THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

El juicio de Salomón

«La izquierda ha abrazado la causa de las dictaduras islámicas y condenado a Israel como culpable de violencia y asesinato sin atender a ninguna razón»

Opinión
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El juicio de Salomón

Ilustración de Alejandra Svriz.

Todos estos meses me esfuerzo para entender la guerra de Gaza, sobre todo por la reacción que provoca en las fuerzas de izquierda en buena parte del mundo, aunque muy particularmente en las izquierdas españolas que son las que en verdad me interesan.

Tengo para mí, desde hace años, que la fortísima influencia que el catolicismo mantiene de un modo subterráneo sobre nuestros progresistas determina muchas de sus decisiones. Yo diría que ellos no son conscientes de esa influencia y atribuyen sus decisiones a un alto grado de entendimiento sobre la justicia. Error grave.

Uno de los motores fundamentales del catolicismo y de otras sectas cristianas es la defensa del débil en cualquier circunstancia. Las bases de esta decidida predilección por la parte más débil en todo conflicto, las puso Jesús de Nazaret en su sermón de la montaña (Mat, 5. Luc, 6) que se conoce también como el de las Bienaventuranzas.

Es un conjunto de dictámenes apodícticos muy variados en los que se anuncia la salvación de un conjunto de criaturas maltratadas o desdichadas, pero no sólo incluyen a los menesterosos de toda sociedad dineraria, sino también a los «pobres de espíritu», frase que ha ocasionado las interpretaciones más diversas. Ahora bien, como el sermón va seguido del Padrenuestro, ha quedado como uno de los pilares ideológicos de la religión cristiana.

La defensa del débil contra el poderoso nos parece a todos lo más natural y humano. Es la caridad, es la beneficencia, es la limosna, es la justicia social, es el enorme conjunto de leyes y disposiciones que tratan de proteger a aquellos que, enfrentados a una fuerza mayor, no por su debilidad dejan de tener derechos.

«La explotación de la culpabilidad le dio un poder absoluto a las Iglesias durante siglos»

No siempre fue así. En el periodo clásico, tanto griego como romano, se podía tener compasión por la debilidad, pero no se la consideraba producto de la injusticia sino de la naturaleza (phüsys, bios). Fue en la era cristiana, a partir del siglo VI, cuando la ideología se apartó de la naturaleza y comenzó el tiempo de la culpabilidad, según el cual somos los humanos, no la naturaleza, los culpables de las desigualdades y debilidades. La explotación de la culpabilidad le dio un poder absoluto a las Iglesias durante siglos, porque ese fue también el fondo ideológico del código caballeresco. Otra cosa distinta es si alguna vez fue respetado ese código o era tan sólo pura ideología y narcisismo.

En la modernidad ha habido de todo, unos han defendido la doctrina social cristiana y otros la han atacado, como Nietzsche, quizás el mejor defensor de la antigua naturaleza frente a la culpabilidad cristiana, aunque el primero fue Cervantes y su pobre Quijote, empeñado en mantener el código caballeresco y cristiano en un mundo donde comenzaba ya a dominar la tecnología y el pragmatismo. El neopaganismo nietzscheano ha tenido adeptos estupendos, como Baroja o Savater, y otros menos simpáticos, como Margaret Thatcher (aunque era más bien espenceriana), o la totalidad del negocio atlético y deportivo.

Si aplicamos este principio a la guerra de Gaza, nos enfrentamos a una paradoja. De una parte, parece como si Israel fuera la potencia que somete a los débiles pobladores de Gaza, pero por otra Israel es una pequeña isla democrática rodeada por un océano de dictaduras musulmanas. No hay país autocrático musulmán que no aspire a destruir la república de Israel. Son nueve millones de ciudadanos libres, amenazados de muerte por miles de millones de siervos sin libertad alguna que sólo aspiran a cortarles el cuello.

«Salomón reflexionó y puso en marcha un dispositivo racional antes de condenar a una de las partes»

De modo que es muy difícil, en esta contienda, averiguar quién es el débil o el fuerte. Y, sobre todo, por cuánto tiempo. En una duda similar, el sabio hebreo por excelencia, el rey Salomón, urdió una trampa para averiguar de quién era el niño que se disputaban las dos madres. Es decir, Salomón habría tratado de averiguar dónde estaba realmente la fuerza o la verdad, y quién merecía justicia. Salomón reflexionó y puso en marcha un dispositivo racional antes de condenar a una de las partes.

No sabemos qué habría decidido Salomón en nuestro caso, pero por lo menos habría cavilado sobre las dos madres, una de las cuales lucha por su supervivencia y la otra no lucha en absoluto por su libertad. A una, por defender la libertad le va la vida, pero a la otra le acomoda la esclavitud.

Nuestra izquierda no ha reflexionado nada en absoluto. Ha abrazado la causa de las dictaduras islámicas sin la menor objeción. Y ha condenado a los ciudadanos de Israel como culpables de violencia y asesinato sin atender a ninguna razón. Esta es la causa por la que a esos partidos progresistas se les puede llamar, en efecto, antisemitas, ya que no condenan al débil o al justo, ni reflexionan sobre el dilema, sino que asumen la causa de los pueblos tiránicos sin otro argumento jurídico que la raza, la nación o la religión.

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