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Capítulo 26: Le Marais

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 26: Le Marais

Ilustración de Alejandra Svriz.

“París bien vale una misa,”, es lo primero que le dijo Gracia a Paco Ruiz Ahmed cuando escuchó el ambicioso plan que el jefe de seguridad había diseñado para conseguir obtener pruebas que delatasen a todos los corruptos del acuerdo tripartito. La expresión fue muy acertada porque era atribuida a Enrique de Borbón, que eligió convertirse al catolicismo para poder reinar como Enrique IV de Francia. La expresión francesa era ideal para describir los sentimientos que la operación diseñada por Ruiz le provocaba. En la situación en la que estaban tenían que establecer prioridades: primero sobrevivir y luego servir a su país. Para lograr ambos objetivos, tanto ella como Ruiz. tenían que renunciar a sus valiosos principios morales. La operación le daba asco, pero el beneficio podía ser un tesoro. Esta contradicción, tener unos principios morales fuertes y tener que romperlos regularmente por la profesión que se tenía, era parte de la compartimentación mental que los agentes tenían que practicar y que ella acababa de realizar con la noticia del fallecimiento de su madre.

Gracia recordaba esto desde la oscuridad de un asiento de copiloto en un sucio Renault Clio, uno de los coches más vendidos en la historia de Francia y que por tanto pasaba absolutamente desapercibido en las calles parisinas. Estaban metidos de lleno en el plan que había diseñado Ruiz, mientras controlaban de lejos un vehículo detenido en el famoso barrio de Le Marais. La capital gala, junto con Madrid, se había convertido en una de las grandes ciudades abiertas a la comunidad gay del mundo. Cuando Gracia estudiaba allí, en 2001, fue la primera capital en elegir a un alcalde abiertamente homosexual. Era una urbe cultural con una diversidad que la convertía en la capital de la tolerancia. Precisamente, en el barrio de Le Marais se concentraba la mayor comunidad gay de la ciudad. Como su propio nombre indicaba —pantano— antiguamente era una zona pantanosa en los márgenes de la ciudad, pero en el siglo XVII se empezó a desarrollar arquitectónicamente convirtiéndose en el lugar de moda de las clases acomodadas que levantaron allí magníficos palacetes y mansiones. Hoy, las noches lo convertían en un enjambre de vida lleno de restaurantes, tiendas, galerías, restaurantes, cafés, y discotecas. 

Gracia estaba vigilando un Ferrari rojo que acababa de detenerse frente al número 5 de la Rue de Thorigny, en el palacete Hotel Salé, frente al Museo Picasso, que tanto había visitado como estudiante. Hoy estaba trabajando, o, más bien dicho, estaba luchando por sobrevivir, y su única salida era que el plan urdido por Ruiz diera sus frutos. El vehículo del cavallino rampante había salido en dirección a Le Marais desde una impresionante mansión privada del distrito VII de la capital, uno de esos lugares con los que pocos pueden soñar. En el número 20 de la avenida Emile Deschanel, junto a la Torre Eiffel, el Hotel National des Invalides, y los museos de Orsay y Rodin, vivía el personaje al que estaban siguiendo. Se rumoreaba que su palacete, a setecientos metros de la Torre, podría haber costado unos ochenta millones de euros. 

Dentro del Ferrari viajaba un hombre de semblante norteafricano, que entre otros títulos atesoraba el de Naddir Al-fatahi, aunque era más conocido como Gamal Abdel I, el monarca de Marruecos. El rey alauí pasaba largas temporadas en París, tan largas que muchos decían que ya se había mudado a la ciudad. Aparentemente divorciado de la madre de sus dos vástagos, el rey llevaba una discreta vida en su palacete, a donde iban de visita un muy reducido número de personas. Entre ellas estaba su acompañante de vehículo, Saïd, un antiguo amigo de niñez, y compañero de la escuela militar en su juventud, que vivía en París desde hacía varios años. Saïd era hijo de un altísimo mando del palacio real y se relacionó con la familia real desde pequeño. Saïd residía en el Hotel du Marais, de gran lujo y propiedad de una gran cadena de hoteles francesa, de la que era director. 

Al Ferrari le seguía de cerca un Mercedes de color oscuro con cuatro agentes de seguridad que parecían estar más preocupados con la posible existencia de prensa, paparazis o medios de comunicación en los alrededores, que con la posible presencia de un discreto Renault Clio detenido a unos cientos de metros. 

Gracia y Ahmed, no habían tenido que seguir al vehículo por las calles de París, porque sabían su destino, así que no se expusieron siguiéndolo. Ahora solamente vigilaban la entrada trasera del hotel para asegurarse de que la pareja de amigos entraba en el establecimiento. Observaron cómo el Ferrari se volvió a poner en marcha después de que los escoltas inspeccionaron la puerta y sus alrededores. Tras un rápido signo de pulgares arriba, dieron luz verde al vehículo del rey, que se detuvo frente a una discreta puerta que había sido diseñada para dar acceso secreto a sus clientes e invitados VIP. Desde ahí se entraba directamente a un ascensor que, previo uso de una llave de seguridad subía directamente a algunas de las suites. 

Unos instantes más tarde, el Rey y Saïd se apearon del lujoso deportivo. Ante la sorpresa de Gracia y Ruiz, pudieron observar cómo uno de los escoltas se interponía entre la puerta y ellos, y tremendamente alterado, parecía querer impedir la entraba en el hotel del rey, probablemente por motivos de seguridad. El monarca, impertérrito, le apartó directamente de un manotazo y entró en el edificio. En ese momento Ruiz miró a Gracia.

—El águila está en el nido, ahora solo necesitamos que el destino cumpla con sus designios —dijo Gracia con un peculiar tono de voz peliculero.

Gracia extrajo de su bolsa de viaje un iPad y abrió una aplicación donde apareció la imagen nítida y detenida de una habitación del hotel captada por una de las cámaras escondidas en la suite de Saïd, y que se iba a encargar de grabar todo lo que iba a ocurrir allí en las siguientes horas.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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