THE OBJECTIVE
Historias de la historia

La muerte del enemigo público número uno

Al Capone, arquetipo del gángster americano, murió despojado de su poder, su riqueza y su razón, el 25 de enero de 1947

La muerte del enemigo público número uno

Al Capone en los buenos tiempos, cuando era rey de Chicago. | .

Enemigo Público Número Uno, le llamaron los periódicos que provocarían su caída, pero también se le podría apodar el Rey de Chicago, pues llegó a serlo. En el ambiente del crimen se le conocía simplemente como Scarface, Caracortada, por la cicatriz de navajazo que lucía su rostro. Era un recuerdo de sus tiempos juveniles en la Banda de Five Points, un barrio de Manhattan Sur, auténtica universidad del crimen. De allí saldrían doctorados Capone, Lucky Luciano y John Torrio, el «empresario» que inventó el Sindicato del Crimen.

Alphonso Gabriel Capone había nacido en Brooklyn, el conocido barrio de Nueva York, hijo de inmigrantes italianos. Como tantos jóvenes de las minorías inmigrantes en las grandes ciudades, Alphonso Capone no buscó el sueño americano mediante el trabajo y la iniciativa, sino por el camino fácil de la delincuencia. Aunque en realidad tampoco era fácil ese camino, Capone comenzó de portero de burdel y allí le rajaron la cara. Sin embargo tendría suerte, en 1919 tuvo que abandonar Nueva York porque una banda de irlandeses estaba buscando «al de la Caracortada» para matarlo. Su jefe lo envió a Chicago y se lo encomendó al gángster Torrio, que se había asentado en esa metrópoli del centro de Estados Unidos.

Torrio era un genio, había aprendido a hablar bien, a vestirse correctamente, a actuar como un respetable hombre de negocios, y encaró el crimen en todas sus facetas como una empresa. Él fue el primero que se dio cuenta de que la Ley Seca, promulgada en 1920, era un filón de riqueza, porque la prohibición del alcohol dio origen a un tráfico ilegal que rendía enormes beneficios. Torrio convirtió a la banda que operaba en el sur de Chicago en el «Sindicato del Crimen», y le dio un empleo en la empresa al joven Caracortada, que pronto se convirtió en su hombre de confianza. Cuando cinco años después Torrio decidió retirarse e irse a Italia, donde había nacido, le dijo a su lugarteniente: «Todo tuyo, Al», y le entregó gratis unos de los mayores negocios de América.

Con sólo 26 años Al Capone se había convertido en jefe del Sindicato del Crimen de Chicago, y con su ímpetu juvenil introdujo cambios en la «empresa» que le había dejado Torrio. Fundamentalmente más violencia y más reparto de riqueza. Recurrió a la dinamita como medio de extorsión de los establecimientos que se negasen a comprarle su alcohol, y sus bombas mataron a unas 100 personas en la década de los 20. Pero sobre todo emprendió una auténtica guerra contra los irlandeses para tener el monopolio del tráfico de alcohol.

Italianos, irlandeses y judíos

La Ley Seca era un producto de la cultura protestante puritana de Estados Unidos, cuya lógica nos resulta incomprensible a los europeos. Y precisamente fueron tres grupos étnicos de inmigrantes europeos los que se organizaron para burlar la Ley Seca, italianos, irlandeses y judíos. No es casualidad que los dos primeros fueran de religión católica, en cuya principal ceremonia religiosa, la misa, el sacerdote bebe el vino transformado en la sangre de Cristo. En cuando a los judíos, también incluyen el vino en los rituales del Sabat

En Chicago los irlandeses estaban encuadrados en la Banda del Norte de la ciudad, mientras que los italianos formaban la Banda del Sur, y como en la Guerra de Secesión, Norte contra Sur libraron un conflicto brutal. La «batalla» más famosa de esa guerra fue la Matanza de San Valentín. El 14 de febrero de 1929, día de San Valentín, unos hombres de Capone disfrazados de policías entraron en un garaje donde había siete miembros de la banda rival, los «detuvieron», los alinearon contra la pared como hace la policía con los detenidos, pero en vez de cachearlos o esposarlos los acribillaron a ráfagas de metralleta Thompson, una nueva arma que habían introducido precisamente los irlandeses, y que se convirtió en el emblema de los gángsters.

La Matanza de San Valentín fue la gota que colmó el vaso de la tolerancia con el gangsterismo. Hasta entonces Al Capone había sido realmente el Rey de Chicago, era intocable porque tenía comprados al alcalde de Chicago, el populista William Hale Thompson, y al jefe de policía. Se calcula que un 60 por 100 de los policías de Chicago estaban en nómina de Al Capone, que también tenía sobornados jueces, abogados, periodistas y líderes sociales. Pero el genio de Al Capone -creador de una escuela que luego seguirían los narcotraficantes colombianos- fue convertirse en un filántropo para Chicago. No solamente hacía obras de caridad, como comedores sociales o leche para los niños en las escuelas, también financiaba el deporte y protegía el folklore local, el jazz.

Sin embargo, tras San Valentín, el periódico Chicago Daily News emprendió una ofensiva contra el Enemigo Público Número Uno que acabaría con su poder. El editor Walter A. Strong era amigo del recién elegido presidente de los Estados Unidos, Herbet Hoover, que sólo dos semanas después de tomar posesión lo recibió en una conferencia secreta en la Casa Blanca. Allí Strong convenció a Hoover de que solamente el poder federal podría terminar con la vergüenza de Chicago, donde todos los poderes se habían vendido a Capone.

Hoover se lo tomó muy en serio y ordenó que todas las ramas de la administración federal se concentrasen en acabar con Al Capone. Los departamentos (ministerios) de Justicia y Tesoro se coordinaron para encontrar una causa de procesamiento contra Capone, el impago de impuestos federales, y se montó un juicio presidido por un enérgico juez federal, James Wilkerson, que no se andaba con remilgos formales ante las triquiñuelas legales de Capone y sus defensores. Utilizó las confidencias de un abogado de Al Capone que decidió traicionar el principio de confidencialidad, cambió el jurado cuando se enteró de que Caracortada lo había comprado, y no respetó el acuerdo entre la fiscalía y Al Capone, que se declaró culpable de impago de impuestos a cambio de una sentencia leve. En vez de ello, Wilkerson lo condenó a once años en una prisión federal.

El Enemigo Público Número Uno fue llevado a la cárcel de alta seguridad de la isla de Alcatraz, donde tenía prohibido cualquier contacto con el exterior. Ese aislamiento, y el hecho de que la Ley Seca fue derogada por Roosevelt en 1933, le despojaron de todo su poder. Pero «cuando los dioses quieren castigar a alguien lo vuelven loco», según el proverbio clásico que se atribuye a Eurípides. A mediados de la década de los 30 Al Capone comenzó a dar señales de demencia, probablemente a consecuencia de una sífilis no curada. Decía incongruencias, babeaba sin control y era incapaz de andar.

Tras varios años en la enfermería de la prisión, cuando ya había cumplido nueve años de su condena de once, fue «liberado por motivos de salud» a finales de 1939. Incapaz, enfermo y arruinado, su mujer se lo llevó a una casa en Florida, donde durante poco más de siete años arrastró su triste vida en un aislamiento completo del mundo exterior. El 21 de enero de 1947 sufrió un derrame cerebral, y moriría cuatro días después mientras estaba en la bañera. En su lápida pusieron: «Jesús mío, ten compasión». La necesitaría en la otra vida.

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