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‘La tierra prometida’: la vida es caos

La película danesa es un estudio de las virtudes y vilezas del ser humano, en medio de un ambiente muy hostil

‘La tierra prometida’: la vida es caos

Una escena de la película. | Koch Films / Nordisk Film

Hay películas que desde el título generan expectativas. Es el caso de la danesa Bastarden, traducida como La tierra prometida para el resto del mundo. Mucho más si aparece Mads Mikkelsen como protagonista. Pero además, si Nikolaj Arcel (Un asunto real) se sienta en la silla de director, entonces no hay remedio: abrazas de inmediato la producción, presentada como un western nórdico.

La sinopsis de la película —que se estrena en unas semanas en España— es muy básica y ni se acerca a lo que el espectador está por ver. Lo resumen como «la historia de Ludvig Kahlen, que persiguió el sueño de toda su vida: hacer que el páramo le trajera riqueza y honor». Sin embargo, La tierra prometida es una película compleja, en la que confluyen muchos temas, desde el orgullo masculino hasta el pragmatismo femenino. Todo enmarcado en un contexto histórico, tomando como partida la obra de Ide Jessen, El capitán y Ann Barbara.

Arcel y Anders Thomas Jensen firman el guión tomando las partes más jugosas de la novela histórica para hablarnos de un mudo árido, lejano y feudal, en el que los hombres se hacen un nombre gracias a lo heredado o a la voluntad. Así, Ludvig Kahlen (Mikkelsen), un general, hijo no reconocido de un noble y una empleada doméstica, regresa de la guerra con la idea de sembrar en un terreno que nadie ha podido fertilizar. A su empresa se opone Frederik De Schinkel (Simon Bennebjerg:), un terrateniente de abolengo, adicto al alcohol que viola a sus empleadas. Así de inmediata se establece la clara confrontación entre civilización y barbarie. 

La cuestión principal es esta: si Kahlen consigue que estas tierras improductivas tomen vida, recibirá como recompensa un título nobiliario, además de personas que le ayudarán en el asentamiento de una comunidad y una recompensa económica que le permitirá vivir de manera cómoda en esta zona. Su emprendimiento, sin embargo, no es viable para los representantes contables del Rey, por lo que el general ofrece llevar a cabo la conquista de esta impenetrable zona pagando todo con su pobre sueldo de militar retirado.

Debido a que sus ingresos son muy bajos, Kahlen se ve obligado a contar con la colaboración, primero, de dos mujeres: Ann Barbara (Amanda Collin), quien escapó de las garras de De Schinkel y la pequeña y execrada gitana Anmai Mus (Melina Hagberg). Después, el grupo laboral aumentará. Cuando todo parece avanzar, el terrateniente encuentra la forma, legal e ilegal, para bloquear el éxito de su enemigo. Hasta aquí dejamos la descripción de esta apasionante historia, digna de varios Oscar.

Un trabajo técnico impresionante

Si la película de Arcel fue bautizada como un western, no solo es por la trama, sino por el impresionante trabajo del director de fotografía, Rasmus Videbæk. Este danés, que trabajó con el director y el propio Mikkelsen en Un asunto real, consigue retratar de manera ampliada la improductividad del suelo que el protagonista quiere fecundar, al igual que las difíciles condiciones climáticas. Esto se hace evidente cuando una nevada echa a perder la cosecha. Al mismo tiempo que establece con pequeños detalles la cálida opulencia de De Schinkel y la fría austeridad del militar.

A lo anterior se suma el detallado diseño de producción de Jette Lehmann, que profundiza en los dos estilos de vida de los personajes enfrentados, dotando a la residencia de De Schinkel de una personalidad propia; un lugar que puede pasar de un palacio que festeja la frivolidad de la nobleza a una sala castigo inquisitorial en instantes. Todo esto bajo la batuta del exitoso compositor Dan Romel (Beasts of the Southern Wild, Luca).

La cantidad de temas que forman parte de La tierra prometida funcionan porque la mayoría tiene como motor contraponer las premisas de los personajes principales. Para De Schinkel, «la vida es un caos», y por lo tanto, no tiene ningún sentido planificar el futuro. De hecho, justifica sus violaciones partiendo de la idea de que ese poder le fue proferido desde la sangre pura que heredó. Kahlen, por el contrario, cree en el orden y la jerarquía, siguiendo los pasos que la civilización ha dado desde el reconocimiento de una entidad intangible —Dios— y otra tangible: el Rey.

En esta dicotomía, el destino de ambos personajes estará atado a sus circunstancias y creencias. Por eso, el cierre de la película, y es el gran giro que hace Arcel, responde mucho más a la idea de De Schinkel. No hay manera de predecir el futuro y lo que crees que te puede hacer feliz y has cuidado con mucho celo, puede no ser tal. Al final, debes abrazar la incertidumbre, incluso si eso significa desafiar las leyes mundanas y divinas. Eso, si quieres ser feliz, claro. Y esa felicidad durará lo que tenga que durar.

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