'Simón', radiografía de la tiranía venezolana
El filme de Diego Vicentini, finalista al Goya a la mejor película latinoamericana, denuncia la represión del chavismo
Seguro que muchos de ustedes habrán conocido en los últimos años a algún venezolano. Desde la llegada al poder de Hugo Chávez en 1998 (por las urnas, tras dos tentativas de golpe de Estado militar) y en los años posteriores de Nicolás Maduro, la economía del país se ha hundido, se han retorcido las leyes y se han recortado las libertades. La diáspora venezolana -en algunos casos por motivos políticos y en otros puramente por el hambre y falta de productos básicos como los medicamentos- llega hasta los casi ocho millones, de los cuales casi medio millón han acabado en España.
El desbarajuste de la república bolivariana ha acabado teniendo su plasmación en la literatura y el cine. Uno de los hitos en el campo de la narrativa es el éxito internacional de la periodista y novelista caraqueña instalada en España Karina Sainz Borgo con La hija de la española, en la que el caos económico y la persecución política en Venezuela son algunos de los temas de fondo. También Diego Vicentini (Caracas, 1994) salió del país, en su caso rumbo a Estados Unidos en 2009, con su familia, cuando tenía solo 15 años. Allí estudió cine y realizó un corto de fin de carrera que es el germen de Simón, su primer largometraje, uno de los cinco finalistas al Goya a mejor película latinoamericana. Filmado en Miami y diversas localizaciones de Florida (en las que se han creado escenarios como una cárcel chavista), es una modesta coproducción entre Estados Unidos y Venezuela, planteada como una crítica frontal al régimen chavista.
El protagonista es un líder estudiantil de las manifestaciones contra el Gobierno de 2017. No es un personaje real, sino construido a partir de la suma de testimonios de personas que participaron en esas protestas. La película se organiza en dos tiempos: un presente en el que Simón ha huido del país y vive en Miami, con una visa de turista, a la espera de pedir asilo político, y una sucesión de flashbacks en los que va evocando la organización de las revueltas, la detención y las torturas sufridas.
Como cinta política, que denuncia la corrupción y violencia del chavismo, es muy directa -con brutales escenas de tortura- y en cierto modo ingenua, porque corre el peligro de convencer solo a los ya convencidos de las maldades del régimen bolivariano. El cine político tiende a ser más eficaz cuando sabe maniobrar de forma más sibilina. Un ejemplo de manual es La historia oficial de Luis Puenzo. Si esa película tuvo la repercusión que tuvo y caló en todas las capas de la sociedad argentina fue porque tuvo la inteligencia de abordar el tema de los desaparecidos mediante un melodrama familiar y evitando confrontar al público con la crudeza de las imágenes de las torturas y asesinatos cometidos en ese periodo.
Simón está rodada con buen pulso y su mejor escena es la del mefistofélico alto mando militar que pretende hacerle firmar un papel al protagonista a cambio de dejarlo libre. Además de manejar muy bien la tensión a través del juego de claroscuros y las miradas de los actores, esa escena incorpora uno de los momentos políticamente más sagaces, cuando el militar habla del poder como un «negocio». Por otro lado, para dar volumen a la trama, se incorporan en la parte de Miami unas pinceladas de thriller (el robo de la insulina) y romance (apenas insinuado, con la cooperante estadounidense) que aportan poco a la historia central.
Traición a los ideales
Lo más sugestivo de la película es cómo está trabajado el tema de la traición a los ideales y las dudas sobre si un delator sometido a amenazas es culpable o víctima (tema, por cierto, de La llamada, el recién publicado reportaje de Leila Guerriero sobre una detenida en la dictadura argentina que colaboró con sus captores; es un reportaje periodístico impresionante).
Retomo para acabar la dimensión política de Simón, porque ha generado una paradoja. Esta obra visceralmente antichavista, que muestra con todo lujo de detalles torturas muy crueles de los policías y militares al servicio del régimen, acude a los Goya bajo bandera venezolana. Recuerda el célebre incidente de Viridiana, rodada por Buñuel en pleno franquismo y que acabó representando a España en el festival de Cannes. Cuando ganó la Palma de Oro, el director de cinematografía en lugar de recibir felicitaciones fue fulminantemente cesado.
Desconcierta que Simón fuera previamente programada en el Festival de Cine Venezolano, que su director entrara en el país para presentarla y que la cinta ganara allí seis premios, incluido el de mejor película. No solo eso, después se ha estrenado en Venezuela, sin ningún tipo de censura, y se ha convertido en la película nacional más taquillera del año. Causa perplejidad, porque unos años antes el Gobierno de Maduro vetó Infectados, un largometraje de zombis, por considerar que hacía alusiones críticas contra el régimen bolivariano. Y por otra parte es público y notorio que ese régimen ha acosado sin apenas disimulo a medios de comunicación opositores.
¿Cómo puede ser entonces que Simón haya sido un taquillazo en Venezuela sin que el chavismo la vetara? Solo puede querer decir dos cosas: o bien que el Gobierno Maduro no es tan fiero como lo pintan o bien ha aprendido a manejar el maquiavelismo político con mucha sofisticación: la mejor manera de desactivar la denuncia política de la película es ignorarla y no ceder a la tentación de prohibirla, lo cual está obligando a su director a dar muchas explicaciones durante la promoción. ¿Qué pasará si gana el Goya? ¿Felicitarán al responsable de cinematografía y al ministro de Cultura de Venezuela o los cesarán esa misma noche?