Jason Statham, actor de reparto de... palos
El protagonista de ‘El Protector’ es un héroe de acción atípico: sin belleza ni talento dramático, triunfa en la taquilla
Para asombro de propios y extraños, Jason Statham persiste en revalidar su cada vez más completo triunfo en Hollywood: principalmente, porque a sus 56 años sigue en forma para continuar resultando verosímil como héroe de acción. No parece un humorista español haciendo de él como sí lo parece Tom Cruise en su última Misión imposible (se diría que lo ha sustituido José Mota o algún landista macerado y bajito en su mejor imitación de Cruise); y no está físicamente en las últimas como Liam Neeson. Y aunque Neeson aún nos sorpreVan dammde de vez en cuando con alguna película estimable —sin ir más lejos, el año pasado con la casera pero efectiva In the Land of Saints and Sinners de Robert Lorenz—, Statham posee tres ventajas fundamentales sobre él: no tiene 70 años, se molesta en ponerse en forma antes de actuar y nunca se ha rebajado a rodar un guion de Alberto Marini.
Por debajo de Statham, muchas estrellas lo admiran y probablemente lo envidian: algunas veteranas que aspiraban a su estatus (Wesley Snipes, Jean-Claude Van Damme) y varias muy prometedoras que se han quedado acorraladas en la serie B de acción y artes marciales, como el eficaz Scott Adkins o un Frank Grillo que en más de una ocasión optó al número uno en el podio del action hero merced a papeles memorables como en la carpenteriana Anarchy: La noche de las bestias (The Purge: Anarchy, 2014, de James DeMonaco) o la muy entretenida Muere otra vez (Boss Level, 2020, de Joe Carnahan).
Statham arrastra importantes hándicaps: su rostro no es de una belleza asequible, parece una calavera andante con sus hondas cuencas oculares, sus protuberancias óseas (es todo pómulos, quijada y frente) y sus limitaciones dramáticas. Nunca ha tenido un personaje icónico de verdad. Sus películas son películas de Jason Statham, como las de Bronson eran de Bronson. Jamás logrará ser James Bond ni alternar como galán de comedias románticas, ante la cámara y las mujeres resulta rígido y envarado, no le sale el flirteo que hace deliciosa la batalla de sexos; su viril estoicismo sólo sirve para representar un papel: hacer bien su trabajo, usualmente de matices ilegales. Sin embargo, ha sabido trascender el género de acción y convertirse en una estrella del espectáculo para toda la familia, sin renunciar a cierta mordiente en sus productos: no ha dejado de ser interesante, como sí le ha pasado a Dwayne Johnson, que no ha rodado nada atractivo en lustros por disneyficar su imagen, siguiendo el modelo del peor Schwarzenegger noventero.
Pero, ¿dónde reside el secreto esencial del éxito de Jason Statham? Seguramente es un caso palmario de disciplina, respeto a la profesión y una ética transparente con aroma al sudor legítimo de la clase trabajadora: Statham será calvo y de facciones normalitas, pero también es un currante y se nota. No está para hostias… a lo sumo para darlas.
Y por eso a las gentes de barrio nos cae bien.
Salto a la fama
Jason Statham (Derbyshire, Inglaterra, 1967) es hijo de bailarina y vendedor callejero, lo cual podría explicar su gusto por la actuación y su instinto de supervivencia. Él mismo compaginaría la venta ambulante de bisutería con la práctica metódica de artes marciales, kickboxing y kárate, además de abrazar otras dos pasiones deportivas que lo llevaron a competir oficialmente: el fútbol, donde conoció en edad temprana a su compinche Vinnie Jones (luego ambos se estrenarían como actores en Lock & Stock), y el salto de trampolín, llegando a participar con el equipo nacional británico en los Juegos de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth) de 1990.
Su interés por la imagen y el glamour llegó temprano y, tras ejercer de modelo para diversas marcas de ropa como Tommy Hilfiger o Levi’s, enseguida enrumbó hacia horizontes audiovisuales, primero como extra en modestos cometidos: resulta de lo más gracioso descubrirle en su época de hombre florero del gay pop, luciendo palmito en tanga atigrado dentro del videoclip Comin’ On (1993) de The Shamen o pintado de gris metálico en Run to the Sun (1994) de Erasure. En 1997, un año antes de su debut en la gran pantalla, protagonizaría este anuncio televisivo.
Por eso, porque Jason es el arquetipo perfecto de actor especializado en acción, resulta aún más chocante que su debut cinematográfico tuviera lugar en una película de hechuras narrativas tan ambiciosas como Lock & Stock (Lock, stock and tow smoking barrels, 1998), ópera prima del espabilado de Guy Ritchie, la primera de sus comedias gangsteriles que tanto éxito le han proporcionado y todo un ejemplo de ficción picaresca inglesa. Está claro que Ritchie seleccionó a Statham por su pasado «estraperlista», como queda reflejado en su propio personaje buscavidas, muy bien ensamblado en una cofradía casi enteramente masculina —rasgo siempre desconcertante en el cine de este enfant terrible—, compuesta de carismáticas figuras emergentes de la escena británica y alguna que otra sorpresa como Sting, marido de la coproductora del filme, Trudie Styler.
Protegido de Guy Ritchie
Y si algo hay que reconocerle a Ritchie es que se trata del cineasta que mejor ha sabido modelar las cualidades del Statham actor despojado del pertrecho de las artes marciales, creando con él una especie de granuja empático que le ha dado mucho juego tanto en ese filme como en su segundo largo, el aún más mítico Snatch. Cerdos y diamantes (Snatch, 2000). Su tercer título juntos, Revolver (2005), fue un vistoso y críptico policíaco que por desgracia no concitó entusiasmos entre público y crítica, por más que el alelado concurso de Statham no se perciba disonante en el código enigmático de la narración.
Pero el ex de Madonna ha vuelto recientemente a su exprotegido para hacerlo estrella de dos nuevos divertimentos, ya diseñados a la altura de su actual estatus: Despierta la furia (Wrath of Man, 2021), una ortodoxa historia de venganza que si de algo peca es de tomarse demasiado en serio a sí misma para lo que ofrece: lo bueno y lo malo de ella es que parece dirigida por Martin Campbell; y Operación Fortune: el gran engaño (Operation Fortune: ruse de guerre, 2023). Curiosamente, esta última colaboración no contiene nada de especial en absoluto, ni una buena trama, ni buenas secuencias de acción, ni personajes trabajados ni espectacularidad alguna y, sin embargo, resulta de lo más gozosa en la gran pantalla, seguramente porque Hugh Grant, Aubrey Plaza, Cary Elwes, Josh Harnett y el propio Statham parecen pasárselo en grande y contagian pura alegría (o más bien cachondeo) de vivir, algo que Ritchie sabe transmitir a la perfección cuando está inspirado.
En verdad, los cinco largometrajes son sustanciosos y seguramente constituyan para muchos espectadores generalistas lo más apreciable de la filmografía del actor que nos ocupa.
Un tipo duro
Con el nuevo siglo, Statham ignoró el sendero de la interpretación «respetable» que le había brindado Ritchie y canalizó sus esfuerzos en convertirse en el mayor héroe de acción de nuestros días. Tras un título rutinario (El único) y otro simpaticón por su indudable regusto ásperamente british (Mean Machine: Jugar duro), rápido pilló franquicia con la productora del avispado Luc Besson: para la máquina de pulp a destajo EuropaCorp protagonizó la barata y torpe Transporter (2002) de Louis Leterrier y Corey Yuen. Frank Martin, esa variante de tío duro concentrado en llevar a cabo sus misiones sin cometer un solo descuido, es lo más cerca que ha estado de componer un personaje con entidad dentro del subgénero. Pese a lo atropellado de su coreografía, la película fue un pequeño gran éxito y garantizó una trilogía entera, debido en parte al encanto de Statham y en parte a lo acertado de su premisa: ese transportador motorizado que acaba llevando en su maletero un paquete «vivo», detonante de una de aquellas aventuras de quiosco que en sus buenos tiempos Besson escribía en una sola noche.
Aunque también participó en ese sorpresivo éxito para Mark Walhberg que supuso The Italian Job (2003), el desmayado remake a cargo del insustancial F. Gary Gray que retomaba el recordado clásico sesentero con Michael Caine, los siguientes protagónicos de Statham (Cellular, Transporter 2) nos hicieron pensar que definitivamente se instalaría cómodamente en la serie B, como un nuevo Van Damme o hasta un «ojos bonitos» Jeff Fahey aprovechando al máximo sus 15 minutos en la cumbre del consumo doméstico. Incluso Caos (2005) lo reunió con otro experto hostiador como Wesley Snipes, con resultados decepcionantes para los seguidores de ambos.
En resumen: ya nos habíamos acostumbrado a esperar de Statham cierta honestidad y pocas expectativas en cuanto a la originalidad de sus vehículos estelares.
2006-2015: la década dorada
Y entonces, en 2006, llega Crank: veneno en la sangre, un sueño hecho realidad para los amantes de la acción, un subidón de película cuyo ritmo nunca decae gracias a su premisa ganadora. A partir de esa cinta, la carrera de Statham da un vuelco: por fin nos ha demostrado que también puede ser un tipo divertido, más versátil de lo sospechado, y sus proyectos suben un escalón en rango de emociones suscitadas y astucia autoparódica. 2008 se revela su año más sólido, gracias a El robo del siglo, del siempre elegante realizador australiano Roger Donaldson; la espectacular Death Race: la carrera del siglo y la sorprendente Transporter 3. Le siguen algunos titubeos y largos fallidos: el adocenado remake 13 (2010), el convencional thriller británico Blitz (2011) o el despiporre de Asesinos de élite (2011), uno de los primeros (des)créditos dentro del subgénero de acción en las trayectorias de Sean Penn y Robert de Niro. Para acabar de adobarlo, las ramplonas sagas de Los mercenarios y Fast & Furious nos hacen presagiar que nuestro alopécico favorito se ha vendido ya a la frondosa comercialidad inocua de la serie A genérica.
En la década de los 10 prosiguió con su rutina de darnos varias de cal (el dramatismo típicamente afectado del guionista/director Steven Knight en Redención; o el guion prototípico de Stallone en El protector, ambas de 2013; lastimosamente, por falta de realizadores más inspirados, el plúmbeo díptico The Mechanic, de 2011 y 2016; o las espantosas Jugada salvaje de 2015 y Hobbs & Shaw de 2019) y algunas de arena (la alucinante Safe en 2012; la vigorosa Parker en 2013 y la superdivertida Espías en 2015).
El presente: entre el tiburón y la pared
En 2018 nos endosan la megaproducción chinoestadounidense Megalodón y creemos que Jason Statham ya se ha perdido inevitablemente en las fauces de la trituradora hollywodiense para todos los públicos; pero él demuestra ser un hombre de corazón y proseguirá erre que erre favoreciendo el cine tradicional de especialistas (profesión a la que guarda un profundo respeto) sin empachos omnipotentes de CGI y regresando en cuanto puede a las montañas rusas para adultos. Su último lanzamiento en tal sentido, Beekeper: el protector (2023), lo reúne con otro pateador de culos: nada menos que David Ayer, el único director actual capaz de invocar el espíritu de Sam Peckinpah en un rodaje (Corazones de hierro) y salir airoso.
Esta vez ambos se alían al servicio de una tontería de guion de Kurt Wimmer (resulta pintoresco que la distribuidora española no se atreva a traducir literalmente el título original, The Beekeeper —es decir, «el apicultor»— y opten por mantener de modo absurdo el término original, dejándolo a palo seco y sin artículo, como si se tratara del apellido del protagonista, además de rubricar su despropósito agregándole ese «protector» con el que ya habían bautizado otro filme de Statham años ha), tontería que va ganándose nuestra estima por cómo escala operísticamente hasta alcanzar proporciones admirables de tan delirantes.
Vale, la película no es tan buena como dicen, pero sacia el hambre de tortazos y demuestra que Jason Statham tiene cuerda para rato.
Sus cinco mejores películas
5. Transporter 3 (2008) de Olivier Megaton
Por más que Statham heredara oficialmente de Charles Bronson su personaje de asesino a sueldo en una nueva versión de Fríamente, sin motivos personales (1972), es decir, el The Mechanic del desustanciado de Simon West, no es sino en Transporter 3 que asistimos perplejos, por tono y ejecución, a un homenaje como es debido al cine de acción setentero. Megaton, uno de los realizadores franceses en nómina de EuropaCorp, supo entregar una (por momentos incomprendida) epopeya seca y sobria como lo eran los vehículos del propio Bronson, coprotagonizada por una imponente actriz rusa, Natalya Rudakova, a la altura indiscutible de la añorada Jill Ireland. El desenlace con Frank Martin empotrando su Audi en un tren en marcha es de antología, sin necesidad de tanta liturgia ni pamplina como en la última Misión imposible. La entrega de Transporter mejor rodada y la más digna sucesora de toda una tradición artesanal en el cine de género.
4. Crank: veneno en la sangre (Crank, 2006) de Mark Neveldine y Brian Taylor
Statham debe acelerar su ritmo cardíaco hasta la extenuación o perecerá debido a un cóctel de drogas inyectado en su cuerpo por la mafia. Ya sea enzarzándose en peleas o en revolcones, su personaje mantiene la adrenalina a tope, tanto en él como en nosotros, gracias a sus desternillantes desventuras y desopilantes aprietos. La apuesta de sus directores da en la diana gracias a esta original mezcla de acción trepidante y espíritu punk. Su secuela Crank: alto voltaje (2009) no carbura del todo, pero tampoco resulta desdeñable.
3. Death Race: La carrera de la muerte (Death Race, 2008) de Paul W.S. Anderson
Probablemente la serie B de acción perfecta. Alejada del original (la también insuperable en su terreno La carrera de la muerte del año 2000, descacharrante bólido satírico de 1975 alumbrado por el entrañable sacacuartos Roger Corman a la producción y el sarcástico Paul Bartel a la dirección), el responsable de Horizonte final se marca un pelotazo de ritmo y potencia donde todo funciona, amén de demostrarnos las inmensas dotes como villana de Joan Allen. Entretenimiento puro e inconmensurable evolución del cine de explotación.
2. Parker (2013) de Taylor Hackford
El Parker de Jason Statham es Jason Statham. Y la simpatía que transmite su (ni siquiera) antihéroe nada tiene que ver con el desalmado inmoral creado por Richard Stark/Donald Westlake. Pero la película es un chute de cine bien rodado (lo que debería haber sido la ya lejana Jugar duro de Burt Reynolds respecto a la Miami de Elmore Leonard), filmada con la honesta fisicidad a la que Hackford nos tenía habituados décadas atrás, planificada a cara de perro y sin recurrir a los socorridos trucos de montaje de los que tantos directores mainstream abusan desde los años 90. Aquí todo está a la vista. No sólo es buen cine de acción: es buen cine de género negro, algo de lo que Statham no va tan sobrado. Y encima ¡albricias! tiene química con Jennifer Lopez.
1. Safe (2012) de Boaz Yakin
Esta película es una joya y enamora por igual a fans y detractores de Statham, porque, cumpliendo sin titubeos con todos los parámetros del género, supone algo más que una peli de acción. Lo que la hace única es que, por más que caiga en el tópico de «tipo duro protege a niña inocente» (en este caso, a una niña prodigio asiática que ha memorizado el número de una caja fuerte codiciada por la mafia rusa, las tríadas y el elemento corrupto de la policía), jamás se permite sentimentalismos ñoños ni deja por ello de incurrir en la violencia más despiadada, fabulosamente filmada. En definitiva, una película con alma.
Bonus track:
Si no la han visto en su momento, disuadidos por su mala fama, denle una oportunidad al montaje del director de En el nombre del rey (In the name of the King: A dungeon siege tale, 2007) de Uwe Boll. No hagan caso de su escasa puntuación en IMDB (3.8 sobre 10) ni del infame título otorgado a Boll como «peor director de la historia del cine». Además de que el alemán tiene buenas películas —un ejemplo: Asalto a Wall Street (2013)—, En el nombre del rey está repleta de planos formidables y sus dos horas y media se pasan volando. ¿Razones para verla? Es una fantasía a lo El señor de los anillos, pero sin árboles que hablan ni elfos brasas… y al niño de la película se lo cargan en el minuto 20, como Dios manda. Hay estupendas panorámicas y movidas batallas con samuráis medievales, bumeranes afilados, troles que parecen salidos de El planeta de los simios y catapultas de soldados voluntarios en llamas. ¿Qué más se puede pedir? Y el reparto es impresionante para una producción con espíritu y factura de serie B: Leelee Sobieski, Ron Perlman, Claire Forlani, Brian White, John Rhys-Davies y unos Ray Liotta y Matthew Lillard pletóricos como villanos. Y encima es uno de los últimos papeles dignos de Burt Reynolds (mucho más que el de Boogie Nights). Contemplar al héroe de Los caraduras y al de Parker midiéndose frente a frente conforma uno de los mejores regalos concebibles para cualquier cinéfago sin prejuicios del cine popular.
Sus cinco peores películas
5. Saga Los mercenarios (The Expendables, 2010, de Sylvester Stallone; The Expendables 2, 2012, de Simon West; The Expendables 3, 2014, de Patrick Hughes).
Todos amamos a Sylvester Stallone, pero esta no es su mejor franquicia. Mientras con las sagas de Rambo y Rocky ha logrado actualizar en clave mejorada las lecturas patrióticas de los 80, recuperando la humanidad de sus primeras entregas sin perder un ápice de tremendismo y rabia, en Los mercenarios trapichea con lo peor de su cine ochentero: el héroe que lo puede todo porque sí. Eso sí, la cuarta y última hasta el momento, (Expend4bles, 2023, de Scott Waugh) se salva porque, en realidad, es una peli de Jason Statham, simplona pero divertida. O sea, cumplidora.
4. Megalodón (The Meg, 2018) de Jon Turteltaub
Ejemplo de superproducción que no sabe lo que quiere ser: apática, televisiva y con un solo plano valioso en todo su metraje, además de constituir una pésima adaptación domesticada de la terrorífica novela de Steve Alten. Con su estreno, los fans de Statham nos temimos lo peor, que nuestro pelón peleón se hubiera echado a perder para el mundo del espectáculo. Pero la propia secuela del año pasado, dirigida por Ben Wheatley, le dio sopas con onda a su antecesora y nos sirvió con creces, ahora sí, lo prometido: un tío curtido pateándole las agallas a un monstruo oceánico. De hecho, a dos.
3. Jugada salvaje (Wild Card, 2015) de Simon West
Como guionista, William Goldman es capaz de mejorar una novela coja como el Misery de Stephen King. Pero como literato, es capaz de lo mejor (Magic), lo sublime (La princesa prometida) y lo peor: en este caso, una novela muy mala de partida (Calor, 1985), que ya diera lugar al pestiño Acorralado en Las Vegas (1986) de Dick Richards y Jerry Jameson, manotazo de ahogado de Burt Reynolds al poco de que su accidente de rodaje en aquel mediocre tándem con Clint Eastwood, Ciudad muy caliente (1984), lo abocara a una larguísima y triste decadencia. No acertamos a adivinar por qué Goldman creía tanto en esta endeble historia que no mejoró con Statham al frente. Pero claro, tampoco ayudó mucho que la dirigiera Simon West.
2. El único (The One, 2001) de James Wong
Las dos veces que Jet Li y Jason Statham han unido fuerzas sólo han logrado invitar al bostezo colectivo. Si El asesino (War, 2007, de Philip G. Atwell) ya no era para echar cohetes, su primera reunión resultó aún peor: El único fue de las primeras tentativas de multiverso en la industria hollywodiense y, como casi siempre, un desastre argumental. Resulta complicado imaginar cómo el que firmara un año antes la muy amena Destino final atinó a perpetrar esta lograda oda a la siesta.
1. Fast & Furious: Hobbs & Shaw (Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw, 2019) de David Leitch
Su planteamiento ya es insultante: vamos a hacer una «peli de colegas» con dos tipos duros, pero que no digan tacos y que resulten simpaticotes a niños de cinco años. Pero es que además es tramposa: sin venir a cuento, se pasan media hora subrayando el origen samoano del agente Hobbs para que, cuando él y su compañero Shaw se alíen para apalizar al villano (un genial, como siempre, Idris Elba) no nos dé la impresión de que dos ciudadanos anglosajones están apaleando a un miembro de una minoría étnica. Sin embargo, el efecto conseguido es igualmente horrible y todo el tiempo resulta inevitable sentir que, a fin de cuentas, dos armarios andantes le están metiendo una paliza de muerte a un negro.