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Alexandra Kolontái, la aristócrata feminista que sobrevivió a Stalin

Crítica publica la biografía de la ‘Valkiria de la Revolución’ y ministra de Lenin escrita por Hélène Carrère d’Encausse

Alexandra Kolontái, la aristócrata feminista que sobrevivió a Stalin

Alexandra Kolontay. | Wikimedia Commons

En la antigua URSS existían dos deportes de riesgo: desentenderse de la revolución y militar en la revolución. Hubo un tiempo, particularmente en los años 30, en que podía ser incluso más peligroso lo segundo. Nadie estaba a salvo de las decisiones absolutamente caprichosas de los jerarcas comunistas y especialmente de Stalin. Los rusos tienen una palabra para eso, proizvol, que podría traducirse como arbitrariedad.

El caso de Alexandra Kolontái es curioso: menchevique en sus inicios políticos, se ganó el favor de Lenin y se mantuvo en liza a pesar de enfrentarse a él en algunas cuestiones, fue ministra y embajadora, defendió un modelo de familia que despertó sospechas en el partido y pudo vivir tranquilamente en la era Stalin sin que su vida corriera peligro. Esta «Valkiria de la Revolución», de noble cuna, militó y capeó un tiempo arriesgado. Únicamente salió con una mácula, no pequeña: Stalin la borró de la historia del partido. Eso explica el olvido en que ha caído una figura que defendía a principios del siglo XX postulados que han regresado a la arena pública de la mano de las feministas marxistas radicales de hoy.

«¿A quién le suena hoy este nombre? Prácticamente a nadie. Y, sin embargo, ¡cuánta gloria alcanzó hace un siglo!», escribe Hélène Carrère d’Encausse en Alexandra Kolontái. Una feminista en tiempos de la revolución rusa (Crítica). Esta historiadora francesa, madre del escritor Emmanuele Carrère y fallecida el pasado agosto tras recibir el Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales, ha diseccionado a figuras tan importantes para Rusia y la URSS como Lenin o Catalina la Grande. En este libro se adentra en la vida de una mujer que ejemplifica la figura del «caballero arrepentido» de Turguénev, porque Alexandra, como Kropotkin, como Tolstoi antes de la revolución, fue una alta aristócrata en su origen.

Portada de Una feminista en tiempos de la Revolución Rusa | Crítica

Mujer y revolución

Nació en 1872 en San Petersburgo, en el seno de una noble familia ucraniana. Desde joven, al tiempo en que disfrutaba de los bailes de sociedad y los viajes al extranjero propios de su condición, sintió aversión al matrimonio y atracción por el socialismo. En una visita a Narva, «quiso visitar la fábrica y los lugares en los que se alojaban los obreros. Quedó aterrorizada al descubrir aquellos barracones primitivos, aquel universo de pobreza» que había leído en las novelas de Zola.

Kolontái, casada y luego separada del hombre que le dio el apellido que mantuvo, militó desde joven en el socialismo, en el ala menchevique. En Alemania, trató a Lenin y se codeó con sus dos mujeres más cercanas, su esposa Krúpskaya y su amante Inessa Armand, ambas con ideas feministas supeditadas al partido. Kolontái, en cambio, siempre defendió su agenda para la mujer junto con la revolución. Una figura tan emblemática como Vera Zasúlich, que probó las cárceles zaristas tras un atentado a un alto funcionario, dijo de ella: «No entiende que va a dividir al movimiento revolucionario». En los tiempos prerrevolucionarios, el movimiento feminista venía siendo sostenido por mujeres de origen burgués. Los socialistas radicales consideraban que el feminismo alejaba a la mujer del movimiento obrero. Kolontái, antes y después de 1917, enfrentó duras críticas dentro y fuera del marxismo. Sus amigos revolucionarios la acusaron de defender «ideas pequeñoburguesas imbuidas de georgesandismo».

Churchill, Truman y Stalin | ContactoPhoto

Pero, ¿qué defendía Kolontái en cuanto a la mujer? «Kolontái -explica Carrère- abogó por la emancipación de las mujeres y las madres y expuso que para ello era imprescindible acabar con la familia tradicional. Aquella propuesta escandalizó a Lenin. ‘¿Por qué quiere usted hacer desaparecer la familia? -objetó-. Tenemos que salvar la familia, tenemos que protegerla’». Para Alexandra, los niños debían ser criados por el Estado para que la mujer no supeditara su carrera a ellos. Abogaba además por una liberación sexual y un dominio del propio cuerpo que dentro de las mujeres marxistas despertó recelos antiburgueses. Se la acusaba de inflamar «pasiones africanas» en lugar de sumar a la mujer a la causa obrera.

Paralelamente a su militancia feminista, Kolontái nadó en las procelosas aguas de la revolución. Se alió definitivamente con Lenin y rompió con los mencheviques, fue ministra en su primer gabinete y posteriormente embajadora. Se la considera la primera ministra de la historia, si bien ya la condesa Sofía Panina ya lo había sido en el gobierno provisional de Kerenski. Una vez echada a andar la revolución y con los bolcheviques acaparando todo el poder, Kolontái se enfrentó a Lenin en cuestiones como la pena de muerte o la Nueva Política Económica. Militó en una suerte de oposición interna llamada Oposición Obrera. Lenin, a pesar de sus enfrentamientos, nunca la apartó del partido, aunque sí la alejó al extranjero. El prestigio de Kolontái era inmenso y su poder de atracción como oradora, legendario. Pero torres más altas habían caído y estaban por caer en Rusia.

Respetada por el tirano

Hélène Carrère d’Encausse intenta entender cómo esta mujer inflexible en sus ideas, decidido apoyo para la causa revolucionaria y al mismo tiempo grano en el culo de la misma, fue respetada por Stalin, que laminó toda la vieja guardia y removió a cualquiera que sospechara del personalismo autoritario. Recuerda Carrère, para entender el paño, que Stalin era capaz de enviar al gulag a la mujer de su ministro Mólotov, que estuvo encerrada ocho años mientras su esposo participaba en las alegres veladas del padrecito. Nadie rechistaba ante una arbitrariedad tan perfecta.

Hélène Carrère d’Encausse

Kolontái, justo en los años en que estallaba la guerra política entre Trotski y Stalin por hacerse con la herencia de Lenin, envió en 1924 su correspondencia al Instituto Marx-Engels. Una maniobra brillante, pues en esas cartas, que tenían que pasar por las manos de Stalin, Lenin filtraba críticas a Trotski, lo que «le sería muy útil a Stalin en su duelo con el rival». En los años 30, Kolontái sorteó las terribles purgas y su actitud desde el extranjero y después, anciana, desde la URSS, demuestra una mezcla de cinismo realista y de admiración hacia el terrible Koba. «La dictadura era inevitable -le dijo a un colega en 1936- ya había comenzado con los derramamientos de sangre que se vivieron con Lenin; gobernase quien gobernase en la URSS, siempre sería así». De Stalin dijo que «de él emanaba una especie de magnetismo. Su personalidad ejerce fascinación, un sentimiento de confianza sin límites en su fuerza moral, en su inflexible voluntad y en la claridad de su pensamiento».

Vladimir Lenin. | Wikimedia Commons

Alexandra vivió lo suficiente para ver caer el zarismo y triunfar la revolución que ella misma anhelaba; también para asistir a la perversión de muchos de sus ideales políticos, pues hubo un tiempo en que, como menchevique, receló del poder exclusivista de los bolcheviques. Su agenda por la mujer no se cumplió tal cual, aunque tuvo margen de maniobra dentro de la revolución siempre que su causa se supeditase al movimiento obrero más que al feminista.

Una feminista en tiempos de la Revolución Rusa
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