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Dos valientes y una sola muerte: cuando Saviano encontró al juez Falcone

El escritor napolitano, amenazado por la mafia desde 2006, novela la vida del magistrado que se enfrentó a Cosa Nostra

Dos valientes y una sola muerte: cuando Saviano encontró al juez Falcone

Roberto Saviano. | Maki Galimberti

El juez Giovanni Falcone se sabía sentenciado. De cara a la opinión pública lo gestionaba con una sensatez pasmosa. «Mi cuenta con Cosa Nostra sigue abierta. La saldaré sólo con mi muerte, natural o menos natural», declaró tras el intento fallido de atentado durante sus vacaciones del 89. En la intimidad, aseguraba tenerle más miedo al Estado que a la mafia. Sus indagaciones le habían colocado en el punto preciso en el que su desaparición era necesaria, obligada incluso, para muchos, para casi todos. 

El 23 de mayo de 1992 se concretó. A las 17.57 horas, en la autopista A29, a la altura de Capaci, el Fiat Croma en el que viajaba junto a su esposa, seguido por sus escoltas, tras aterrizar en el aeropuerto de Palermo-Punta Raisi, voló por los aires en un atentado tan espectacular como el de Carrero Blanco en España, del que se cumplen ahora 50 años. Falcone sabía que iba a morir porque estaba solo, completamente solo, pese a la admiraciones de miles de honestos ciudadanos italianos. Dos años antes del atentado, escribió estas premonitorias palabras al final de su libro Cose di Cosa Nostra: «Se muere porque se está solo o porque se ha entrado en un juego demasiado grande. Se muere a menudo porque no se dispone de las alianzas necesarias, porque se carece de apoyos. En Sicilia, la mafia golpea a los servidores del Estado que el Estado no ha logrado proteger». Y a Falcone el Estado sólo le protegía de boquilla.

Giovanni Falcone y Luciano Violante. Roma (Italia). | Europa Press

Roberto Saviano (Nápoles, 1979) habla de «sacrificio» al referirse a Falcone. Si existe un mártir en defensa del Estado de derecho, esa cosa tan gris, tan poco épica, ese es el juez palermitano. Falcone, repite Saviano en las entrevistas, «tomó partido por el coraje». Una vez cerrado el nuevo libro de Saviano, Los valientes están solos, parece increíble, de tan evidente, que este periodista amenazado por la camorra desde el año 2006, no hubiera escrito antes sobre Falcone. Al igual que el juez vivía 16 horas al día en una cárcel de cemento, protegido de una muerte de todos modos segura, Saviano lleva años oculto y escoltado, desde que destapó los mecanismos de la mafia en Gomorra. «El miedo es un viejo amigo», escribe Saviano sobre Falcone en esta biografía novelada o novela biográfica en la que muchas veces reconocemos al autor.          

Los valientes están solos es un retrato del coraje cívico frente a la enorme maraña de la mafia escrito con la tensión de un guión de cine y apoyado en una documentación exhaustiva, aunque con la cintura necesaria para introducirnos en los despachos de los juzgados de Palermo, en los salones sicilianos, en las cocinas y las camas de los hogares en los que la gente se quita el mono de trabajo y declara su miedo y su pena. «Todos los personajes existieron, todos los hechos ocurrieron. Todo es real», escribe el napolitano en la nota introductoria.  

Un Estado paralelo

Grosso modo, la narración de Saviano, tan eficaz que uno se representa a la vez una hipotética adaptación de cine, abarca la última década en la vida de Falcone, con numerosos flashbacks y derivaciones hacia otros personajes, empezando por la infancia de Totó Riina, el capo que a la postre ordenaría su muerte. En el año 82, Falcone, que ya venía siendo amenazado desde sus años de magistrado en Trapani, se encontraba en la Magistratura de Palermo tocando los primeros resortes de la mafia siciliana. Cosa Nostra había empezado a matar a políticos, a jueces, a todo aquel que se acercara al pozo negro del dinero sucio y los negocios de este Estado paralelo. Escribe Saviano: «Al empezar a trabajar, uno cuenta los kilómetros que hay de casa a la oficina, y otros el número de muertos que le han precedido. Hay sillones en los que solo se sientan quienes tienen la paciencia y el cuidado de quitar antes los cadáveres que se acumulan en ellos». El político comunista Pio La Torre, hostil a la mafia, había sido eliminado; también el juez Cesare Terranova; y, más aún, el general Carlo Alberto Della Chiesa, héroe de la Segunda Guerra Mundial, enviado a Palermo como gobernador civil para acabar con los clanes. Duró poco más de cien días con vida.

Portada

En el 82, el incipiente pool antimafia de los jueces, que acabaría en el famoso Maxiproceso de 1986, con 474 acusados, estaba tocando hueso. Tanto que el fiscal general advirtió a Rocco Chinicci, jefe de la Fiscalía palermitana, que Falcone y sus colegas (Borsellino, Ayala, etc) estaban «hundiendo la economía» de la región con sus indagaciones y requerimientos para seguir el rastro de la droga y el dinero de Sicilia a Estados Unidos. Chinicci no se doblegó a las presiones y Falcone se convirtió en el juez estrella antimafia, llamado a establecer las conexiones al máximo nivel entre lo que hasta hacía poco se consideraba un simple «grupo de campesinos violentos» y los resortes del poder.

Los valientes están solos es también, o sobre todo, el retrato de un Estado enfermo, agujereado y desplazado, o, mejor aún, vampirizado, en plena metástasis. El Falcone de Saviano «tiene la sensación de pertenecer a un organismo en el que las células enfermas atacan a la sanas, como en las peores enfermedades». En esas circunstancias, no es difícil neutralizar a un hombre honesto. Para Falcone, su trabajo pasa a ser una misión, y esa misión requiere aceptar la muerte. El juez hizo suya la máxima de Shakespeare: «Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes gustan la muerte sólo una vez».

Dos explosiones como dos pilares historiados sostienen este libro: la de la bomba americana que manipulaba en 1943 el padre del futuro capo mafioso Totó Riina en el inclemente pueblito de Corleone; y la que ya hemos referido: la que hizo volar el Fiat de Falcone en la autopista, a la altura de Capaci. Entre medias de estas dos explosiones, se sucede un reguero de sangre de uno de los tiempos más controvertidos y comprometidos del Estado italiano. Saviano lo cuenta como si hubiera estado allí porque, en cierta manera, el escritor napolitano está ahí. Sabe de lo que habla. 

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