THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El capitalismo popular

«Recuperar una cultura de la propiedad que vaya en paralelo a una cultura del ahorro y la libertad debería ser prioritario en cualquier plan de futuro de España»

Opinión
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El capitalismo popular

Ilustración de Alejandra Svriz.

A principios de los ochenta, el nuevo capitalismo propugnado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan empezó a definir el debate ideológico frente a una socialdemocracia que estaba de capa caída. Nada es lo que parece y el Estado del bienestar, uno de los grandes éxitos de la posguerra, daba síntomas de agotamiento. Los setenta, con la crisis del petróleo y el combate contra la inflación, habían finiquitado el ciclo expansivo de las décadas anteriores y la gran confluencia entre sindicatos y patronal ya era poco más que un tic del pasado. Con el fracaso laborista en Gran Bretaña, surgió una figura tory inusual y hasta se diría que revolucionaria, aunque no haya nada más antitético al conservadurismo que la revolución. Pero, en efecto, Margaret Thatcher tuvo mucho de lo primero en lo moral –con su reivindicación de las virtudes del tendero–, pero aún mucho más de lo segundo en su acercamiento a la economía.

Me acuerdo –yo era poco más que un niño al que le gustaba asomarse de vez en cuando a Londres por Navidad– que, desde Downing Street, empezó a hablarse del «capitalismo popular» para bendecir la privatización de las principales empresas públicas británicas. La utopía de una sociedad de clases medias traslucía el credo de la propiedad. Los trabajadores adquirían un estatus de capitalistas gracias a su participación en las acciones de las multinacionales. En España, vivimos un proceso similar con las privatizaciones de los años noventa y no era raro encontrarse en las facultades con alumnos que, junto al Marca, llevaban un periódico salmón bajo el brazo, siempre a la caza de alguna ganga bursátil. España, un país que invertía en construcción, coqueteaba así con el gran capitalismo. Por un momento, incluso pensamos que los éxitos deportivos de Induráin, Bruguera, Fermín Cacho o del Barça de Cruyff tenían una traducción empresarial en aquellas multinacionales que compraban YPF o Lycos a golpe de talonario. Que la ingenuidad sale cara es algo que sólo se aprende con la experiencia.

«Antes la propiedad tenía manos y cara, mientras que ahora se oculta tras una inextricable maraña de máscaras»

Hoy queda poco, o casi nada, de aquel credo del capitalismo popular que acabó con los regímenes comunistas en los años ochenta. La propiedad se ha ido concentrando en pocas manos que, en la mayoría de casos, no se sabe de quién son. Quiero decir que antes la propiedad tenía manos y cara, mientras que ahora se oculta tras una inextricable maraña de máscaras. Además, acceder a la vivienda ha pasado a ser misión imposible para buena parte de nuestros jóvenes –y de los no tan jóvenes–, debilitándose así los círculos de seguridad necesarios para la consolidación de una sociedad. Si hace medio siglo el tejido industrial de un país lo conformaba una red de pequeños y medianos empresarios, hoy los fondos de inversión y las grandes multinacionales han convertido el capitalismo actual en un modelo económico ajeno a aquella capilaridad que preconizaban Reagan y Thatcher.

Lo importante es siempre el rostro humano: recordar que no somos un número ni la expresión de un algoritmo, sino alguien capaz y a la vez necesitado. El capitalismo popular nos veía como personas llamadas a la grandeza de la responsabilidad, en lugar de como meros trabajadores sujetos a las arbitrariedades de un capital ciego y desconocido. Recuperar una cultura de la propiedad que vaya en paralelo a una cultura del ahorro y la libertad debería ser algo prioritario en cualquier plan de futuro de un país como el nuestro. Eso y una cultura de la vida, por supuesto. Porque la vida genera esperanza y optimismo: un gran anhelo de ser.

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