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Capítulo 27: Saïd

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 27: Saïd

Ilustración de Alejandra Svriz.

Saïd El-Hatari había sido un niño privilegiado e inmensamente feliz en su niñez. Hijo de la alta sociedad, con acceso al palacio real y a las mejores escuelas, era étnicamente un beréber de aspecto muy resultón y atlético. Estupendamente educado, también dominaba el deporte, fue el número uno en todos lo que practicó. Destacaba siempre por su simpatía y originalidad. Su sonrisa era magnética y estaba llamado a ser uno de los elegidos para tomar los mandos del Gobierno en el futuro, junto a su gran amigo, el príncipe heredero, Gamal Abdel. Era el orgullo de sus padres y la envidia de sus rivales.

Pero desgraciadamente, un extraño suceso en su primer año de academia militar hizo tambalear su futuro. Fue acusado por un compañero de armas de sodomía, y se vio obligado a dejar su carrera militar. En un país donde la homosexualidad estaba fuertemente penada con el temido artículo 489 del código penal que castigaba las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, tuvo que parar su carrera. Las penas por homosexualidad iban desde los seis meses hasta los tres años de prisión y una multa, pero lo peor era el escarnio público. En aquel sistema judicial el juez tenía la facultad de fijar e individualizar la pena según cuál fuera el delito y quién lo cometiera. Siendo quien era la familia de Saïd, sabía que su hijo podía acabar muy mal. Su padre intervino ante el rey, el padre de Gamal Abdel, y consiguió que su hijo pudiera salir del país sin cargos, pero con la promesa de un exilio de por vida. Saïd cruzó entonces Melilla, que desde hacía años se estaba convirtiendo en un refugio de gays marroquíes y del norte de África. Despechado, abandonado y repudiado por su familia, con su reputación arruinada, y sin manera de ganarse la vida, Saïd acabó en ambientes marginales, y en la adición a las drogas. El joven privilegiado que iba a convertirse en un líder político del país acabó conducido a la prostitución homosexual. Pese a todas las desgracias, necesidades y abusos a los que podía estar expuesto como un vulgar prostituto, la libertad que le ofrecía la ciudad era mejor que la humillación y los horrores que le hubieran esperado en su Marruecos natal. Afortunadamente para él, pocas semanas después de tocar fondo cayó en una redada policial en el prostíbulo de lujo que frecuentaba que supuso un escándalo en la ciudad autónoma, pues acabaron enredados varios políticos locales. La situación legal de Saïd se complicó de sobremanera al ser acusado de ser él mismo el responsable del prostíbulo, y también de tráfico de drogas y de prostitución de menores. Allí se le apareció a Saïd su ángel de la guarda en forma de inteligente y muy bien informado agente de los servicios de seguridad del estado español, Paco Ruiz Ahmed. Este, aun sin saber la identidad verdadera de Saïd, supo ver en él una persona inocente que había sido acusado como chivo expiatorio en un ajuste de cuentas entre redes de prostíbulos locales. Dada la exquisita educación y sus maneras de dandi era fácil cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de la dirección de ese prostíbulo y condenarle por todas las ilegalidades que allí se hubiesen cometido. Por otro lado, Saïd era en el prostíbulo la bondadosa figura que ayudaba a salir de todos los líos a las pobres almas que caían en esos pantanos. Ruiz Ahmed, en la primera declaración que le tomaron a él y a sus compañeros de pesadilla, intuyó su transparente inocencia, su inteligente ingenuidad y su falta de maldad. Convencido de su honestidad, y quizá por deformación profesional, pues también supo entrever en él una posible fuente de utilidad para los servicios de inteligencia españoles en el futuro, consiguió liberarle oficialmente de todos los cargos utilizando los privilegios que le otorgaba su estatus en los servicios de seguridad del Estado. 

Gracias a él, Saïd consiguió salir de la prostitución y encontró trabajo en un hotel en Ceuta propiedad de la familia de Ruiz Ahmed. Consiguió rehacer su vida trabajando duro y feliz de la nueva oportunidad que le otorgaba el destino. Pronto llegó a ser director del establecimiento y, tras varios años en el cargo, obtuvo el premio que merecía, ser contratado por una cadena multinacional de hoteles francesa para desarrollar su negocio en Argelia. Tras realizar con éxito la expansión en esa región, y convertido en un respetado y exitoso ejecutivo hotelero de mando medio, Saïd recaló en París como director del reputado Hotel du Marais. Agradecido, había mantenido siempre una fuerte relación de amistad con Ruiz Ahmed, viéndose regularmente cuando el jefe de seguridad visitaba la ciudad, quedándose siempre en el hotel, invitado en la suite personal del director.

Cuando Saïd voló del nido y lanzó su carrera profesional, Ruiz se dio cuenta de que su triste pasado no le iba a pasar factura y que si jugaba bien sus bazas volvería a poder acceder a la alta sociedad marroquí en París. Porque los prejuicios sociales que eran precepto en Marruecos se desvanecían cuando sus élites aterrizaban en la capital de Francia. El alcohol, las mujeres (había que recordar que la infidelidad también estaba penada en el código penal marroquí), la homosexualidad, y el vicio afloraban en cuanto escuchaban las notas de la Vie en Rose. A Saïd no le costó nada entrar en los círculos sociales de los expatriados marroquíes y ser invitado a todas sus cenas y fiestas sociales. Saïd, hombre bueno, humilde y exitoso, mantuvo una vida ejemplar alejado de las drogas, el alcohol e incluso la homosexualidad, temeroso de que de alguna manera le persiguiese su pasado. Hasta que apareció por la ciudad de las luces el amor de su vida, el hombre por el que le habían expulsado del ejército: el rey de Marruecos.

Desde el momento en que se reencontraron, se volvió a encender la llama de la pasión entre los dos y entablaron una seria y estable relación amorosa en París. Normalmente Saïd acudía al palacete del rey, pero de vez en cuando —Ruiz lo había observado tras meses de vigilancia —les gustaba hacer la extravagancia de tener encuentros amorosos en casa de Saïd.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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