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Cultura

'La zona de interés': el Holocausto visto por los verdugos

La película de Jonathan Glazer, basada en un libro de Martin Amis, ofrece una perturbadora visión de la banalidad del mal

‘La zona de interés’: el Holocausto visto por los verdugos

Una escena de 'La zona de interés'. | A24, Film4 Productions

El horror del Holocausto provocó dos reflexiones de filósofos alemanes que han quedado ancladas en el debate moral y cultural. Theodor Adorno se planteó la pregunta de cómo escribir después de Auschwitz y Hannah Arendt, judía que logró escapar a tiempo, acuñó el concepto de la banalidad del mal cuando cubrió para el New Yorker el juicio de Eichmann en Jerusalén. Ambas ideas son clave para entender los planteamientos de la desasosegante La zona de interés, que se estrena este viernes. 

¿Cómo abordar el Holocausto desde el siglo XXI? ¿Se puede aportar algo nuevo a lo plasmado en las más de nueve horas del documental Shoah de Claude Lanzmann y en La lista de Schindler de Spielberg? ¿No corremos el peligro de acabar banalizándolo con enfoques sentimentaloides y plagados de errores históricos como El niño del pijama a rayas? ¿Cómo huir de lo trillado que permite al espectador una actitud acomodaticia? ¿Cómo sacudirlo para que sienta la verdadera dimensión de la barbarie? En definitiva: ¿se puede todavía aportar una perspectiva novedosa a un tema en el que además es muy fácil patinar y herir sensibilidades? 

En 2015, el novelista británico Martin Amisal que nunca amedrentaron las polémicas— se atrevió a un ejercicio muy arriesgado con La zona de interés: contar el Holocausto desde la perspectiva de los verdugos, mediante una trama que incorporaba líos amorosos y toques de comedia negra. No todo el mundo entendió lo que pretendía el escritor. En Alemania ningún editor quiso publicar ese texto y en Francia su editorial de toda la vida, Gallimard, se negó a hacerlo y el libro acabó en manos de Calmann-Lévy. En España apareció, como el resto de su obra, en Anagrama. 

Ahora llega a las pantallas La zona de interés, que tiene el mismo título, pero no es exactamente una adaptación, sino que toma de la novela su punto de partida: narrar el exterminio de los judíos desde la perspectiva de la familia del comandante que dirigía Auschwitz. El director al mando de este arriesgado proyecto es el británico Jonathan Glazer, que en más de 20 años de carrera ha rodado solo cuatro largometrajes, todos ellos muy originales y visualmente deslumbrantes. El thriller —ambientado en la Costa del Sol— Sexy Beast, la enigmática Reencarnación, con Nicole Kidman y Bajo la piel, una poderosa película de ciencia ficción con Scarlett Johansson, que pasó injustamente desapercibida. Y tras diez años de silencio (trabajando en videoclips musicales, que es con lo que se gana la vida), regresa con esta incómoda propuesta sobre el Holocausto. 

Dura poco más de hora y media, tiene un argumento mínimo y funciona por acumulación de escenas cotidianas: una familia alemana pasa un día de picnic junto al río, celebran el cumpleaños del padre, los niños juegan en el jardín con piscina, la esposa recibe a unas amigas con las que toma café, llega de visita la abuela, el padre monta a caballo con el hijo mayor, lleva a sus retoños en canoa por el río y se dan un baño. Un día le comunican que lo van a trasladar porque lo ascienden y la esposa monta en cólera porque dice que ella está encantada de vivir allí, ha puesto mucho esfuerzo en el jardín y los niños crecen respirando aire puro… Podrían ser escenas del día a día de una familia más bien anodina. Salvo por un pequeño —o no tan pequeño— detalle: el jardín de la casa está pegado al muro del campo de exterminio de Auschwitz, porque el padre no es otro que Rudolf Hoss, el oficial al mando de esa maquinaria de muerte a escala industrial. 

El actor Christian Friedel, en una escena de ‘La zona de interés’. | A24Film4 Productions,

El terror de lo que no se ve

¿Cuál es el reto de la propuesta? La perturbadora perspectiva adoptada: narrar el Holocausto desde la plácida vida cotidiana de la familia del jefe de los verdugos. Jamás vemos lo que sucede en el interior del campo. Sin embargo, esta omnipresente —hasta lo insoportable— para el espectador, que de algún modo ve en paralelo dos películas disonantes: la de las bucólicas imágenes familiares y la de los constantes ruidos de fondo, a los que los personajes no prestan ya atención: gritos, órdenes, lamentos, disparos… Y claro, un rumor constante: el de los hornos trabajando a pleno rendimiento. De tanto en tanto, en algún plano, asoman en el horizonte las chimeneas expulsando humo o incluso llamaradas. 

Lo que hace Glazer es poner en práctica una máxima del cine de terror: aquello que no vemos da mucho más miedo que aquello que podemos visualizar. Este desplazamiento del foco, esta aplicación de la teoría del iceberg —no mostrar, tan solo insinuar— descoloca al espectador, que es testigo del Holocausto desde un ángulo inaudito. Y de este modo, escenas aparentemente triviales se transforman en aberrantes. Por ejemplo, esa en la que esposa se prueba encantada y coqueta un abrigo de visón, un poco desgastado por el uso y en cuyo bolsillo encuentra un pintalabios… No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir de dónde procede. O esa en la que el padre y sus hijos se están bañando en el río y se ven sorprendidos por una gigantesca mancha marrón que arrastra la corriente: cenizas, porque alguien debe de estar limpiando los crematorios. 

No vemos nunca directamente el horror, tan solo lo oímos y somos testigos de sus consecuencias y también de su metódica preparación. Hay otra escena espeluznante en la que dos orgullosos ingenieros le muestras al comandante los planos de los nuevos y mucho más eficaces hornos crematorios, que van permitir trabajar 24 horas sin interrupción. Y es que pronto va a haber que enfrentarse a un gran reto logístico: el exterminio de todos los judíos húngaros en un plazo de tiempo récord, titánica tarea de la que Hoss es nombrado supervisor. 

Veracidad

A Hoss lo interpreta Christian Friedel, que debutó en el cine en La cinta blanca. Acaso no haya sido buscado, pero este detalle es una suerte de siniestra rima: si la película de Haneke se centraba en los niños alemanes que se convertirían en los futuros nazis, aquí los vemos ya crecidos y en plena acción. A la esposa le da vida Sandra Hüller, actriz en alza, también protagonista de Anatomía de una caída. Los dos actores, como el resto del elenco, son alemanes y es que la cinta, aunque de producción británica, está hablada en alemán y rodada en Polonia para conseguir la máxima veracidad. 

La actriz Sandra Hüller, en una escena de ‘La zona de interés’. | A24, Film4 Productions

A la construcción de su inquietante tono contribuyen la agobiante música de Mica Levi (con la que Glazer ya había trabajado en la espectacular banda sonora de Bajo la piel) y la fotografía de tonos apagados del polaco Lukasz Zal, que también crea unas enigmáticas imágenes rodadas con visión nocturna de una niña que esconde manzanas para proporcionar comida a los judíos que salen a trabajar fuera del campo. Mientras vemos esas imágenes, el amoroso padre le lee a su hija el cuento de Hansel y Gretel. La elección no es inocente, porque a la bruja la matan quemándola en el horno. 

Radical, incluso por momentos experimental, La zona de interés envuelve al espectador en una telaraña de sensaciones que consiguen que sintamos el horror del Holocausto, sin llegar a mostrar apenas nada más que sus ecos. Y nos muestra algo si cabe más aterrador: esa banalidad del mal que detectó Hannah Arendt. Porque los que asesinaban metódica y despiadadamente a sus semejantes no eran monstruos con cuernos y rabo, sino gente común y corriente, que cultivaba su jardín y amaba a sus hijos. 

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