Vallisoletana
Valladolid rinde homenaje a Miguel Delibes con la exposición ‘El fuego de la conciencia’ sobre los herejes en el siglo XVI
En 1998 y a punto de cumplir los 80 años, Miguel Delibes asombró a todos sus lectores con una novela histórica, El hereje, que ha sido considerada como su mejor obra, recibió todos los premios y fue su libro más vendido. Para conmemorar el aniversario de semejante proeza, se presenta en Valladolid una exposición que, bajo el título de El fuego de la conciencia, reúne materiales muy interesantes sobre los herejes de aquella época convulsa. Mi amigo, el sabio Tomás Pollán, tenía curiosidad por ver algunos documentos que nunca habían salido de archivos remotos, de modo que llamamos a Mario Crespo, autor de la exposición, y le propusimos una excursión. Aceptó. Es un gran tipo.
El caso que trata El hereje es apasionante y poco conocido porque ha sido ocultado durante muchos años. El asunto es este: entre 1517 y 1559, durante el reinado de Carlos V, se produjo en España, como en el resto de Europa, una explosión de grupos, células y conventículos protestantes. La Inquisición ya vigilaba a los vallisoletanos desde 1488 porque era una ciudad con abundantes minorías cultas y letradas, como los conversos de origen hebreo. Lo mismo estaba sucediendo en Sevilla, en el entorno del convento de San Isidoro del Campo. Lo que más inquietaba a las autoridades era la complicidad de algunas familias nobles con los luteranos. Delibes se documentó extensamente sobre el asunto a lo largo de tres años y finalmente escribió aquella terrible historia que concluyó con el auto de fe de 1559 y las hogueras en donde quemaron viva, entre otros, a la admirable monja Marina de Guevara.
En 1527 Valladolid albergaba la capital de la corte imperial y aunque apenas contaba con 30.000 vecinos, era un centro de gente formada y con buenas bibliotecas, como Sevilla, que también en aquel momento fue una de las capitales más importantes de Europa. En su novela, Delibes lleva a cabo una descripción minuciosa de la ciudad, de sus calles, de la vida de los habitantes, de sus costumbres y vestimenta, de los campos y montes, de las villas cercanas.
En la exposición hay muchos documentos importantes, pero me voy a centrar en tres de ellos. El primero es un soberbio retrato de Felipe II, habitualmente en el Lázaro Galdiano, no demasiado divulgado. Se atribuye a Joris van der Straaten, más conocido entre nosotros como don Jorge de la Rúa. Es tan excelente que podría ser de Pantoja. Uno de los mejores retratos del joven rey.
Viene luego el tapiz de la Redención. Esa enorme y bella pieza que tiene la singularidad de ser un tapiz protestante. En él las figuras iconológicas difieren de las católicas. Las rarezas son muchas, Adán y Eva son expulsados del Paraíso por un demonio y no por un ángel; en el centro vemos un hombre desnudo, sentado sobre un tronco, que recibe la sangre de Jesucristo surtida de la cruz. El tapiz viene partido en dos por un gran árbol cuya parte izquierda está seca y la derecha luce un espeso follaje. Así señalan los reformados el fin de la Vieja Iglesia de Roma y el comienzo de la nueva.
Misterios
El cartón sobre el que se hizo el tapiz es de Lucas Cranach y se conservan tres pinturas (aunque quizás haya más) con el mismo motivo y pequeñas variantes. El misterio es que el tapiz es propiedad de la Catedral de Palencia. ¿Y qué hacía en aquel santo lugar un tapiz que podía costarle la vida a su dueño? No hay respuesta. Sólo se sabe que llegó como donación en algún momento, pero nadie lo identificó en tanto que representación herética y allí colgó por los siglos de los siglos. Quien no lo vea ahora, ya no lo verá, porque me temo que los canónigos van a encerrarlo bajo siete llaves en cuanto acabe la exposición.
Y, por último, una maravillosa Biblia del Oso, la que tradujera Casiodoro de Reina (cuya historia leerá el lector en el catálogo) y que hizo de su vida, desde el núcleo reformado de Sevilla hasta su final feliz, una aventura digna de Alejandro Dumas. Es un ejemplar curioso porque está encuadernado con lujo y lleva herrajes de cierres dorados, así como un precioso trabajo en seco del lomo de papel. De esta biblia sólo se imprimieron 2.600 ejemplares y es rarísimo encontrar alguno en España donde se destruía (junto a su propietario) en cuanto se lo localizaba. ¿De quién era este carísimo ejemplar? Viene de la biblioteca de Marcelino Menéndez y Pelayo, extraordinario personaje del que Mario Crespo es una autoridad, pero ¿de quién lo recibió don Marcelino? Y el donante, a su vez, ¿dónde lo compró?
En fin. Una exposición indispensable por muchas razones, plagada de misterios y digna de un reportaje que seguro que (aún) no existe.