Siri Hustvedt y el artista macho
La novelista plantea en ‘El mundo deslumbrante’ qué sucede si una artista exitosa se oculta tras un nombre masculino
Fue sonado el caso de la escritora de novela negra Carmen Mola cuando ganó un premio y se reveló que se ocultaban tres escritores bajo ese nombre. Las críticas venían de distintos frentes, pero muchas coincidían en señalar que aquello invisivilizaba a las auténticas escritoras. Pero ¿qué sucedería si hiciéramos el experimento al revés? ¿Si ocultamos a tres autoras bajo un nombre masculino le irá mejor?
La crítica a la ausencia de la mujer en puestos de creación artística de vanguardia viene de lejos: en los años ochenta empezaron a aparecer en las calles de Nueva York una serie de carteles de las Guerrilla Girls. El más llamativo, una imagen amarilla y carmesí de una máscara de gorila, preguntaba: «¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Museo Metropolitano?» Luego informaba al espectador de que «menos del 5% de los artistas de las secciones de arte moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos».
La prestigiosa novelista y ensayista Siri Hustvedt (1955), quien vive en Brooklyn con su marido Paul Auster y recientemente ha sido abuela, ya se preguntó algo parecido hace una década en El mundo deslumbrante, su sexta novela, un tour de force sobre el mundo del arte que había quedado descatalogado y que ahora recupera la editorial Seix Barral.
La tesis de Hustvedt está muy clara, parece una cita de Virgine Despentes: «Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas».
Presentado el libro como una antología de textos reunidos por el profesor I. V. Hess, El mundo deslumbrante cuenta la historia de Harriet Burden, una artista de instalaciones que, decepcionada por la falta de reconocimiento que recibe su obra, elige a una sucesión de tres hombres diferentes para que sean «máscaras» seudónimas de sus piezas durante un periodo de cinco años, un experimento para determinar si su obra es mejor recibida cuando se atribuye a hombres. Llama a todo el proyecto Máscaras, y la historia de su concepción y desarrollo se cuenta a través de extractos de sus diarios privados, declaraciones escritas ofrecidas por amigos y críticos, ficción de su hijo y transcripciones editadas de entrevistas con su hija.
Egoísmo masculino
Hustvedt eligió cuidadosamente a sus protagonistas masculinos para representar diferentes aspectos de la gratuidad de la fama artística masculina: primero, un joven y fotogénico niño prodigio llamado Anton Tish; después, la máscara «miope, mulata y queer» de Phineas Eldridge; y, por último, el personaje icónico de un artista llamado simplemente Rune, que es la esencia machista. A Tish, un niño bonito ignorante, le encargan una obra titulada La historia del arte occidental, que es «una compleja broma sobre el arte, llena de referencias, citas, juegos de palabras y anagramas», y aunque en las entrevistas es incapaz de comentar o siquiera entender su propia supuesta creación, la obra es un éxito instantáneo. Phineas, el único de los tres que siente compasión por Harriet, así como el único que admite públicamente su autoría de la obra, es también el artista cuyo disfraz le reporta menos éxito.
Pero es el narcisista Rune quien acaba con Harriet. «Se me revuelve todo el cuerpo cuando me atiborro de críticas, avisos y comentarios sobre el brillante golpe de Rune», escribe Harriet después de que su espectáculo se estrene en medio de la histeria cultural. «Se giran las cabezas. El hombre que ha escrito la crítica en The Gothamite no sabe que ha escrito sobre mí, no sobre Rune. No sabe que los adjetivos musculoso, riguroso, cerebral los puedo reclamar yo, no Rune. No sabe que es un instrumento de mi venganza». Rune, sin embargo, no tiene intención de facilitar la venganza femenina; Harriet descubre «que el poder masculino tiene su base en el egoísmo absoluto», y que en realidad es él quien la ha utilizado a ella.
Puede que El mundo deslumbrante sea demasiado sesuda, demasiado pedante y demasiado repetitiva, pero su naturaleza excesivamente analítica, autoindulgente y pretenciosa quizá sea precisamente el objetivo del libro, porque la historia trata de los problemas de los privilegiados y de la escena artística impregnada de ideas abstractas, vanidad y egocentrismo. El mundo deslumbrante también es inteligente, densa y aguda. Es una obra sofisticada con una estructura inusual que sólo puede compararse con algún objeto del propio arte moderno que pretende frustrar y confundir a propósito, pero también sorprender e iluminar.