THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Preferiría perecer

«El historiador Otto Dov Kulka, escribe uno de los libros más sobrecogedores sobre el Holocausto, un libro sobre el vínculo entre la historia y la memoria»

Opinión
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Preferiría perecer

Una valla de alambre de púas en el antiguo campo nazi de Auschwitz. | Europa Press

Toda historia es personal. No hay historias meramente abstractas ni memoria de vidas apenas encarnadas. La madre de Otto Dov Kulka se adentró en la noche a bordo del vagón de un tren. Mirando por la ventana, contemplaba la desolada blancura de la nieve. Luego llegó la oscuridad y ella se apresuró a garabatear unas pocas palabras en una hoja. El papel decía: «Estamos viajando hacia el este. No sabemos adónde. Por favor, quienquiera que encuentre esta nota, que la envíe a la dirección de arriba». A continuación, abrió la ventanilla y dejó que el viento se llevara la carta. La mujer aún no lo sabía, aunque lo intuyese. El este tenía un nombre, que era el de la muerte: Auschwitz-Birkenau, el icono de la medianoche del siglo XX, el epicentro geográfico del terror. Aquella nota, sin embargo, atravesó el espacio y el tiempo, llegó a su destinatario y también a nosotros. Al leerla hoy percibimos una emoción inseparable de su impronta personal. Sus palabras son el testimonio de un rayo de luz en la espesura de la noche. Los ángeles desconocidos existen.

Medio siglo después, su hijo, el historiador Otto Dov Kulka, escribió uno de los libros más sobrecogedores que he leído sobre el Holocausto; más aún, un libro sobre el vínculo entre la historia y la memoria, entre lo documentado y lo vivido. Se titula Paisajes de la metrópoli de la muerte y en España lo editó Taurus hace ya unos diez años. He llegado a él gracias a otra erudita: la escritora Pauline Matarasso, recientemente fallecida. No entiendo cómo pudo pasarme desapercibida su publicación. Es una obra maestra.

El autor bucea en los distintos registros del recuerdo, buscando descifrar su vida, la de su familia y amigos, la de su pueblo. La gran danza de la muerte se adueña de su memoria continuamente. Las capas de sentido emergen de entre sus pliegues; la inquietud y el miedo también. Y, de fondo, siempre el misterio incomprensible que nos interroga. «¿Cómo es que los que están vivos —transcribe Otto Dov Kulka—, que entran tantos y en tan largas columnas y son tratados al interior de esas estructuras hechas de tejados inclinados y de ladrillos rojos, se transforman en llamas, en luz y humo, luego desaparecen y se desvanecen en esos cielos oscuros? Bajo el cielo nocturno cuajado de estrellas también sigue ardiendo el fuego silenciosamente. Eso pertenecía a la vida diaria. Pero, no obstante, el enigma de la vida, esta clase de curiosidad sobre la vida y la muerte, abundaban de algún modo en nuestro interior».

También en Auschwitz, un autor anónimo compuso tres poemas que son –hasta donde sé– los únicos que se conservan de los que se escribieron en el campo. Son poemas impresionantes, en cuyos títulos  resuena la angustia y la esperanza del ser humano. «Nosotros los muertos, os acusamos», reza el primero; «Tumba desconocida», se titula el segundo; «Preferiría perecer», confiesa el tercero. Empieza así:

Lo sé: hay grandes palabras

Por las que uno podría morir.

Esas palabras encarecen

Y calmarse supone cobardía

Cuando convocan a la multitud

Bajo la bandera de los regimientos.

Pero cualquiera que conozca a las viejas madres 

Abandonadas a su suerte

Y a los hijos sin padres

Nada cree de lo que dicen.

Y se cierra con estos versos:

Y, sin embargo, preferiría perecer

Con vuestro esputo sobre mi cara,

Preferiría morir como un cobarde

Que tener sangre en mis manos.

La humanidad no puede llegar mucho más lejos que a donde llegan estas palabras. En ellas –y en todo el libro– late una verdad inexpresable.

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