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Cultura

'La Armada Invencible', la travesía metalera de Antonio Ortuño

El escritor mexicano vuelve a España para promocionar su nueva novela ‘La Armada Invencible’

‘La Armada Invencible’, la travesía metalera de Antonio Ortuño

El escritor mexicano Antonio Ortuño. | Cedida por la editorial

El escritor mexicano Antonio Ortuño (Zapopan, México, 1976) llega a España para presentar su nueva novela La Armada Invencible (Seix Barral, 2023). Nos recibe en las oficinas del Grupo Planeta en Barcelona y viste una camisa del grupo de punk rock estadounidense, Misfits, que hace un guiño directo al libro por el que nos encontramos para conversar.

En La Armada Invencible, algo más latinoamericano que la historia de la famosa armada española, el narrador mexicano relata la vida de una banda de thrash que estuvo al borde del éxito antes de desmoronarse por completo. Ahora, el autor nos sumerge en la búsqueda de esta banda por resucitar glorias pasadas, que quedaron a punto de alcanzarse en un pasado no tan lejano.

Dentro de la trama de la novela, construida a través de narraciones e entrevistas ficticias, un músico en plena crisis de los cuarenta, emprende la búsqueda de sus antiguos colegas de banda con el objetivo de revivir la chispa que dejaron dos décadas atrás. Esta premisa se convierte en el pretexto perfecto para explorar temas universales como la amistad, el paso del tiempo o cómo la melancolía que trae consigo preguntas nostálgicas. 

En THE OBJECTIVE conversamos con Antonio Ortuño para descifrar no solo esta novela sino las tradiciones sonoras mexicanas y cómo la actualidad y el narcotráfico incide en los grandes ídolos musicales que México exporta hoy en día.

PREGUNTA.- ¿Por qué escribir un libro sobre esa nostalgia de la juventud y los proyectos pasados que no existen en el presente y que no vayan a florecer en el futuro? 

RESPUESTA.- Realmente yo no quería escribir una novela de nostalgia. Lo que me interesa en realidad es la idea como del pasado potencial. El pasado de los personajes de esta novela es más bien siniestro. Les va mal, la banda se desintegra, se muere el baterista. Hay ahí una historia trágica o una serie de historias trágicas de por qué la banda se deshace. En primer lugar tocan en sitios horribles con una acústica espantosa, se le pegan las las suelas de los zapatos al suelo. Yo creo que es imposible extrañar eso, pero en todo caso, cuando el fracaso los sigue persiguiendo y los comienza a acosar o a revolcar de nuevo en la edad madura, se extrae la potencialidad de ese pasado. Se preguntan quienes pensaban que podían ser en el pasado, cuando eran jóvenes y veían las posibilidades abiertas cuando grabaron ese disco, cuando parecía que iban a hacer una gira en Europa y parecía que podían dar el brinco que los iba a sacar de esos bares con el piso pegajoso. Los personajes no extrañan quiénes creían que podían ser en el pasado. Se tratan de reconectar con ese momento, buscando en qué momento se perdieron el camino, en qué momento por citar al viejo Vargas Llosa: «¿En qué momento se jodió el Perú del pasado?». Estos personajes tratan de reescribir su historia a partir de ese punto. Exprimir un poco esa sensación es lo que me interesa, la nostalgia como una suerte de angustia ante el presente y el futuro que te hace buscar salidas en el cajón de los recuerdos.

P.- Claro, pero esa angustia está presente a partir de cierta edad, no creo que pueda suceder cuando se es joven…

R.- Yo no creo en la psicología pop y no pienso que las crisis de la mediana edad como algo generalizado e inevitable para todo el mundo. Finalmente, es una crisis y hay crisis de veinteañeros y, todo el mundo está en crisis todo el tiempo, en realidad, pero sí que me parece que más tarde o temprano en la vida, hay un momento y lo menciona en algún punto el narrador principal que es Julián, en el que te das cuenta que tienes más pasado que futuro. De ese punto en adelante, lo más probable es que seas más una persona que recuerda que una persona que vive y eso angustia, porque comienzas a acercarte a la a la primera fila, te comienzas a acercar a la luz de la salida.

P.- ¿Crees que este es un libro sobre la muerte o sobre el paso del tiempo?

R.- Es un libro en que la muerte está presente en el pasado y, envejecer, es ver cómo aquello se acerca. Para los personajes no se está terminando el tiempo, sino que empieza a terminarse el partido y, se dan cuenta que, en algún momento se va a terminar, y en muchas ocasiones eso les lleva a revaluar qué es lo que tienen. Me parece que eso es la angustia que mueve a los personajes. No todos se encuentran con alguna posible excepción, porque el gordo Aceves, que es uno de mis personajes favoritos, es bastante más estable. Ese personaje tiene crisis mucho más concretas porque tiene un negocio y sus crisis son más bien familiares, pero para el personaje de Julián es lo contrario. Julián ha estado en crisis siempre y, los que cambian un poco de estatus y echan a andar la historia, son Barry y Pato, con divorcios y otros problemas que, de alguna manera, son los que reconectan con el pasado. Ellos se reencuentran con Julián, quien ha permanecido como estos insectos que se quedan atrapados en ámbar, vestido igual que en los años 80, oyendo la misma música, con los mismos trabajos precarios e infeliz.

P.- ¿Por qué estos personajes creen que es una buena idea reencontrarse o relanzar La Armada Invencible?

R.- En la actualidad un grupo puede tener un reecuentro por tener un sentido económico, claro, que lo paguen. Pero ¿cuántos fans de «La Armada Invencible» puede haber? (Risas)

P.- También son esas ganas de intentar poder jugar con el tiempo y controlarlo…

R.- Claro y yo tengo que jugar con esa idea. Mientras escribía la novela pensaba en los personajes, en sus relaciones y sus comportamientos y que, justamente, Barry o Paty entran en crisis y conciben la idea de que para salir de esas crisis tienen que ser quienes eran verdaderamente, volver a ser eran esas personas que tocaban metal. La identidad metalera es algo muy potente. Hoy comentaba en otra entrevista que cuando vivía en Berlín, en alguna ocasión me invitaron a presentar uno de mis libros a una profesora, una mujer muy articulada, muy brillante, que era la editora de la versión alemana de Le Monde Diplomatique, una profesora universitaria que conocía mucho los temas latinoamericanos. Ella hizo una exposición muy buena sobre mi novela y después, en una cena con mi agente, ella contó que había sido cantante de una banda de punk en la juventud. Yo tengo muchos amigos que todavía tocan punk rock y tengo otros que son profesores universitarios, abogados, investigadores, científicos y mis amigos metaleros esencialmente siguen siendo metaleros. Su identidad es ser metaleros, su identidad es el cabello largo, si todavía lo tienen y las camisetas de las bandas. Nosotros en México le decimos «aferrados» a la gente que persiste en algo, que se queda ahí a pesar de todo. Para mí los metaleros son aferrados y eso me parece admirable. Persisten en ser ellos mismos, deciden «esto es lo que yo vine a hacer en la vida y esta música le da sentido a mi vida».

«Nosotros en México le decimos ‘aferrados’ a la gente que persiste en algo, que se queda ahí a pesar de todo. Para mí los metaleros son aferrados y eso me parece admirable».

P.- ¿Eso no genera una inflexibilidad? Un lugar común en el mundo del rock

R.- Claro, pero eso es lo que los hace singulares e interesantes, es decir, la otra novela sería la de alguien que en su juventud fue metalero. Por ejemplo, el Barry de antes de volver a La Armada Invencible y que se pone una camisa color mamey y tiene un suéter amarrado en los hombros. Esa es una persona aburridísima, con otro tipo de amigos. La verdad es que yo tengo amigos, de los que dicen «ah, yo oigo de todo», pero no es de todo porque no escuchan, por ejemplo, a Cannibal Corps. «De todo» quiere decir que escuchan rancheras, que oyen cumbia, oyen lo que está en la radio, que se rindieron a tener un criterio y el «de todo» es que escucho lo que otros ponen y ese «veo de todo», es que veo lo que otros eligen ver. 

P.- ¿No te interesa una flexibilidad más laxa?

R.-Es que no es flexibilidad sino docilidad. Eso es algo que a mí me interesa menos y sobre todo para los personajes de un libro. Me gustaba esta idea de las personas que son aferrados y que persistieron en ser quienes son, y que puedan explicar el mundo a través del prisma grande o pequeño que les da el ser metaleros y, a partir de ahí, leer el resto de las cosas. Finalmente hay gente que es inflexible respecto a la música y hay gente que es inflexible con respecto de su moralidad sexual o que es inflexible económicamente. La mayor parte de la gente tiene espacios de aferramiento y siempre es más fácil notar mejor el de los demás. Aunque más que aferramiento, yo los veo para ellos, como un espacio de libertad y consuelo. Yo nunca he visto a los a los metaleros, porque los conozco bien y yo mismo soy uno, aunque insisto, siempre estuve en esta ambigüedad, entre el punk y el metal, pero nadie es metalero para pelearse con los demás o quejarse de los demás. Estás ahí porque disfrutas, porque para ti eso es un espacio de libertad. El metal es muy amplio. De hecho, si algo caracteriza al metal es que tiene 8 millones de variantes y, que para el no iniciado suenan todas igual, pero para el iniciado, son mundos completamente distintos. Los metaleros habitan un mundo muy complejo, están muy preocupados por asuntos genealógicos y conocen muy bien toda la escena. Saben cuáles son las bandas que les gustan y por qué les gustan, saben cuáles son las bandas que les desagradan y te pueden dar 20 razones de por qué les desagradan. Habitan un mundo mucho más complejo que el de los religiosos y eso a mí me parece fascinante. Desde luego los personajes no se limitan a solo ser metaleros, es una característica principal y es la que los une, pero son personajes con bastantes más capas y dimensiones. Pero esa capa específica me interesa mucho.

P.- También se nota en los personajes una desmitificación del sexo, drogas y rock’n’roll. Julian afirma que es más fácil conseguir ansiolíticos que cocaina en la mediana edad.

R.- Pasar de los ácidos a los antiácidos. Para mí las historias de rockeros, aunque luego haré un matiz sobre los metaleros, pero digamos las historias de rockeros tienden a convertir en una suerte de icono al rockero. Pensemos en la película Los Doors con este personaje romántico conflictivo. La psicología pop contemporánea diría que todos son tóxicos y todos son terribles e indeseables. 

P.- Pero a fin de cuentas esa es la erótica del rock.

R.- Claro, tienen un atractivo que puede ser físico, que puede ser de personalidad. Remiten a algo  misterioso, un poco oscuro, y eso es lo que lo hace atractivo, pero hago el matiz con el metal porque el metal tiene muchísimo humor. La gente no se da cuenta de eso, pero prácticamente todas las películas de metal son parodias. This is Spinal Tap, Wayne’s World, hasta la más reciente, Heavy Trip, son comedias. Los metaleros son gente inteligente y saben que son paródicos. Desde luego, siempre hay un loco que le prende fuego a una iglesia de madera en Noruega, pero eso es la minoría. La mayor parte de la gente se divierte vistiéndose de esa forma, con el maquillaje que usan los black metaleros o las las chamarras de cuero. Tienen una cuestión histriónica, escénica, que es muy divertida y que la gente disfruta. Es divertido en muchas dimensiones y, aunque algunas de ellas sean un poco mórbidas, quizá la gente le presta demasiada atención justo a los quemadores de iglesias, pero hay rockeros progresivos que hicieron porquería y media. Y luego sale Phil Collins con sus pantaloncitos de señor de catálogo y nadie piensa que sea un tipo podrido por dentro, probablemente está más podrido por dentro que la mayor parte de los metaleros. A mí eso es una parte que me interesa y que me divierte mucho, esa autoconciencia tan grande que tiene la gente del metal sobre sí misma, esa capacidad de reírse y de distanciarse de ellos, no necesitan coartadas de tipo social o político, que a veces sí pasa con con el punk, que también es muy histriónico. Muchos punks son luchadores sociales y hablan de su desajuste con la sociedad y, es que en ese sentido, los metaleros son más honestos. 

P.- ¿No es un acto político sino de identidad?

R.- Es un acto humano. Además, para mí era importante reafirmar que estos personajes metaleros no son una banda de Noruega, no son una banda en Suecia, no es una banda de Nueva York, es una banda en Zapopan, en América Latina, precaria, con un montón de problemas en los que, si en cualquier lado es un poco jugártela hasta cierto punto, en este caso es adoptar una identidad porque confronta y es abrasiva, porque siempre habrá gente que te verá raro o con desdén o, abiertamente con molestia, entonces en  América Latina, eso se vuelve la locura. La última persona en el universo que pensaba que Kiss era satánico era un gobernador del Estado de México, que hace unos diez años, prohibió un concierto de Kiss,  cuando ya los Kiss eran unos viejitos respetables, pero no habían tocado el Estado de México porque el gobernador decía que eran satánicos.

«Con la posible excepción de África, no creo que haya un lugar más hostil al ‘heavy metal’ que México»

P.- ¿Es Latinoamérica un territorio hostil para ese género musical? 

R.- América Latina le da una una dimensión mayor de desastre. La posibilidad de sacar algo de ello es mínima y la posibilidad de problemas es mucho mayor. Por eso me parece mucho más atractivo para la novela, porque no solo son metaleros, sino que son metaleros latinoamericanos, metaleros en México y de provincia. Ni siquiera son de la capital, sino de los suburbios de Guadalajara y de un pueblo que está a 50 kilómetros de la zona metropolitana. Con la posible excepción de África, no creo que haya un lugar más hostil al heavy metal que México.

P.- ¿La cultura mexicana es muy conservadora con eso? ¿No deja entrar ningún tipo de otro tipo de sonidos?

R.- En México la gente a la que le gusta el metal ha sido tundida históricamente por muchos lados. Por un lado, por la cuestión conservadora, que los ve como satánicos. Los tienen estigmatizados como rockeros greñudo, marihuanos, sucios. Por otra parte, también cierto sector de la izquierda ha visto a los metaleros como gente alienada, que están bajo modas imperialistas y que se alejan de nuestras raíces y, eso existe, ese desdén. Además, también están las viejas generaciones que creció con el rollo de los años 60, que ve al metal como un género comercial, poco profundo, de adolescentes gringos fascinados con la sangre; también está el desdén de los intelectuales, por supuesto, que relacionan el metal con el pollo frito, las Monster truck y la lucha libre gringa de mal gusto. 

P.- ¿Hubiese sido mucho más fácil y más aceptado escribir una novela sobre la música regional mexicana que sobre el metal?

R.- Es que ese desdén y poco prestigio intelectual del metal a mí me lo hizo muy antojable, como blanco perfecto para hacer una novela. Además de que no soy un gran oyente de jazz o de música caribeña, eso no me interesaba realmente y sería hipócrita si dijera que me interesa. Tiene mucho más prestigio intelectual. Si yo ahorita me pongo a escribir una novela que rescata la guaracha, pues voy a tener a todos los viejitos de la crítica literaria mexicana babeando y diciendo «ay, todavía hay alguien que se acuerda del bolero y la tradición mexicana», pero yo crecí escuchando Motorhead y creo que hay cierta literatura ahí y una literatura importante de ser latinoamericano. El metal es tan ajeno a nosotros como puede ser el fútbol, que tampoco lo inventamos nosotros y, sin embargo, Latinoamérica late al ritmo del fútbol. Somos tan ajenos a eso como nos es ajeno casi todo ¿no? América es una construcción, a fin de cuentas, porque si nos ponemos a buscar con lupa, todo llegó de otro lado, con la excepción de lo que sea directamente de los pueblos originarios, pero todo llegó de otro lado, incluyéndome a mí, que tres de mis cuatro abuelos son españoles.

Yo prefiero entender América justo por eso que, aunque ahora esté de capa caída y que ese término que tanto gustaba a la gente en los noventas, los llamados mestizajes culturales, ahora están muy mal vistos, pero que por otro lado también son una realidad. Yo veo gente rubia en México que está muy indignada con la conquista y, desde luego que me parece muy bien que tengan esa posibilidad de ser críticos con respecto de la historia de su país, pero le siguen rascando y terminan convencidos de que ellos son los aztecas. Una cosa es que empatices con el dolor de los pueblos originarios y otra cosa es que desplaces a los pueblos originarios que todavía están ahí. Yo no hago esa operación mental y no tengo ninguna clase de problema en escuchar heavy metal y tampoco voy a intentar vender muchos libros haciendo la novela del regguetón que es algo que no me interesa en lo absoluto. 

P.- Ahora está el caso de ‘Peso Pluma’ en México y esa proyección global con todos los géneros mexicanos, en especial, el norteño, ¿a qué piensas que se debe? 

R.- A mi nunca gustó esa música y no me no me interesa. Habrá a quien le interese. Yo creo que el peor lugar para relacionarse con cualquier fenómeno cultural es la condescendencia. Yo soy abiertamente hostil a ello. No me interesa y no me gusta. Si hay alguien que, con conocimiento de causa, pueda explicarlo, reflexionar sobre ello y hacer una buena construcción intelectual con eso, pues lo admiraré, por ejemplo a mí no me gusta el hip hop, pero he leído sobre él. En la novela el gordo Aceves quiere evangelizar a los trabajadores de su taller con otro tipo de música y les pone hip hop catalán. Es un acto de esnobismo completamente descontextualizado, porque yo creo que el hecho de decir tal cosa no me gusta, no es snob. En México actualmente estamos en un punto en el que toda la discusión intelectual sobre cualquier fenómeno se quiere zanjar diciendo: «si eso te parece mal, es que eres clasista». Eso no es ser clasista. Peso Pluma es más rico que yo. Peso Pluma es un chico de Zapopan que estaba en el mismo colegio que mis hijos y cuya familia tiene mucho más dinero que la mía. Yo no considero que sea un acto clasista decir que no me gusta Peso Pluma. Si tiene éxito o no, qué bueno que alguien de Zapopan sea la cosa más escuchada del mundo, pero yo no veo ninguna clase de clasismo en decir que esa música me parece repugnante. En mi favor tengo que decir que siempre me lo ha parecido a lo largo de toda mi vida.

P.- Es una cuestión de gustos, una cuestión personal.

R.- Claro. También hay algo de reflexión que al menos a mí me parece interesante. Este blanqueamiento y este lavado de manos de la estética del narcotráfico, del crimen organizado y que te vengan a decir que eres clasista por rechazarlo. Hombre, pues qué bien, ¿no? Si el distanciarse de las masacres que existe en México, que vivimos en un país de 30 y tantos mil homicidios anuales, con unos índices de impunidad por encima del 99%, donde nadie recibe castigo por el crimen y en el que todos los días mujeres, niñas, niños, viejitos son asesinadas sencillamente por estar ahí, porque están medio esclavizadas o dominadas o viviendo en virtuales esclavitudes por las organizaciones criminales, entonces que resulte que lo cool, incluso intelectualmente, sea llevar chalecos antibalas, AK 47 y cantar de los patrones y del crimen, pues no. Por eso a mí me parece mucho más sano cantar historias de terror sobre destripamiento como hacen las bandas que metaleras, que finalmente son destripamientos ficticios y que tienen que ver con la estética de las películas de terror. Hay una diferencia muy grande entre eso y las masacres, además, estos de lo que cantan tiene que ver más bien con el lifestyle que les da el dinero, no cantan en general sobre las masacres, aunque algunos sí lo hacen, pero en el fondo cantan de lo bonito que es estar armado, tener dinero y, al final, son canciones de amor. Entonces como dice Barry en su monólogo en la novela: están cantando, una vez más, canciones de amor. Sigue siendo una vez más, la enésima vuelta de tuerca de las canciones de amor.

P.- Hemos hablando de lo que te interesa trabajar en una novela. Entonces, ¿cuándo sabes qué personaje o qué elementos le vienen bien a la novela?

R.- Yo creo que no es una especie de consideración sentimental, sino de reflexión literaria, qué es lo mejor para la historia. Eso puede tener muchas vertientes y en términos generales y yo, por términos generales, aniquilo a mis personajes o los dejó muy mal parados. Nabokov decía que cuando él llegaba a trabajar encendía las luces y todos los personajes se aterrorizaban y levantaban las manos. Me gusta esa concepción de que los personajes están ahí como dummies para ser sacrificados a la historia. En mis cuentos, casi sin excepción, lo que hago es tirar gente por la borda, tirar gente por los precipicios, simbólicamente hablando. En las novelas tiendo a ser un tanto más ambiguo. En un cuento queda mucho mejor, el golpe seco, el knock-out. Sin embargo, en las novelas tiendo a buscar estos finales que se parecen a un fade out. La historia se desvanece, no se cierra completamente. Finalmente, la novela es una rebanada un poco más grande de vitalidad de una situación y estos finales de fábula, que cierran demasiado, no tienden a gustarme. Me gustan los finales un poco ambiguos y en este decidí concederle el indulto a Julian y abrirle posibilidades. 

P.- Podríamos hablar del control del autor sobre su obra y el ego del del autor. 

R.- Sí, claro, sería muy complicado que nos pusiéramos a descifrar el porqué la gente se enoja cuando le critican el libro, pero tampoco te puedes separar absolutamente de las cuestiones viscerales. La escritura no es solo instinto, ni visceralidad, ni solo expresión personal, es mucho más compleja que eso y a mí me gusta, hacer un ejercicio de autoconciencia muy acusado en la escritura. Pienso mucho en lo que voy a escribir. Hago planes pormenorizados, tablas, esquemas y me apodero mucho de los libros. Nunca me ha pasado que tenga una especie de epifanía y la zarza ardiente me dicte una novela y que en 15 días diga: «Ah, lo tengo». Escribir es una serie de operaciones continuadas en el tiempo.

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