El Edipo populista de Declan Donnellan también sangra
El dramaturgo británico ofrece en los Teatros del Canal una versión actual y desgarradora de la tragedia clásica
«Mi desgracia la ha hecho Apolo, pero los ojos me los he arrancado yo». Me lo dice Edipo, rey de Tebas. Desnudo y cubierto de sangre. Frente a mí, a apenas dos metros. Nos rodea el resto de los espectadores. Somos el pueblo de Tebas, golpeado por la tragedia de un soberano que, comprendemos al verlo-oírlo-olerlo sufrir, podría ser cualquiera de nosotros.
La experiencia del Edipo Rey que ha propuesto el británico Declan Donnellan en los Teatros del Canal no es para todos los estómagos. Y no solo por el desnudo masculino integral. Todo es pura intensidad.
Un inteligente manejo de la elipsis condensa la tragedia en hora y cuarto: menos retórica, más agilidad. Los 22 actores del Teatro Nacional Marin Sorescu de Rumanía visten ropa actual. Las víctimas de la epidemia de peste que azota al pueblo tebano agonizan en modernas camas de hospital rodeados de un personal sanitario que recuerda escenas del coronavirus.
Los espectadores no se sientan. Se mueven alrededor de las salas que hacen de escenario a su albedrío, más o menos dirigidos por los actores que hablan en rumano. Se puede seguir los subtítulos con facilidad, desde diferentes pantallas que cubren los ángulos de visión multiplicados por la libertad de movimientos del espectador, pero asimilar la mecánica conlleva un esfuerzo.
Catarsis
A cambio, la catarsis. Yo también me arranco los ojos, yo también bloqueo ordalías que Apolo ha puesto en mi camino por alguna razón que mi sufrimiento no puede entender… De momento.
Personalmente me da igual que Edipo vista túnica o, como en el caso del montaje dirigido por Donnellan, traje y corbata. En ambos casos… funciona. «Cualquier gran artista es en cierto modo transgresor», me asegura el británico. Pero matiza que se refiere a que «ningún buen arte te dice que la vida es exactamente como tú crees que es. Cualquier cosa que valga la pena como obra de arte te hace pensar».
«Y no, nunca es cómodo. Si lo es, probablemente no sea una obra de arte». Pero «salirte de tu camino para escandalizar a la gente tampoco lo es». El desnudo integral, por ejemplo, tiene sentido como culminación de la soberbia interpretación de Claudiu Mihail: es la cúspide de una intensidad emocional desgarradora. Funciona.
La decisión de incluirlo, como cualquier otra de Donnellan, es pura intuición. Por eso el dramaturgo reniega cuando le pregunto por el objetivo de su aproximación al Edipo Rey. «¡Dios, qué idea tan terrible! No tengo metas. Hago arte porque hay cosas que me atormentan y quiero compartirlo. Cuando algo nos perturba, intentamos comprenderlas para librarnos de ese sentimiento, pero a veces eso no funciona, no puedes deshacerte del embrujo, y eso hay que respetarlo».
El encantamiento rechaza la definición analítica. «Creo que hay cosas muy grandes en el núcleo de Edipo Rey que me perturban… y no sé muy bien por qué». Es más: «Ese ‘por qué’ es la gran pregunta que utilizamos para destruir las cosas que nos asustan». Para bloquearlas: para arrancarnos los ojos.
En el escenario, el monstruo que nos atormenta aparece con una realidad inmune a cualquier cuestionamiento. El despojamiento de las diferentes salas que hacen de escenario concentra la atención en el sufrimiento de los personajes.
Autoengaño
Que, efectivamente, es el nuestro. «La razón por la que la obra de Sófocles es inquietante es que ninguno de estos engaños tebanos es tan exótico como desearíamos. El autoengaño no es una perversión practicada por otros. Castigamos a los demás porque en gran medida nos odiamos a nosotros mismos», dice Donnellan.
«Edipo no es la única persona a la que le resulta muy difícil admitir que hizo algo mal. Siempre tiene la opción de tratar la situación con cierta madurez: lo admito, me equivoqué, pero no sabía nada de esto y lo lamento profundamente. Al final todos estos males fueron provocados por mi miedo de no hacerlos y por mi huida de Corinto. Podría decir todo esto y retirarse y seguir cuidando a sus hijas, pero en lugar de cuidar a sus hijas decide sacarse los ojos. ¡Pero espera! ¿Puede ser que esté señalando con el dedo? ¿Lo habría hecho mejor?»
El Edipo que interpreta Claudiu Mihail recuerda más a un político actual que a un rey de la antigüedad clásica. Al comenzar la obra, se dirige a sus súbditos tebanos cordialmente, cercano y amable. Curiosa, como poco, la experiencia como espectador de darle la mano a un protagonista que parece a punto de pedirte el voto y poco después se arranca los ojos.
En realidad, tampoco es tan importante. Da igual verlo desde la distancia prudencial que el pueblo le guardaba al trono o el espectador tradicional al escenario, que desde la pretendida cercanía de una estética populista.
Los mensajes cifrados de los oráculos y la sobreabundancia informativa de Internet comparten el mismo hilo: «Esta tragedia, como la mayoría de las tragedias, tiene que ver con nuestra inmensa capacidad de engañarnos a nosotros mismos y de no asumir la responsabilidad de lo que hemos hecho».
Sí, suena a esa política populista del Edipo 2.0, de traje y corbata. «Pero podemos aprender», replica Donnellan. «Entonces podremos descubrir este misterioso proceso: que podemos obtener la libertad, pero solo cuando empezamos a prestar atención y a asumir la responsabilidad».