera público y él pudiera volver a emerger de su escondite sin riesgo.
Tras repasar uno a uno los puntos tratados en la reunión, y acordar el punto de entrega del comandante, el grupo se relajó. Solo Ricardo parecía estar mordiéndose la lengua. Se le notaba inquieto, y no paraba de revolverse sobre su asiento, como si algo le estuviera carcomiendo las entrañas.
—Espero que disfrutes la traición a tu país ¡hijo de la gran puta! Porque te has llenado de mierda hasta las orejas —dijo Ricardo con tono insultante, dirigiéndose a su ex compañero del CNI y sorprendiendo a todos los integrantes de la comitiva.
A Badía le dejó este comentario algo descolocado. El acceso de ira de Urruti, aunque era una verdad como un puño, no era ni profesional ni oportuno. El acusado, mantuvo el silencio, consciente de que no ganaba nada por entrar al trapo.
—Pero bueno —insistió Ricardo insidiosamente—, repasando tu trayectoria, la traición es algo que llevas en el ADN.
—Urruti, no es el momento —dijo la ministra con firmeza—. Cállate inmediatamente, es una orden.
La intervención de la ministra, lejos de disuadirle, pareció servirle de acicate. Tras un breve silencio incómodo en la furgoneta, donde nadie sabía hacia dónde mirar, Ricardo volvió a embestir a su contrincante como si fuera un toro bravo. Subió el tono de sus palabras mientras le agarraba por las solapas de su chaqueta meneándole como un pelele. Ricardo estaba sentado de cara al comandante, pues esta furgoneta tenía dos filas de asientos enfrentadas con una pequeña mesa en medio.
—Venderte por dinero. ¿Vender a la juventud al Cartel de los Soles y a su mierda de droga no te preocupa mamón? ¿Y utilizar a la zorra de Bárbara de lavadora del dinero sucio?
Badía no pudo aguantar más insultos, sobre todo la alusión a su querida Bárbara. Se incorporó, y zafándose como pudo del agarre de Ricardo, que parecía retenerle con una llave técnica de judo, y abandonando su discreción habitual, montó en cólera.
—Ricardo, eres un mierda, déjame en paz. Siempre has sido un débil, un perdedor. Desde que te arrebaté a Bárbara no has levantado cabeza, todo el día lloriqueando por las esquinas.
Ricardo se enfureció, y le lanzó un puñetazo que impactó en su nariz haciéndola sangrar profusamente. Afortunadamente, al estar ambos sujetos por el cinturón de seguridad no consiguieron enzarzarse cuerpo a cuerpo, y la intervención de Gracia consiguió poner un momento de cordura en el vehículo mientras este se detenía en la calzada para poner un poco de orden en la disputa. Una vez parados, Gracia agarró a Badía de la chaqueta y le sacó del vehículo a trompicones y lo metió en el coche escolta. Gracia se metió también en el coche dejando el grupo dividido en dos, Manuela y Ricardo en la furgoneta que viajaría delante, y ellos dos en el coche escolta cerrando la comitiva.
La caravana demarró, enfilando a toda prisa la ruta de camino a Madrid. Justo a la altura de la última rotonda se encontraron un coche averiado y aparcado en el carril de seguridad de la calzada. Mientras, justo detrás, Gracia seguía en silencio con la mirada las maniobras de la furgoneta Mercedes a la que seguían, intentando evitar a toda costa tener que entablar una conversación con su compañero de viaje, el maldito Badía. A Gracia le extrañó muchísimo en ese momento que el pequeño vehículo en cuestión estuviera aparcado justo a la entrada de la rotonda, en el preciso lugar donde se estrechaba la calzada. Era el peor lugar para dejarlo, porque hacía muy difícil la maniobra de entrar en la rotonda. Cuando la furgoneta iba a adelantar al vehículo averiado, Gracia gritó a todo pulmón a su conductor:
—¡Detenga el vehículo!
El coche frenó en seco deteniéndose a unos 100 metros de la rotonda y el vehículo averiado explotó de manera brutal, lanzando la furgoneta en la que viajaban Ricardo y la ministra por los aires. El automóvil dio varias vueltas de campana y aterrizó hecho trizas a unos treinta metros. Gracia comprendió que ninguno de sus ocupantes podía sobrevivir a una explosión de ese calibre, y que el amasijo de hierros estrujados en la que se había convertido la furgoneta era en realidad la tumba de Manuela y Ricardo.
A unos pocos cientos de metros de la explosión, desde el promontorio en el que se encontraban, la pareja de excursionistas que supervisaba con sus gemelos la situación confirmó por microtransmisor:
—Misión cumplida.
Al otro lado del micrófono, el equipo del MI6 liderado por Lilly Spider respiró aliviado al escuchar estas palabras.
—Por fin acabamos con estos flecos —dijo la espía a su equipo, repantingándose en su asiento para liberar la tensión acumulada en la operación.
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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.