THE OBJECTIVE
MONKEY BUSINESS

Capítulo 31: Hannibal

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 31: Hannibal

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pese a que Ruiz aceptó la colaboración de Badía desde que se vieron en Ceuta, y lo hizo con caballerosidad, elegancia, y con una pizca de sentimentalismo, ahora rugía en su interior una voz que clamaba venganza. Pero este sentimiento no era despiadado, sino que representaba una llamada a la justicia, al restablecimiento del orden natural de las cosas y al triunfo del bien sobre el mal. El cosmos seguiría estando profundamente alterado si el comandante hubiera seguido libre, mientras que Manuela y Urruti eran pasto de los gusanos. Pese a ese sentimiento de furia que ardía en su interior, Ruiz estaba ejerciendo su labor con calma y firmeza. En su alocución a Badía estaba utilizando gramaticalmente la tercera persona del singular, pero no como signo de respeto, sino de distanciamiento voluntario del mal, marcando un antes y un después en su relación personal con el odiado comandante.

—Y ahora, señor Badía, escúcheme con atención. Tiene derecho a guardar silencio no declarando si no quiere, a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o a manifestar que solo declarará ante el juez. Le asiste el derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable y a designar abogado. Tendrá derecho a acceder a los elementos de las actuaciones que sean esenciales para impugnar la legalidad de la detención o privación de libertad. Imagino que querrá notificar a su abogado o a algún familiar de los hechos, porque le asiste también el derecho a que los ponga en conocimiento de un familiar o persona que desee su detención —llegado este instante, Ruiz Ahmed levantó el tono de voz para recalcar sus palabras—. Aunque le informo que Bárbara Cornualles acaba de ser detenida en su casa de Sotogrande, acusada de blanqueo de dinero, entre otros muchos cargos de la máxima gravedad. Por lo tanto, tiene derecho a comunicarse telefónicamente, sin demora injustificada, con un tercero de su elección en presencia de un funcionario de policía o, en su caso, del funcionario que designen el juez o el fiscal, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo quinientos veintisiete. Por supuesto, y sabiendo su delicado estado de salud, tendrá derecho a ser reconocido por el médico forense o su sustituto legal y, en su defecto, por el de la institución en que se encuentre, o por cualquier otro dependiente del Estado o de otras Administraciones Públicas. Por último, tiene derecho a solicitar asistencia jurídica gratuita, aunque me imagino que podrá contratar a los mejores abogados para encargarse de su defensa.

Mientras le leían sus derechos, y sobre todo en el preciso instante en el que escuchó la detención de Bárbara Cornualles, Badía pareció envejecer diez años de golpe. Por primera vez en su vida su valentía se desmoronó. Le temblaron las piernas, su rostro se contrajo en una mueca de nerviosismo descontrolado, y le flaqueó su espíritu. Estaba rendido por fin ante la cruda realidad: su final y el de su amada estaban peligrosamente cerca. 

Badía, el mito de los servicios de inteligencia; Badía, el monstruo narcotraficante; Badía, el mafioso; Badía, el amante; y, Badía, el ser humano; todos estos Badías diferentes, junto con todos los otros Badías que convivían dentro de la compleja muñeca rusa, la “matrioshka” psicológica que conformaban a este tipo, se desmoronaron ante los ojos de Ruiz y Gracia. No sin antes realizar un último y desesperado intento de salvación.

—Pero qué cargos son estos Ruiz, esto es una auténtica locura. ¿Cómo voy a ser yo el jefe del Cartel de los Soles? ¡Pero si me intentaron asesinar en Gibraltar los acólitos del Gobierno venezolano conchabados con el propio cartel, y, después me plantaron una bomba en El Pardo —¡gritó Badía con unas últimas y desesperadas gotas de orgullo.

—Badía —interrumpió Gracia con decisión—, no te esfuerces en defender lo indefendible e invierte tus fuerzas a partir de ahora en soportar el castigo que te espera y en sofocar tu conciencia. De todas estas acusaciones tenemos pruebas materiales y sobradas, porque tuvimos acceso a tus comunicaciones con Miguel Leviatán. Yo misma encontré el móvil la noche que tuve que eliminarle en el parador de Ceuta y saqué de allí toda la información. Lo que tú no sabes es que absolutamente todos tus aliados también querían asesinarte. 

Gracia le fue detallando todas las pruebas que tenían. El fallido atentado contra Badía con un francotirador venezolano en Gibraltar fue un golpe de Estado organizado por Miguel y los miembros de la cúpula del cartel para eliminarle, una vez que su utilidad como líder del cartel había caducado. Por otro lado, el Gobierno de España quería eliminarle por ser pieza esencial del engranaje de negociación del equipo de Manzanero, y no querían dejar rastro potencial que les incriminase. Y por otro, el narcoestado venezolano no quería que el cartel se mantuviese bajo el control de Badía y tener que compartir los enormes ingresos derivados del acuerdo tripartito con él, por lo que decidieron retomar el control. Y, finalmente, su lugarteniente Miguel tenía la ambición de convertirse en el número uno acabando con su liderazgo y poniendo el control del cartel en las manos del régimen Castrista de manera indirecta. El atentado les hizo pensar que no era más que un intermediario y que sus superiores querían acabar con él, y por eso negoció para entrar en el programa de protección de testigos.  Una vez muerto Miguel, sus comunicaciones intervenidas por Gracia delataron a todos: Badía era el jefe del cartel en la sombra, Bárbara era la jefa de la organización que lavaba todo el dinero de la droga, y él mismo era su lugarteniente. 

El comandante calló al escuchar las explicaciones de Gracia, los cargos que había leído Ruiz y las pruebas que el equipo había logrado reunir contra él. Dócilmente, se dejó llevar detenido por los agentes franceses escaleras abajo, como si fuera un humilde corderillo. Sabía perfectamente que en el estado de alteración en el que se encontraba en esos momentos de confusión solamente podría decir alguna cosa que acabaría incriminándole. Mejor era mantener el silencio, reflexionar y dejar que los acontecimientos se fueran desarrollando. Él siempre tenía un plan ‘B’.

Ruiz y Gracia acompañaron al cortejo policial hasta la calle. Al cruzar el portón y observar la escena que se estaba produciendo en la calle, Gracia sonrió mentalmente. Pensó que cualquier persona que estuviera mirando los acontecimientos desde la calle estaría profundamente sorprendida de la existencia de un despliegue policial tan amplio para tan poca captura. Había tres furgones policiales blindados con las sirenas puestas, un nutrido pelotón de casi una decena de agentes del RAID de casi dos metros de altura cada uno armados hasta los dientes, pero escoltando nada más y nada menos que a un pobre y aparentemente débil viejecito esposado. “Estos mirones deben de pensar que hemos detenido a Hannibal Lecter”, dijo Gracia en alto, sin dirigirse a nadie más que a sí misma, mirando hacia el cálido cielo parisino. 

A partir de ese momento, Gracia empezó a disfrutar del tenue sol primaveral que acariciaba su piel. Pensó que por fin todo había acabado. Por primera vez en muchos meses la sensación de persecución constante que sufría se fue apagando en su mente como si alguien hubiera apretado un interruptor que detuviera la corriente constante de preocupaciones. Los músculos de su cuerpo se relajaron, empezó a notar cómo se sonrojaban sus mejillas y su corazón empezó a latir más lentamente.  Había iniciado su proceso de desestrés. Pero de repente, se reactivó y dio un pequeño respingo al notar cómo una preocupación repentina le asaltaba activando todos sus músculos de nuevo. Algo no iba bien, su instinto le estaba intentado alertar que alguien la estaba vigilando, que el peligro aún no había pasado. Retorció su cabeza mirando de un lado a otro insistentemente, buscando una amenaza. Tras unos intensos instantes desconcertantes, poco a poco se fue convenciendo de que había sido una falsa alarma. Probablemente, era la consecuencia del estrés agudo al que estaba sometida desde hacía tanto tiempo. Era como si fuera una yonqui de la adrenalina que necesitaba su dosis diaria de endorfinas. Gracia meneó la cabeza y realizó un sonoro suspiro de alivio.

Era un precioso día de primavera, de esos en los que miles de turistas llenaban las calles de la ciudad de las luces, ávidos de respirar el encanto de la capital gala. La calle estaba repleta de curiosos de todas las nacionalidades mirando la escena, una más de las que solían observarse en la ciudad cuando había una amenaza terrorista, lo cual era, desgraciadamente, cada vez más común en los últimos tiempos. De entre todos los observadores ociosos, ebrios de curiosidad, que se habían congregado para ver lo que estaba ocurriendo, destacaba una pareja de jóvenes turistas de aspecto anglosajón. Contemplaban el desarrollo de los acontecimientos con inusitada atención desde el otro lado de la calle. Eran dos hombres de complexión atlética, altos y fornidos, con pinta de turistas ingleses, que calzaban unas botas militares de media caña, con barba, una pelirroja y la otra rubia. Examinaban la escena minuciosamente, como si tomaran nota mental de cada detalle, protegidos por sus gafas de sol. En sus sudaderas estampadas se podía ver el logo de la Sociedad Ornitológica Vallecana.

Igual que la felicidad está en la sala de espera de la felicidad, el final es el comienzo de otro principio, el nacer de varios caminos paralelos que se entrelazan en realidades coincidentes y en direcciones opuestas. Todo lo que acaba da lugar a una nueva vida. Hasta hoy, la vida de Gracia había sido una línea recta de sensaciones, emociones y vivencias, pero paradójicamente, delante de ella se abría ahora un árbol de decisión, generando decenas de caminos distintos, dando lugar a un océano de posibilidades que terminan en resultados vitales diferentes.

¿O quizás era al revés?

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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